viernes, 22 de diciembre de 2017

Arriano Lucio Flavio Anabasis De Alejandro Magno Libro V

CAPÍTULO I ALEJANDRO EN NISA

  En este país, que se extiende entre los ríos Cofen e Indo, se encuentra la ciudad de Nisa, adonde llegó Alejandro. De ella se cuenta que su fundación fue obra de Dioniso, que la construyó tras haber sometido a los indios. Pero es imposible determinar quién era este Dioniso, y en qué momento o desde qué lugar dirigió un ejército contra los indios. Por mi parte, soy incapaz de precisar si el Dioniso tebano, partiendo de Tebas o del monte Tmolo en Lidia, invadió la India a la cabeza de un ejército, y, después de atravesar los territorios de muchas y muy belicosas naciones desconocidas para los griegos de la época, las subyugó a todas ellas, exceptuando a la de los indios. Yo, no obstante, no creo que deberíamos hacer un examen minucioso de las leyendas que fueron elaboradas en la antigüedad sobre las divinidades, porque lo que no es creíble para quien las analiza solamente de acuerdo con las normas de la probabilidad, deja de ser del todo increíble si se añade la intervención divina a la historia.
  Cuando Alejandro se aproximó a Nisa, los habitantes enviaron ante él a su gobernante, cuyo nombre era Acufis, acompañado de treinta augustos conciudadanos, para implorar a Alejandro que permitiera a su ciudad continuar siendo independiente por respeto al dios. Los enviados entraron en la tienda de Alejandro y lo encontraron todavía cubierto de polvo del camino, con la armadura puesta, su casco en la cabeza y sosteniendo su lanza en la mano. Viéndole así, sus ojos se llenaron de asombro; cayeron postrados al suelo y permanecieron en silencio durante un largo rato. Alejandro les dio permiso para ponerse de pie, y les pidió que recuperasen el buen ánimo. Acufis comenzó entonces a hablar y dijo: "Los niseos te suplicamos, oh rey, que por deferencia hacia Dioniso nos permitas seguir siendo libres e independientes; porque cuando Dioniso hubo sometido a la nación de los indios e iba de vuelta al mar de los griegos, fundó esta ciudad con los soldados licenciados del servicio militar y que eran bacantes por inspiración suya, para que llegara a ser un recordatorio de su periplo y sus victorias para los hombres de tiempos posteriores, al igual que tú también has fundado la Alejandría cerca del monte Cáucaso, y otra Alejandría en el país de los egipcios. Muchas otras ciudades has fundado ya, y sé que otras tantas has de fundar en el transcurso de tu existencia, y además veo que has realizado mayores hazañas que las de Dioniso. El dios, de hecho, ha llamado Nisa a nuestra ciudad, y Nisea a la tierra circundante, en honor a quien fuera su nodriza, Nisa. A la protectora montaña en nuestra ciudad le dio el nombre de Meros — es decir, el muslo —, porque, según la leyenda, él creció en el muslo de Zeus. A partir de ese momento, hemos vivido libres en la ciudad de Nisa y seguimos siendo autónomos; llevamos los asuntos de nuestro gobierno conforme con el orden constitucional. Y si te sirve a ti como una prueba de que nuestra ciudad debe su fundación a Dioniso, ten ésta: la hiedra, que no se conoce en ningún otro sitio de la India, crece entre nosotros."
CAPÍTULO II ESTANCIA DE ALEJANDRO EN NISA

  Todo esto fue muy grato a los oídos de Alejandro, porque él ansiaba que la leyenda sobre el viaje de Dioniso y que Nisa debía su fundación a esa deidad fuese dada por verídica, puesto que de esta manera se diría que él mismo había llegado adonde lo hizo Dioniso, e incluso había avanzado más allá de los límites adonde se aventuró este último. De igual forma, creía que el entusiasmo de los macedonios por compartir sus fatigas si avanzaba aún más no disminuiría debido a que los impulsaría el deseo de superar los logros de Dioniso. Por lo tanto, concedió a los habitantes de Nisa el privilegio de conservar su estatus autónomo, y cuando les preguntó acerca de sus leyes, los felicitó porque el gobierno estuviera en manos de la aristocracia. Les pidió enviar a 300 hombres a caballo para que lo acompañaran, y seleccionar para lo mismo a 100 de los aristócratas que presidían el gobierno del estado, que también eran 300 en número. Fue a Acufis a quien ordenó hacer la selección, pues lo había nombrado gobernador de la tierra de Nisea. Cuando Acufis oyó sus exigencias, se dice que sonrió mientras pronunciaba el discurso; por lo cual Alejandro le preguntó el motivo de su risa. Acufis replicó: "Rey, ¿cómo podría una ciudad privada de cien de sus buenos hombres continuar estando bien gobernada? Si te preocupa el bienestar de los niseos, llévate contigo los 300 jinetes y aún más si lo deseas; pero en vez de cien de los mejores hombres que tú me ordenas elegir, duplica el número de los otros que no los son, para que cuando regreses aquí por segunda vez a la ciudad, ésta continúe en el mismo orden que ahora."
  Estos comentarios fueron bien acogidos por Alejandro, quien consideró que se le había hablado con prudencia. Así que les ordenó que mandaran a los jinetes para acompañarle, desechando la exigencia acerca de los cien hombres selectos, ni pidió otros en su lugar. Sin embargo, a Acufis le pidió que enviara a su propio hijo y el hijo de su hija para que lo acompañaran.
  A Alejandro le entraron ardorosos deseos de ver el lugar donde los niseos se jactaban de tener algunos altares conmemorativos de Dioniso. Subió al monte Meros con la caballería de los Compañeros y el ágema. La montaña, comprobó el rey, estaba totalmente cubierta de hiedra, laurel, y espesos bosques con muchas variedades de madera en los que se podía cazar distintas especies de animales salvajes. Los macedonios estaban encantados de ver la hiedra, que no habían visto hacía mucho tiempo, porque en la tierra de los indios no crecía hiedra ni donde se cultivaban viñas. Se pusieron con entusiasmo a fabricarse guirnaldas con ella, y se coronaron con ellas, cantando himnos en honor de Dioniso e invocando a la deidad por sus varios nombres. Alejandro ofreció un sacrificio a Dioniso, y posteriormente festejó junto a sus Compañeros. No sé si alguien lo va a creer, pero algunos autores también han declarado que muchos de los macedonios distinguidos de su séquito, tras haberse colocado coronas hechas de hiedra en la cabeza y mientras se dedicaban a invocar al dios, fueron poseídos por el frenesí dionisíaco, entonaron a gritos el evohé en honor a la divinidad y se comportaron como bacantes.

CAPÍTULO III EL ESCEPTICISMO DE ERATÓSTENES — EL CRUCE DEL INDO

  Cualquiera que lea estas historias puede creer en su veracidad o desestimarlas como le plazca. Pero yo no estoy en absoluto de acuerdo con Eratóstenes de Cirene, quien dice que todo lo que los macedonios atribuían a la intervención divina, en realidad lo decían sólo para complacer a Alejandro mediante elogios excesivos. Él afirma que los macedonios, al ver una caverna en la tierra de los paropamisadas, acerca de la cual habían oído una cierta leyenda muy difundida entre los nativos — o que ellos mismos inventaron —, extendieron el rumor de que en verdad era la cueva donde se tenía encadenado a Prometeo, para que un águila se diera un cotidiano festín con sus entrañas, y que, cuando llegó Heracles, mató al águila y liberó a Prometeo de sus ataduras. También dice que los macedonios transfirieron por su cuenta el monte Cáucaso desde el Ponto Euxino a la parte oriental del mundo, y la tierra de los paropamisadas a la de los indios, rebautizando a lo que realmente era el monte Paropamiso con el nombre de Cáucaso, con el fin de agigantar la gloria de Alejandro con la afirmación de que había pasado por el Cáucaso. Y añade que, cuando vieron en la propia India algunos bueyes marcados con el dibujo de un garrote, llegaron a la conclusión de que Heracles había penetrado en la India. Eratóstenes también descree de una historia similar acerca del viaje de Dioniso. En lo que a mí respecta, permitidme considerar las historias sobre estos asuntos como no concluyentes.
  Cuando Alejandro llegó al río Indo se encontró con un puente sobre él, fabricado por Hefestión, y dos triacóntoros, además de muchas naves más pequeñas. Allí recibió, según se estima, 200 talentos de plata, 3.000 bueyes, por encima de 10.000 ovejas para los sacrificios y treinta elefantes como obsequio de parte del indio Taxiles; también 700 jinetes indios llegaron como refuerzos, y un mensaje del príncipe, que mandaba decir que vendría a rendir ante él la ciudad de Taxila, la más grande de las asentadas entre los ríos Indo e Hidaspes. Alejandro ofreció sacrificios a los dioses de costumbre, y organizó una competición de gimnasia y equitación en la ribera. Los sacrificios ofrecidos daban buenos auspicios para realizar el cruce enseguida.

CAPÍTULO IV DIGRESIÓN ACERCA DE LA INDIA

  Las siguientes afirmaciones sobre el río Indo son mayormente incuestionables, y, por tanto, me es permisible registrarlas. El Indo es el más grande de todos los ríos de Asia y Europa juntas, a excepción del Ganges, que es también un río de la India. Se origina en este lado del monte Paropamiso, o Cáucaso, y vierte sus aguas en el Océano que se encuentra cerca de la India en la dirección del viento del sur. Cuenta con dos bocas, las cuales están llenas de lagunas de poca profundidad como las cinco bocas del Istro. Forma un delta en la tierra de los indios parecido al de Egipto, que se llama Patala en la lengua india. Los ríos Hidaspes, Acesines, Hidraotes e Hífasis se hallan igualmente en la India, y son muy superiores a otros ríos de Asia en tamaño; pero son pequeños, se podría decir minúsculos, en comparación con el Indo, del mismo modo que aquel río es más pequeño que el Ganges. De hecho, dice Ctesias de Cnido — si es que alguien cree que sus evidencias son de fiar — que allí donde el Indo es más estrecho sus orillas se hallan a cuarenta estadios de distancia la una de la otra; donde es más amplio, la distancia aumenta a 100 estadios, y en la mayor parte de su recorrido la cifra es la media entre ambos extremos.
  Este río Indo lo cruzó Alejandro en la madrugada con su ejército, para internarse en el país de los indios. Al respecto, en esta historia no he descrito cuáles son las leyes con que cuentan, qué extraños animales produce su tierra, ni cuántos y qué tipo de peces y monstruos acuáticos habitan en el Indo, Hidaspes, Ganges, o cualquier otro río de la India. Tampoco he descrito las hormigas que cavan en la tierra para extraer oro, los grifos guardianes de tesoros, ni ninguno de los incontables relatos que se han compuesto más para entretener que para ser recibidos como una recopilación de hechos reales; y, además, la falsedad de las extrañas historias que se han inventado sobre la India no la puede desvelar cualquiera. Han sido Alejandro y los que sirvieron en su ejército quienes han puesto de manifiesto cuan inexactas son la mayoría de estas historias; aunque algunos de estos mismos hombres fueron responsables del origen de algunas de ellas. Se demostró que aquellos indios a quienes Alejandro visitó con su ejército, y visitó muchas tribus, carecían de oro, y tampoco era en modo alguno suntuoso su estilo de vida. Además, descubrieron que eran de estatura magnífica, de hecho más elevada que la de cualquier raza a lo largo y ancho de Asia: la mayoría de ellos medía cinco codos de altura o un poco menos. Tenían la piel más oscura que el resto de los hombres, a excepción de los etíopes, y en la guerra eran por mucho la más valiente de todas las razas que habitaban en Asia en aquel tiempo. No puedo comparar con justicia a los antiguos persas con los guerreros de la India, aunque los primeros invadieron la tierra meda y arrebataron a los medos su imperio de Asia liderados por Ciro, hijo de Cambises, y conquistaron muchos otros pueblos por la fuerza y por rendición voluntaria. Y es que en ese tiempo los persas eran un pueblo pobre y habitaban una tierra agreste, con leyes y costumbres muy similares a la disciplina de Laconia. Tampoco soy capaz de conjeturar si la derrota encajada por los persas en la tierra de los escitas fue debido a la naturaleza difícil del país invadido, a algún error por parte de Ciro, o a si los persas eran muy inferiores en asuntos bélicos a los escitas de aquella región.

CAPÍTULO V MONTAÑAS Y RÍOS DE ASIA

  Así pues, de los indios voy a tratar en una obra distinta[18], tomando como base los relatos más creíbles que fueron compilados por los hombres que acompañaron a Alejandro en su expedición, así como las memorias de Nearco, que navegó a través del Océano que está cerca de la India[19]. En ella he de registrar una descripción de la India, añadiendo lo que ha sido escrito por Megástenes y Eratóstenes, dos hombres de eminente autoridad; voy a describir las costumbres propias de los indios y los animales extraños que habitan en el país, así como la propia travesía por el Océano.
  Permitidme exponer en esta historia tan sólo lo que a mi juicio es suficiente para explicar los logros de Alejandro. Los Montes Tauro forman el límite de Asia comenzando en Micala, el promontorio que se encuentra frente a la isla de Samos, y luego, pasando a través de los territorios de los panfilios y cilicios, se extienden hasta Armenia. Desde este país, la cordillera se ramifica hacia Media atravesando las tierras de los partos y los corasmios. En Bactria se une con el monte Paropamiso, al que los macedonios que sirvieron en el ejército de Alejandro renombraron como Cáucaso con el fin, se dice, de engrandecer la gloria de su rey afirmando que fue allende el Cáucaso con sus tropas victoriosas. Tal vez es un hecho que esta cadena montañosa es la prolongación del otro Cáucaso en Escitia, como la del Tauro lo es de la misma. Por esta razón, en una ocasión anterior me he referido a este macizo como Cáucaso, y por el mismo apelativo he de seguir llamándolo en el futuro. Este Cáucaso se extiende hasta el Océano que se encuentra en la dirección de la India y el Oriente. De los ríos de Asia que por sus dimensiones son importantes y que nacen del Tauro y del Cáucaso, algunos van encauzados hacia el norte, desembocando ya sea en el lago de Meótida[20], o en el mar llamado Hircano, que en realidad es un golfo del Océano. Otros fluyen hacia el sur, como ser: los ríos Éufrates, Tigris, Indo, Hidaspes, Acesines, Hidraotes, Hífasis, y todos aquellos que se encuentran entre éstos y el río Ganges. Todos ellos desembocan en el mar o desaparecen adentrándose en pantanos, como sucede con el río Éufrates.

CAPÍTULO VI DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA INDIA

  Quien examina la posición geográfica de Asia de tal manera que se divida entre el Tauro y el Cáucaso, desde el céfiro hacia el viento del este, se encuentra con que estas dos grandes divisiones las demarca el mismo Tauro; una se inclina hacia el sur y el viento del sur, y la otra hacia el norte y el viento del norte. El sur de Asia puede una vez más dividirse en cuatro partes, de las cuales Eratóstenes y Megástenes afirman que la India es la más grande. Este último autor vivió en la corte de Sibircio, el sátrapa de Aracosia, y dice que él visitaba con frecuencia a Sandracoto[21], rey de los indios. Ambos autores escriben que la más pequeña de las cuatro partes es la que está delimitada por el río Éufrates y se extiende hasta nuestro Mar Interior. Las otras dos se encuentran entre los ríos Éufrates e Indo, son poco dignas de ser comparadas con la India aunque estuvieran unidas entre sí.
  Dicen que la India limita por el este y el viento del este hasta el sur con el Océano; hacia el norte con el monte Cáucaso, hasta donde éste se une con el Tauro, y que el río Indo la delimita por el oeste y el viento del noroeste, hasta el Océano. La mayor parte de ella es una llanura que, como se supone, ha sido formada por los depósitos aluviales de los ríos; igual que las llanuras en el resto de las tierras situadas cerca del mar son en su mayor parte debidas a los aluviones de los ríos que las surcan. Es por ello que, en tiempos antiguos, los nombres por los que tales países eran llamados se debían a los ríos. Por ejemplo: existe cierta llanura que toma su nombre del Hermo, el cual surca el territorio de Asia desde el monte de la Madre Dindimene, y después fluye más allá de la ciudad eolia de Esmirna hasta llevar sus aguas al mar. Otra planicie de Lidia lleva el nombre del Caistro, un río lidio; otra por el Caico, en Misia, y la llanura caria que se extiende hasta la ciudad jónica de Mileto lleva el nombre del Meandro. Los historiadores Heródoto y Hecateo — a menos que la obra sobre Egipto sea de otra persona y no de Hecateo — llaman de la misma manera a Egipto un don del río, y Heródoto ha demostrado con pruebas inequívocas que tal es el caso; de modo que incluso el propio país quizás recibió su nombre del río. Y es que el río que tanto los egipcios como los hombres del extranjero dan ahora el nombre de Nilo, fue en los tiempos de antaño llamado Egipto; Homero es prueba suficiente, pues dice que Menelao colocó a sus barcos a la salida del río Egipto. Por tanto, si uno sólo de estos ríos, que además no son muy caudalosos, basta para formar una extensa zona llana en un país, mientras fluya siempre hacia adelante, hasta el mar, arrastrando el fango y el limo desde las regiones más altas de donde se derivan sus fuentes, de seguro que no es apropiado hacer exhibición de escepticismo cuando se trata del caso de la India; si ha llegado a pasar que la mayor parte de ella sea una inmensa llanura, ha sido porque la han formado los depósitos aluviales de sus ríos. Porque si los ríos Hermo, Caistro, Caico, Meandro, y todos los ríos de los países de Asia que vierten sus aguas en nuestro Mar Interior fueran todos juntados, el volumen de agua resultante no sería comparable con uno de los ríos de la India. No me refiero únicamente al Ganges, que es el más gigantesco, y con el que ni el Nilo de Egipto ni el Istro que fluye a través de Europa son dignos de equipararse; sino a que, si todos los ríos se mezclaran juntos, ni siquiera así igualarían al río Indo, que ya es un río enorme tan pronto como brota de sus fuentes, y después de recibir las aguas de quince ríos, todos ellos mayores que los de la provincia de Asia, vierte sus aguas en el mar manteniendo su propio nombre y absorbiendo el de sus afluentes.
  Estas observaciones que he hecho acerca de la India me parecen suficientes para la presente obra; permitidme que el resto lo reserve para mi "Historia Índica.

CAPÍTULO VII DESCRIPCIÓN DE MÉTODOS PARA CONSTRUIR PUENTES

  Cómo Alejandro construyó su puente sobre el río Indo no lo explican ni Aristóbulo ni Ptolomeo, autores a los que suelo seguir. No soy capaz tampoco de formarme una opinión definitiva sobre si pudo ser un puente de barcos, como el que Jerjes hizo en el Helesponto, y Darío en el Bósforo y en el Istro, o si construyó un puente permanente sobre el río. A mí me parece más probable que el puente fuese de barcas, porque la profundidad de las aguas no admitía la construcción de un puente regular; ni podía tan enorme trabajo ser completado en tan poco tiempo. Si el paso se hizo mediante un puente de barcos, no sabría precisar si las embarcaciones unidas entre sí con cuerdas y amarradas en fila fueron suficientes para formar el puente, como Heródoto de Halicarnaso asegura que el Helesponto fue cruzado; o si el trabajo se efectuó en la forma en que el puente sobre el Istro y el Rin galo fueron construidos por los romanos, y en la forma en que éstos han venido fabricando puentes sobre el Éufrates y el Tigris con la frecuencia que la necesidad les demanda.
  Mas, como yo mismo conozco de primera mano, los romanos han comprobado que la manera más rápida de hacer un puente es con barcos, y este método es el que explicaré en esta ocasión porque vale la pena describirlo. Se hace así: A una señal convenida, las naves son soltadas en la corriente, no con sus proas hacia adelante, sino como si le dieran la espalda al agua. Como es natural, la corriente se las lleva río abajo, pero una barcaza equipada con remos las detiene para que se asienten en el lugar asignado a cada una. Luego, unos cestos de mimbre de forma piramidal y llenos de piedras sin labrar se dejan caer en el agua desde la proa de cada una, con el fin de inmovilizarlas en contra de la fuerza de la corriente. Tan pronto como una de estas embarcaciones ha sido rápidamente amarrada, otras más son amarradas de la misma manera con sus proas contra la corriente, apartadas unas de otras a una distancia adecuada para soportar lo que se les pondrá encima. En ambas se colocan piezas de madera con puntas afiladas que sobresalen hacia fuera, sobre las que se clavan tablas cruzadas para unirlas; y así procede el trabajo con todas las naves necesarias para salvar el río. En cada extremo de este puente, se colocan firmes pasarelas fijas que se lanzan hacia tierra, para que el cruce sea más seguro para los caballos y bestias de carga, y, al mismo tiempo, para que sirva de enlace con el puente. En poco tiempo, todo acaba envuelto en mucho ruido y bullicio; sin embargo, la disciplina no se relaja mientras el trabajo se está realizando. Los llamados a voz en cuello de los supervisores a los hombres de una embarcación a otra, o sus censuras por su laxitud, no evitan que las órdenes se escuchen, ni estorba la celeridad de la obra.

CAPÍTULO VIII ALEJANDRO MARCHA DESDE EL INDO AL HIDASPES

  Éste ha sido el método de construcción de puentes practicado por los romanos desde tiempos inmemoriales, pero cómo estableció Alejandro un puente sobre el río Indo no puedo precisarlo, porque quienes sirvieron en su ejército no han dicho nada al respecto. Pero yo creo que el puente se hizo de una forma lo más similar posible a la que he descrito; si se empleó algún otro artilugio, así sea.
  Cuando Alejandro hubo cruzado al otro lado del río Indo, volvió a ofrecer el sacrificio que ya era habitual. Luego, partiendo del Indo llegó a Taxila, una ciudad grande y próspera, de hecho la más grande de las situadas entre los ríos Indo e Hidaspes. En ella gozó de la hospitalidad de Taxiles, el gobernador de la ciudad, y los ciudadanos de aquel lugar. Accedió a añadir a su territorio gran parte del país vecino, como éstos le pedían. Hasta aquí vinieron a verle unos emisarios de Abisares, rey de los indios de las montañas, entre los cuales se incluían el hermano de Abisares y otros hombres notables. Otros enviados vinieron de parte de Doxares, gobernante de aquella tierra, trayendo regalos para el rey. Aquí en Taxila, Alejandro ofreció los sacrificios acostumbrados, y mandó celebrar certámenes de gimnasia y equitación. Después nombró sátrapa de los indios de este territorio a Filipo, hijo de Mácata; dejó una guarnición en Taxila, con los soldados que estaban de baja por enfermedad, y luego enfiló hacia el río Hidaspes.
  Se le había informado de que Poro estaba con la totalidad de su ejército en el otro lado de ese río, muy resuelto a impedirle pasar, o atacarle mientras estuviese cruzando. Habiendo comprobado esta noticia, Alejandro envió a Coeno, hijo de Polemócrates, de vuelta al río Indo con indicaciones de desmontar en piezas transportables todos los barcos que había preparado para cruzar ese río, y llevarlos al río Hidaspes. Coeno desarmó todos los barcos, y los transportó adonde se le había dicho; los más pequeños los dividieron en dos piezas, y los triacóntoros en tres. Las piezas fueron llevadas en carros hasta la ribera del Hidaspes; allí las ensamblaron de nuevo y botaron la flota entera en el río. Alejandro tomó las fuerzas que tenía cuando llegó a Taxila, aumentadas con 5.000 indios bajo el mando de Taxiles y los jefes de aquel territorio, y los hizo marchar hacia el mismo río.
CAPÍTULO IX PORO OBSTRUYE EL AVANCE DE ALEJANDRO

  Alejandro se instaló en la orilla del Hidaspes, donde se divisaba a Poro con todo su ejército y su considerable dotación de elefantes, que cubrían toda la orilla opuesta. Éste se quedó a vigilar el paso frente al sitio donde vio acampar a Alejandro, y apostó centinelas en otros tramos del río que eran fácilmente vadeables, colocando a buenos oficiales en cada destacamento, pues estaba muy decidido a obstruir el paso de los macedonios. Cuando Alejandro se percató de ello, consideró que era conveniente mover su ejército en distintas direcciones, para distraer la atención de Poro y despistarle hasta dejarle sin saber qué hacer. Dividió su ejército en varias unidades; llevó a algunas de sus tropas ora aquí, ora allá; al mismo tiempo provocando estragos en el territorio enemigo y escrudiñando atentamente el río para ver si existía un lugar por donde fuese más fácil de vadear. El resto de sus tropas las confió a sus diferentes generales, a quienes de igual forma dispersó en distintas direcciones. También mandó a acopiar grano de los campos en los alrededores de aquende el Hidaspes para el campamento; y así hacer que fuese evidente para Poro que habían decidido permanecer cerca de la orilla hasta que el nivel de las aguas del río descendiera en el invierno, cuando es posible el cruce por muchos lugares a lo largo del cauce.
  Sus barcos navegaban río arriba y río abajo, las pieles se estaban llenando de heno para usarlas como balsas, y toda la playa parecía estar cubierta por toda la caballería en un punto y en otro por la infantería; a Poro no se le dio una sola oportunidad de permanecer quieto en un sitio, o concentrar a todas sus tropas juntas en un punto escogido por ser adecuado para la defensa del paso. Además, en aquella temporada todos los ríos de la India fluyen con el cauce muy crecido, y aguas turbias y raudas, porque es la época del año cuando el sol está orientado hacia el solsticio de verano. Ésta es la estación de las copiosas e incesantes lluvias en la India, y las nieves del Cáucaso, donde la mayoría de los ríos tienen sus fuentes, se funden y van a aumentar las corrientes en gran medida. Pero en el invierno vuelven a disminuir, los ríos se encogen y el agua se pone clara, y son vadeables por algunos lugares; con la excepción del Indo, el Ganges, y tal vez uno o dos más. En cualquier caso, el Hidaspes si es factible vadearlo entonces.
CAPÍTULO X ALEJANDRO Y PORO EN EL HIDASPES

  Por ello, Alejandro echó a correr el rumor de que iba a esperar a que tal estación del año llegara, si el paso seguía obstaculizado como en aquel momento. En realidad, todo el tiempo estaba al acecho para ver si mediante la rapidez de sus movimientos podría escabullirse de la vigilancia del adversario y cruzar por un lugar cualquiera sin ser observado. Sin embargo, se dio cuenta de que era imposible hacerlo por el mismo sitio donde había acampado Poro, tan cercano a la orilla del Hidaspes; no sólo debido a la multitud de sus elefantes, sino también por su gran ejército dispuesto en orden de batalla y espléndidamente ataviado, que estaba listo para atacar a sus hombres tan pronto como pusieran un pie fuera del agua. Por otra parte, sabía que sus caballos no estarían dispuestos a siquiera posar las patas en la orilla opuesta, puesto que los elefantes caerían enseguida sobre ellos y los espantarían por su aspecto y su barritar; mucho menos se mantendrían tranquilos sobre las balsas de cuero durante el cruce del río, ya que al mirar hacia el otro lado y olfatear a los elefantes, se convertirían en una masa frenética y saltarían al agua.
  Por lo tanto, decidió realizar una travesía furtiva mediante la maniobra siguiente: en la noche, llevó a la mayor parte de su caballería bordeando la orilla en varias direcciones, armando todo el barullo posible y elevando gritos de batalla en honor a Eníalo. Hacían todo tipo de ruido, como si estuvieran realizando preparativos para cruzar el río. Poro se vio forzado a marchar también a lo largo del río, delante de sus elefantes dispuestos en paralelo a los lugares de donde venía el clamor. Así, Alejandro poco a poco le impuso el hábito de conducir a sus hombres desplegados frente a la batahola de la orilla contraria. Pero como esto ocurría con frecuencia, y al descubrir que no se trataba de otra cosa que bulla y gritos de batalla, Poro dejó de avanzar deprisa hasta el punto donde se creía que llegaría la caballería; al constatar que su miedo había sido infundado, optó por permanecer en su posición en el campamento. No obstante, no renunció a enviar exploradores a patrullar a lo largo de la ribera. Una vez que Alejandro se convenció de que la mente de Poro ya no albergaba temor alguno a sus tentativas nocturnas, ideó una nueva estratagema.

CAPÍTULO XI ESTRATAGEMA DE ALEJANDRO PARA CRUZAR EL RÍO

  Existía en la ribera del Hidaspes un promontorio saliente, donde el río formaba una formidable curva. Estaba cubierto por un denso bosque que contenía toda clase de árboles, y más allá, en medio del río y opuesta a él, había una isla llena de árboles y sin senderos por estar deshabitada. Notando que la isla estaba exactamente enfrente del promontorio, y que ambos eran boscosos e ideales para ocultar el cruce del río, Alejandro decidió transferir a su ejército a este lugar. Tanto el promontorio como la isla se hallaban a 150 estadios de distancia de su campamento principal. A lo largo de toda la ribera, apostó centinelas separados por una corta distancia, para no perderse de vista unos a otros y poder escuchar las órdenes voceadas desde cualquier dirección. Para disimular el plan, mandó que siguieran haciendo ruido en todas partes durante muchas noches más, y que las fogatas se mantuvieran ardiendo en el campamento.
  Cuando el rey decidió que ya podía llevar a cabo el paso del río, en el campamento se prepararon abiertamente las medidas para el cruce. Crátero se quedaría en el campamento con su propia hiparquía de caballería, los jinetes aracosios y paropamisadas, las unidades de la falange de la infantería de Macedonia que mandaban Alcetas y Poliperconte, junto con los jefes de los indios que habitan en este lado del Hífasis, que tenían con ellos a 5.000 hombres. A Crátero se le ordenó no cruzar el río antes que Poro se hubiese trasladado con sus fuerzas contra Alejandro, o antes de que éste mismo se cerciorase de que Poro se había dado a la fuga, tras haber obtenido Macedonia una nueva victoria. "Sin embargo," dijo Alejandro, "si Poro toma sólo a una parte de su ejército para marchar a enfrentarme, y deja a la otra parte con los elefantes en su campamento, en ese caso, tú también debes permanecer en tu posición actual. Pero si lleva a todos sus elefantes con él contra mí y una fracción del resto de su ejército se queda atrás en el campamento, entonces tú debes cruzar el río a toda velocidad.”
  “Porque sólo los elefantes," prosiguió el rey," hacen que sea imposible desembarcar a los caballos en la otra orilla. El resto del ejército puede cruzar fácilmente."

CAPÍTULO XII EL CRUCE DEL HIDASPES

  Tales fueron las cautelosas indicaciones para Crátero. Entre la isla y el gran campamento donde había dejado a este general, Alejandro destacó a Meleagro, Átalo y Gorgias con los mercenarios griegos de caballería e infantería, dándoles instrucciones de que cada sección del ejército cruzara tan pronto como vieran a los indios involucrados en la batalla. A continuación, tomó al selecto cuerpo del ágema de los llamados Compañeros, así como las hiparquías de caballería de Hefestión, Pérdicas y Demetrio, las caballerías de Bactria, Sogdiana y Escitia, y los arqueros montados dahos. De la falange de infantería tomó a los hipaspistas, las unidades de Clito y Coeno, con los arqueros y agrianos; e inició la marcha en secreto, manteniéndose lejos de la orilla del río para no ser visto yendo hacia la isla y el promontorio, sitio por el cual se había decidido a cruzar.
  Allí, las pieles se llenaron durante la noche con la paja que había sido adquirida mucho antes, y se cosieron con fuertes puntadas por la parte superior. Esa misma noche, se produjo una furiosa tormenta con lluvia, con lo que sus preparativos y su intento de cruzar pasarían aún más inadvertidos, ya que el ruido de los truenos y la tormenta ahogó el producido por las armas y el vocerío de los oficiales. La mayoría de los barcos, las galeras de treinta remos incluidas con el resto, habían sido desmontados en piezas a orden suya, y se transportaron a este lugar, donde los habían vuelto a ensamblar y escondido en el bosque. Al despuntar la luz del día, amainaron el viento y la lluvia; el resto del ejército se posicionó frente a la isla, la caballería embarcó en las balsas hechas con las pieles, igual que tantos de los soldados de a pie como los barcos pudieron soportar. Pasaron tan sigilosamente que no fueron detectados por los centinelas apostados por Poro; no antes de haber conseguido pasar más allá de la isla y estando no muy lejos de la otra orilla.
CAPÍTULO XIII EN LA OTRA ORILLA DEL HIDASPES

  Alejandro se embarcó en un triacóntoro y se dirigió hacia la otra ribera, acompañado por Pérdicas, Lisímaco, dos miembros de la escolta real, Seleuco, uno de los Compañeros, que después sería rey, y la mitad de los hipaspistas; las tropas restantes se transportaron en otras galeras del mismo tamaño. Cuando los soldados pasaron allende la isla, enfilaron su rumbo hacia la orilla ya sin disimulo, y cuando los centinelas enemigos los avistaron, partieron a avisar a Poro tan rápido como el caballo de cada quien podía galopar. El mismo Alejandro fue el primero en saltar a tierra, y de inmediato empezó a formar en correcto orden de batalla a la caballería a medida que ésta iba desembarcando de sus embarcaciones y de los demás triacóntoros. La caballería había recibido órdenes de ser la primera en desembarcar; y ya desplegada en el orden usual, Alejandro se puso al frente y se dispuso a avanzar. Pronto vio que, debido a su desconocimiento del lugar, había efectuado el desembarco en un terreno que no era parte de la ribera, sino una isla; una bastante grandota, de ahí que no se diera cuenta de que se trataba de una isla. Estaba separada de la otra orilla por un meandro del río donde el cauce era poco profundo. Pero la fuerte lluvia caída durante la tormenta anterior, que duró la mayor parte de la noche, había aumentado tanto las aguas que la caballería no podía encontrar un vado, y temía someterse a otro cruce tan laborioso como el primero.
  Cuando por fin se encontró un vado, Alejandro condujo a sus hombres a través de él con mucha dificultad porque pasaban por donde éste era más profundo; el agua les llegaba por encima del pecho a los infantes, y de los caballos sólo sus cabezas se elevaban por encima de ella. Cuando también hubo cruzado este tramo, seleccionó al ágema de caballería y a los mejores hombres de las otras hiparquías de las restantes caballerías, y los puso en columna a su derecha. Frente a toda la caballería ubicó a los arqueros montados, desplazó junto a la caballería y delante de la infantería a los hipaspistas reales bajo el mando de Seleuco. Cerca de ellos estaba el ágema de a pie, y junto a éstos el resto de los hipaspistas, en el orden de precedencia que se estilaba en aquellos tiempos. A cada lado, en los extremos de la falange, iban los arqueros, los agrianos y los lanzadores de jabalina.

CAPÍTULO XIV BATALLA DEL HIDASPES

  Habiendo dispuesto así a su ejército, Alejandro ordenó a la infantería seguir adelante a un ritmo lento y regular; no eran muchos menos de 6.000 hombres, y según pensaba el rey, tenían superioridad en caballería, por lo que llevó solamente a un total de 5.000 jinetes hacia adelante con rapidez. También ordenó a Taurón, el jefe de los arqueros, guiarlos con la misma velocidad detrás de la caballería. El rey había llegado a la conclusión de que si Poro llegaba a enfrentarle con todas sus fuerzas, no tendría dificultad en superarle al contraatacar con su caballería, o mantenerse a la defensiva hasta que su infantería llegase en el transcurso del combate; pero si los indios se amedrentaban por su extraordinaria audacia al pasar el río y escapaban, él sería capaz de darles alcance en su huida, por lo que la masacre sería mayor, y no quedarían muchos problemas más para él.
  Aristóbulo dice que el hijo de Poro llegó con unos sesenta carros de guerra antes de que Alejandro acabara de cruzar desde la isla a la orilla, y que podría haber impedido el paso de Alejandro — quien estaba ya teniendo dificultades incluso cuando nadie se le oponía — si los indios hubieran bajado de sus carros y asaltado las primeras líneas de macedonios que salían del agua. Empero pasaron de largo con los carros, y de esa forma el cruce fue bastante seguro para Alejandro, quien al llegar a la orilla mandó a sus arqueros montados a cargar contra los indios en los carros, y éstos los pusieron fácilmente en fuga, muchos de ellos malheridos. Otros autores dicen que tuvo lugar una batalla entre los indios que vinieron con el hijo de Poro y Alejandro al frente de su caballería; que el hijo de Poro traía consigo una fuerza muy superior, que el mismo Alejandro fue herido por éste, y que cayó en acción su caballo Bucéfalo, al que le tenía mucho cariño, herido, al igual que su amo, por el hijo de Poro.
  Sin embargo, Ptolomeo, hijo de Lago, con quien estoy de acuerdo esta vez, da una versión diferente. Este autor también dice que a quien envió Poro fue a su hijo, pero no con apenas 60 carros de guerra; no es probable que Poro, oyendo de sus exploradores que, o bien el propio Alejandro o, en todo caso, una parte de su ejército se habían acercado a la orilla del Hidaspes en la que estaban, pensara en mandar a su hijo contra él con sólo esa cantidad de carros. Se trata, de hecho, de que 60 eran demasiados para enviarlos como una partida de reconocimiento, y no son apropiados para una rápida retirada; pero, eso sí, eran una fuerza suficiente para inmovilizar a las del enemigo que aún no hubieran pasado, así como para atacar a los que ya habían desembarcado. Ptolomeo dice que el hijo de Poros se presentó a la cabeza de 2.000 soldados de caballería y 120 carros. Para entonces, Alejandro había cruzado desde la isla antes de que aparecieran.

CAPÍTULO XV DESPLIEGUE TÁCTICO DE PORO

  Ptolomeo también dice que Alejandro en primer lugar envió a los arqueros montados contra aquella fuerza; luego se puso al frente de la caballería, creyendo que era Poro quien se acercaba con todas sus fuerzas, y que este cuerpo de caballería era sólo la vanguardia del resto de su ejército. Tras haber determinado con exactitud el número de los indios a combatir, de inmediato embistió velozmente contra ellos con la caballería que tenía a mano. Al darse cuenta los adversarios de que quien arremetía contra ellos era Alejandro en persona, acompañado por la caballería en torno a él, formada no en el orden de batalla acostumbrado, sino en escuadrones, cedieron terreno; unos 400 de su caballería murieron en la contienda, entre ellos el hijo de Poro. Los carros también fueron capturados, con los caballos y todo incluido, porque eran pesados y lentos en el retroceso, y resultaron inútiles en el combate propiamente dicho a causa de la tierra arcillosa.
  Cuando los jinetes que habían escapado de la debacle le contaron a Poro la nueva de que el mismo Alejandro había cruzado el río con la flor de su ejército, y que su hijo había fallecido en la batalla, éste no podía decidirse qué rumbo tomar. Era obvio que los hombres que se habían quedado atrás con Crátero intentarían cruzar el río desde el gran campamento, que estaba justo enfrente del suyo. Al final prefirió marchar contra el mismo Alejandro con todo su ejército, y entablar un combate decisivo con las mejores y más tenaces tropas de los macedonios, comandados por el rey en persona. Por precaución, dejó unos pocos de los elefantes, junto con un pequeño ejército, en el campamento para sobrecoger a la caballería de Crátero y mantenerlos lejos de su orilla. Luego, tomó a todos sus jinetes, un total de 4.000 hombres, sus 300 carros de guerra, 200 elefantes y 30.000 soldados de infantería de élite, y marchó a encontrarse con Alejandro.
  Encontrando un lugar en el que vio que no había fango, sino que debido a la arena el suelo era todo nivelado y endurecido, y por lo tanto apto para el avance y retroceso de la caballería, Poro desplegó allí a su ejército. En primer lugar colocó a los elefantes por delante, cada animal a aproximadamente cien pies aparte, de modo que se extendieran en línea en la parte delantera de la infantería, y causaran pavor entre la caballería de Alejandro. Además, pensaba el monarca indio que a ninguno de los enemigos se le ocurriría la temeridad de penetrar en los espacios que separaban a los elefantes; la caballería sería disuadida de siquiera intentarlo por el susto de sus equinos, y menos aún lo haría la infantería, pues era probable que fuesen echados hacia atrás por los pesadamente armados soldados que caerían sobre ellos, y serían pisoteados por los elefantes dando volteretas en torno a ellos. Cerca de éstos había apostado a su infantería, que no ocupaba una línea al lado de los animales, sino que iba en una segunda línea detrás de ellos, a una distancia oportuna para que las unidades de infantería pudieran avanzar rápido hacia los espacios entre los paquidermos. Poro tenía también otras tropas de infantería ubicadas más allá de los elefantes, en ambas alas, y en ambos flancos de la infantería había destacado a la caballería, frente a la cual iban los carros en las dos alas de su ejército.

CAPÍTULO XVI TÁCTICAS DE ALEJANDRO

  Tal fue orden de batalla que ideó Poro para sus fuerzas. Al observar Alejandro que los indios habían terminado de formar para la batalla, detuvo a su caballería para no avanzar más lejos, y que pudiera alcanzarlos la infantería, que ya aparecía, y cuando la falange hubo arribado cerca de la caballería tras una rápida marcha, no los hizo formar enseguida ni los condujo directo al ataque; no deseaba entregar en bandeja a sus hombres, resoplando de agotamiento y sin aliento tras la caminata, a los bárbaros frescos y descansados. Por el contrario, hizo que su infantería reposara hasta que recobrasen sus fuerzas; montando a caballo, trotó alrededor de sus líneas para inspeccionar a sus soldados.
  Acabando de estudiar el despliegue de los indios, decidió no avanzar contra el centro, frente al cual los elefantes se hallaban, y en los espacios entre ellos era visible una densa falange de adversarios; le empezaba a preocupar el despliegue táctico que Poro había elaborado para dicha sección, puesto que evidentemente había previsto lo que podía intentar el macedonio. Pero como poseía una superior caballería, tomó la mayor parte de aquélla y arremetió contra el ala izquierda del enemigo, con el propósito de empezar el ataque en este flanco. Contra la derecha, envió a Coeno con su propia hiparquía y la de Demetrio, indicándole mantenerse detrás de los bárbaros cuando, al ver éstos la densa masa de la caballería del rey embistiendo contra ellos, se aglomerasen a toda prisa para ir a enfrentarlo. Seleuco, Antígenes y Taurón recibieron la orden de ponerse al mando de la falange de infantería, pero sin involucrarse en la lucha hasta que observaran que la caballería y la falange de infantería enemigas se hundían en el desorden por el ataque de la caballería bajo el mando del rey.
  Cuando llegaron dentro del alcance de las flechas, Alejandro lanzó a 1.000 de los arqueros montados contra el ala izquierda de los indios; de esta manera lograría sumir las líneas del enemigo apostadas allí en la confusión por la lluvia incesante de flechas y la carga simultánea de los jinetes. Él mismo galopó prontamente con la caballería de los Compañeros contra el ala izquierda de los bárbaros, ansioso de atacarlos por el flanco mientras todavía se encontraban desorganizados, y antes de que su caballería pudiera ser desplegada para responder.
CAPÍTULO XVII DERROTA DE PORO

  Mientras tanto, los indios habían concentrado su caballería desde todas las partes, y se desplazaban hacia adelante apartándose de su posición para contraatacar a la caballería de Alejandro. Coeno apareció en ese momento con sus hombres por la retaguardia, de acuerdo con las órdenes recibidas. Los indios, observando esto, se vieron obligados a bifurcar la línea de su caballería en ambos sentidos; la parte más avezada y numerosa enfiló en contra de Alejandro, y el resto volvió grupas para encargarse de Coeno y sus fuerzas. Esto tuvo el efecto de que a las filas indias y sus cuidadosos planes se los tragara el caos. Alejandro vio su oportunidad en el momento en que la caballería se daba la vuelta en la otra dirección; atacó a los que tenía enfrente con tal brío que los indios no pudieron aguantar la embestida de su caballería, y fueron desbandados y arrojados hacia atrás, refugiándose detrás de los elefantes como si fuesen una muralla amiga. Al contemplar esto, los guías de los elefantes instaron a los animales a cargar contra la caballería, pero ahora la propia falange de los macedonios avanzaba directamente hacia los paquidermos; los hombres lanzaban jabalinas para derribar a los guías y también los infantes más audaces lograron llegar cerca: desplegados en torno a las enormes patas, golpeaban a las propias bestias desde todos lados.
  Se desarrolló así la acción bélica más insólita de todas cuantas se habían dado hasta entonces. Siempre que los animales hallaban cómo girar sobre sí mismos, arremetían contra las filas de la infantería y demolían la falange de los macedonios, compacta como solía ser. Los de la caballería de la India, viendo que la infantería estaba demasiado ocupada en esto, se reunieron de nuevo y avanzaron contra los jinetes de Macedonia. Pero los hombres de Alejandro, destacados por su combatividad y disciplina, los apabullaron una segunda vez, y fueron rechazados de nuevo hacia los elefantes y encerrados entre ellos. Para ese momento, la totalidad de la caballería de Alejandro se había reunido en un solo escuadrón, no porque su rey les hubiese dado la orden, sino porque la lucha misma los había llevado a ello, y dondequiera que atacaban, las filas de los indios eran destrozadas.
  Las bestias estaban ahora apiñadas en un espacio angustiosamente estrecho; haciendo cabriolas y dando empellones para despejar el terreno, pisoteaban y lesionaban a las tropas amigas y a las tropas enemigas equitativamente. En consecuencia, se produjo una gran matanza entre la caballería, encerrada como estaba en un espacio reducido en torno a los elefantes. La mayoría de los cuidadores de los elefantes habían sido tumbados por las jabalinas, y algunos de los animales habían recibido heridas, mientras que otros ya no podían seguir y luchaban por alejarse de la batalla a causa de sus sufrimientos o por fallecimiento de su guía. Enloquecidos por el dolor, corrían hacia amigos y enemigos por igual, empujándolos, pisoteándolos y matándolos de todas las formas imaginables. A los macedonios les iba mejor, pues se retiraban a tiempo cuando veían venir a esas impresionantes moles a la carrera, porque ellos se habían abalanzado sobre los animales en un espacio más abierto y actuaban de acuerdo con un plan; cuando los elefantes se daban media vuelta para regresar, los seguían de cerca y lanzaban venablos contra ellos. Los indios que en su retirada se metían entre los elefantes estaban recibiendo ahora un mayor daño de parte de ellos. Cuando los animales estaban demasiado extenuados, y ya no eran capaces ni de cargar a media fuerza, comenzaron a retirarse de cara a los enemigos como barcos que van a contracorriente, emitiendo simplemente un estridente sonido de advertencia con sus trompas.
  Alejandro rodeó toda la línea adversaria con su caballería, y dio la señal a la infantería de juntar sus escudos entre sí para formar un rectángulo muy compacto, y avanzar así en falange. Por este medio, la caballería india, con la excepción de unos pocos hombres, se redujo considerablemente en número luchando contra ellos; como también la infantería, porque los macedonios estaban presionándolos por doquier. Percatándose de que estaban siendo derrotados, todos los que podían hacerlo se dieron a la fuga a través de los espacios abiertos entre los distintos escuadrones de la caballería de Alejandro.

CAPÍTULO XVIII PÉRDIDAS DE AMBOS COMBATIENTES — PORO SE RINDE

  Al mismo tiempo, Crátero y los otros oficiales del ejército de Alejandro que se habían quedado en el campamento del Hidaspes, cruzaron el río cuando se dieron cuenta de que Alejandro había logrado otra brillante victoria. Estos hombres, estando descansados, continuaron con la persecución de los fugitivos en lugar de las exhaustas tropas de Alejandro; nada menos que una gran masacre de los indios en retirada fue lo que hicieron. De los indios, algo menos de 20.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería murieron en esta batalla. Todos los carros de guerra fueron hechos pedazos; dos hijos de Poro fueron abatidos en combate, al igual que Espitaces, el sátrapa de los indios de aquella región, todos los guías de los elefantes, los aurigas de los carros de guerra y todos los jefes de caballería y los generales del ejército de Poro. Los elefantes que no murieron ahí fueron capturados posteriormente. De las fuerzas de Alejandro, en cambio, cayeron unos 80 de los 6.000 soldados de infantería que participaron en el primer ataque, y diez de los arqueros montados que también fueron los primeros en participar en la acción; unos 20 de la caballería de los Compañeros, y 200 jinetes de otras hiparquías.
  Poro había demostrado su admirable talento para la guerra en aquella batalla, realizando competentemente las tareas no sólo de un general, sino también de un valiente soldado; observando la masacre de su caballería y viendo que algunos de sus elefantes yacían muertos, otros privados de sus guías errando por allí en condiciones lastimeras, y que la mayor parte de su infantería habían perecido, no escapó, como el Gran Rey Darío hizo, dando un mal ejemplo a sus hombres. Por el contrario, mientras quedó algún contingente indio que se mantuviera firme y ordenado en la batalla, él prosiguió la lucha. Pero al final, tras haber recibido durante la confrontación una herida en el hombro derecho, la única parte de su cuerpo sin protección, debió retroceder. Su cota de malla protegía el resto de su cuerpo de los proyectiles, al ser extraordinaria por su resistencia y porque encajaba a la perfección en sus extremidades, como pudieron observar más tarde los que le vieron. Herido, hizo dar la vuelta a su elefante y empezó a retirarse del campo.
  Alejandro, que había constatado que aquél era un gran hombre y valeroso en la batalla, deseaba preservarle con vida. Por consiguiente, mandó primero a verle al indio Taxiles, quien cabalgó hasta ponerse a una cercana pero prudencial distancia del elefante que cargaba a Poro, y le ordenó mantener quieto al paquidermo; le aseguró que huir ya no era posible para él y le rogó que escuchase el mensaje de Alejandro. No obstante, al ver Poro que el heraldo era Taxiles, su viejo enemigo, se dio media vuelta y se dispuso a atravesarlo con una jabalina; probablemente lo habría matado si el otro no hubiera puesto rápido a su caballo fuera del alcance de Poro, antes de que éste pudiera golpearlo. Alejandro no se enfadó con Poro ni siquiera por esto, sino que continuó enviándole más emisarios uno tras otro; el último de todos fue Meroe, un indio, porque se había enterado de que era un antiguo amigo de Poro. Tan pronto como éste terminó de escuchar el mensaje que le llevó Meroe, y, al mismo tiempo, sintiéndose vencido por la sed, detuvo su elefante y se apeó de él. Después de beber un poco de agua y sentirse refrescado, le dijo a Meroe que le llevara sin más retraso ante Alejandro. Así lo hizo Meroe.
CAPÍTULO XIX ALIANZA ENTRE ALEJANDRO Y PORO — MUERTE DE BUCÉFALO

  Cuando Alejandro escuchó que Meroe traía a Poro, se puso al frente de sus tropas con algunos de los Compañeros para ir al encuentro; detuvo su caballo frente a él, admirando su hermosa figura y su estatura, que se elevaba un poco más de cinco codos. También se sorprendió de que su indómito espíritu no diera muestras de estar intimidado, sino que avanzó a su encuentro como un hombre valiente recibiría a otro hombre valiente, habiendo luchado honorablemente en defensa de su propio reino contra otro rey. Alejandro fue el primero en hablar, pidiéndole al indio que le dijera cuál era el tratamiento que deseaba recibir. El relato asegura que Poro contestó: "¡Trátame, Alejandro, como a un rey!"
  Muy complacido por estas palabras, Alejandro le respondió: "Por parte mía, Poro, serás tratado de esta manera. Por la tuya pídeme algo que te agradaría recibir a ti."
  Sin embargo, Poro dijo que todo lo que deseaba estaba incluido en esa petición. Alejandro, aún más contento por esta contestación, no sólo le restituyó la soberanía sobre sus propios territorios, sino que también agregó otro domino al que ya tenía, de mayor magnitud que el anterior. Así cumplió el deseo de aquél admirablemente valeroso hombre de ser tratado como un rey, y desde ese momento éste le fue siempre leal en todas las circunstancias.
  Tal fue el resultado de la batalla de Alejandro contra Poro y los indios que vivían allende el río Hidaspes, que se libró en el mes de muniquión en el año del arcontado de Hegemón en Atenas.
  Alejandro fundó dos ciudades, una donde la batalla se llevó a cabo, y la otra en el lugar donde se comenzó a cruzar el río Hidaspes; a la primera la llamó Nicea, en conmemoración de su victoria sobre los indios, y a la segunda Bucéfala en memoria de su caballo Bucéfalo, que murió allí, no por haber sido herido por cualquier arma, sino por los efectos de la fatiga y la vejez; contaba ya con una treintena de años y estaba muy desgastado por el agotamiento. Este Bucéfalo había compartido muchas penurias y peligros con Alejandro durante muchos años; no se dejaba montar por nadie que no fuera el rey, porque rechazaba a otros jinetes. Era a la vez de tamaño inusual y generoso de temple. La cabeza de un buey la tenía grabada como una marca distintiva, y, de acuerdo con algunos autores, ésa fue la razón por la que recibió aquel nombre; pero dicen otros que, aunque era negro por completo, tenía una mancha blanca en la testa que tenía un notorio parecido con la cabeza de un buey. En la tierra de los uxios, este caballo se lo robaron a Alejandro, quien inmediatamente envió una proclama por todo el país diciendo que iba a matar a todos los habitantes a menos que el caballo fuese devuelto. Como resultado de esta proclama, el animal fue traído de nuevo sin tardanza ante él. Lo cual ilustra cuan intenso era el cariño que Alejandro sentía por el caballo, y el grande temor a Alejandro que los bárbaros albergaban. Permitidme que rinda este pequeño homenaje de mi parte a este Bucéfalo por deferencia a su amo.

CAPÍTULO XX LA CONQUISTA DE LOS GLAUSOS — LA EMBAJADA DE ABISARES — CRUCE DEL RÍO ACESINES

  Realizados los ritos fúnebres con todos los honores debidos para los macedonios caídos en la batalla, Alejandro ofreció los sacrificios rituales a los dioses en agradecimiento por su victoria, y organizó concursos de gimnasia y equitación en la orilla del Hidaspes, en el lugar donde por primera vez lo cruzó con su ejército. Más adelante, dejó a Crátero atrás con una parte del ejército para terminar de erigir y fortificar las ciudades que él estaba fundando en aquella región; él mismo debía proseguir su marcha para combatir con los indios de la tierra contigua a los dominios de Poro. De acuerdo con Aristóbulo, este pueblo era conocido con el nombre de glaucánicos, Ptolomeo, al contrario, los llama glausos; cuál era realmente el nombre que llevaban, me es bastante indiferente. Alejandro atravesó su tierra con la mitad de la caballería de los Compañeros, los soldados de infantería escogidos de cada falange, todos los arqueros montados, los agrianos y los arqueros de a pie. Todos los habitantes se acercaron a él en son de paz para capitular voluntariamente, y de esta manera es como se adueñó de treinta y siete ciudades; las más chicas de éstas tenían 5.000 habitantes en total, y las más grandes presumían de poseer por encima de 10.000 ciudadanos. También tomó muchos pueblos, cuya población no era mucho menor que de las ciudades. Estas tierras también se las cedió a Poro para que las gobernara, y debió enviar de vuelta a Taxiles a sus dominios después de apadrinar una reconciliación entre él y Poro.
  En ese momento llegó una legación de parte de Abisares, quien le dijo que su rey estaba dispuesto a entregarse y cederle la tierra que gobernaba. Y, sin embargo, antes de la batalla entre Alejandro y Poro, Abisares ambicionaba unir sus fuerzas a las de este último. Mudando de opinión, envió a su hermano con los embajadores ante Alejandro, cargados de tesoros y cuarenta elefantes como regalo para el rey. Otra legación vino de parte de los indios independientes, y de un cierto gobernante indio llamado Poro, distinto del anterior[22]. Alejandro contestó que Abisares debía comparecer ante él lo más pronto posible, con la amenaza explícita de ir a verle con su ejército en un lugar donde no se alegraría de encontrarle, en caso de no presentarse.
  Fratafernes, el sátrapa de Partia e Hircania, fue otro que llegó a ver a Alejandro, trayendo a los tracios que se habían quedado con él. Mensajeros de Sisicoto, sátrapa de los asacenos, arribaron también para informar que los nativos habían asesinado al sátrapa y se habían sublevado contra Alejandro. Éste reaccionó despachando a Filipo y Tiriaspes con un ejército para sofocar la rebelión y poner en orden los asuntos de aquella satrapía.
  Después se dirigió hacia el río Acesines. Ptolomeo, hijo de Lago, ha descrito sólo el tamaño de este río de entre todos los que surcan la India: afirma que Alejandro lo cruzó con su ejército en barcos y botes de pieles cosidas; la corriente era rápida y el cauce estaba lleno de rocas grandes y afiladas, contra las cuales el agua chocaba y formaba violentos remolinos. Dice también que su anchura ascendía a quince estadios; que los que pasaron en los botes de pieles tuvieron un cruce tranquilo, pero que no pocos de los que cruzaron en los barcos perecieron ahogados, ya que muchos de ellos zozobraron al estrellarse con las rocas y hacerse astillas. A partir de esta descripción, sería posible que uno llegue a ciertas conclusiones por comparación: no se han desviado de la realidad quienes proponen que la dimensión del río Indo es de una media de cuarenta estadios de ancho, la cual se contrae a quince estadios donde es más estrecho y más profundo, y que ésta es la anchura del Indo en muchos lugares. Llego yo, entonces, a la conclusión de que Alejandro eligió una parte del Acesines donde el cauce era más amplio, porque en ese caso encontraría el flujo más lento que en otros lugares.
CAPITULO XXI ALEJANDRO AVANZA MÁS ALLÁ DEL HIDRAOTES

  Después de cruzar el río, le dijo a Coeno que se quedase con su propia unidad en aquella orilla, para supervisar el paso de la parte del ejército que se había quedado atrás con el fin de recolectar grano y otros suministros en los territorios de los indios que ya eran súbditos suyos. Envió a Poro a sus dominios para seleccionar a los más feroces de sus indios, reunir todos los elefantes que pudiera y, hecho todo, regresar donde los macedonios. Al otro Poro, el desleal, decidió darle caza con las más ligeras tropas de su ejército; le habían informado que aquél había salido de la tierra que gobernaba y había huido. El Poro rebelde, mientras subsistían las hostilidades entre Alejandro y el otro Poro, había enviado emisarios a Alejandro con la oferta de someterse y rendir sus ciudades a él; más por enemistad con el Poro beligerante que por simpatía hacia Alejandro. Pero cuando se enteró de que el primero no había perdido la libertad, y encima le habían puesto en el trono de otro gran país además del suyo, temió no tanto a Alejandro como a su tocayo, y huyó de su tierra llevándose con él a muchos guerreros a quienes pudo persuadir de compartir su aventura.
  Persiguiendo a este hombre, Alejandro llegó al Hidraotes, que es otro río indio no menos caudaloso y ancho que el Acesines, pero sin una corriente tan turbulenta como aquél. El macedonio atravesó las tierras en torno al Hidraotes, dejando guarniciones en los lugares más adecuados, con miras a que Crátero y Coeno pudieran avanzar sin percances, recorriendo la mayor parte de aquella tierra para forrajear. Luego, despachó a Hefestión hacia el territorio del Poro sublevado, dándole una parte del ejército compuesta por dos unidades de la falange, la hiparquía que éste comandaba y la de Demetrio, y la mitad de los arqueros, sus órdenes eran entregarle el país al otro Poro, el leal, para que éste terminara de someter a las tribus autónomas de los indios que habitaban cerca de las orillas del río Hidraotes, y dejarlas después en manos de Poro para que las gobernase. El río Hidraotes lo cruzó sin problemas, como no sucedió en el Acesines. Luego, siguió avanzando; a medida que se internaba en la tierra allende el Hidraotes, sucedió que la mayoría de aquellas gentes capitulaba sin luchar. Algunos salieron a su encuentro bien armados y en plan de combatir; otros trataron de escapar, y fueron capturados y subyugados por medio de las armas.
CAPÍTULO XXII INVASIÓN DE LA TIERRA DE LOS CATEOS

  Mientras tanto, se le informó que la tribu de los llamados cateos y algunas otras tribus indias independientes se preparaban para la guerra, en caso de que el rey llegara a aproximarse a su tierra, y que estaban convocando a una alianza a todas las tribus limítrofes, que eran de la misma manera todavía autónomas. También le contaron que la ciudad de Sangala, cerca de la cual estaban pensando plantearle batalla, tenía excelentes fortificaciones. Los propios cateos estaban considerados como un pueblo muy intrépido y hábil para la guerra; temperamento que los asemejaba a otras dos de las tribus indias, los oxidracos y los malios. Poco tiempo antes, Poro y Abisares habían marchado contra ellos con sus propias fuerzas y las de muchas otras tribus de indios libres, a quienes habían persuadido de unirse a sus tropas; pero se vieron obligados a retirarse sin lograr nada que compensara por la afanosa planificación a la que se habían dedicado con este propósito.
  Conociendo Alejandro los pormenores de este revés, él mismo emprendió una marcha forzada para presentarse ante los cateos. En el segundo día después de partir desde el río Hidraotes, llegó a una ciudad llamada Pimprama, habitada por una tribu de indios llamados adraistas que aceptaron sus términos para rendírsele. Dando un corto descanso a su ejército durante el siguiente día, partió al tercero hacia Sangala, donde los cateos y las otras tribus vecinas se habían concentrado y estaban esperándole listos frente a la ciudad, sobre una colina que no era tan elevada en ninguno de sus lados. Habían dispuesto sus carros en torno a este cerro, y acampaban dentro del círculo que formaban éstos, de manera que parecían estar rodeados por una triple barrera de carros.
  Alejandro se detuvo a contar el gran número de los bárbaros y analizó la naturaleza de su posición; tras hacerlo, desplegó a sus fuerzas en el orden que le pareció el más apropiado para esta circunstancia. Envió a sus jinetes arqueros a arremeter contra ellos sin perder tiempo, ordenando que se acercaran al adversario todo lo que pudieran y disparasen sus flechas desde la distancia; impidiendo así que los indios pudiesen hacer una incursión desde la barrera de carros, y herirlos dentro de sus refugios antes de que su ejército tuviera ocasión de formar para pelear. A la derecha, apostó al ágema de caballería y la hiparquía de Clito; próximos a éstos a los hipaspistas, y luego a los agrianos. A la izquierda se había alineado Pérdicas con su propia hiparquía y los Compañeros de a pie. A los arqueros los dividió en dos contingentes y los colocó en cada ala.
  Mientras él estaba reuniendo su ejército, la infantería y la caballería de la retaguardia llegaron por fin. De éstos, a la caballería también la dividió en dos contingentes y los mandó a plantarse en cada ala, y a la infantería le ordenó rellenar las filas de la falange para hacerla más densa y compacta. Acto seguido, tomó a la caballería desplegada a la derecha, y la condujo hacia los carros en el ala izquierda de los indios, porque aquí su posición le parecía más endeble, y los carros no habían sido colocados muy juntos.
CAPÍTULO XXIII ATAQUE CONTRA SANGALA

  Los indios no se retiraron de sus sitios detrás de los carros para responder al ataque de la caballería que se les venía encima; en vez de eso, subieron a los carros y comenzaron a lanzar proyectiles desde la parte superior de los mismos. Alejandro, al ver que esto no era trabajo para la caballería, desmontó de su corcel, y a pie lideró el ataque de la falange. Los macedonios no tuvieron dificultades para despejar la primera fila de carros indios; pero entonces los indios, tomando posición frente a la segunda fila, más fácilmente pudieron repeler el ataque, ya que se situaron en formación más densa en un círculo más pequeño. Por otra parte, mientras los de Macedonia proseguían la arremetida hacia el espacio reducido, los indios fueron arrastrándose furtivamente hacia la primera fila de carros, y, echando a un lado la disciplina, salieron a agredir a sus enemigos a través de los huecos que quedaban entre los carromatos, atacando cada hombre cuando encontraba una oportunidad. Empero estos indios fueron igualmente expulsados de allí por la eficiente falange de los macedonios. Ya no pudieron resistir en la tercera fila de carros y huyeron tan rápido como podían hacia la ciudad, encerrándose en ella.
  Durante ese día, Alejandro acampó con su infantería rodeando la ciudad; al menos una gran parte de ella como la falange alcanzaba a rodear, porque no podía desplegar a todas sus tropas en torno a la muralla, extensa como era. Cercano a la parte que su campamento no rodeaba, existía un lago; envió a la caballería a apostarse alrededor del mismo, que era poco profundo como descubrieron al instante. Tal orden la dio porque suponía que los indios, intimidados por su derrota reciente, querrían abandonar la ciudad en la noche. Y resultó tal como había intuido; durante la segunda vigilia de la noche, la mayoría de ellos se dejó caer desde la muralla, pero aterrizaron sobre los centinelas de la caballería macedonia. Gran parte de ellos fueron muertos por éstos; los hombres que venían detrás de los primeros fugitivos, al percatarse de que el lago estaba custodiado por doquier, se retiraron a la ciudad otra vez.
  Alejandro hizo cercar la ciudad con una empalizada doble, excepto en la parte donde el lago se hallaba, y alrededor del lago colocó a vigías más atentos. Igualmente decidió emplear su maquinaria de asedio para derribar los muros. En el entretiempo, algunos de los hombres de la ciudad desertaron a su campamento, y le revelaron que los indios pretendían salir subrepticiamente esa misma noche fuera de la ciudad y escapar por el lago, donde estaba el espacio que la empalizada no obstruía. Su reacción fue destinar allí a Ptolomeo, hijo de Lago, asignándole tres quiliarquías de los hipaspistas, todos los agrianos y una unidad de arqueros, indicándole el lugar por donde, según sus suposiciones, los bárbaros tratarían de abrirse camino.
  "Cuando veas que los bárbaros fuerzan su camino hasta aquí," le dijo, señalándole el sitio, '' tú y el ejército debéis obstaculizar su paso y ordenar al corneta tocar la señal. Y cuando lo haga, cada uno de los jefes, al oír la señal, debe formar en orden de batalla con sus propios hombres; avanzad hacia el ruido, adonde el corneta os guíe. Yo, por mi parte, tampoco me voy a abstener de entrar en acción."
CAPÍTULO XXIV CAPTURA DE SANGALA

  Tales fueron las órdenes que dio el rey. Ptolomeo recogió tantos carros como pudo de los que habían sido abandonados en la primera retirada de los bárbaros y los colocó transversalmente, de manera que podría parecer a los fugitivos en la oscura noche que tropezaban con muchos estorbos en su camino. Como la empalizada había sido derribada, o no la habían fijado firmemente al suelo, ordenó a sus hombres acumular montones de tierra en varios lugares entre el lago y la muralla. Esto realizaron sus soldados durante la noche. Cuando se aproximaba la cuarta vigilia, los bárbaros, tal como a Alejandro le habían revelado, abrieron las puertas orientadas hacia el lago y salieron a la carrera en esa dirección. Sin embargo, no escaparon a la atención de los centinelas, ni a la tropa de Ptolomeo, que se había ubicado detrás de ellos para prestarles ayuda. En ese mismo instante, una trompeta dio la señal, y Ptolomeo se adelantó hacia los bárbaros con su ejército completamente equipado y formado en orden de batalla. Los evadidos tuvieron que moverse entre los carros y la estacada colocada en el espacio intermedio, una incómoda obstrucción para ellos. Al sonar la trompeta, Ptolomeo les cayó encima, matando a los hombres a medida que intentaban escabullirse a través de los carros. Todos fueron repelidos de nuevo hacia la ciudad, y en su retirada fueron cayendo hasta 500 de ellos.
  Mientras tanto, Poro llegó trayendo con él a los elefantes que le quedaban, y 5.000 soldados indios. Ya habían terminado de construir las máquinas de asedio para Alejandro y las estaban llevando hasta la muralla, pero antes de que fuera echada abajo, los macedonios tomaron la ciudad por asalto. Habían excavado debajo del muro, que estaba hecho de ladrillo, por donde se colaron, y también entraron apoyando escalas contra él en distintos lados. En la captura de la ciudad, alrededor de 17.000 de los indios fueron abatidos, y por encima de 70.000 fueron capturados; además de 300 carros de guerra y 500 de la caballería. En todo el sitio, un poco menos de 100 del ejército de Alejandro murieron combatiendo; el número de heridos fue mayor en proporción a los muertos: fueron más de 1.200, entre los que se encontraban el escolta real Lisímaco y otros oficiales.
  Después del funeral de los muertos realizado de acuerdo con la costumbre, Alejandro envió a Eumenes, el secretario real, con 300 de la caballería a las dos ciudades que se habían unido a Sangala en su sublevación; a decir a sus habitantes que Sangala había caído, y para informarles que Alejandro no los haría objeto de malos tratos si se quedaban donde estaban y le recibían como a un amigo. Después de todo, ningún daño les había infligido a cualquiera de los otros pueblos indios independientes que se habían entregado a él por su propia iniciativa. Pero éstos habían escapado despavoridos de aquellas ciudades, porque a Eumenes le precedió la nueva de que Alejandro había tomado Sangala por la fuerza. Cuando Alejandro lo supo, decidió perseguirlos a toda prisa, pero la mayoría de ellos eran demasiado escurridizos para él, y su huida fue exitosa, porque sus perseguidores partieron desde un punto lejano. Sin embargo, algunos se quedaron atrás durante la retirada por hallarse débiles, y fueron capturados por el ejército y asesinados; éstos fueron alrededor de 500. Luego, abandonando la persecución, el rey volvió a Sangala, y redujo la ciudad a escombros. Esta tierra la agregó a los dominios de los indios que antes habían sido independientes, pero que ahora se habían sometido voluntariamente a él. Por último, envió a Poro con sus fuerzas a las ciudades que habían aceptado su supremacía, para introducir guarniciones en ellas. Él mismo se dirigió luego al río Hífasis con su ejército, para someter a los indios que moraban más allá de él. No parecía que para él la guerra fuese a tener un pronto fin; no mientras existiera alguien que le fuera hostil.
CAPÍTULO XXV EL EJÉRCITO SE NIEGA A CONTINUAR EL AVANCE — ALEJANDRO PRONUNCIA UN DISCURSO ANTE LOS OFICIALES

  Se decía que el país allende el río Hífasis era fértil, que los hombres eran eximios agricultores y valientes en la guerra, y que resolvían sus propios asuntos de gobierno de una manera estructurada y constitucional. El pueblo llano estaba gobernado por la aristocracia, que ejercía el poder sin contrariar en ningún modo las normas de la moderación. También afirmaban los informes que los hombres de aquella tierra poseían un número de elefantes que excedía por mucho al de los demás indios; eran varones de estatura muy elevada y descollaban por su valor. Estos informes excitaron en Alejandro unas abrasadoras ansias de avanzar más y más; no obstante, el espíritu de los macedonios empezaba a flaquear al notar que su rey seguía planeando una expedición tras otra, e incurría en un peligro tras otro. Se celebraron conciliábulos por todo el campamento, en los cuales los más moderados se limitaban a lamentar su sino, mientras que los más exaltados declaraban resueltamente que no seguirían a Alejandro más lejos, incluso si él de nuevo se ponía al frente para abrir la senda. Cuando él tuvo conocimiento de lo que sucedía, antes de que la indisciplina y la pusilanimidad cundieran todavía más entre los soldados, convocó a un consejo a los jefes de todas las unidades y se dirigió a ellos con estas palabras: "Macedonios y aliados griegos: al ver que ya no me seguís en designios arriesgados con una determinación igual a la que antes os animaba, os he reunido a todos en un mismo lugar para que ver si os puedo persuadir a continuar adelante conmigo, o si vosotros me persuadís a mí de regresar. Si efectivamente las penalidades a las que se os ha sometido hasta llegar a nuestra posición actual os parecen reprochables, y si no aprobáis mi liderazgo, no puede haber ningún sentido en que siga hablando. Pero considerad que como resultado de tales penalidades es que sois dueños de Jonia, el Helesponto, las dos Frigias, Capadocia, Paflagonia, Lidia, Caria, Licia, Panfilia, Fenicia, Egipto junto con la Libia helénica; así como parte de Arabia, la Celesiria, la Siria entre los ríos, Babilonia, la nación de los susianos, Persia, Media, además de todas las naciones que los persas y los medos gobernaban, y muchas otras que no gobernaban; la tierra más allá de las Puertas Caspias, el país allende el Cáucaso, el Tanais, así como la tierra más allá de este río, Bactria, Hircania y el mar Hircano. Y también hemos sometido a los escitas, incluso a los de las tierras yermas; y, además de eso, el río Indo fluye a través de un territorio que es nuestro, como también lo hacen el Hidaspes, Acesines e Hidraotes. ¿Por qué, entonces, vosotros os abstendréis de sumar el Hífasis también, y las naciones asentadas al otro lado de este río, a nuestro imperio de Macedonia? ¿O es que teméis que nuestro avance sea detenido en un futuro cercano por cualquier bárbaro? De estos mismos, unos se nos someten por su propia voluntad y otros son capturados en pleno escape; mientras que otros más, habiendo tenido éxito en sus esfuerzos por huir, de todos modos nos dejan sus tierras desiertas, que añadimos a las de nuestros aliados, o a las de quienes se han sometido voluntariamente a nosotros."
CAPÍTULO XXVI CONTINUACIÓN DEL DISCURSO DE ALEJANDRO

  "Yo, por mi parte, creo que para un hombre valiente los trabajos y el esfuerzo no tienen límites; no hay otro fin para él excepto la labor en sí misma, siempre y cuando lleve a resultados gloriosos. Mas si alguien desea saber cuál será el final de esta guerra, le hago conocer hoy que la distancia que aún queda antes de llegar al río Ganges y el Océano no es muy grande, y le informo que comprobaremos con nuestros ojos que el mar Hircano se une con éste, puesto que el Océano rodea toda la Tierra. Mi intención es demostrar tanto a los macedonios como a los aliados griegos que el Golfo Índico confluye con el Pérsico, y el mar de Hircania con dicho golfo indio. Desde el Golfo Pérsico, la expedición navegará por Libia hasta las Columnas de Heracles. A partir de estos pilares, todo el interior de Libia se convertirá en posesión nuestra[23], y así el conjunto de Asia nos pertenecerá a nosotros; los límites de nuestro imperio serán los que Dios ha designado como confines de la Tierra.”
  “Por ello, si volvemos ahora, abandonaremos la conquista de muchas naciones belicosas de más allá del Hífasis hasta Océano en el este; y muchas más entre aquél e Hircania en la dirección del viento del norte, y, no muy lejos de ellas, los pueblos escitas. Si nos volvemos, hay razón para temer que los pueblos que ahora son súbditos nuestros, al no ser firmes en su lealtad hacia nosotros, pueden ser instigados a levantarse por los que aún no se han sometido. Entonces todos nuestros numerosos esfuerzos habrán sido en vano, o será necesario para nosotros incurrir otra vez en los mismos peligros y labores que al principio. ¡Oh macedonios y aliados griegos, manteneos firmes! Gloriosos son los hechos de los que acometen una grande labor y corren un grande riesgo, y es muy agradable llevar una existencia valiente y morir dejando tras de sí la gloria imperecedera. ¿O no sabéis que nuestro ancestro ha alcanzado tan altas cotas de gloria, pasando de ser un mero mortal a convertirse en un dios, como parece ser, debido a que no permaneció en Tirinto o Argos, o incluso en el Peloponeso o en Tebas? Los trabajos de Dioniso no fueron pocos, pero él era una deidad de rango muy excelso para ser comparado con Heracles. Vosotros, sin embargo, habéis penetrado en las regiones más allá de Nisa, y aquella Roca de Aornos que Heracles no pudo capturar se encuentra en vuestro poder. Sumad, pues, las partes de Asia que aún quedan por subyugar a las ya adquiridas, la minoría a la mayoría.”
  “¿Qué memorables y gloriosas gestas podríamos haber realizado si, sentados a nuestras anchas en Macedonia, hubiéramos considerado que era suficiente con dedicarnos a nuestro propio país, sin ninguna otra preocupación o trabajo que tan sólo repeler los ataques de las tribus de nuestras fronteras, los tracios, ilirios y tribalos, o los griegos hostiles a nuestros intereses? Si fuera el caso que yo actuase como vuestro general sin someterme a las mismas penurias y manteniéndome lejos del peligro, mientras vosotros hacíais todo el trabajo y os exponíais al peligro, no sin razón se os debilitaría el espíritu y flaquearía vuestra resolución. Porque entonces solamente vosotros haríais los trabajos, y las recompensas las cosecharían otros. Sin embargo, sabéis que los padecimientos los compartimos vosotros y yo; asumimos los riesgos a partes iguales, y las recompensas están abiertas a la libre competencia de todos. Porque las tierras son vuestras, y vosotros sois quienes las gobernáis. De igual manera, la mayor parte de los tesoros son ahora vuestros; y cuando hayamos conquistado lo que queda de Asia, por Zeus, que habré satisfecho vuestras expectativas, e incluso habré superado las ganancias que cada uno esperaría recibir, y entonces a quienes deseéis retornar os enviaré de vuelta a vuestro propio terruño, o yo mismo os guiaré de regreso a casa. A los que se queden aquí conmigo, los convertiré en la envidia de los que se marchen."
CAPÍTULO XXVII LA RESPUESTA DE COENO

  Terminando Alejandro de pronunciar estas frases y otras similares, se hizo un largo silencio; nadie del auditorio poseía el coraje suficiente para hablar en oposición al rey y sin restricciones, y tampoco deseaban aceptar su propuesta. El rey en repetidas ocasiones animó a hablar a quien lo deseara, aunque sus puntos de vista fuesen distintos de los que él mismo había expresado. No obstante, el silencio continuó durante buen rato más; y al final, Coeno, hijo de Polemócrates, hizo acopio de valor y habló así: "¡Oh rey! Ya que tú no quieres gobernar a los macedonios mediante imposiciones, sino que tú mismo dices preferir liderarnos mediante la persuasión, o ceder a nuestra persuasión, y no pretendes usar la violencia en contra nuestra; daré un discurso no en mi propio nombre ni en el de mis conmilitones aquí presentes, que poseemos mayores honores que los sencillos soldados, y la mayoría de nosotros ya hemos recogido los frutos de nuestra labor, y debido a nuestra preeminencia somos más celosos que el resto para servirte en todas las cosas. En nombre de quienes voy a hablar es en el de los soldados de la mayor parte del ejército. En nombre de este ejército no hablaré lo que sea gratificante para los oídos de nuestros hombres, sino lo que considero que es más ventajoso para ti en estas circunstancias y más seguro para el futuro. Siento que me incumbe no ocultar lo que pienso que es el mejor camino a seguir, tanto debido a mi edad como al honor conferido a mí por el resto del ejército a tu petición, y la valentía que he demostrado hasta el presente y sin ninguna duda, en todo peligro y labor emprendida.”
  “Muy numerosas e impresionantes han sido las hazañas por ti alcanzadas como general nuestro y por quienes salimos de casa contigo, por lo cual más lógico me parece que debe ponerse fin a nuestros trabajos y peligros. Porque tú has visto por ti mismo el número de macedonios y griegos que comenzaron esta expedición, y qué pocos de nosotros hemos quedado. Bien hiciste en mandar de vuelta de entre los nuestros a los tesalios aquella vez en Bactra, porque te habías percatado de que ya no estaban dispuestos a continuar compartiendo nuestras fatigas. De los otros griegos, algunos se han establecido como colonos en las ciudades que has fundado, en las que no todos permanecen por su libre albedrío. Los soldados macedonios y griegos que continuaron compartiendo nuestros trabajos y arriesgándose con nosotros, o bien han perecido en muchas batallas, han quedado inválidos para luchar a causa de sus heridas, o han sido desperdigados por diferentes partes de Asia. La mayoría, sin embargo, han perecido a causa de enfermedades; por lo que muy pocos han quedado de muchos. Y estos pocos ya no se encuentran igual de vigorosos en cuerpo, y en espíritu están profundamente agotados.”
  “Todos y cada uno de ellos sienten un gran anhelo de ver a sus seres queridos. Aquellos cuyos padres todavía viven, anhelan verlos una vez más; otros extrañan a sus esposas e hijos, o simplemente anhelan regresar a su tierra natal. Sin duda, es perdonable que suspiren por volver a verlos con los honores y las dignidades que han adquirido gracias a ti; y que deseen regresar como grandes hombres cuando salieron siendo hombres insignificantes, y como hombres ricos en lugar de los pobres que eran al inicio. No nos lleves ahora en contra de nuestra voluntad, porque descubrirás que ya no somos los mismos soldados en lo que se refiere a enfrentar los peligros, ya que estaremos privados de nuestro libre albedrío y faltos de ganas. Más bien, si te parece razonable, vuelve a nuestra tierra, visita a tu madre, soluciona los asuntos con los griegos, y presenta en la casa de tus padres estas tantas y colosales victorias. Más adelante en el tiempo, empieza una nueva expedición, si ése es tu deseo, en contra de estas tribus de indios situados muy al oriente. O bien, si tú lo deseas así, hacia el Ponto Euxino, o contra Carchedón[24] y las regiones de Libia situadas en los confines de las tierras de este pueblo.”
  “Ahora bien, es tu derecho gestionar tales asuntos, y los macedonios y griegos te seguirán; hombres jóvenes en lugar de viejos, frescos en lugar de exánimes. Hombres para quienes la guerra no tiene terrores, porque hasta el momento no la han experimentado, y que estarán ansiosos por empezar, con la esperanza de una recompensa cuantiosa. Es también probable que en la nueva campaña te acompañen con un celo aún mayor que los de ésta, cuando vean que los hombres de la expedición anterior, tras compartir intensos trabajos y grandes peligros, han regresado a casa como personajes prósperos en vez de miserables, y afamados en lugar de seres oscuros como lo eran antes. ¡El autocontrol en medio del éxito es la más noble de todas las virtudes, rey! Para nada has de temer a los enemigos mientras estás al mando, y conduciendo un ejército como éste; pero los cambios que decide la deidad de la fortuna nunca son esperados, y, por lo tanto, los hombres no pueden tomar precauciones con respecto a ello."

CAPÍTULO XXVIII ALEJANDRO DECIDE REGRESAR

  Cuando Coeno concluyó su discurso, los que estaban presentes prorrumpieron en sonoros aplausos en apoyo a sus palabras, y, en efecto, muchos incluso lloraron; lo último hizo aún más evidente cuan poco dispuestos se sentían a correr riesgos adicionales, y cuan dulce sería el regreso para ellos. Alejandro entonces se apartó de la conferencia, enojado por la libertad con que Coeno se expresó y la vacilación que demostraron los demás oficiales. Al día siguiente, de nuevo llamó a los mismos hombres a un consejo, todavía airado, y les dijo que tenía la intención de continuar avanzando, pero que no obligaría a ningún macedonio a que lo acompañara en contra de su voluntad; sólo se llevaría a los que quisieran seguir a su rey por elección propia, y quienes estuvieran ansiosos de retornar a sus hogares eran libres de hacerlo, y que al llegar contaran a sus amigos y familiares que habían regresado tras haber abandonado a su soberano en medio de sus enemigos. Dicho esto, se retiró a su tienda y no admitió a ninguno de los Compañeros que quisieron verle ese día. Así estuvo hasta el tercer día, a la espera de ver si algún cambio se producía en las mentes de los macedonios y sus aliados griegos, como suele suceder por regla general entre una multitud de soldados, y que los inclinara de nuevo a obedecer.
  Al contrario, un profundo silencio envolvió todo el campamento. Los soldados estaban obviamente molestos por el enfado de su rey, sin haber reconsiderado un ápice por ello. Ptolomeo, hijo de Lago, dice que Alejandro de todas maneras ofreció el habitual sacrificio propiciatorio para el paso del río; las víctimas no dieron auspicios favorables cuando lo hizo. Entonces sí, reunió a los más antiguos de los Compañeros, en particular a quienes eran viejos amigos suyos, y les dijo que, como todo apuntaba a que lo más conveniente era regresar, daría a conocer al ejército que había resuelto emprender la marcha de vuelta a casa.
CAPÍTULO XXIX ALEJANDRO VUELVE A CRUZAR LOS RÍOS HIDRAOTES Y ACESINES

  Cuando lo anunció, la heterogénea multitud de sus soldados elevó gritos de regocijo, y la mayoría de ellos derramaron lágrimas de alegría. Algunos de ellos se acercaron a la tienda real y rezaron por abundantes bendiciones divinas para Alejandro, porque solamente una vez accedió a ser conquistado por alguien: por sus mismos hombres. Luego, se dividió al ejército en distintos contingentes, y el rey ordenó preparar doce altares, de un tamaño equiparable en altura a unas enormísimas torres, y en circunferencia mucho mayores que tales torres, para servir como ofrendas de agradecimiento a los dioses que le habían conducido hasta ahora como un conquistador, y también para quedar allí como monumentos conmemorativos de sus propios logros.
  Cuando los altares se completaron, ofreció sacrificio en ellos de acuerdo con su costumbre, y se dieron las también acostumbradas competiciones de gimnasia y equitación. Después, agregó las tierras en torno al río Hífasis a los dominios de Poro, y puso de nuevo rumbo al Hidraotes. Cruzó este río una segunda vez y continuó su marcha de regreso al Acesines, donde entró en la ciudad que a Hefestión se le había encomendado fortificar, la cual estaba muy bien construida. En esta ciudad se establecieron muchas gentes de los pueblos vecinos para vivir en ella de manera voluntaria, y también los mercenarios griegos que ya no servían para continuar como soldados. Luego, el rey comenzó a hacer los preparativos necesarios para un viaje por el río hasta el Océano. En ese tiempo, llegó Arsaces, el gobernante de las tierras que bordean a las de Abisares, y el hermano de este último, con sus otros parientes; traían regalos considerados valiosos entre los indios para Alejandro, entre ellos algunos elefantes de Abisares, en número de treinta. Declararon ante el monarca que Abisares mismo no había podido venir por hallarse enfermo, y con estos hombres estuvieron de acuerdo los emisarios de Alejandro enviados a Abisares. Sin dudarlo creyó éste que tal era el caso, y le concedió al príncipe el privilegio de gobernar su propio país como sátrapa en su nombre, y a Arsaces lo puso también bajo su autoridad. Acabando de acordar qué clase de tributo y en qué cantidad se le debía pagar, volvió a ofrecer un sacrificio cerca del río Acesines. Pasó por el río otra vez, y llegó al Hidaspes, donde empleó al ejército en la reparación de los daños causados a las ciudades de Nicea y Bucéfala por las lluvias, y en poner los asuntos de otras regiones del país en orden.


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