a. En el principio (Eurínome, la Diosa de Todas las
Cosas, surgió desnuda del Caos, pero no encontró nada sólido en qué apoyar los
pies y, en consecuencia, separó el mar del firmamento y danzó solitaria sobre
sus olas. Danzó hacia el sur y el viento puesto en movimiento tras ella pareció
algo nuevo y aparte con que poder empezar una obra de creación. Se dio la
vuelta y se apoderó de ese viento norte, lo frotó entre sus manos y he aquí que
surgió la gran serpiente Ofión. Eurínome bailó para calentarse, cada vez más
agitadamente, hasta que Ofión se sintió lujurioso, se enroscó alrededor de los
miembros divinos y se ayuntó con la diosa. Ahora bien, el Viento Norte, llamado
también Bóreas, fertiliza; por ello las yeguas vuelven con frecuencia sus
cuartos traseros al viento y paren potros sin ayuda de un semental[1]. Así fue como Eurínome
quedó encinta.
b. Luego asumió la forma de una paloma aclocada en
las olas, y a su debido tiempo puso el Huevo Universal. A petición suya Ofión
se enroscó siete veces alrededor de ese huevo, hasta que se empolló y dividió
en dos. De él salieron todas las cosas que existen, sus hijos: el sol, la luna,
los planetas, las estrellas, la tierra con sus montañas y ríos, sus árboles,
hierbas y criaturas vivientes.
c. Eurínome y Ofión establecieron su residencia en
el monte Olimpo, donde él irritó a la diosa pretendiendo ser el autor del
Universo. Inmediatamente ella se golpeó en la cabeza con el talón le arrancó
los dientes de un puntapié y lo desterró a las oscuras cavernas situadas bajo
la tierra[2].
d. A continuación la diosa creó las siete potencias
planetarias y puso una Titánide y un Titán en cada una: Thía e Hiperion para el
Sol; Febe y Atlante para la Luna; Dione y Cno para el planeta Marte; Metis y
Ceo para el planeta Mercurio: Temis y Eurimedonte para el planeta Júpiter;
Tetis y Océano para Venus: Rea y Crono para el planeta Saturno[3]. Pero el primer hombre fue
Pelasgo, progenitor de los pelasgos; surgió del suelo de Arcadia, seguido de
algunos otros, a los que enseñó a construir chozas, alimentarse de bellotas y
coser túnicas de piel de cerdo como las que la gente pobre lleva todavía en
Eubea y Fócida[4].
*
1. En este sistema religioso arcaico no había hasta
entonces dioses ni sacerdotes sino solamente una diosa universal y sus
sacerdotisas, pues la mujer constituía el sexo dominante y el hombre era su
víctima asustada. No se honraba la paternidad y se atribuía la concepción al
viento, la ingestión de habichuelas o a la deglución accidental de un insecto;
la herencia era matrilineal y a las culebras se las consideraba encarnaciones
de los muertos. Eurínome («amplio vagabundeo») era el título de la diosa como
la luna visible; su nombre sumerio era Iahu («paloma eminente»), título que más
tarde pasó a Jehová como el Creador. Fue en forma de paloma como Marduk la
dividió simbólicamente en dos en el Festival de Primavera babilónico, cuando
inauguró el nuevo orden mundial.
2. Ofión, o Bóreas, es la serpiente demiurgo del
mito hebreo y egipcio; en el arte mediterráneo primitivo se muestra
constantemente a la Diosa en su compañía. Los pelasgos nacidos de la tierra,
cuya pretensión parece haber sido que habían brotado de los dientes de Ofión.
eran originariamente, quizás, el pueblo de los «géneros pintados» neolítico;
llegaron a la tierra firme de Grecia desde Palestina alrededor de 3500 a. de
C.. y los primeros helenos —inmigrantes del Asia Menor que habían pasado por
las Cicladas— los encontraron ocupando el Peloponeso setecientos años después.
Pero el nombre de «pelasgos» llego a aplicarse vagamente a todos los habitantes
pre-helénicos de Grecia. Así Eurípides (citado por Estrabón v.2.4.) cuenta que
los pelasgos adoptaron el nombre de «danaides» a la llegada a Argos de Dánao y
sus cincuenta hijas (véase 60.f). Las censuras de su conducta licenciosa
(Herodoto: vi. 137) se refieren probablemente a la costumbre pre-helénica de
las orgías eróticas. Estrabón dice en el mismo pasaje que a los que vivían
cerca de Atenas se los llamaba Pelargi («cigüeñas»): quizás esa era su ave
totémica.
3. Los Titanes («señores») y las Titánides tenían
sus equivalentes en la astrología babilonia y palestina primitiva, en la que
eran deidades que regían los siete días de la semana planetaria
sagrada; y pueden haber sido introducidas por los cananeos o hititas, colonia
que se estableció en el Istmo de Corinto a comienzos del segundo milenio a. de
C. (véase 67.2), o también por los heladas primitivos. Pero cuando el culto de
los Titanes fue abolido en Grecia y la semana de siete días dejó de figurar en
el calendario oficial, su número fue citado como doce por algunos autores, probablemente
para hacer que correspondieran con los signos del zodíaco. Hesíodo, Apolodoro,
Estéfano de Bizancio, Pausanias y otros dan listas contradictorias de sus
nombres. En el mito babilonio los gobernantes planetarios de la semana, a
saber, Samas, Sin, Nergal, Bel, Beltis y Ninib, eran todos varones, excepto
Beltis, la diosa del amor; pero en la semana germana, que los celtas habían
tomado del Mediterráneo oriental, el Domingo, el Martes y el Viernes eran
gobernados por Titánides, en lugar de Titanes. A juzgar por el carácter divino
de las parejas de hijos e hijas de Éolo (véase 43.4), y el mito de Níobe (véase
77.1), se decidió, cuando el sistema llegó por primera vez a la Grecia
pre-helénica desde Palestina, emparejar a una Titánide con cada Titán, como
medio de salvaguardar los intereses de la diosa. Pero antes de que pasara mucho
tiempo los catorce quedaron reducidos a una compañía mixta de siete. Las
potencias planetarias eran las siguientes: el Sol para la iluminación, la Luna
para el encantamiento. Marte para el crecimiento, Mercurio para la sabiduría,
Júpiter para la ley. Venus para el amor. Saturno para la paz. Los astrólogos
griegos clásicos, de acuerdo con los babilonios, adjudican los planetas a
Helio, Selene, Ares, Hermes (o Apolo), Zeus, Afrodita y Crono, cuyos
equivalentes latinos, citados anteriormente, todavía dan el nombre a las
semanas francesa, italiana y española.
4. Al final, míticamente hablando, Zeus devoró a los
Titanes, incluyendo su propio ser anterior, puesto que los judíos de Jerusalén
adoraban a un Dios transcendente, compuesto por todas las potencias planetarias
de la semana, teoría simbolizada en el candelabro de siete brazos y en los
Siete Pilares de la Sabiduría. Los siete pilares planetarios elevados cerca de
la Tumba del Caballo en Esparta estaban, según Pausanias (iii.20.9), adornados
a la manera antigua, y quizá tenían relación con los ritos egipcios introducidos
por los pelasgos (Herodoto: ii.57). Si los judíos tomaron la teoría de los
egipcios, o al contrario, no se sabe con seguridad; pero el llamado Zeus
Heliopolitano, del que trata A. B. Cook en
su Zeus (i.570-76), era de carácter
egipcio y llevaba bustos de las siete potencias planetarias como ornamentos
frontales en su cuerpo y, habitualmente, también bustos de los restantes
olímpicos como ornamentos traseros. Una estatuilla en bronce de este dios se
encontró en Tortosa, España; otra, en Biblos, Fenicia; y una estela de mármol
de Marsella muestra seis bustos planetarios y una figura de cuerpo entero de
Hermes —a quien se da también la mayor prominencia en las estatuillas—,
probablemente como el inventor de la astronomía. En Roma, Quinto Valerio Sorano
pretendía igualmente que Júpiter era un dios transcendente, aunque allí no se
observaba la semana como en Marsella, Biblos y (probablemente) en Tortosa. Pero
a las potencias planetarias nunca se les permitió influir en el culto olímpico
oficial, pues se las consideraba no griegas (Herodoto: i.131), y por lo tanto
antipatrióticas: Aristófanes (La paz,
403 y ss.) hace decir a Trigeo que la Luna y «ese viejo bellaco, el Sol»
preparan una conspiración para entregar Grecia a los persas.
5. La afirmación de Pausanias de que Pelasgo fue el
primer hombre testimonia la continuación de una cultura neolítica en Arcadia
hasta la época clásica.
[1]Plinio: Historia natural IV. 35 y VIII. 67; Homero: Ilíada XX. 223.
[2]
Sólo unos fragmentos poco
esclarecidos de este mito prehelénico-sobreviven en la literatura griega de los
cuales los más extensos son los de Apolonio de Rodas. Argonautica i.496-505, y Tzetzes: Sobre Licofrón; 1191; pero está implícito en los Místerios Orficos
y se puede restaurar, como se hace arriba, con el Fragmento Berosiano y las cosmogonías tenidas citadas por Philo
Byblius y Damascio; con los elementos cananeos del relato de la creación
hebrea; con Higinio (Fábula 197; véase 62.a) ; con la leyenda beocia de los
dientes del dragón (véase 58.5); y con el arte ritual primitivo. Que todos los
pelasgos nacieron de Ofión lo indica su sacrificio común, el Peloría (Ateneo:
xiv 45.639-40), pues Ofión era un Pelor,
o 'serpiente prodigiosa'.
[3]
Homero: Ilíada v.898; Apolonio de Rodas:
ii.1232; Apolodoro: i.1.3; Hesíodo: Teogonía.
133; Estéfano de Bizancio sub Adana;
Aristófanes: Las aves 692 y ss.; Clemente
de Roma: Homilías vi.4.72; Proclo
sobre el Timeo de Platón, ii, p. 307.
[4]
Pausanías: viii.1.2
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