a. Algunos dicen que al principio reinaba la
Oscuridad y de la Oscuridad nació el Caos. De la unión entre la Oscuridad y el
Caos nacieron la Noche, el Día; el Erebo y el Aire.
De la unión de la Noche y el Erebo nacieron el Hado,
la Vejez, la Muerte, el Asesinato, la Continencia, el Sueño, los Desvaríos, la
Discordia, la Miseria, la Vejación, Némesis, la Alegría, la Amistad, la
Compasión, las tres Parcas y las tres Hespérides.
De la unión del Aire y el Día nacieron la Madre
Tierra, el Cielo y el Mar.
De la unión del Aire y la Madre Tierra nacieron el
Terror, la Astucia, la Ira, la Lucha, las Mentiras, los Juramentos, la Venganza,
la Intemperancia, la Disputa, el Pacto, el Olvido, el Temor, el Orgullo, la
Batalla, y también Océano, Metis y los otros Titanes, Tártaro y las Tres
Erinias o Furias.
De la unión de la Tierra y el Tártaro nacieron los
Gigantes.
b. De la unión del Mar y sus Ríos nacieron las
Nereidas. Pero todavía no había hombres mortales, hasta que, con el consentimiento
de la diosa Atenea, Prometeo, hijo de Jápeto, los formó a semejanza de los
dioses. Para ello utilizó arcilla y agua de Panopeo en Fócide y Atenea les
insufló la vida[1].
c. Otros dicen que el Dios de Todas las Cosas
—quienquiera que pudiera haber sido, pues algunos lo llaman Naturaleza— apareció
de pronto en el Caos y separó la tierra del cielo, el agua de la tierra y el
aire superior del inferior. Después de desenredar los elementos los puso en el
orden debido, tal como está en la actualidad. Dividió la tierra en zonas, unas
muy calurosas, otras muy frías y algunas templadas; la moldeó en forma de
llanuras y montañas, y la revistió con hierba y árboles. Sobre ella puso el
firmamento rodante, al que tachonó con estrellas, y asignó posiciones a los
cuatro vientos. Pobló también las aguas con peces, la tierra con animales y el
cielo con el sol, la luna y los cinco planetas. Finalmente, hizo al hombre
—quien, único entre todos los animales, alza su rostro hacia el cielo y observa
el sol, la luna y las estrellas—, a menos que sea cierto que Prometeo, hijo de
Jápeto, hizo el cuerpo del hombre con agua y arcilla, y que el alma le fue proporcionada
por ciertos elementos divinos errantes que habían sobrevivido desde la Primera
Creación[2].
*
1. En la Teogonía
de Hesíodo —en la que se basa el primero de estos mitos filosóficos— la lista
de abstracciones queda confusa con las Nereidas, los Titanes y los Gigantes, a
los que se considera obligado a incluir. Tanto las Tres Parcas como las Tres
Hespérides son la triple diosa Luna en su aspecto mortífero.
2. El segundo mito, que se
encuentra sólo en Ovidio, fue tomado por los griegos posteriores del poema
épico babilonio de Gilgamesh, la introducción del cual relata la creación
particular por la diosa Aruru del primer hombre, Eabani. con un trozo de
arcilla; pero, aunque Zeus había sido el Señor Universal durante muchos siglos,
los mitógrafos se vieron obligados a admitir que el Creador de todas las cosas
podía haber sido una Creadora. Los judíos, como herederos del mito de la
creación «pelasgo» o cananeo, también se habían sentido incómodos: en el relato
del Génesis una hembra «Espíritu del Señor» empolla en la superficie de las
aguas, aunque no pone el huevo del mundo; y Eva, «la Madre de Todo lo
Viviente», recibe la orden de machacar la cabeza de la Serpiente, aunque ésta
no está destinada a descender al Abismo hasta el fin del mundo.
3. Igualmente, en la versión talmúdica de la
creación, el arcángel Miguel —equivalente de Prometeo— forma a Adán con polvo
por orden, no de la Madre de Todo lo Viviente, sino de Jehová. Jehová le
insufla luego la vida y le da a Eva que, como Pandora, lleva la desgracia a la
humanidad (véase 39.j).
4. Los filósofos griegos distinguían al hombre
prometeico de la creación imperfecta nacida de la tierra, parte de la cual fue
destruida por Zeus, y el resto arrastrada en el Diluvio Deucalioniano (véase
38.c). Casi la misma distinción se encuentra en el Génesis vi.2-4 entre los
«hijos de Dios» y las «hijas de los hombres», con la que se casaron.
5. Las lápidas referentes a Gilgamesh son
posteriores y equívocas; en ellas se atribuye toda la creación a la «Brillante
Madre del Vacío» —Aruru es sólo uno de los muchos títulos de esta diosa— y el
tema principal es una rebelión contra su orden matriarcal, descrita como de
completa confusión, por los dioses del nuevo orden patriarcal. Marduk, el dios
babilonio de ciudad, termina venciendo a la diosa en la persona de Tiamat, la
sierpe marina; y luego se anuncia con descaro que él, y nadie más, creó las
hierbas, las tierras, los ríos, los animales, las aves y la humanidad. Este
Marduk era un diosecillo advenedizo cuya pretensión
de haber vencido a Tiamat y creado el mundo había sido alegada anteriormente
por el dios Bel; Bel era una forma masculina de Belili, la diosa Madre sumeria.
La transición del matriarcado al patriarcado parece haberse realizado en la
Mesopotamia, como en otras partes, mediante la rebelión del consorte de la
Reina, en quien había delegado el poder ejecutivo permitiéndole que adoptase su
nombre, sus vestiduras y sus instrumentos sagrados (véase 136.4).
[1]
Hesíodo: Teogonía 211-32; Higinio; Fábulas, Proemio; Apolodoro: i.7.1; Luciano: Prometeo en el Caucaso 13; Pausanias: x.4.3.
[2]
Ovidio: Metamorfosis i-ii.