Por
Joaquín Acosta
“¡Zeus y demás dioses!
Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros y muy
esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de
la batalla: ‘Es mucho más valiente que su padre’ Y que, cargado de cruentos
despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije el alma de su madre.”
Ilíada VI, 476
A la paciencia de Meister Manuel G.,
tan grande como la de Job, por soportar durante tantos años a J.I. Lago
Hasta los héroes
tienen un origen. El de Alejandro es bien particular, debido a que abarca las
dos terceras partes de su vida. Los primeros veinte años del Magno son los
menos registrados por los historiadores. Otra razón más que explica el
misterio, y el malentendido. La vida anterior al reinado de Alejandro es la
menos documentada, al haberse perdido las fuentes que se enfocaron en los
primeros lustros del macedonio. La mayor parte de esta época está registrada
exclusivamente por Plutarco. No obstante, el estudio de la infancia y
adolescencia del Magno permitirá una mayor comprensión de las circunstancias y
personalidad de este titán histórico, cuyo legado es trascendental para la
humanidad entera.
EL
REINO
La antigua Macedonia era una
tierra de hombres rudos, bravucones, orgullosos hasta la muerte y muy preciados
de su honor. Carl Grimberg anota que los corpulentos compatriotas de Alejandro
Magno tienen muchas similitudes con los vikingos. Para que un macedonio fuese
considerado un hombre, tenía que haber cazado un jabalí, aunque lo ideal es que
hubiese dado muerte a un guerrero enemigo en batalla, ambas cosas al cumplir
los quince años. Igualmente, en la patria de Alejandro un auténtico hombre era
buen bebedor, jactancioso con sus cicatrices adquiridas en batalla, y dispuesto
a dar muerte a todo aquel que se atreviese a atentar contra su honor.
Semejante idiosincrasia explica
cómo la historia de esta tierra es principalmente la crónica de sempiternas
pendencias entre los diferentes clanes. Así las cosas, Macedonia no era más que
un país hecho jirones por las endémicas guerras tribales entre sus revoltosos y
conflictivos habitantes. El rey era una simple figura decorativa, pues el
verdadero poder estaba repartido entre las diferentes casas nobles, las cuales
acostumbraban pactar con las fuerzas políticas extranjeras, con tal de aumentar
en unas cuantas hectáreas sus dominios.
Como Macedonia limitaba en el
norte con los ilirios, peonios, agrianos y tracios, en el sur con Tesalia y
Grecia, en el este con el imperio persa y en el occidente con el reino de
Epiro, se podrá verificar que los países fronterizos eran los que más se
beneficiaban con la situación reinante en ese tiempo. De hecho, hubo una época
en que Macedonia fue una satrapía o provincia del imperio persa.
Tal situación se acabó con las
guerras médicas. El lugar que ocupaba el imperio persa en relación con los
griegos orientales y los macedonios, fue reemplazado por la Liga de Delos, es
decir por Atenas. Esta polis se dedicó a consolidar su propio imperio en el mar
Egeo y Tracia, principalmente en el Quersoneso, y tal acontecimiento implicó
que Macedonia dejara de ser una satrapía persa para volverse un títere más en
el juego de poder ateniense, el cual fomentaba los conflictos internos entre
los aristócratas macedonios, para beneficio de la facción dominante en Atenas.
El verdadero amo de Macedonia
volvió a cambiar de nombre con las nefastas guerras del Peloponeso, en donde
los aterradores guerreros espartanos arrebataron a los atenienses la hegemonía
helénica. Sin embargo, la victoria de los lacedemonios fue pírrica, por cuanto
el verdadero ganador en estas guerras fratricidas fue el imperio persa, quien
aprovechó el desgaste de las potencias griegas para recuperar sus dominios
occidentales.
La situación cambiaría gracias a
uno de los caudillos más geniales y admirables de la antigüedad, y de la
historia entera: Epaminondas de Tebas. Este genial general y estadista fue lo
suficientemente ignorante como para atreverse a intentar una quimera, y de esta
manera se enfrentó a los invencibles espartanos. Como buen iluso, logró el
imposible de derrotar a una de las tropas más disciplinadas y temibles de todos
los tiempos con una milicia claramente inferior, tanto en calidad como cantidad
de soldados, pues los tebanos y sus hermanos beocios no eran más que una raza
de brutos, según el resto de pueblos helénicos consideraba. Tal situación fue
trastocada por Epaminondas, y gracias a él los tebanos se ganaron el merecido
título de mejores soldados del mundo, especialmente la élite de su ejército,
los magníficos guerreros de la célebre Hueste Sagrada tebana.
Semejante hazaña determinó que
Macedonia cambiara nuevamente de amo, al igual que Grecia entera. Estamos ya en
los años 369 y 368 aC, época en la que el rey decorativo de Macedonia era el
joven Alejandro II (tío del Magno) al parecer un buen guerrero, pero un
soberano inexperto. En medio de la sempiterna crisis interna de su reino (a lo
mejor para distraer a sus traicioneros nobles) el joven monarca emprendió la
alegre empresa de invadir Tesalia, lo cual implicaba desafiar a Tebas y su
ejército de primer orden. La potencia hegemónica del momento envió al
lugarteniente y mejor amigo de Epaminondas, el gran general Pelópidas, y el
ejército improvisado de Alejandro fue barrido del mapa.
LA HERENCIA
Al poco de la victoria de los
tebanos sobre el monarca macedonio, parece ser que un noble llamado Ptolomeo
(no confundir con el Hetairo de Alejandro Magno que se convirtió en faraón de
Egipto), fiel a la tradición histórica macedonia, asesinó a su rey y se apoderó
del trono en calidad de tutor del heredero. Una historia digna de la
imaginación de Eurípides, Sófocles o Esquilo. Para garantizar que el impetuoso
soberano macedonio se abstendría de emprender molestas aventuras que
incomodasen a Tebas, Pelópidas se llevó unos cuantos nobles como rehenes. Entre
éstos se encontraba el hermano menor del rey Alejandro, un adolescente llamado
Filipo, quien recientemente había dejado de ser a su vez rehén de los brutales
ilirios. Fue breve el tiempo que este joven pudo pasar con su familia. La
infancia de este príncipe, cuyo linaje se remontaba hasta los mismísimos Perseo
y Heracles, no fue ningún cuento de hadas.
Al año de su crimen, el regente
Ptolomeo fue a su vez ultimado por su pupilo Pérdicas, hermano menor del
asesinado Alejandro. La situación del nuevo rey era sumamente precaria, y
necesitaba a su lado colaboradores que no pretendieran asesinarle. Tebas
accedió a devolverle a su hermano menor Filipo. El chico había crecido, y así
mismo aprendido de uno de los políticos más grandes que hubiera dado Grecia.
Pérdicas lo nombró gobernador.
Tiempo después, los ilirios
invadieron Macedonia nuevamente. Pérdicas les hizo frente mientras Filipo
mantenía vigilados a los nobles. Como de costumbre, el ejército macedonio fue
aniquilado, y el rey perdió la vida en la batalla. Los ilirios se dedicaron a
saquear el norte del país, violar a las mujeres y esclavizar a los habitantes
de la zona.
Cuando un soberano macedonio
fallecía, por tradición ancestral los guerreros del reino se reunían en
asamblea, y elegían a un miembro de la familia real como nuevo monarca, generalmente
el primogénito del rey anterior. En el 359 aC, el hijo del difunto Pérdicas era
apenas un niño. En consecuencia, la diezmada asamblea de macedonios nombró
regente a Filipo mientras el heredero de Pérdicas -llamado Amintas- alcanzaba
la mayoría de edad.
Era costumbre reiterada que al
perecer un rey macedonio con su ejército, los diferentes aspirantes a suceder
al monarca difunto pactasen con los ilirios, tracios, peonios y atenienses, y
al frente de estas fuerzas invasoras saquearan Macedonia, generando desastrosas
guerras civiles que generalmente terminaban cuando uno de los pretendientes se
hacía con el poder, para beneficio de los países circunvecinos y desgracia de
los macedonios.
El joven, soñador e inexperto
regente cambió la historia. Hammond dice de este hombre admirable: “Filipo
infundió ánimo y valor en su ejército reuniendo asamblea tras asamblea,
rearmando y entrenando su infantería, y lo inspiró con su propio espíritu
indomable.” Gracias a sus conocimientos adquiridos en Tebas, los desmoralizados
macedonios conocieron finalmente el sabor de la victoria. El nuevo regente, de
24 años de edad, derrotó al ejército de mercenarios financiado por Atenas -que
apoyaba las pretensiones de un hermanastro de Filipo- y seguidamente a
las invictas hordas ilirias, ganándose así el respeto de los tracios y la
animadversión de la facción dominante en Atenas, que veía con lógico disgusto
el renacer de Macedonia.
Olimpia, la futura madre de
Alejandro, era hija del rey de Epiro. La tradición histórica la dibuja como una
ménade furiosa, ninfómana y depravada. Tal leyenda carece de asidero racional.
Si bien esta hermosa y fascinante mujer era muy aficionada a los misterios
sagrados, es poco lo que se sabe de estos rituales. Lo único certero hasta la
presente fecha, es que las ceremonias incluían música y danzas. Olimpia no era
ninguna hetaira, sino una princesa de rancio abolengo, perteneciente a la casa
real que descendía tanto de Aquiles como de Príamo, el último rey de Troya. La
única forma en que Filipo podría poseerla, sería mediante el matrimonio.
Hammond y Faure consideran que el
enamoramiento a primera vista de Filipo hacia Olimpia durante su iniciación en
los misterios de Samotracia, es otra de las muchas ficciones y leyendas
habientes en torno a Alejandro, en donde los portentos y buenos augurios son
numerosos: el día del nacimiento estuvo saturado de truenos y relámpagos, al
tiempo que las águilas de Zeus se posaban sobre los aposentos de la reina, y
Filipo obtenía tres victorias simultáneas: una en los juegos olímpicos y dos en
el campo de batalla, la primera a través de él mismo y otra mediante su
lugarteniente Parmenión. En Asia, un demente incendió el templo de Artemisa en
Éfeso, presagiando así el futuro que le esperaba a ese continente, según
cuentan este tipo de relatos.
Dejando a un lado el romanticismo
mitológico de los griegos, podrá entenderse que el enlace matrimonial con el
contiguo reino de Epiro fue como las otras tres bodas entre Filipo y las
restantes princesas de los países vecinos. Así las cosas, el soberano macedonio
se desposó con la heredera molosa, la embarazó un par de veces -durante los
intermedios de sus campañas- mientras ejecutaba sus planes de dominio y
conquista. De esta unión nacerían Alejandro (356 aC) y su hermana Cleopatra. El
linaje de Perseo y Heracles se había unido al de Aquiles y Héctor, por lo que
Alejandro era descendiente de Zeus, a través de las dos ramas de su
impresionante árbol genealógico.
Mary Renault describe a la madre del gran Alejandro de la
siguiente manera:
“Olimpia fue una mujer de gran capacidad e
inteligencia, cuyo juicio quedaba totalmente nublado por sus emociones; fue
visionaria y orgiástica, aunque no en un sentido sexual; tuvo un tipo de
orgullo que no se habría rebajado a cometer un vulgar adulterio. Para muchas
mujeres el frenesí dionisíaco representó una especie de viaje liberador con
drogas, pese a que sólo utilizaban vino y el resto correspondía a la
autosugestión y a la emoción compartida. Olimpia le añadía una poderosa
imaginación. Para cólera y disgusto de Filipo, que tenía aspiraciones
helénicas, Olimpia mantuvo a su alrededor las serpientes domesticadas del culto
tracio primitivo. Es posible que sufriera alucinaciones autoinducidas. Con toda
probabilidad Alejandro todavía era muy pequeño cuando ella le dio a entender
que Filipo no era su padre.
En aquellos tiempos la vida cotidiana gozaba de poca
intimidad, incluso en el caso de los grandes. Por eso resultaba significativo
que, pese a las acusaciones que Olimpia provocó, nunca se mencionara a nadie
como su amante. Dado que odiaba a su marido, quiso poseer totalmente a su hijo.
Acontecimientos posteriores demuestran que, cualquiera que fuese el misterio
que Alejandro creyó que rodeaba su nacimiento, él lo consideraba sobrenatural.”
Ésta es la dura
cuenta de cobro de Olimpia hacia Alejandro, de la que habla el maestro Lago. Y
el propio Magno, quien medio en broma y medio en serio, solía decir que su
madre le había cobrado un alto alquiler por los nueve meses de alojamiento que
le dio al macedonio.
En poco tiempo, Filipo pasó de la
defensiva a la ofensiva. Una vez aseguradas sus fronteras, se dispuso a
expandirlas. El regente macedonio demostró que aprendió lecciones muy
interesantes en Tebas. La asamblea de guerreros lo entendió así, y los
recientemente victoriosos soldados decidieron finalmente que Filipo se
convirtiera en su rey, por lo que el infante Amintas fue desplazado del trono
por su tío. Esta medida era legítima de acuerdo con las leyes ancestrales del
país, pues -como ya lo anotó J. I. Lago- la corona no pasaba automáticamente de
padre a hijo. La asamblea de los macedonios en armas era quien escogía al
monarca, el cual debía estar emparentado con antiguos reyes del país.
Al poco, el
nuevo rey probó que los macedonios acertaron en su decisión. Filipo creó por
primera vez un ejército permanente y profesional. Así mismo, el futuro padre de
Alejandro aprovechó las particularidades de la estructura social homérica en
que se hallaba su reino, para incorporar a sus nobles en condición de oficiales
y jinetes. Tanto Grimberg como Renault apuntan que se puede considerar a Filipo
como el creador de la caballería como unidad táctica.
Su genio
innovador no fue menor en infantería. El padre de Alejandro se inventó la
sarissa, la pica macedonia que sólo sería superada siglos después por las
legiones romanas. Igualmente mezcló la infantería pesada con arqueros y
honderos, y mandó construir las máquinas de asedio asiáticas, y así mismo las
inventadas por encargo de Dionisio, el famoso tirano de Siracusa. Se evidencia
así que este general fue algo más que un mero imitador de su maestro
Epaminondas. Droysen por su parte, hace la siguiente acotación:
“Y
además de formar este ejército, supo imprimirle la disciplina necesaria y una
formidable capacidad militar. Refieren de él las fuentes que suprimió todo lo
que consideraba bagaje innecesario, incluyendo los carros de impedimenta de la
infantería, que asignó solamente un caballerizo a cada jinete y que obligaba a
sus tropas a marchar con gran frecuencia, incluso en los días más calurosos del
verano, hasta 6 y 7 millas, con toda su impedimenta y provisiones para varios
días. La disciplina mantenida en este ejército era tan rígida, que en la guerra
del año 338 fueron dados de baja dos jefes por llevar al campamento a una
tocadora de laúd.”
Y al igual que
los grandes, Filipo fue algo más que un general con genio. Era un virtuoso de
la diplomacia, las intrigas y el engaño. Una vez conquistados los países
ubicados al norte de Macedonia, y asegurada su alianza con Epiro mediante su
enlace matrimonial con Olimpia, la siguiente etapa en su carrera de dominio fue
el Quersoneso tracio, posesión ateniense hasta ese entonces. Fue de esta manera
como Filipo dirigió sus miras a los territorios griegos.
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