sábado, 23 de diciembre de 2017

LAS MOCEDADES DE ALEJANDRO I

 Por Joaquín Acosta

“¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ‘Es mucho más valiente que su padre’ Y que, cargado de cruentos despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije el alma de su madre.”

Ilíada VI, 476

A la paciencia de Meister Manuel G., tan grande como la de Job, por soportar durante tantos años a J.I. Lago





Hasta los héroes tienen un origen. El de Alejandro es bien particular, debido a que abarca las dos terceras partes de su vida. Los primeros veinte años del Magno son los menos registrados por los historiadores. Otra razón más que explica el misterio, y el malentendido. La vida anterior al reinado de Alejandro es la menos documentada, al haberse perdido las fuentes que se enfocaron en los primeros lustros del macedonio. La mayor parte de esta época está registrada exclusivamente por Plutarco. No obstante, el estudio de la infancia y adolescencia del Magno permitirá una mayor comprensión de las circunstancias y personalidad de este titán histórico, cuyo legado es trascendental para la humanidad entera.



EL REINO


La antigua Macedonia era una tierra de hombres rudos, bravucones, orgullosos hasta la muerte y muy preciados de su honor. Carl Grimberg anota que los corpulentos compatriotas de Alejandro Magno tienen muchas similitudes con los vikingos. Para que un macedonio fuese considerado un hombre, tenía que haber cazado un jabalí, aunque lo ideal es que hubiese dado muerte a un guerrero enemigo en batalla, ambas cosas al cumplir los quince años. Igualmente, en la patria de Alejandro un auténtico hombre era buen bebedor, jactancioso con sus cicatrices adquiridas en batalla, y dispuesto a dar muerte a todo aquel que se atreviese a atentar contra su honor.

Semejante idiosincrasia explica cómo la historia de esta tierra es principalmente la crónica de sempiternas pendencias entre los diferentes clanes. Así las cosas, Macedonia no era más que un país hecho jirones por las endémicas guerras tribales entre sus revoltosos y conflictivos habitantes. El rey era una simple figura decorativa, pues el verdadero poder estaba repartido entre las diferentes casas nobles, las cuales acostumbraban pactar con las fuerzas políticas extranjeras, con tal de aumentar en unas cuantas hectáreas sus dominios.

Como Macedonia limitaba en el norte con los ilirios, peonios, agrianos y tracios, en el sur con Tesalia y Grecia, en el este con el imperio persa y en el occidente con el reino de Epiro, se podrá verificar que los países fronterizos eran los que más se beneficiaban con la situación reinante en ese tiempo. De hecho, hubo una época en que Macedonia fue una satrapía o provincia del imperio persa.

Tal situación se acabó con las guerras médicas. El lugar que ocupaba el imperio persa en relación con los griegos orientales y los macedonios, fue reemplazado por la Liga de Delos, es decir por Atenas. Esta polis se dedicó a consolidar su propio imperio en el mar Egeo y Tracia, principalmente en el Quersoneso, y tal acontecimiento implicó que Macedonia dejara de ser una satrapía persa para volverse un títere más en el juego de poder ateniense, el cual fomentaba los conflictos internos entre los aristócratas macedonios, para beneficio de la facción dominante en Atenas.

El verdadero amo de Macedonia volvió a cambiar de nombre con las nefastas guerras del Peloponeso, en donde los aterradores guerreros espartanos arrebataron a los atenienses la hegemonía helénica. Sin embargo, la victoria de los lacedemonios fue pírrica, por cuanto el verdadero ganador en estas guerras fratricidas fue el imperio persa, quien aprovechó el desgaste de las potencias griegas para recuperar sus dominios occidentales.

La situación cambiaría gracias a uno de los caudillos más geniales y admirables de la antigüedad, y de la historia entera: Epaminondas de Tebas. Este genial general y estadista fue lo suficientemente ignorante como para atreverse a intentar una quimera, y de esta manera se enfrentó a los invencibles espartanos. Como buen iluso, logró el imposible de derrotar a una de las tropas más disciplinadas y temibles de todos los tiempos con una milicia claramente inferior, tanto en calidad como cantidad de soldados, pues los tebanos y sus hermanos beocios no eran más que una raza de brutos, según el resto de pueblos helénicos consideraba. Tal situación fue trastocada por Epaminondas, y gracias a él los tebanos se ganaron el merecido título de mejores soldados del mundo, especialmente la élite de su ejército, los magníficos guerreros de la célebre Hueste Sagrada tebana.

Semejante hazaña determinó que Macedonia cambiara nuevamente de amo, al igual que Grecia entera. Estamos ya en los años 369 y 368 aC, época en la que el rey decorativo de Macedonia era el joven Alejandro II (tío del  Magno) al parecer un buen guerrero, pero un soberano inexperto. En medio de la sempiterna crisis interna de su reino (a lo mejor para distraer a sus traicioneros nobles) el joven monarca emprendió la alegre empresa de invadir Tesalia, lo cual implicaba desafiar a Tebas y su ejército de primer orden. La potencia hegemónica del momento envió al lugarteniente y mejor amigo de Epaminondas, el gran general Pelópidas, y el ejército improvisado de Alejandro fue barrido del mapa.


LA HERENCIA


Al poco de la victoria de los tebanos sobre el monarca macedonio, parece ser que un noble llamado Ptolomeo (no confundir con el Hetairo de Alejandro Magno que se convirtió en faraón de Egipto), fiel a la tradición histórica macedonia, asesinó a su rey y se apoderó del trono en calidad de tutor del heredero. Una historia digna de la imaginación de Eurípides, Sófocles o Esquilo. Para garantizar que el impetuoso soberano macedonio se abstendría de emprender molestas aventuras que incomodasen a Tebas, Pelópidas se llevó unos cuantos nobles como rehenes. Entre éstos se encontraba el hermano menor del rey Alejandro, un adolescente llamado Filipo, quien recientemente había dejado de ser a su vez rehén de los brutales ilirios. Fue breve el tiempo que este joven pudo pasar con su familia. La infancia de este príncipe, cuyo linaje se remontaba hasta los mismísimos Perseo y Heracles, no fue ningún cuento de hadas.

Al año de su crimen, el regente Ptolomeo fue a su vez ultimado por su pupilo Pérdicas, hermano menor del asesinado Alejandro. La situación del nuevo rey era sumamente precaria, y necesitaba a su lado colaboradores que no pretendieran asesinarle. Tebas accedió a devolverle a su hermano menor Filipo. El chico había crecido, y así mismo aprendido de uno de los políticos más grandes que hubiera dado Grecia. Pérdicas lo nombró gobernador.

Tiempo después, los ilirios invadieron Macedonia nuevamente. Pérdicas les hizo frente mientras Filipo mantenía vigilados a los nobles. Como de costumbre, el ejército macedonio fue aniquilado, y el rey perdió la vida en la batalla. Los ilirios se dedicaron a saquear el norte del país, violar a las mujeres y esclavizar a los habitantes de la zona.

Cuando un soberano macedonio fallecía, por tradición ancestral los guerreros del reino se reunían en asamblea, y elegían a un miembro de la familia real como nuevo monarca, generalmente el primogénito del rey anterior. En el 359 aC, el hijo del difunto Pérdicas era apenas un niño. En consecuencia, la diezmada asamblea de macedonios nombró regente a Filipo mientras el heredero de Pérdicas -llamado Amintas- alcanzaba la mayoría de edad.

Era costumbre reiterada que al perecer un rey macedonio con su ejército, los diferentes aspirantes a suceder al monarca difunto pactasen con los ilirios, tracios, peonios y atenienses, y al frente de estas fuerzas invasoras saquearan Macedonia, generando desastrosas guerras civiles que generalmente terminaban cuando uno de los pretendientes se hacía con el poder, para beneficio de los países circunvecinos y desgracia de los macedonios.

El joven, soñador e inexperto regente cambió la historia. Hammond dice de este hombre admirable: “Filipo infundió ánimo y valor en su ejército reuniendo asamblea tras asamblea, rearmando y entrenando su infantería, y lo inspiró con su propio espíritu indomable.” Gracias a sus conocimientos adquiridos en Tebas, los desmoralizados macedonios conocieron finalmente el sabor de la victoria. El nuevo regente, de 24 años de edad, derrotó al ejército de mercenarios financiado por Atenas -que apoyaba las pretensiones de un hermanastro de Filipo- y  seguidamente a las invictas hordas ilirias, ganándose así el respeto de los tracios y la animadversión de la facción dominante en Atenas, que veía con lógico disgusto el renacer de Macedonia.

Olimpia, la futura madre de Alejandro, era hija del rey de Epiro. La tradición histórica la dibuja como una ménade furiosa, ninfómana y depravada. Tal leyenda carece de asidero racional. Si bien esta hermosa y fascinante mujer era muy aficionada a los misterios sagrados, es poco lo que se sabe de estos rituales. Lo único certero hasta la presente fecha, es que las ceremonias incluían música y danzas. Olimpia no era ninguna hetaira, sino una princesa de rancio abolengo, perteneciente a la casa real que descendía tanto de Aquiles como de Príamo, el último rey de Troya. La única forma en que Filipo podría poseerla, sería mediante el matrimonio.

Hammond y Faure consideran que el enamoramiento a primera vista de Filipo hacia Olimpia durante su iniciación en los misterios de Samotracia, es otra de las muchas ficciones y leyendas habientes en torno a Alejandro, en donde los portentos y buenos augurios son numerosos: el día del nacimiento estuvo saturado de truenos y relámpagos, al tiempo que las águilas de Zeus se posaban sobre los aposentos de la reina, y Filipo obtenía tres victorias simultáneas: una en los juegos olímpicos y dos en el campo de batalla, la primera a través de él mismo y otra mediante su lugarteniente Parmenión. En Asia, un demente incendió el templo de Artemisa en Éfeso, presagiando así el futuro que le esperaba a ese continente, según cuentan este tipo de relatos.

Dejando a un lado el romanticismo mitológico de los griegos, podrá entenderse que el enlace matrimonial con el contiguo reino de Epiro fue como las otras tres bodas entre Filipo y las restantes princesas de los países vecinos. Así las cosas, el soberano macedonio se desposó con la heredera molosa, la embarazó un par de veces -durante los intermedios de sus campañas- mientras ejecutaba sus planes de dominio y conquista. De esta unión nacerían Alejandro (356 aC) y su hermana Cleopatra. El linaje de Perseo y Heracles se había unido al de Aquiles y Héctor, por lo que Alejandro era descendiente de Zeus, a través de las dos ramas de su impresionante árbol genealógico.

Mary Renault describe a la madre del gran Alejandro de la siguiente manera:

“Olimpia fue una mujer de gran capacidad e inteligencia, cuyo juicio quedaba totalmente nublado por sus emociones; fue visionaria y orgiástica, aunque no en un sentido sexual; tuvo un tipo de orgullo que no se habría rebajado a cometer un vulgar adulterio. Para muchas mujeres el frenesí dionisíaco representó una especie de viaje liberador con drogas, pese a que sólo utilizaban vino y el resto correspondía a la autosugestión y a la emoción compartida. Olimpia le añadía una poderosa imaginación. Para cólera y disgusto de Filipo, que tenía aspiraciones helénicas, Olimpia mantuvo a su alrededor las serpientes domesticadas del culto tracio primitivo. Es posible que sufriera alucinaciones autoinducidas. Con toda probabilidad Alejandro todavía era muy pequeño cuando ella le dio a entender que Filipo no era su padre.

En aquellos tiempos la vida cotidiana gozaba de poca intimidad, incluso en el caso de los grandes. Por eso resultaba significativo que, pese a las acusaciones que Olimpia provocó, nunca se mencionara a nadie como su amante. Dado que odiaba a su marido, quiso poseer totalmente a su hijo. Acontecimientos posteriores demuestran que, cualquiera que fuese el misterio que Alejandro creyó que rodeaba su nacimiento, él lo consideraba sobrenatural.”

Ésta es la dura cuenta de cobro de Olimpia hacia Alejandro, de la que habla el maestro Lago. Y el propio Magno, quien medio en broma y medio en serio, solía decir que su madre le había cobrado un alto alquiler por los nueve meses de alojamiento que le dio al macedonio.

En poco tiempo, Filipo pasó de la defensiva a la ofensiva. Una vez aseguradas sus fronteras, se dispuso a expandirlas. El regente macedonio demostró que aprendió lecciones muy interesantes en Tebas. La asamblea de guerreros lo entendió así, y los recientemente victoriosos soldados decidieron finalmente que Filipo se convirtiera en su rey, por lo que el infante Amintas fue desplazado del trono por su tío. Esta medida era legítima de acuerdo con las leyes ancestrales del país, pues -como ya lo anotó J. I. Lago- la corona no pasaba automáticamente de padre a hijo. La asamblea de los macedonios en armas era quien escogía al monarca, el cual debía estar emparentado con antiguos reyes del país.

Al poco, el nuevo rey probó que los macedonios acertaron en su decisión. Filipo creó por primera vez un ejército permanente y profesional. Así mismo, el futuro padre de Alejandro aprovechó las particularidades de la estructura social homérica en que se hallaba su reino, para incorporar a sus nobles en condición de oficiales y jinetes. Tanto Grimberg como Renault apuntan que se puede considerar a Filipo como el creador de la caballería como unidad táctica.

Su genio innovador no fue menor en infantería. El padre de Alejandro se inventó la sarissa, la pica macedonia que sólo sería superada siglos después por las legiones romanas. Igualmente mezcló la infantería pesada con arqueros y honderos, y mandó construir las máquinas de asedio asiáticas, y así mismo las inventadas por encargo de Dionisio, el famoso tirano de Siracusa. Se evidencia así que este general fue algo más que un mero imitador de su maestro Epaminondas. Droysen por su parte, hace la siguiente acotación:

“Y además de formar este ejército, supo imprimirle la disciplina necesaria y una formidable capacidad militar. Refieren de él las fuentes que suprimió todo lo que consideraba bagaje innecesario, incluyendo los carros de impedimenta de la infantería, que asignó solamente un caballerizo a cada jinete y que obligaba a sus tropas a marchar con gran frecuencia, incluso en los días más calurosos del verano, hasta 6 y 7 millas, con toda su impedimenta y provisiones para varios días. La disciplina mantenida en este ejército era tan rígida, que en la guerra del año 338 fueron dados de baja dos jefes por llevar al campamento a una tocadora de laúd.”

Y al igual que los grandes, Filipo fue algo más que un general con genio. Era un virtuoso de la diplomacia, las intrigas y el engaño. Una vez conquistados los países ubicados al norte de Macedonia, y asegurada su alianza con Epiro mediante su enlace matrimonial con Olimpia, la siguiente etapa en su carrera de dominio fue el Quersoneso tracio, posesión ateniense hasta ese entonces. Fue de esta manera como Filipo dirigió sus miras a los territorios griegos.


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