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sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 30. TODO O NADA + EPÍLOGO

 30.
 TODO O NADA
  
 Durante los primeros meses de 146 Critolao recorrió las principales ciudades de la Liga, atizando el odio popular contra Roma y los espartanos, y comprometiéndose a aplicar una política de reformas sociales que favoreciera a los ciudadanos más pobres.
 ... intimó a los magistrados a que no exigieran el pago a los deudores, y que no permitieran que nadie fuera encarcelado por deudas. Debían demorar la devolución de los préstamos hasta la decisión de la guerra [contra Esparta]. El resultado de semejante demagogia fue que creyeran todas sus afirmaciones, y el pueblo se mostró dispuesto para cualquier cosa que se le propusiera. Polibio 38. 11.
 Una vez obtenido el apoyo popular con esas promesas, Critolao y Dieo vieron llegado el momento de imponerse a los más moderados, que todavía conservaban gran influencia en el cuerpo de magistrados. El estratego convocó al final del invierno una asamblea en Corinto, el centro del movimiento popular, donde podía contar con el apoyo incondicional de la masa de trabajadores y artesanos que había protagonizado los disturbios anti espartanos del año anterior. Allí se presentaron unos legados enviados por Metelo, el gobernador de Macedonia, que trataba nuevamente de calmar a los aqueos, pidiendo la apertura de conversaciones que solucionaran el conflicto con los lacedemonios y que se reconociera la tutela del senado sobre los asuntos griegos. La facción moderada de la asamblea defendió el inicio de las negociaciones, y presentó una moción pidiendo la aceptación de los ofrecimientos romanos. Pero la asamblea, dominada por una mayoría de obreros y artesanos, que procedentes de Corinto y de otras ciudades de la Liga intervenían por primera vez en masa en una reunión oficial, rechazó a los romanos entre abucheos. En ese momento Critolao pidió la palabra y pronunció un incendiario discurso.
 ... con una audiencia enfervorizada a su favor, verdaderamente enloquecida, atacó a los magistrados, se burló de sus enemigos políticos y se despachó a gusto contra los legados romanos. Dijo que admitía ser amigo de los romanos, pero que no toleraría someterse a ningún dueño. Su aviso final fue manifestar que, si eran hombres, no se verían privados de aliados, pero que si se comportaban como afeminados, serían esclavizados. Polibio 38. 12
 Los moderados trataron de resistirse, y el consejo de ancianos aqueo, controlado por ellos, intentó intimidar al estratego retirándole la escolta militar, una de sus prerrogativas como comandante en jefe. Esto provocó una respuesta aun más violenta de Critolao.
 ... a ver si alguien se le aproximaba, si se le acercaba, si se atrevía siquiera a rozarle la túnica. Gritó que hacía ya mucho tiempo que se contenía, pero que ya no podía más y que diría lo que sentía. “Porque debemos temer menos a los lacedemonios o a los romanos que a aquellos de entre nosotros que colaboran con el enemigo. Sí, algunos de aquí promueven más el interés de romanos y lacedemonios que el nuestro propio”. Polibio 38. 13
 Acto seguido acusó a los líderes de la facción moderada de traicionar a la federación y de informar a los romanos de lo tratado en las reuniones del consejo de gobierno de la Liga. Entre los acusados estaba Estratio de Tritea, uno de los deportados regresados de Italia junto a Polibio en 151, y que al contrario de éste se había reincorporado a la vida política activa y se había convertido en uno de los dirigentes del ala moderada del partido “nacional”. Estratio reconoció los contactos con los romanos y con otros estados griegos, pero negó vehemente las acusaciones de traición. Mas Critolao ya disponía del apoyo entusiasta de la asamblea, e hizo votar una moción en la que se establecía la inmunidad judicial del estratego durante su mandato, para impedir cualquier proceso de reprobación y protegerse de una posible acusación una vez cumplido su periodo de mando, como les había ocurrido a Menálcidas y Damócrito hacía poco tiempo. Asimismo hizo aprobar oficialmente la reanudación de la guerra contra Esparta, lo que significaba la guerra con Roma. La Liga Aquea se precipitaba hacia su destino.
 La noticia de la declaración de guerra de la Liga a Esparta llegó a Roma en poco tiempo, quizás en el peor momento posible. A principios de 146 Escipión Emiliano se preparaba, tras derrotar a los últimos ejércitos cartagineses, para lanzar el asalto final contra la ciudad, que tuvo lugar en abril. Polibio estuvo presente cuando su pupilo y amigo dio la orden de destruir la que había sido la más importante ciudad del occidente mediterráneo.
 Se volvió hacia mí, me cogió de la mano diestra y exclamó: “Un momento glorioso, Polibio, pero no sé por qué temo y presiento que llegue la ocasión en que otro dé la misma orden contra nuestra patria”. Polibio 38. 21. 1
 Escipión Emiliano no podía saber que esa premonición no se cumpliría hasta pasados quinientos cincuenta y seis años, cuando el rey godo Alarico saqueara Roma en 410 d. de C. En el momento de la destrucción de Cartago, Roma estaba comenzando a consumar su destino y a crear un imperio que se extendería por todo el Mediterráneo y gran parte de Europa.
 El fin de la guerra en África dejaba al senado sin impedimentos para concentrar sus fuerzas en Grecia. Inmediatamente se ordenó a uno de los cónsules, Lucio Mummio, el alistamiento de un ejército de dos legiones, junto a las habituales tropas auxiliares de los aliados itálicos, y su embarque hacia Grecia. Pero antes incluso de que el cónsul comenzara a movilizar sus tropas, Quinto Cecilio Metelo, el gobernador de Macedonia, resolvió actuar por su propia cuenta, decidido a que los honores del triunfo y los beneficios del botín les correspondieran a él y a su ejército. Se puso en marcha desde Macedonia a través de Tesalia, enviando por delante unos legados que presentaron un ultimátum a la Liga Aquea.
 ... ordenándoles liberar de la Liga a los lacedemonios y a los otros estados mencionados en la orden de los romanos, prometiendo que el pueblo romano les perdonaría enteramente por su desobediencia en la ocasión previa. Pausanías, Acaya 15. 2

 Los aqueos, excitados por Critolao y Dieo, rechazaron el requerimiento y se prepararon para la guerra. Era el último esfuerzo griego por presentar resistencia a la hegemonía romana. Se realizó un llamamiento al resto de estados y ciudades para unirse en la defensa de la libertad de Grecia. No es difícil imaginar la retórica empleada para intentar empujar a los griegos a la lucha, basada en los recuerdos de las antiguas batallas contra persas, macedonios o galos. Pero sólo beocios y eubeos respondieron, con ciertas reticencias, a las exhortaciones aqueas. A pesar de ello el ejército federal fue movilizado, y se decidió atacar Heraclea del Oeta, ciudad de la Liga incluida en el decreto de segregación, cercana al paso de las Termópilas, que era la clave del acceso a la Grecia central desde Tesalia. Pero mientras Critolao, a la cabeza del ejército como estratego, comenzaba el asedio de la ciudad, que se había independizado de la Liga por sí misma aprovechando el decreto romano, llegó la noticia de la presencia cercana de las tropas de Metelo. Se ordenó el repliegue, que pronto se convirtió en fuga desordenada a través de las Termópilas.


 La Guerra Acaica. 146
 ...sin atreverse [Critolao] siquiera a apostar a los aqueos en el paso entre Heraclea y las Termópilas, y esperar allí a Metelo. Tal fue su terror que hizo que se hundieran las brillantes esperanzas inspiradas por el lugar, el sitio del esfuerzo de los lacedemonios para salvar Grecia, y de la no menos gloriosa hazaña de los atenienses contra los galos. Pausanías, Acaya   15. 3
 Las experimentadas tropas romanas no tuvieron problemas para alcanzar a los aqueos en retirada cerca de Escarfea, a la salida del desfiladero, donde los masacraron, en abril o mayo de 146. Critolao murió mientras huía, y su cuerpo nunca fue encontrado. Con el ejército destruido, una unidad de caballería megapolitana, heredera del cuerpo de élite que Filopemen había creado a finales del siglo anterior, se encontró aislada buscando una ruta de escape hacia el Peloponeso. Trataron de refugiarse en Elatea, pero fueron rechazados por la población, temerosa de los romanos. Intentaron entonces seguir adelante, hasta que se vieron alcanzados por las vanguardias de Metelo cerca de Coronea, en Beocia, donde fueron totalmente aniquilados. La fuerza militar aquea se había desintegrado en apenas unos pocos días.
 Metelo ocupó entonces sin oposición Beocia. Los tebanos, que habían apoyado a la Liga, abandonaron su ciudad y huyeron a los montes cercanos, aunque Metelo había ordenado a sus tropas respetar tanto la ciudad como a los fugitivos. Piteas, el responsable de la alianza con los aqueos, huyó al Peloponeso con su familia. Más adelante sería detenido y ejecutado. Mientras tanto en la Liga, ante la situación de emergencia nacional creada, se convocó una asamblea para elegir a un nuevo estratego en sustitución del desaparecido Critolao. La asamblea tuvo lugar de nuevo en Corinto, y la presión del pueblo, todavía enardecido contra Roma y dispuesto a sostener la resistencia, forzó la elección de Dieo de Megalópolis. En ese momento se presentó ante la asamblea Andrónidas, uno de los más importantes miembros del grupo pro romano, aliado años antes de Calícrates de Leonte, y que ante el cariz que tomaban los acontecimientos se había pasado al bando romano. Traía un mensaje de Metelo, en el que se ofrecía la paz a cambio del cumplimiento del ultimátum presentado al inicio de las operaciones.
 Los miembros de la facción moderada solicitaron a la asamblea la aceptación de las condiciones romanas. Estaban representados por personajes de gran peso, como Estratio, líder histórico del partido “nacional”, superviviente de los tiempos de Licortas y Arcón, Sosícrates, alto cargo militar, y otros personajes desconocidos como Lagio o Arquito. La defensa de la moción tuvo momentos dramáticos.
 ... Estratio, ya anciano, se abrazó a Dieo y le rogaba que se aviniera a las ofertas de Cecilio... Polibio 38. 17
 Pero Dieo y sus seguidores se mostraron inflexibles. Se celebró un consejo, presidido por el estratego y compuesto por miembros prominentes del grupo que le apoyaba, como Damócrito, el antiguo estratego de 148, que había vuelto del exilio al inicio de las hostilidades y había pasado a formar parte de la dirección del grupo de los nacionalistas radicales, y otros personajes como Alcámenes, Teodectes o Arquícrates, desconocidos para nosotros. Resolvieron rechazar los ofrecimientos de Metelo y encarcelar a todos aquellos que habían defendido su aceptación. Sosícrates, que muy probablemente había formado parte anteriormente del grupo dirigente radical –aunque ahora reconociera la inutilidad de continuar la guerra–, fue condenado a muerte y ejecutado bajo tortura. El mismo destino corrió Filino de Corinto, que sufrió la pena junto con sus hijos. Estratio no fue perseguido, probablemente por su edad y prestigio. Pero Andrónidas, que había trasmitido el mensaje romano, que era un enemigo político declarado y traicionado a la Liga, y que había sido maltratado por la multitud, fue en cambio liberado tras sobornar al estratego con un talento. Ni siquiera en medio de la más violenta tormenta desaprovechaba Dieo la oportunidad de obtener un beneficio.
 Tras eliminar a la oposición, Dieo tuvo que enfrentarse a la emergencia del momento. Envió urgentemente a Alcámenes con cuatro mil hombres, los restos de la fuerza militar aquea, a Megara, con el objetivo de contener el avance de Metelo protegido tras sus murallas. Pero era necesario alistar un nuevo ejército. Para ello el estratego empleó procedimientos radicales.
 ...se presentó en Argos, desde donde ordenó a todas las ciudades que concedieran la libertad a dos mil esclavos que se encontraran en la flor de la edad y que hubieran nacido en las casas de los dueños o se hubieran criado en ellas. Estos hombres deberían ser armados y enviados a Corinto... obligó a hacer requisitorias especiales y a que los ricos hicieran contribuciones particulares, no sólo los hombres, sino también las mujeres. Al propio tiempo, ordenó a todos los que estaban en edad militar se concentraran masivamente con armas en Corinto. Polibio 38. 15
 Con estas medidas extraordinarias consiguió reunir apenas catorce mil infantes y seiscientos jinetes. A cambio sumió a toda la federación en el caos. Las medidas recuerdan poderosamente a las tomadas por Cleómenes III o el tirano Nabis en Esparta en el pasado, la aplicación extrema del programa de revolución social que permanecía latente en Grecia desde el siglo anterior. Especialmente grave fue el expediente de liberar a los esclavos. Esto provocó una inmediata inseguridad en todas las ciudades, por cuanto que en los esclavos que permanecían en servidumbre se despertó la esperanza de una pronta liberación. Las requisas indiscriminadas, necesarias ante los cuantiosos gastos provocados por la guerra con Esparta, que se mantenía ya dos años, añadieron un tinte pecuniario a la desesperanza general causada por la desalentadora perspectiva de tener que enfrentarse a la potencia romana. Territorios enteros, como Mesenia o la Élide, se sustrajeron a las exigencias del gobierno federal, escudándose en la necesidad de preparar la defensa ante los previsibles ataques de la flota romana a sus costas. El orden social e institucional se desintegraba ante la inminente llegada de las tropas romanas.
 ... la consternación, por las medidas que iban cayendo una tras otra, impedía a los hombres la reflexión cuidadosa sobre el conjunto de la situación, lo cual les habría permitido ver que se dirigían, ellos, sus mujeres y sus hijos a una ruina previsible. Por lo demás, empujados y llevados violentamente como por un torrente impetuoso, obedecían a la locura e incompetencia de su comandante. Polibio 38. 16
 Las noticias del campo de batalla seguían siendo desastrosas. Las tropas de Alcámenes huyeron en cuanto se vieron enfrentadas a las avanzadillas romanas, y Megara se rindió sin combatir. Metelo avanzó sin resistencia a través del Istmo y plantó su campamento frente a Corinto. Ningún ejército hostil había entrado en territorio aqueo desde hacía cincuenta años. A la vista de la ciudad Metelo renovó sus ofertas de detener la guerra si los aqueos se sometían. Nuevamente fueron rechazadas por un Dieo cada vez más alejado de la realidad. Pero cuando los romanos se preparaban para el asalto a la ciudad se presentó, tras una presurosa travesía, el cónsul Mummio, nada dispuesto a ceder a Metelo el honor de la victoria. Ordenó al pretor regresar a Macedonia con su ejército, y se instaló en el campamento a esperar a que fueran llegando sus tropas. Estas constaban de veintitrés mil soldados y tres mil quinientos jinetes, aparte de contingentes enviados desde Pérgamo y Creta. Pero mientras todavía se concentraban las legiones, los aqueos les sorprendieron con un ataque sobre sus posiciones avanzadas.
 El desprecio de los romanos [hacia los aqueos] les llevó a no realizar una vigilancia cuidadosa, y los aqueos, acometiéndoles de improviso, mataron a algunos, y expulsaron del puesto a muchos más, tomando quinientos escudos. Pausanías Acaya 16. 2
 Alentado por esa victoria parcial, Dieo ordenó el avance de todo el ejército, pero no se produjo ningún milagro. Las experimentadas tropas romanas apenas encontraron dificultades para desbaratar el ataque, y tras rechazar del campo de batalla a la caballería aquea al primer choque, masacraron a la inexperta y apresuradamente alistada infantería, que intentó inútilmente mantener sus posiciones. En ese momento Dieo abandonó el mando y huyó a Megalópolis, desestimando la opción desesperada de reunir a los supervivientes tras las poderosas murallas de Corinto y prepararse para un asedio. Había descubierto, demasiado tarde, su locura al pensar que podía sostener una guerra con Roma.
 Mientras Dieo se refugiaba en su ciudad natal, la Liga Aquea se desintegraba en una frenética huída hacia ningún lado. Polibio, que no estuvo presente en esos acontecimientos, –todavía permanecía en África con Escipión Emiliano– nos presenta una imagen dramática de la situación.
 ...unos se quitaban la vida desesperados, otros huían de las ciudades campo a través; lo que sucedía en ellas les horrorizaba, y las dejaban, pero sin rumbo fijo. Unos detenían a otros para entregarlos al enemigo como reos por haberse opuesto a Roma, otros prestaban declaración contra amigos, por más que en esos momentos no se requiriera de ellos ese servicio. Otros se presentaban como suplicantes, confesaban sus delitos y preguntaban cual era el castigo correspondiente, cuando nadie hacía averiguaciones acerca de ello. Todo el país se encontraba dominado por un embrujamiento trágico y extraño. La gente se tiraba a los pozos o se despeñaba. Así que, según el dicho, incluso el enemigo se hubiera conmovido... Polibio 38. 16
 Sin un gobierno capaz de mantener un mínimo de orden, la federación se disolvió en pocos días. La liberación de los esclavos, el bandidaje, la búsqueda desesperada de una forma de proteger vidas y propiedades de los horrores de un saqueo –los romanos tenían una bien ganada fama de crueldad–, sumieron las ciudades aqueas en una anárquica confusión. Dieo, tras comunicar a los ciudadanos de Megalópolis el alcance del desastre, mató a su esposa para evitar que cayera en manos de los romanos y se suicidó a continuación, envenenándose.

 EPÍLOGO
  
 Cuando Mummio entró en Corinto la halló casi totalmente despoblada y sin defensa –de hecho dudó durante varios días, sospechando una trampa–. Una vez ocupada, procedió a cumplir el mandato del senado, y dio la orden de proceder a su saqueo y destrucción, a la vez que se demolían sus murallas. Los pocos corintios supervivientes fueron vendidos como esclavos. La catástrofe de Corinto fue una imagen que perduraría durante mucho tiempo, como el símbolo de la dominación romana sobre Grecia y la eliminación definitiva de su independencia. Mummio fue acusado de bárbaro, de permitir la destrucción deliberada de las riquezas artísticas de una de las ciudades más prósperas de Grecia. Los autores posteriores se recrearían representando a los soldados romanos mientras jugaban a los dados sobre las obras de los pintores más famosos, a Mummio amenazando al centurión encargado del transporte de las irremplazables obras de arte de la ciudad con que se vería obligado a reponer las pinturas y esculturas perdidas o dañadas, o el descubrimiento del “bronce corintio”, descrito como resultado de los incendios: las numerosas estatuas de la ciudad, al fundirse, dieron lugar a la aleación de los metales preciosos de los que estaban elaboradas. Pero el cónsul tuvo especial cuidado en rescatar las obras de arte más valiosas para enviarlas a Roma, y no hacía otra cosa que cumplir, quizás demasiado al pie de la letra, el decreto del senado de arrasar el centro de la revuelta anti romana, igual que unos meses antes Escipión Emiliano había hecho con Cartago. Ningún otro gesto podía mostrar con más claridad la intención romana de desalentar cualquier futuro rastro de rebeldía entre los griegos.
 Mummio no encontró más resistencia por parte de los aqueos, y todas las ciudades se sometieron sin lucha, respirando aliviadas cuando los romanos se mostraron satisfechos con la destrucción de Corinto. Terminada la guerra el senado envió los habituales decenviros encargados de establecer con el cónsul el escenario posbélico.
 Las murallas de todas las ciudades que habían hecho la guerra contra Roma fueron demolidas por Mummio, desarmando a sus habitantes, incluso antes de que fueran despachados comisionados desde Roma, y cuando estos llegaron, procedió a abolir las democracias y a establecer gobiernos basados en una cualificación censitaria. Fue impuesto un tributo sobre Grecia, y aquellos con propiedades tuvieron prohibido adquirir propiedades en un país extranjero. Las confederaciones nacionales, como la de los aqueos, los foceos o los beocios, o de cualquier otro pueblo griego, fueron todas y cada una disueltas. Pausanías, Acaya 16. 9
 La Liga Aquea había desaparecido. Los dirigentes nacionalistas radicales que habían provocado la guerra fueron juzgados, sentenciados a muerte o al exilio, y sus propiedades subastadas. Además las ciudades aqueas fueron condenadas a pagar una indemnización de doscientos talentos a los espartanos y se les prohibió todo tipo de actividad militar o contratación de mercenarios. En ese momento llegó Polibio desde Roma, y pronto Mummio le encargó recorrer las ciudades y reorganizar sus gobiernos. Polibio, gracias a sus estrechas relaciones personales con el senado romano, se convirtió rápidamente en la principal figura política de una Acaya exánime tras la derrota.
 ... al cabo de un tiempo, Polibio logró que la población se sintiera satisfecha con la constitución otorgada y que, en ningún aspecto, hubiera dificultades ni privadas ni públicas surgidas de las leyes...si Polibio no hubiera trabajado en ello y no hubiera redactado las leyes que gobernaran la jurisdicción pública, todo habría quedado confuso y lleno de grandes enredos. Polibio 38. 5
 Lo que puede hacer pensar que Polibio, aristócrata propietario él mismo, pudo tener cierta influencia en la decisión romana de abolir las democracias ciudadanas e imponer un modelo censitario. En cada ciudad los propietarios se convirtieron en los únicos ciudadanos de pleno derecho, monopolizando el poder y estableciendo oligarquías que, con apoyo romano, restituyeron el orden social tradicional. Los últimos roces con Roma se debieron a la presencia de los signos monumentales del pasado federal de la Liga. Algunos romanos exigieron la demolición en las ciudades de las estatuas honoríficas dedicadas a los grandes héroes de la Liga, sobre todo de las de aquellos más caracterizados por sus ideas de unidad nacional griega y de resistencia al dominio romano. Polibio protestó ante el cónsul y éste, de acuerdo con los decenviros, ordenó volver a erigirlas.
 Acogiéndose a esta concesión, Polibio pidió al general romano la devolución de las estatuas que habían sido transferidas del Peloponeso a Acarnania, las de Aqueo, Arato y Filopemen. Plutarco, Filopemen
 Roma, siempre sensible a las gestas históricas, sabía que el recuerdo de las hazañas del pasado griego no podía ya ser un riesgo para su imperio. Las ciudades griegas, ahora bajo el dominio romano, recuperaron lentamente la normalidad, y continuaron su lenta decadencia histórica. Polibio, honrado por las élites ciudadanas aqueas como el líder que había conseguido suavizar las represalias romanas tras la derrota de 146, moriría al caer de su caballo, ya anciano, con más de ochenta años de edad, hacia 125-120.
 Algunos años después de la guerra muchos de los castigos y sanciones impuestas a las ciudades y ciudadanos aqueos fueron revisados. Se permitió adquirir propiedades fuera de Grecia y se eximieron las multas. Las ciudades fueron recuperando su autonomía. Incluso se restauró formalmente una confederación aquea despojada de todo poder de decisión. Sin embargo el dominio romano sobre las ciudades griegas, a través del gobernador de la provincia de Macedonia fue absoluto. Todos los conflictos internos o entre ciudades eran remitidos a él, que actuaba como juez superior, con un único tribunal de apelación posible, el senado romano. La política romana se basó en mantener el control de los propietarios sobre la vida ciudadana, y sofocar cualquier atisbo de conflicto entre las distintas ciudades. Y ciertamente tuvieron bastante éxito. Las menciones a Grecia en las fuentes históricas fueron difuminándose, señal inequívoca de la falta de conflictos importantes o grandes acontecimientos.
 Sin embargo, estamos en condiciones de intuir el mantenimiento de la crisis económica y social, ahora silenciada por el monopolio de las instituciones por los propietarios y la paz impuesta por la fuerza romana. Los nuevos conflictos surgieron fuera de Grecia, en el reino de Pérgamo. A la muerte de Atalo, el hermano de Éumenes, en 138, le sucedió en el trono un sobrino, Atalo III. Éste tuvo fama de ser un individuo extraño, encerrado en su palacio, sin contactos con el exterior, la mayor parte del tiempo. Corrió el rumor de que se dedicaba a la hechicería. Tras su muerte en 133 se dio a conocer que en su testamento daba la libertad a las ciudades de su reino, y legaba el resto del territorio al pueblo romano, única autoridad en la que el difunto rey confiaba para mantener la paz social y seguridad entre sus súbditos. Roma se apresuró a aceptar el testamento. Al mismo tiempo Aristónico, un hijo ilegítimo de Éumenes, intentó, con el apoyo de la población campesina y el proletariado urbano, atraído con promesas de reforma social y mejora de sus condiciones económicas, mantener una monarquía nacional independiente. Aristónico fue derrotado en 130, y Roma instituyó su segundo territorio de administración directa en el mundo griego, la provincia de Asia. La tranquilidad en la región fue asegurada cediendo extensos territorios del antiguo reino de Pérgamo a los reinos limítrofes, Bitinia, Capadocia y Galatia.
 Durante las siguientes décadas la nueva provincia, con una rica agricultura e importantes y prósperas ciudades, se convirtió en una oportunidad de enriquecimiento rápido para comerciantes y publicanos italianos, que se aprovecharon de la administración romana para obtener monopolios y arrendamientos, que utilizados para imponer onerosos tributos a la población griega terminaron por encauzar las esperanzas de reforma social hacia un visible resentimiento contra Roma, sobre todo entre los ciudadanos pobres. Al mismo tiempo surgió a finales del siglo II a. de C. la figura de Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto, que en poco tiempo se convirtió en el monarca más poderoso del Asia Menor y comenzó a extenderse a costa de sus vecinos.
 El enfrentamiento con Roma llegó en 88, cuando Mitrídates atacó sucesivamente Capadocia, Bitinia, Galatia y la propia provincia de Asia, aprovechando que Italia estaba sumida en una guerra civil, causada por la sublevación en 91 de los aliados itálicos de Roma, que exigían la igualdad de derechos con los ciudadanos romanos. Las débiles fuerzas romanas en Asia se retiraron, y Mitrídates, con una activa propaganda, se atrajo a la población con promesas de reforma social y fomentando el odio contra Roma acumulado durante décadas de extorsión tributaria. El rey del Ponto, dueño ahora de la mayor parte de Asia Menor, pudo así ordenar el asesinato de todos los italianos presentes en la provincia, lo que causó, de creer a las fuentes antiguas, ochenta mil muertos. En Atenas una revuelta popular, dirigida por Aristón, se hizo con el poder y llamó a Mitrídates. El rey, convencido de que las disputas internas en Italia mantendrían a los romanos ocupados allí, instaló allí una base de operaciones, mientras otro ejército comenzó a avanzar hacia Macedonia a través de los Dardanelos y Tracia. El puerto de Delos, principal centro comercial del Mediterráneo oriental, fue arrasado, y masacrados todos los comerciantes italianos atrapados allí.
 La irrupción de las fuerzas de Mitrídates provocó la natural reacción en las ciudades griegas. Sabemos que beocios y eubeos siguieron los pasos de los atenienses y se pasaron al bando del rey. Sólo la tenaz resistencia del gobernador de Macedonia, que mantuvo a raya a las fuerzas de Mitrídates, impidió que la rebelión anti romana se extendiera a toda Grecia. No sabemos qué ocurrió en las ciudades aqueas. Es muy verosímil que en algunas los grupos populares se hicieran con el poder y trataran de acercarse a rey del Ponto. Pero la llegada, en el verano de 87, de un ejército al mando de Lucio Cornelio Sila, eliminó cualquier tipo de esperanza de levantamiento contra Roma y revolución social. En todas las ciudades los propietarios pro romanos se pusieron al servicio de Sila, que tras derrotar a las fuerzas de Mitrídates puso sitio a Atenas, conquistada y saqueada a principios de 86. Posteriormente venció a los ejércitos de Mitrídates que avanzaban por tierra desde Tracia en dos batallas sucesivas en Queronea y Orcómeno, en Beocia. En 85, con Grecia libre de fuerzas asiáticas, Sila se dirigió a Asia Menor a combatir a Mitrídates.
 Tras el saqueo de Atenas la idea de la libertad griega desapareció definitivamente, y el dominio romano fue universalmente aceptado. Aunque nominalmente las ciudades griegas conservaron su autonomía, la soberanía romana era incontestable. Durante las guerras civiles que marcaron el fin de la República Romana, que sucesivamente enfrentaron a César con Pompeyo, a Octavio y Marco Antonio contra los asesinos de César, y a Octavio y Marco Antonio entre sí, Grecia se convirtió en el campo de batalla habitual, pero sin ningún tipo de protagonismo propio, fuera del apoyo forzado a la facción que dominaba el territorio en cada momento. Muy significativamente tanto Pompeyo como Junio Bruto y Marco Antonio intentaron convertir Grecia en la plataforma desde la que recuperar el poder en Italia, pero los tres fueron derrotados. El tiempo de Grecia había pasado irremisiblemente.
 El acontecimiento más importante de este periodo fue el establecimiento, en el año 44, de una colonia de ciudadanos romanos en una Corinto reconstruida. Esa colonia, al igual que otra establecida en Dime, fue ocupada por veteranos de Cesar, licenciados tras su victoria sobre Pompeyo. La reedificación de Corinto como ciudad romana marcó el inicio de la romanización institucional de Grecia, visible en la cada vez más habitual concesión de los derechos de ciudadanía romana a los miembros de las élites de las ciudades griegas.
 Este proceso fue completado por el heredero de César, Cayo Octavio Turino, a partir del año 27 el emperador Augusto. En 22 Augusto transformó Grecia en una nueva provincia romana, la Acaya, con capital en Corinto. Paralelamente Augusto apoyó la renovación de las antiguas ligas nacionales. Se revitalizaron así las confederaciones beocia, laconia, arcadia y aquea. Pero estas nuevas ligas tuvieron un valor esencialmente simbólico. No tenían ningún papel político, militar o institucional, fuera de una aparente unidad nacional, sin valor real bajo el dominio imperial, y la recuperación de cultos y costumbres tradicionales. Se convirtieron en poco más que mancomunidades comarcales, cuyos cargos eran monopolizados por los propietarios locales, que competían por un conjunto de honores –sacerdocios, cargos políticos menores, embajadas, etc.–, sin ningún tipo de poder efectivo más allá de una administración estrictamente local. Además Augusto tuvo la prudencia de no incluir en esas federaciones renovadas a las ciudades más importantes, como Corinto o Esparta, que permanecieron autónomas. La nueva Liga Aquea quedaba restringida a las ciudades del norte del Peloponeso, con capital en Patrás, que recibió el estatus privilegiado de colonia romana en el año 14.
 Paulatinamente Grecia fue romanizándose institucionalmente. Se mantenía el orgullo de superioridad cultural, comprensible si pensamos que los grandes avances científicos, artísticos, literarios o filosóficos de la época seguían siendo obra de griegos, patrocinados o no por las autoridades romanas. No debemos olvidar que lo que llamamos civilización romana no es más que la evolución de la cultura helenística bajo una pátina institucional romana. Quizás ese sea el destino reservado a la civilización europea. Los helenos seguían sintiéndose el centro cultural del mundo conocido, por más que la situación económica de sus centros urbanos tradicionales seguía siendo desastrosa, la actividad política de las ciudades pasaba por la sumisión a la autoridad romana, y Grecia había quedado definitivamente fuera de los grandes ejes políticos, económicos o culturales de la época, centrados en ese momento en Roma y en las grandes ciudades del oriente helenístico –Éfeso, Antioquía, Alejandría...–. Las ciudades griegas perdieron su vitalidad, transformándose lentamente en centros provincianos con una esfera de acción meramente local.
 Pero el embrujo del pasado griego se mantenía. El emperador Nerón, seducido por los ideales educativos y culturales de la Grecia clásica, intentó, de una forma desmañada, recuperarlos como base para la nueva Roma que trató de modelar durante su reinado. Él mismo se dedicó con tesón a la música, uno de los pilares de la educación griega, y llegó a considerarse al nivel de los profesionales de la época. En 66 d. de C. emprendió un viaje a Grecia, para participar en los grandes juegos de Olimpia, Delfos y Corinto –que se celebraron fuera de fecha en su honor–, como citaredo, cantor, e incluso auriga, ante el estupor y regodeo de los espectadores griegos, y la censura y burla de los círculos más conservadores de Roma. Como resultado de esa admiración sin límites por lo griego, al final de su viaje proclamó en el estadio de Corinto la libertad de Grecia –copiando conscientemente el modelo de Quincio Flaminio–, y devolvió a las ciudades la autonomía que habían perdido con la creación de la provincia de Acaya bajo Augusto.
 La víspera de su partida galardonó a toda la provincia con la libertad, y a los jueces [de los certámenes en los que había participado] con la ciudadanía romana y una buena suma de dinero. Y él mismo anunció estas recompensas de viva voz, desde el centro del estadio, el día de los juegos Ístmicos. Suetonio Nerón 24. 2
 Formalmente libres de la tutela romana las ciudades griegas reanudaron entonces los enfrentamientos y rivalidades internas que habían socavado, en los siglos anteriores, la independencia de Grecia, sumiendo en poco tiempo al país en una auténtica guerra civil. La intervención de la autoridad imperial resultó inevitable.
 Vespasiano ordenó que volvieran a pagar tributo y estuvieran sujetas a un gobernador romano, diciendo que los griegos habían olvidado cómo vivir en libertad. Pausanías, Acaya 17. 4
 Desde entonces Grecia quedó definitivamente inserta en el estado imperial romano, renovado luego por el bizantino y el otomano, y la idea nacional griega se diluyó en una imagen idealizada de su heroico pasado, hasta su renovación con el desarrollo del nacionalismo griego anti turco, que dio lugar a la Grecia moderna, a principios del siglo XIX.
 ¿Es éste el destino de Europa? No. Nuestro futuro depende de nuestras acciones, no de nuestro pasado. Pero éste nos marca líneas de tendencia que debemos tener en cuenta. Durante el último siglo los europeos se han enfrentado a dos grandes totalitarismos ante los que se ha mostrado incapaz de defenderse. Ahora, un nuevo poder, el estadounidense, se impone sobre nosotros, con la diferencia esencial de que defiende un modelo de sociedad occidental semejante al nuestro y no se muestra interesado en imponer por la fuerza unos valores o modelos culturales específicos. Estados Unidos tiene, desde nuestro punto de vista, sus fallas e imperfecciones, pero tras medio siglo de predominio militar y económico en Europa occidental debemos reconocer que las naciones europeas han evolucionado internamente con total autonomía, y que los estadounidenses no han intervenido en la conformación de nuestras sociedades y modelos de pensamiento.
 Lo que nos lleva a la misma pregunta que se hizo Aristeno de Megalópolis a principios del siglo II antes de Cristo. Si somos capaces de resistir hagámoslo, pero si no lo somos, ¿porqué habríamos de hacerlo? El mundo griego terminó integrándose en las instituciones romanas, dando lugar a lo que universalmente se considera uno de los momentos culminantes de la historia de la Humanidad. En nuestros días, la civilización europea occidental, con sus principios esenciales de igualdad, libertad de conciencia, participación política, libertad económica, se ve amenazada por la autocracia nacionalista rusa o china, por el fundamentalismo islamista o por el populismo hispanoamericano. Quizás haya llegado el momento de plantearnos una colaboración aun más estrecha con los Estados Unidos, aceptando una posición subordinada que, por otra parte, ya se estableció en una crisis todavía más grave, la Segunda Guerra Mundial, como forma de atajar en el camino que nos conduce a un mundo global más justo, más libre y más próspero. Vale.

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 29. EL DESAFÍO

29.
 EL DESAFÍO
    
 Mientras las embajadas de la Liga Aquea y Esparta se dirigían a Roma, probablemente en los primeros meses de 148, la política internacional continuaba agitada. En su guerra contra los cartagineses los romanos se mostraron incapaces de imponer su gran superioridad, y Cartago resistió tras sus poderosas murallas el asedio de las tropas enviadas por el senado, y alcanzó incluso algunos éxitos parciales. Por añadidura, cuando el senado recibió a las embajadas, su dominio en Grecia no era todavía seguro, debido a la revuelta todavía viva de Andrisco, el falso Filipo. Pero antes de dar audiencia a los legados ocurrió un acontecimiento imprevisto. Calícrates de Leonte, uno de los líderes más veteranos de la política aquea –ya anciano, con al menos setenta y cinco años de edad–, murió en Roma por causas naturales. Con maliciosa ironía, Polibio se preguntó sobre los desastres que habrían afligido a la Liga de haber podido actuar en la embajada, recordando su papel ante el senado en 183. Fue Dieo el encargado de defender a los aqueos de las acusaciones de los exiliados espartanos. El debate no condujo a nada y el senado, cansado de los griegos, e inclinado, tras la sublevación de Andrisco, a las acciones drásticas, despidió a los legados agriamente sin dar ninguna respuesta, excepto la exigencia a las dos partes de detener las hostilidades y esperar la llegada al Peloponeso de una comisión senatorial, que resolvería los conflictos definitivamente. Sin embargo la vuelta de las embajadas exacerbó aun más el enfrentamiento. Tanto Dieo ante la Liga como Menálcidas ante los espartanos intentaron aprovechar el mutismo del senado sobre su decisión final.
 Dieo engañó a los aqueos haciéndoles creer que el senado romano había decretado la completa sumisión a ellos de los lacedemonios; Menálcidas engañó a los lacedemonios haciéndole creer que los romanos les habían liberado por entero de la Liga Aquea. Pausanías, Acaya 12. 9
 Inmediatamente la guerra se reinició. Había sido elegido estratego de los aqueos Damócrito, otro líder “nacional” anti espartano, que ordenó la movilización del ejército federal. Los requerimientos de las autoridades militares romanas en Macedonia, ocupadas en la guerra con Andrisco, de detener la ofensiva fueron desoídos. Los lacedemonios trataron de presentar resistencia, pero sus tropas fueron aplastadas en las cercanías de Esparta, y los supervivientes no pudieron hacer otra cosa que refugiarse apresuradamente en la ciudad. En ese momento, cuando el ejército aqueo tenía todo a favor para conquistarla, Damócrito dio órdenes de retirarse a las fronteras, e iniciar desde allí una guerra de posiciones. No sabemos las causas de esa extraña decisión, que fue muy contestada entre los aqueos. Quizás un soborno espartano, quizás el miedo a la reacción romana. La asamblea aquea, hábilmente manipulada por Dieo e ignorante de los términos concretos de la postura del senado romano y de sus mandatos de detener la guerra, acusó y condenó a Damócrito por traición, y le impuso a una multa de cincuenta talentos. Incapaz de hacer frente a la enorme suma Damócrito abandonó su cargo y se exilió voluntariamente. Era la primera vez que un estratego había sido derrocado de su cargo. Ni siquiera en medio de la tormenta de la guerra con Cleómenes, cuando Arato estuvo a punto en 226 de dimitir ante sus fracasos militares frente a los espartanos, un estratego había sido depuesto. La ambición de poder de Dieo, dispuesto a encabezar a toda costa el movimiento “nacional”, estaba empujando a la Liga Aquea a una crisis política de imprevisibles consecuencias.
 Este momento marca el inicio de la descomposición del sistema institucional de la Liga. La vuelta de los exiliados en 151 había significado la recuperación pública de los sentimientos anti romanos, ampliamente mayoritarios, y la restauración de un partido “nacional” radicalizado, del que Dieo se nos muestra como el principal dirigente, siempre dispuesto a acomodarse a las pasiones populares. La guerra con Esparta sirvió como elemento desencadenante de la exaltación nacionalista, pero de manera simultánea las tensiones económico-sociales iban cristalizando en un movimiento político, sobre todo en algunas ciudades, especialmente Corinto, el gran centro económico y comercial de la Liga, donde se reunía una importante masa de trabajadores empobrecidos y esclavos, sin esperanzas de mejorar su situación. La desaparición de Calícrates, la figura que mejor expresaba la colaboración –para la mayoría sumisión– con los romanos, rompió los frenos que hasta entonces habían sujetado la tensión interna de la federación. Una anécdota relatada por Polibio nos da una imagen del radical cambio provocado en la federación aquea tras su muerte.
 ... una casualidad hizo que, en un mismo día, la estatua de Calícrates fuera bajada a un lugar oscuro y la de Licortas subida a la luz, restituida a su ubicación originaria. Estos hechos forzaron a todo el mundo a decir que no se debe abusar soberbiamente del poder y no perjudicar a los demás... Polibio 36. 13
 Pero ni el orgullo de Polibio ante la rehabilitación de la memoria de su padre ni su satisfacción por la execración del odiado Calícrates, el responsable de su propio exilio, deben ocultarnos el dramatismo del cambio político que estaba ocurriendo. Un partido “nacional” cada vez más radicalizado se mostraba dispuesto a recuperar la antigua política, simbolizada por la evocación de Filopemen y Licortas, de rechazar la tutela de Roma y exigir para la Liga una autoridad soberana, libre de imposiciones y dictados. La idea de colaborar y someterse a Roma como forma de asegurar la estabilidad interna fue barrida, y sus defensores arrinconados y expulsados del poder. Dieo, convertido en el dirigente del movimiento nacionalista anti romano y anti espartano, venció con facilidad en las elecciones convocadas para reemplazar como estratego al condenado Damócrito.
 Dieo reactivó la guerra contra Esparta, en la que logró algunos éxitos al ocupar varias localidades lacedemonias, lo que llevó a los espartanos a acusar a Menálcidas, su comandante militar, de incompetencia. Menálcidas, previendo su procesamiento, trató de huir y exiliarse de nuevo, pero al no conseguir una vía de escape se suicidó antes de ser detenido. La definitiva derrota espartana parecía inminente, cuando Dieo recibió un mensaje del gobernador romano de la nueva provincia de Macedonia. La revuelta de Andrisco había sido sofocada ese verano. Un ejército, al mando del pretor Quinto Cecilio Metelo, llegó a Grecia al principio de la primavera y derrotó fácilmente a las tropas de Andrisco. Macedonia, unida a Iliria y el Epiro, fue reducida al estatus de territorio sometido a Roma, convirtiéndose en la primera provincia romana en territorio griego, y Metelo en su primer gobernador.
 Los legados que el propretor envió a Dieo recordaron las exigencias del senado y le ordenaron severamente no actuar contra Lacedemonia. Debía limitarse a esperar la llegada de la comisión senatorial que se despacharía desde Roma, que acumulaba ya un desasosegante retraso, posiblemente por la situación de guerra en África. Cartago seguía resistiendo y el nuevo cónsul era incapaz de vencer la tenaz defensa de la ciudad. A finales de año fue elegido cónsul Escipión Emiliano, que recibió el mando de las tropas y el encargo de emplear todos los recursos que fueran necesarios para tomar y destruir la ciudad africana. Escipión llamó entonces a Polibio que, totalmente arrinconado de la vida política aquea, permanecería a su lado durante toda su campaña en África. Mientras Dieo, obligado por los terminantes mandatos de Metelo, tuvo que ordenar el cese de las operaciones contra Esparta y aguardar la llegada de las órdenes del senado, que eran esperadas desde principios de año.
 No sabemos cuando llegó por fin a Grecia la comisión senatorial encargada de resolver el conflicto entre la Liga y Esparta. Posiblemente lo hizo en la primavera de 147, encabezada por Lucio Aurelio Orestes. Inmediatamente fue convocada una asamblea en Corinto para recibirla. Probablemente la elección de esa ciudad fue intencionada. Corinto era el centro de las posturas más agresivamente nacionalistas y anti romanas de la Liga, lo que explica muchos de los acontecimientos posteriores. Antes de enfrentarse a la asamblea, Orestes convocó a los delegados de las ciudades aqueas a una reunión en su residencia oficial, y tras reprocharles duramente el que no hubieran respetado los mandatos del senado y que los ocultaran al pueblo, les anunció el decreto senatorial sobre la Liga.
 ...el senado romano había decretado que ni los lacedemonios, ni siquiera la misma Corinto, deberían seguir formando parte de la Liga aquea, y que Argos, Heraclea del monte Oeta y la ciudad arcadia de Orcómenos deberían ser liberados de la confederación. Pausanías, Acaya 12. 14.1
 Las palabras de Orestes eran el reflejo del hartazgo romano ante la política griega. Durante décadas el senado había emitido decretos y enviado embajadores intentando aplacar los endémicos conflictos que enfrentaban a las ciudades griegas, sin conseguir otra cosa que provocar el rencor de los cada vez más despreciados griegos. Ahora la Liga Aquea, su principal aliado, el estado griego con el que tenían más confianza y amistad, se resistía a aceptar sus decisiones y mostraba una arisca resistencia a lo que los romanos entendían como sinceros esfuerzos de solucionar sus problemas internos. Se debía, por tanto, poner a los aqueos en su sitio, mostrándoles que el privilegio de ser el estado griego más estable y próspero se debía al apoyo romano.
 De hecho la esencia del decreto era la de reducir a la Liga a las condiciones en las que se encontraba antes de la intervención romana en Grecia, durante la guerra contra Filipo V de Macedonia, medio siglo antes. Esparta era por aquella época una ciudad independiente, Corinto, Orcómeno y Heraclea eran plazas macedonias obtenidas por los aqueos más tarde, tras la derrota del rey. Argos se había sublevado y estaba ocupada por el tirano Nabis. Es muy posible que los romanos tuvieran en mente una segregación posterior de los eleos y los mesenios. La decisión senatorial era, por tanto, un brusco toque de atención que recordaba cuanto debía la Liga Aquea a Roma. Ponía sobre la mesa la cuestión de que la cohesión interna de la Liga era frágil, y que ésta podría derrumbarse en poco tiempo si se azuzaba el particularismo de las distintas ciudades que la componían. Los acontecimientos posteriores parecen demostrar que los romanos no tenían una intención real de destruir la federación, e incluso que aceptarían un acuerdo si se cedía en el problema lacedemonio, pero en el ambiente de nacionalismo enardecido en el que se encontraba inmersa la Liga las palabras de Orestes tuvieron el efecto de arrimar un fuego a un haz de paja.
 Los delegados aqueos, que habían escuchado estupefactos las palabras de Orestes, que condenaban a la federación a lo que entendían era un proceso de desintegración que podía terminar con su disolución definitiva, no esperaron a que el romano terminara de hablar, y salieron de su residencia para convocar una asamblea popular urgente en la que informar del decreto del senado. El rumor de que la misma Corinto sería segregada de la Liga se extendió rápidamente, y cuando Dieo anunció a una furiosa asamblea el contenido del mandato senatorial, una masa encolerizada se revolvió contra los que consideraba los culpables del desastre.
 Cuando los aqueos oyeron la decisión de los romanos, al punto se volvieron contra los espartanos que por entonces residían en Corinto, y los arrestaron a todos, no sólo aquellos que sabían ciertamente que eran lacedemonios, sino también a todos aquellos sospechosos de serlo por su corte de pelo, o a causa de sus zapatos, sus vestidos o incluso sus nombres. A algunos de ellos, que consiguieron refugiarse en el alojamiento de Orestes, los intentaron incluso arrancar de allí por la fuerza. Pausanías, Acaya 14. 2
 El ataque a la residencia del embajador era un asunto extremadamente grave. El senado siempre había considerado una agresión a sus legados como un acto de guerra, y Orestes, indignado, abandonó Corinto entre amenazas, prometiendo informar de la revuelta en Roma. Tras unos días la situación se calmó, fueron liberados los detenidos que pudieron probar que no eran espartanos, y encarcelados como enemigos de la Liga los que sí lo eran. Pero la revuelta de Corinto había transformado el panorama político de la federación. Los disturbios habían sido protagonizados por una muchedumbre de trabajadores y artesanos proletarizados, que habían encauzado su resentimiento social hacia posturas violentamente nacionalistas, anti espartanas y anti romanas, y cuyo principal objetivo era imponer un programa de reformas sociales que les permitiera salir de su situación de miseria. Esos grupos populares se convirtieron así en un factor de poder en la Liga, puesto que aunque no tenían acceso a las instituciones del gobierno federal, sí tenían la capacidad de influir en las decisiones de las distintas asambleas. Algunos líderes políticos decidieron utilizar en su propio beneficio esa fuerza para consolidar su posición. Dieo, para ello, radicalizó su postura, presentándose ahora como defensor de una vaga política de reforma social, a la busca de conseguir el apoyo de los grupos populares de las distintas ciudades. También surgió una reacción contraria, un movimiento moderado dirigido por los propietarios, que hasta entonces habían monopolizado los cargos institucionales, que pronto se vieron enfrentados a una opinión pública y una mayoría en la asamblea hostiles. En primavera, cuando se convocaron las elecciones para elegir al nuevo estratego, la victoria correspondió a un aliado de Dieo, Critolao, probablemente un corintio.
 No sabemos nada sobre la anterior trayectoria política del nuevo estratego, si provenía de los grupos más radicales del partido “nacional” o del movimiento popular que estaba emergiendo desde Corinto. Sus ideas estaban vagamente inspiradas en la antigua tradición de reforma social, de abolición de deudas y redistribución de la tierra que tenía sus raíces en las actuaciones de los reyes Agis y Cleómenes de Esparta, a finales del siglo III a. de C. Además era violentamente anti espartano y anti romano. Critolao mantuvo la tensión con Lacedemonia, pero antes tenia que enfrentarse a la previsible respuesta de Roma a los acontecimientos de Corinto. Hizo por tanto votar el envío de una embajada a Roma, para tratar de aplacar al senado.
 Cuando Lucio Orestes llegó a Roma con las noticias de lo que él consideraba un ataque directo a la autoridad romana, el senado se encolerizó, y se mostró dispuesto a dar una dura respuesta a los aqueos. Pero al mismo tiempo los senadores se sorprendieron al descubrir hasta que punto había crecido en Grecia la animosidad contra Roma. Se decidió por tanto enviar una nueva embajada, dirigida por Sexto Julio César, con el encargo de imponer el orden y forzar a los aqueos a aceptar los decretos romanos, pero al mismo tiempo de tratar de calmar los ánimos haciéndoles ver la conveniencia de mantener las buenas relaciones con Roma. César partió rápidamente, y tras encontrarse con la embajada aquea durante el viaje y pedir que los embajadores regresaran con él a Grecia, llegó al Peloponeso a finales del verano de 147. Poco después se presentó ante una asamblea convocada en Egio para recibirle.
 El discurso de César ante la asamblea fue sorprendentemente benigno. Las injurias inferidas al anterior embajador romano en Corinto y la cuestión del decreto senatorial sobre la segregación de algunas ciudades de la Liga fueron apenas mencionadas. El legado romano se centró en la tradicional alianza entre Roma y los aqueos, y ofreció iniciar conversaciones sobre la cuestión espartana, dejando entrever que si se alcanzaba una solución definitiva a ese problema el senado estaba abierto a reconducir la crisis diplomática. Los grupos más moderados entre los aqueos se mostraron dispuestos a iniciar las conversaciones y recuperar las buenas relaciones con Roma, pero Critolao y Dieo, en minoría en la conservadora capital tradicional de la Liga, urdieron un plan para hacer fracasar los esfuerzos conciliadores y sortear la oposición de sus rivales moderados en la asamblea. Critolao aceptó reunirse con los lacedemonios, y convocó una asamblea en la ciudad fronteriza de Tegea. César, en la esperanza de haber iniciado el camino hacia el fin del conflicto, se dirigió a Esparta y convenció a sus dirigentes de que asistieran a la misma bajo la protección romana. Pero cuando llegó Critolao lo hizo sólo, y con una actitud claramente obstruccionista.
 ... hubo una controversia con los lacedemonios en la que no accedió a nada, pues alegaba que no tenía poderes para disponer nada sin conocer la opinión mayoritaria [de la asamblea]. Dijo que trasladaría las propuestas a los aqueos en la próxima asamblea general, que debía celebrarse al cabo de seis meses. Polibio 38. 11
 Los esfuerzos del legado romano por hacer convocar la asamblea en Tegea fueron obstaculizados por Critolao, que envió mensajes secretos a las ciudades ordenándoles que no enviaran delegados. César, descubierta la mala fe de Critolao y Dieo, terminó por regresar a Roma a finales de 147, indignado y furioso por lo que Polibio llama “la necedad y locura de aquel hombre”. De hecho, todos los autores antiguos griegos presentan a Critolao como un apasionado anti romano, dispuesto a llevar a los aqueos a la guerra contra Roma. Pero él no hacía más que seguir la doctrina política que habían aplicado décadas atrás personajes como Filopemen o Licortas en respuesta a las intromisiones de Roma en los asuntos internos del Peloponeso. Nosotros podemos pensar a posteriori en una ceguera suicida, al forzar el enfrentamiento con el irresistible poder romano, pero quizás Critolao supusiera que el momento era favorable para presionar al senado. La guerra en África continuaba, cada vez más dura la resistencia de Cartago a pesar de los esfuerzos de Escipión Emiliano. En España había estallado una nueva revuelta de los lusitanos, liderados por Viriato. Suponía incluso que podía contar con el apoyo de otros estados griegos, como Tebas, resentida tras haber sido castigada con tres cuantiosas multas, impuestas por el gobernador romano de Macedonia, Cecilio Metelo. Piteas, el líder de la Liga Beocia, tebano él mismo, se había mostrado dispuesto a apoyar a los aqueos en un enfrentamiento con Roma y arrastrar a los beocios. Quizás pudiera reavivarse de nuevo la revuelta de los macedonios. Critolao creía ingenuamente que Roma lo aceptaría todo con tal de mantener la paz en Grecia, y que eso permitiría a los aqueos desafiar el poder de Roma. Era revivir la estrategia que Filopemen había utilizado cuarenta años antes, pero en un escenario radicalmente distinto.

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 28 GRIETAS EN LOS DIQUES

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 GRIETAS EN LOS DIQUES
  
 La tensión que, en el interior de la Liga aquea, se puede entrever causó la vuelta de los exiliados de 167, pudo provocar preocupación en Roma. En 151-150 resurgió el inacabable conflicto fronterizo entre Argos y Esparta, lo que suscitó las acostumbradas embajadas a Roma y el envío subsiguiente de una comisión senatorial a Grecia, encabezada por un tal Galo. La comisión se desempeñó con la arrogancia e insolencia que comenzaba a ser habitual entre los romanos al tratar asuntos griegos. La disputa fronteriza fue rutinariamente resuelta encargando una sentencia de arbitraje al estratego aqueo, en ese momento Calícrates. Pero esa embajada tenía un propósito oculto.
 ... también vinieron a Galo los etolios que vivían en Pleuron, quienes deseaban separarse de la confederación aquea. Galo les permitió enviar su propia embajada a Roma, y los romanos les permitieron segregarse de la Liga aquea. El senado había comisionado a Galo para separar de la confederación aquea tantos estados como pudiera. Pausanías, Acaya 11. 3
 Pleurón era una ciudad de Etolia, fuera del Peloponeso, y marginal por tanto en la política de la Liga. Pero la actuación de Galo muestra a las claras la desconfianza de Roma ante la evolución de la federación aquea y el crecimiento del nacionalismo griego en su opinión pública. Las tensiones entre griegos y romanos, todavía ocultas, iban aumentando.
 Quizás los intentos romanos de debilitar la Liga estén en relación con el progresivo deterioro de la situación internacional en el Mediterráneo occidental, provocado por el cada vez más evidente imperialismo romano. En España, que se había convertido en provincia romana al terminar la segunda Guerra Púnica, a finales del siglo III a. de C., la expansión del poder de Roma hacia el interior estaba provocando una resistencia más tenaz. En 154 estalló una gran rebelión de los lusitanos y los celtíberos. Los esfuerzos romanos por reducirla fracasaron, y en 151, en medio de dificultades en el alistamiento, ante la falta de incentivos en una guerra muy dura, sin grandes posibilidades de botín por la pobreza del territorio, Roma tuvo que llegar a un acuerdo con los rebeldes para detener la sangría.
 También en África parecía aflorar un nuevo foco de inestabilidad. Tras su derrota en la segunda Guerra Púnica, Cartago permanecía cautelosamente pasiva, tratando de no atraer sobre ella las suspicacias romanas. Pero se veía enfrentada a la hostilidad del reino de Numidia, que con el apoyo del senado romano –que veía en los númidas una poderosa herramienta para intimidar a los cartagineses– sometía a fuerte presión las fronteras del territorio de Cartago. Esto llevó a varios choques, que los romanos arbitraron siempre favoreciendo al rey númida Masinisa. La prosperidad de Cartago, en vías de recuperar su posición de centro comercial del Mediterráneo occidental, terminó por suscitar la desconfianza de Roma, que veía en ella una futura rival. En el senado, Catón proclamaba una y otra vez la necesidad de enfrentarse a la metrópoli africana y destruirla definitivamente.
 Estos conflictos, el de España y los latentes en África y Grecia, respondían a una causa común: la aparición de un imperialismo romano de gran alcance. Sin rivales, el senado tendía a pensar más en hipotéticos conflictos futuros, y en la necesidad de adelantarse a ellos eliminando rivales potenciales. Sin embargo esos eventuales adversarios no eran tales. Nadie en 150 podía siquiera plantear el que Cartago o la Liga Aquea fueran rivales para Roma, ni en ese momento ni en un futuro previsible. Pero en los círculos de poder del senado, cada vez más imbuidos de una ideología de superioridad de la cultura y las instituciones políticas romanas, las resistencias a la asimilación o a la aceptación de ese hecho eran vistas como actos hostiles, y los estados que las personificaban como enemigos a los que derrotar. Para esos grupos el destino de Roma, tal y como se visualiza en la obra de Polibio, era imponer un nuevo orden mundial. Crecía así la idea de que cualquier resistencia debía ser aplastada.
 Mientras, la tensión en la Liga Aquea iba alcanzando el punto de ruptura. Polibio nos describe la lucha política del momento como un enfrentamiento de demagogos, siempre dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad en beneficio propio. Y el resurgimiento de la crisis en Oropo les dio una nueva ocasión de ello. Ya vimos más arriba el inicio de la crisis que en 156 enfrentó a Oropo y Atenas. En el verano de 150 un escándalo provocado por un miembro de la guarnición ateniense dio pie a la protesta de los de Oropo, y a exigir la retirada de la guarnición y la devolución de los rehenes. Atenas se negó en redondo, y los oropienses, incapaces de presionar a los atenienses, pidieron ayuda diplomática a la Liga. Pero la asamblea aquea rehusó comprometerse. Era por entonces estratego el espartano Menálcidas, probablemente un político pro romano del partido de Calícrates. Los de Oropo le ofrecieron diez talentos si conseguía cambiar la decisión de los aqueos, y Menálcidas ofreció a Calícrates la mitad del soborno si utilizaba su influencia política para ayudarle. Calícrates aceptó, y un decreto de Menálcidas para intervenir militarmente contra Atenas, apoyado por Calícrates, fue aprobado finalmente por la asamblea. Pero esa acción no fue al final efectiva.
 Noticias de esto llegaron a los atenienses, quienes con toda la rapidez que pudieron fueron a Oropo, robaron de nuevo todo lo que habían dejado en saqueos anteriores y trajeron consigo la guarnición. Como los aqueos llegaron demasiado tarde para dar ayuda, Menálcidas y Calícrates les urgieron a invadir Ática. Pero se encontraron con oposición, especialmente de los espartanos, y el ejército se retiró. Pausanías, Acaya 11. 8
 Tras el fracaso Menálcidas pensó que sería estúpido repartir el soborno, que ya había recibido, y trató de convencer a Calícrates de que no se le había pagado. Calícrates obviamente no le creyó, y rompió violentamente con él, amenazándole con represalias. Este sería el germen de los acontecimientos que en los siguientes años sacudirían a la Liga.
 Mientras tanto, la situación diplomática en el Mediterráneo occidental se agravaba. A principios de 149, y tras una serie de choques entre los númidas y Cartago, Roma decidió actuar de forma directa declarando la guerra a su enemiga histórica, con ánimo de someterla definitivamente. Los cartagineses, horrorizados, enviaron embajadores que, al darse cuenta de lo irreversible de la decisión del senado, y para intentar evitar la destrucción de la ciudad, la entregaron en deditio, una forma de rendición incruenta. El senado comisionó entonces a uno de los pretores para dictar las condiciones a la legación cartaginesa.
 ... obtendrían [la libertad y la autonomía] si enviaban trescientos rehenes a Lilibeo en un plazo de treinta días –debían ser senadores o miembros del consejo de ancianos– y si además cumplían las órdenes de los cónsules. Polibio 36. 4. 6
 Tras ciertas dudas, los embajadores asintieron, y partieron hacia Cartago. En ese momento la Liga Aquea recibió una petición del cónsul Manlio Manilo, para que Polibio de Megalópolis, que permanecía en Grecia, se dirigiera a Lilibeo. Muy probablemente se trataba de que, habiendo sido él mismo rehén en Roma, convenciera y tranquilizara a los cartagineses para que aceptaran la entrega. En cualquier caso los rehenes fueron entregados con prontitud y Polibio, que ya había zarpado, recibió otra misiva en la que se le comunicaba que sus servicios ya no eran necesarios. Entretanto el cónsul comunicaba sus decisiones a los cartagineses. Primero exigió la entrega de todas las armas, lo que fue cumplido. Una vez inerme la ciudad, dio a conocer la orden fundamental, que demostró las verdaderas intenciones romanas: la ciudad debía ser abandonada, y los cartagineses podrían levantar otra lejos de la costa. La indignación se extendió rápidamente entre el pueblo, que se levantó contra su propio gobierno y, tras una tumultuosa asamblea, optó por resistir y enfrentarse en una guerra sin esperanzas a los romanos. Empezaba así la tercera Guerra Púnica.
 Al mismo tiempo que la guerra estallaba entre Roma y Cartago, otro grave conflicto surgió en la misma Grecia. Las repúblicas macedonias se habían mantenido desde su derrota ante los romanos en una engañosa tranquilidad que ocultaba graves tensiones internas, que podían estallar en cualquier momento. La llegada de un inesperado protagonista fue el detonante.
 Un cierto Andrisco, que era nativo de Adramytio, y presentaba una semejanza física con el rey Perseo, llevó a una gran parte de Macedonia a la revuelta pretendiendo ser su hijo y llamándose a sí mismo Filipo. Dión Casio
 Su historia, digna de una novela de aventuras, fue intensa y agitada. Tras un primer intento unos años antes, que fracasó cuando ningún macedonio le prestó atención, terminó por dirigirse a Siria, a la corte de Demetrio, presentándose como hijo de su hermana Laódice, y solicitándole como sobrino ayuda para conquistar el trono de Macedonia. El rey sirio, sin hacerle ningún caso, lo encarceló y lo expidió a Roma. Allí no recibió más que burlas y desprecios, y terminó por ser despedido sin cargos, considerado como un demente. De regreso en Macedonia se dedicó, con un reducido grupo de fieles, al bandidaje, entablando contactos con algunos de los reyezuelos de Tracia, hasta que uno de ellos lo reconoció como heredero legítimo al trono macedonio, probablemente a finales de 150, y puso a su disposición su alianza y sus tropas. Con esas fuerzas invadió Macedonia en 149. Tras una batalla victoriosa en las fronteras algunos macedonios empezaron a tomarlo en serio. El senado envió un legado, Escipión Nasica, que pensando enfrentarse a un simple bandido decidió resolver el asunto por su cuenta, y tras reunir apresuradamente una fuerza de aliados griegos, entre los que se contaban contingentes aqueos, avanzó al encuentro de Andrisco. Pero fue derrotado. El éxito del presunto Filipo convenció a los vacilantes, y pronto toda Macedonia lo reconoció por rey legítimo. El senado, desconcertado, envió al pretor Publio Juvencio con una fuerza militar, pero cuando a finales del verano trató de penetrar en Macedonia sus tropas fueron aplastadas y él mismo muerto, lo que permitió a Andrisco ocupar Tesalia. El reino macedonio resurgía inesperadamente de sus cenizas. Roma se encontró así enfrentada simultáneamente a dos guerras imprevistas.
 Polibio nos ha trasmitido la reacción en la Liga Aquea ante estos acontecimientos. Respecto a Cartago, los fútiles intentos de Polibio y los pro romanos de justificar los actos romanos como un acto de política práctica se vieron refutados por la opinión mayoritaria. Para casi todos los aqueos el ataque a los indefensos cartagineses demostraba la ambición de poder de Roma, su exigencia al resto del mundo de una sumisión servil a sus propios intereses. Cartago no representaba amenaza alguna, y sólo la codicia romana explicaba la acción. Roma no pretendía crear un nuevo orden, más justo o estable, ni defender la libertad. Quería, simple y llanamente el dominio del mundo. Para muchos aqueos sólo quedaba la opción de elegir entre resistirse a ese dominio o aceptar la servidumbre.
 Respecto a Andrisco y la sublevación de Macedonia, Polibio no oculta el desconcierto de todos los aqueos ante una situación que semejando al inicio una comedia bufa, se había convertido en una guerra abierta que podía afectarles de forma directa.
 ... primero, el rumor no pareció siquiera creíble: surge en Macedonia un Filipo caído del cielo, que desprecia no sólo a los macedonios, sino incluso a los romanos... al cabo de tres o cuatro meses se esparció el rumor de que este Filipo el impostor había derrotado a los macedonios en una batalla librada en la otra orilla del río Estrimón... algunos lo creyeron, pero la mayoría no, en absoluto. Pero al cabo de poco corrió otro rumor: había derrotado a los macedonios más acá del Estrimón y controlaba toda Macedonia. Los tesalios enviaron entonces cartas y embajadores a los aqueos en demanda de socorro, puesto que ya corrían peligro. Polibio 36. 10. 2-5
 En la primavera de 149 fue elegido como estratego aqueo Dieo de Megalópolis. Desgraciadamente no estamos en condiciones de reconocer los orígenes políticos y sociales de este personaje, y no podemos ni debemos encuadrarlo en una corriente o ideología concreta. Se nos presenta –siempre teniendo en cuenta la tendenciosidad de las fuentes– como un demagogo sin escrúpulos, un político ávido de poder, dispuesto a aprovechar cualquier opción o cambio de opinión en el pueblo para utilizarla en su propio beneficio. No sabemos si este era su primer mandato como estratego o si su elección tenía alguna conexión con la vuelta de los exiliados. Probablemente era el representante de una nueva generación de líderes políticos, nacidos a principios del siglo II a. de C., sin una experiencia personal de las violentas luchas de las décadas finales del siglo III a. de C, y que sólo habían conocido una Grecia tutelada por Roma. En cualquier caso, pronto tuvo oportunidades para dar rienda suelta a su ambición. El final del mandato de Menálcidas, el estratego anterior, dio la oportunidad a Calícrates de tomarse cumplida venganza del escamoteo de su parte del soborno de los oropienses. Aprovechando la pérdida de sus prerrogativas como estratego, Calícrates le acusó de uno de los delitos más odiosos para la opinión pública de la Liga.
 Dijo que Menálcidas, cuando estuvo en una embajada a Roma, había trabajado contra los aqueos y había hecho todo lo que pudo para separar Esparta de la Liga aquea. Pausanías Acaya 12. 2
 Desde los tiempos de Filopemen, e incluso antes, la cuestión espartana provocaba invariablemente una gran exaltación cuando era planteada en la asamblea aquea, sobre todo en los representantes de ciudades históricamente enfrentadas a Esparta, como Megalópolis y Argos. Precisamente en ese momento se había reactivado por enésima vez la cuestión de las fronteras de Lacedemonia, en este caso sus límites con Megalópolis. Los espartanos exigían la reintegración de algunas aldeas históricamente lacedemonias, pero que habían sido ocupadas por los megapolitanos en 187. Por lo tanto, hubiera o no actuado contra los intereses aqueos, Menálcidas se enfrentaba a un juicio ante una asamblea aquea mayoritariamente hostil. Invocó entonces la ayuda de Dieo, el estratego, ofreciéndole el pago de tres talentos, provenientes del soborno de los de Oropo, si conseguía librarlo de ese trance.
 Dieo aceptó, y utilizó sus prerrogativas como estratego para bloquear la denuncia de Calícrates y forzar la absolución de Menálcidas, quizás alegando la obligación de consultar a Roma en un caso capital. Pero al hacerlo se enfrentó a la desaprobación de la opinión pública, mayoritariamente contraria a los lacedemonios, que veía en Menálcidas, espartano, la imagen de lo que entendían como una política que buscaba la secesión y ruptura de la federación. Dieo se encontró por tanto en la necesidad de recuperar la adhesión de los aqueos. Había llegado el tiempo de la demagogia. La ocasión le llegó con la vuelta de los embajadores enviados a Roma para plantear la cuestión de las fronteras entre Megalópolis y Esparta. El senado, hastiado de un conflicto que se renovaba de forma continua a pesar de todos los decretos emitidos y los legados enviados, zanjó el problema remitiendo a la asamblea aquea la resolución del conflicto.
 ...el senado replicó a la apelación decretando que todos los juicios, excepto los capitales, deberían verse bajo la jurisdicción de la Liga aquea. Pausanías, Acaya 12. 4
 Ante la asamblea, Dieo le dio la vuelta al decreto del senado, quizás aprovechando un doble sentido de la traducción, o jugando con la imprecisión de los edictos senatoriales, y anunció públicamente que los romanos habían dado a los aqueos la jurisdicción en “todos los juicios, incluidos los capitales”. Esto permitiría a la Liga imponer a los espartanos su decisión sobre las fronteras –Dieo era megapolitano–, y encausar de nuevo a Menálcidas. De esa forma el estratego se reconciliaba con la opinión pública y con el mismo Calícrates, el líder político más influyente de la Liga. Pero los espartanos, que no aceptaron el sentido que Dieo daba a la sentencia del senado, exigieron el envío de nuevos embajadores a Roma para aclarar el equívoco. Dieo replicó vetando la aprobación de esa embajada: ninguna ciudad podía enviar por sí sola una misión diplomática, puesto que esa era una prerrogativa de la asamblea federal. Los lacedemonios se negaron entonces a acatar esa norma, y Dieo, como había hecho décadas atrás Filopemen en una situación semejante, declaró el estado de guerra con Esparta, con la aclamación entusiasta de la asamblea.
 El estallido del conflicto muestra hasta qué punto había aumentado la tensión interna dentro de la Liga. Dieo había forzado la guerra por motivos personales, para restablecer su popularidad y construirse un liderazgo personal como líder de un estado en guerra, pero eso no hubiera sido posible sin la sorda tensión albergada en la sociedad aquea. La vuelta de los exiliados, las pasiones anti espartanas, el omnipresente rencor hacia Roma, la situación económica, todo se había unido para inclinar a los aqueos a la búsqueda de soluciones radicales y aventuradas. La ansiedad social creaba una presión interna que buscaba una vía de escape, la guerra con Esparta. Los diques que desde hacía décadas aseguraban la estabilidad interna de la federación y contenían el desbordamiento de la tensión social acumulada, empezaban a fallar.
 Los espartanos, por su parte, reconociéndose incapaces de rivalizar en fuerza militar con el resto de la Liga, buscaron un compromiso. Rechazados por las principales ciudades aqueas, que expresaron su lealtad al estratego, trataron de llegar a un acuerdo con el propio Dieo. Éste respondió con un gesto que recuerda poderosamente las acciones de Filopemen de Megalópolis.
 ... declaró que él marcharía a hacer la guerra no contra Esparta sino contra aquellos que la estaban afligiendo. Cuando el consejo espartano le preguntó cuántos consideraba que eran culpables, él les respondió con los nombres de veinticuatro ciudadanos de alto rango en Esparta. Pausanías, Acaya 12. 6-7

 Los espartanos, ante la gravedad de la situación, arbitraron una acción desesperada para evitar la guerra. Convencieron a los veinticuatro ciudadanos acusados –entre los que se encontraba Menálcidas– de que se exiliaran voluntariamente, y una vez se hubieron marchado los juzgaron in absentia y los condenaron a muerte. Así pudieron presentar a Dieo sus exigencias como cumplidas, y sortear la amenaza de guerra. Pero en secreto instruyeron a los deportados para que se dirigieran a Roma y apelaran de forma personal al senado, convencidos de que los senadores decretarían su regreso. A su vez los aqueos votaron el envío de una embajada oficial, encabezada por sus principales líderes políticos, Calícrates y Dieo, para oponerse a los espartanos e inclinar al senado hacia sus intereses.