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sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 20. EL FINAL DE FILOPEMEN

20.
 EL FINAL DE FILOPEMEN

 Como anunciaban todas las previsiones, Mesenia se sublevó abiertamente en la primavera de 183. Los aqueos, preparados para aceptar el reto, eligieron como estratego para ese año a Filopemen, la octava ocasión en la que alcanzaba el cargo. El inmediato inicio de las operaciones demostró la evidente superioridad militar aquea, lo que forzó a los mesenios a aplicar una estrategia defensiva, con la esperanza de una intervención romana. Filopemen, por el contrario, intentó apresurar la victoria. La lucha, que no conocemos bien, se centró en el control de la costa del golfo de Mesenia, donde las ciudades de Abia, Turia y Faras se pusieron de parte de los aqueos.

 Filopemen, con setenta años de edad y de forma un tanto imprudente, tomó el mando directo del cuerpo de caballería. Le siguieron en la campaña gran parte de sus conmilitones políticos, incluido Licortas, su mano derecha. Recordemos que el núcleo fundamental del partido “patriota” aqueo se formó en torno al cuerpo de caballería que Filopemen organizó en 210, y es posible que, un cuarto de siglo después, decidieran revivir viejas glorias y compartir con su comandante la gloria militar.


 La Guerra de Mesenia. 183
 Pero en el curso de las operaciones, y mientras realizaba operaciones de descubierta en vanguardia, toda la unidad se vio atrapada por los mesenios en un desfiladero cerca de la ciudad de Corone. Filopemen, asustado ante la posibilidad de que la mayor parte de los líderes de la Liga cayeran prisioneros del enemigo, trató de organizar la retirada a través de las montañas. El repliegue se convirtió pronto, sobre un terreno muy áspero, en una huida desorganizada, lo que obligó a Filopemen a volverse atrás continuamente, recuperando el contacto con los rezagados. A su edad no pudo mantener mucho tiempo las energías, y terminó por caer desvanecido del caballo. Los aqueos, desesperando de su salvación, se dispersaron en solitario.
 La mayoría de ellos consiguió, sin embargo, ponerse a salvo, tras una angustiosa huída. Una vez reorganizados, y descubierta la ausencia de su comandante, trataron de volver sobre sus pasos al punto de la emboscada, pero no encontraron rastro alguno. En medio del desconcierto, llegó a los pocos días la noticia de que el estratego, herido pero vivo, se encontraba prisionero de los mesenios. Licortas tomó el mando y envió mensajes a Dinócrates, el general mesenio, exigiéndole que liberara a Filopemen. Entre tanto, empezó a organizar una movilización general de los aqueos.
 La captura de Filopemen fue, en principio, motivo de gran regocijo entre la población de Messene, a donde fue llevado, pero muy pronto comenzó la discusión sobre qué se podía hacer con su persona.
 ...al punto corrió entre los más la voz favorable de que era preciso tener presentes sus antiguos beneficios y la libertad que les había dado, redimiéndoles del tirano Nabis, pero unos cuantos, queriendo congraciarse con Dinócrates, proponían que se le diese tormento y se le quitase la vida, como enemigo poderoso y difícil de aplacar, y mucho más temible si lograba salvarse después de haberle maltratado y hecho prisionero. Plutarco, Filopemen
 El propio Dinócrates, temiendo que si Filopemen seguía vivo podría llevar a un conflicto interno –pensemos en que Mesenia había participado varios años en la política aquea, y que Filopemen tenía, sin duda, partidarios y clientes en la ciudad– decidió terminar con la vida del prisionero ofreciéndole un veneno. Al recibir la copa, Filopemen sólo preguntó por el destino de Licortas. Ante la respuesta de que había logrado escapar exclamó:
 Buena noticia me das, pues no todo lo hicimos desgraciadamente. Plutarco, Filopemen
 E inmediatamente tomó el veneno. La noticia de la muerte del estratego recorrió todo el mundo griego, y produjo una fortísima impresión entre los aqueos, que pronto se convirtió en indignación. Licortas, elegido nuevo estratego, decretó la movilización general de todas las ciudades de la Liga, que fue entusiásticamente seguida, y con todo el ejército entró en Mesenia saqueándola con gran brutalidad casi sin oposición, mientras los mesenios, incapaces de enfrentarse a los invasores, se refugiaban en fortalezas y ciudades.
 La situación de los mesenios terminó por hacerse desesperada en poco tiempo, puesto que Roma no estaba interesada en intervenir y enfrentarse a los aqueos por Mesenia, y Esparta tampoco se mostró dispuesta a secundar la revuelta. Dinócrates y los dirigentes rebeldes, cada vez más aislados, no pudieron impedir que el partido pro aqueo se hiciera con el control de la asamblea mesenia y pidiera una tregua para iniciar conversaciones de paz. La respuesta de Licortas fue clara.
 ... los mesenios disponían de un solo medio de avenirse con los aqueos: entregarle a él los promotores de la sedición y a los culpables de la muerte de Filopemen. En todo lo demás debían confiar la solución a los aqueos, y aceptar de inmediato una guarnición en su ciudadela. Polibio, 23. 16
 Las exigencias fueron aceptadas, y Dinócrates, el líder de la revuelta, se suicidó. El traslado de las cenizas de Filopemen a Megalópolis fue al mismo tiempo una ceremonia fúnebre y un desfile triunfal. La urna, llevada por Polibio, como primogénito de Licortas, el estratego en ejercicio –Filopemen no dejó descendencia– era seguida por todo el ejército y los prisioneros, y fue trasladada a una tumba en Megalópolis. Sobre ella fueron apedreados los cautivos mesenios, los responsables de su muerte, en un rito con resonancias homéricas. En ese momento se celebró una asamblea federal en la misma Megalópolis, en la que se aprobó la reintegración de Mesenia en la federación. Abia, Turia y Faras fueron separadas de Mesenia, convirtiéndose así en ciudades aqueas por derecho propio, premio recibido por su apoyo a la Federación.
 La Liga había recuperado el control del Peloponeso, pero necesitaba la aprobación explícita de Roma para confirmarlo. La postura de Roma ante el final de la guerra no tardó en llegar, aunque el mensaje recibido por los aqueos era ambiguo, pudiendo referirse tanto a los aqueos como a los mesenios.
 ...[los senadores] no evitaban ni desatendían los asuntos exteriores, aunque no les afectara de forma directa. Muy al contrario, le indignaba que algún asunto no les fuera remitido, y que no se decidiera según sus instrucciones. Polibio, 23. 17
 Licortas convocó rápidamente una asamblea en Sición para discutir el mensaje. En ella defendió que los romanos, al no referirse directamente a las cuestiones concretas del Peloponeso, estaban dejando a los aqueos libertad para resolverlas de acuerdo a sus principios e intereses. Parece claro que, ante la deliberada indeterminación del senado romano, y tras el triunfo sobre los rebeldes mesenios, Licortas intentaba crear una situación de facto ante la que los romanos terminaran cediendo. Planteó entonces en la asamblea la cuestión de Esparta.
 Los delegados espartanos, representantes del partido pro aqueo en la ciudad, pedían insistentemente ser aceptados en la Liga como ciudad federada. Diófanes y el partido pro romano, por el contrario, exigían el cumplimiento estricto de las decisiones de la comisión senatorial trasmitidas por Quinto Marcio. Al final la asamblea aprobó la incorporación de Esparta a la Liga y la vuelta de los exiliados, como pedían los romanos, pero excluyendo a todos aquellos exiliados que se habían señalado por su oposición a la Liga, sobre todo los sentenciados a muerte que habían podido huir tras la matanza de Compasio en 188 y, de los exiliados de la época de la tiranía, aquellos que, como Areo y Alcibíades, habían acusado a la Liga ante el senado romano.
 A continuación se grabó la estela y la ciudad [Esparta] fue miembro de la Liga aquea. De los primeros exiliados de la ciudad fueron admitidos aquellos que parecían no ser reos de ingratitud contra la Liga. Polibio, 23. 18
 Resuelta así la cuestión fueron enviados embajadores a Roma, para informar al senado y tratar de obtener la confirmación a estas decisiones. Pero los espartanos expulsados de la ciudad por el decreto aqueo enviaron a sus propios legados, intentando obtener de las autoridades romanas el derecho a regresar a la ciudad. Las audiencias en el senado se celebraron, como habitualmente, a principios del año 182. Los senadores, centrados en el desarrollo de una guerra en Asia Menor entre Éumenes II de Pérgamo y Farnaces del Ponto, prestaron poca atención a los embajadores aqueos, y aceptaron sin más, con cierto hastío, las disposiciones de la Liga sobre Mesenia y Esparta. Sin embargo, tras escuchar las protestas de los exiliados espartanos, les entregaron una carta destinada a la asamblea federal, en la que el senado pedía a los aqueos que permitieran la vuelta de los desterrados. No podemos tener dudas de que Roma intentaba, de buena fe, dar por concluido un conflicto que ya duraba varios años, sin entender del todo la profundidad de los odios y rencores que existían en el Peloponeso sobre la cuestión de Esparta.
 A la vuelta de los embajadores a Grecia se tomaron las decisiones definitivas. Mesenia fue incluida oficialmente en la Liga. El pago de los impuestos federales fue eximido durante tres años para permitir a los mesenios recuperarse de las graves pérdidas causadas por la guerra. Pero se tomó el acuerdo de no aceptar el regreso de los exiliados ni a Esparta ni a Mesenia. La carta del senado fue rechazada, considerándola simplemente como un gesto vacío de los senadores para librarse de las continuas súplicas de los representantes de los exiliados.
 Al mismo tiempo, la cuestión espartana amenazó con complicarse de nuevo en extremo. Surgió un nuevo demagogo, Querón, que adquirió un gran ascendiente en la ciudad. Era uno de los deportados por Filopemen tras la matanza de Comapasio en 188. Muy posiblemente se trataba de un seguidor de Nabis, que se convirtió pronto en el dirigente principal del grupo que todavía defendía la política de reforma social de Cleómenes III y Agis IV. Su objetivo fundamental desde entonces fue intentar buscar un acuerdo con los aqueos, con apoyo romano, que permitiera su regreso a Esparta. Lo más seguro es que volviera en 185, junto con el resto de exiliados, tras la intervención en el Peloponeso de Apio Claudio Pulcher. En los años siguientes fue aumentando su ascendiente en la ciudad, hasta el punto de participar en la embajada espartana enviada a Roma a principios de 182.
 Para entonces ya estaría desarrollando una acción política concreta: tratar de renovar la reforma social defendida por Cleómenes y Nabis en décadas anteriores.
 ... halagando a la masa y removiendo lo que hasta entonces nadie se había atrevido a remover, muy pronto se ganó gran reputación entre el pueblo. Primero requisó las tierras que los tiranos habían concedido a las hermanas y a las esposas, a las madres y a los hijos de los desterrados, y las repartió, sin ninguna equidad y a su antojo, entre los pobres. Luego, utilizando los bienes públicos como si fueran particulares, dilapidó los ingresos sin atender ni a leyes ni a la opinión común, ni a magistrados. Polibio, 24. 7
 Dando por descontada la hostilidad de Polibio, se puede ver en Querón el último intento de renovar las tradiciones espartanas de igualdad política y económica entre los ciudadanos. Cuando las noticias llegaron a oídos de los líderes de la Liga la reacción fue inmediata. El propio Licortas se presentó en Esparta y, tras encarcelar a Querón bajo su propia autoridad, lo juzgó y condenó a muerte. El poder fue recuperado rápidamente por los propietarios pro aqueos, y los intentos de aplicar una reforma social en Esparta se apagaron para siempre.
 En esa época la Liga Aquea cerró definitivamente su acuerdo diplomático con Egipto, que había ofrecido diez quinquerremes a la federación. Fue un triunfo del partido “patriota”, y sobre todo de Licortas, que había realizado grandes esfuerzos durante años para materializar la alianza. Sin embargo, ese éxito resultó efímero. No conocemos bien los pormenores de lo que sucedió a continuación, pero sí sus resultados: en las elecciones a estratego de la primavera de 182 resultó elegido Hipérbato, un miembro, quizás moderado, del partido pro romano. Sobre las causas de ese vuelco sólo podemos especular.
 Hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo no existían partidos políticos organizados, que las asambleas que tomaban las decisiones no eran cuerpos electorales estables, y su desarrollo era, en la mayoría de los casos, muy turbulento. Un discurso, una personalidad fuerte, un rumor, podían cambiar el sentido de una votación de una hora para otra. Quizás el partido “patrota” presentó un candidato poco atrayente o, tras la muerte de Filopemen, surgieron luchas internas que dividieron el voto. Cabe incluso la posibilidad de que la crisis de Querón fuera una de las causas de la derrota del partido de Licortas. Los intentos de desarrollar una reforma social radical, con la redistribución de tierras y la cancelación de deudas como programa político, seguían siendo muy atractivos para los ciudadanos pobres de las ciudades de la Liga. Es posible que la acción de Licortas, propietario él mismo, al cortar de raíz toda posibilidad de reforma, le enajenara el apoyo de los ciudadanos menos favorecidos, el germen de lo que más adelante sería el partido “popular”.
 Una de las primeras acciones de Hipérbato como dirigente fue promover de nuevo la discusión sobre la postura de la Liga frente a las indicaciones, del senado romano, referidas al reintegro de los exiliados espartanos y mesenios a sus ciudades. El estratego, con el apoyo del partido pro romano, defendía la aplicación estricta de lo establecido por las autoridades romanas.
 ... ni la ley, ni las estelas, ni ninguna otra cosa, podía ser tenida por más vinculante. Polibio, 24. 8
 Por supuesto, contra estas sugerencias se levantaron vehementes protestas desde el partido “patriota”, sobre todo de su nuevo líder, Licortas, totalmente contrario a cualquier cesión a Roma en la política interna, siguiendo la postura que había defendido siempre Filopemen de mantener la autonomía de decisión de la Liga Aquea en los asuntos del Peloponeso, frente a las injerencias del senado romano. La federación debía enfrentarse tenazmente a las opiniones o deseos de los romanos cuando fueran contrarios a la política de los aqueos.
 ...ya que los romanos hacen lo que consideran justo y honesto cuando reciben peticiones prudentes de quienes se encuentran en desgracia. Pero si alguien les informa, de que las decisiones que toman, unas no se pueden cumplir, y otras son incompatibles con el honor y la fama de sus aliados, no suelen presionar o forzar en asuntos como este. De modo que si ahora les advertimos de que a los aqueos, el hecho de cumplir las exigencias de la carta les supone romper leyes y juramentos, y violar las normas establecidas en las estelas sobre la política conjunta de la Liga, los romanos se retractarán y convendrán en que nuestros reparos son fundados y que desoímos sus requerimientos de forma razonable. Polibio 24. 8
 Las posturas enfrentadas hicieron imposible tomar una decisión. Al final se decidió enviar una nueva embajada a Roma. Aquí se nos plantea un problema ¿qué mensaje tenía que trasmitir? Polibio, que es nuestra única fuente, declara que se había encargado a los embajadores que comunicaran el parecer de Licortas, pero eso es poco probable, puesto que, como ya vimos, no se había podido llegar a una decisión final. Conocemos los nombres de los embajadores. Dos de ellos, Arato de Sición, quizás el nieto de Arato el viejo, y Lidíades de Megalópolis, quizás hijo o nieto del tirano del siglo anterior, eran lo que podríamos llamar embajadores de prestigio. El tercero, sin duda el jefe de la embajada, era Calícrates de Leonte, un importante dirigente del partido pro romano.
 La embajada llegó a Roma a finales de 182 ó principios de 181, y el discurso de Calícrates sorprendió por lo radical y violento de sus ideas contra lo que hasta entonces habían expuesto los embajadores aqueos. En él presentó a los romanos toda una nueva estrategia política en lo referente a las relaciones entre los griegos y el senado. Empezó describiendo la situación política en la federación y, por extensión, en toda Grecia, con la opinión pública dividida en dos bandos, los favorables a Roma y los defensores de la autonomía griega, y el hecho evidente de que la mayoría de la población se inclinaba a apoyar a los segundos. Asimismo avisaba que los partidarios de Roma se estaban convirtiendo en una minoría en las instituciones democráticas griegas.
 Ya ahora hay algunos que, por no disponer de otro recurso para sus ambiciones de fama, están alcanzando las más altas honras en sus ciudades, porque se muestran contrarios a vuestros mandatos, batiéndose a favor de la continuidad y la vigencia de sus leyes y sus decretos. Polibio, 24. 9
 Esto se agravaba, a su juicio, por la política vacilante del senado respecto a los asuntos griegos, que envalentonaba a los partidarios de defender la libertad de decisión griega. Ahora el senado se enfrentaba, una vez más, a la negativa de los aqueos a cumplir sus exigencias sobre el problema de la vuelta de los exiliados espartanos. Ante eso, Calícrates aconsejó al senado que interviniera directamente con decisión.
 Si os es indiferente que los griegos os obedezcan y que hagan caso de vuestros edictos, os aconsejo que continuéis en vuestra posición actual, pero si queréis que se cumplan vuestras órdenes y que nadie desprecie vuestras exigencias, en tal caso os exhorto a que os desviéis de ella cuanto podáis. Debéis saber que, de otro modo, ocurrirá lo contrario a vuestras previsiones... Polibio, 24.
 El discurso de Calícrates era, sin duda alguna, compartido por muchos senadores, que tras dos décadas de diplomacia en Grecia se daban perfecta cuenta de la ambivalencia de las opiniones de los griegos sobre la tutela ejercida por Roma. Es posible, incluso, que lo expresado por Calícrates fuera el resultado de conversaciones de los líderes pro romanos de la Liga con los diplomáticos romanos, preocupados por la realidad de que las preferencias políticas de la masa de la población griega se inclinaba, paulatinamente, hacia posturas más hostiles a la hegemonía romana, en un proceso que ya vimos respecto a Macedonia en la segunda mitad del siglo III a. de C. Frente a este problema, los miembros del senado más interesados en Grecia veían la necesidad, cada vez más urgente, de aplicar una política más comprometida en los conflictos griegos.
 La respuesta del senado a la maniobra de Calícrates fue obvia. El embajador aqueo fue felicitado, y se redactó una respuesta en la que se ordenaba, de forma imperiosa, restituir todos los exiliados tanto a Esparta como a Mesenia, despachando así de un plumazo todos los logros de Filopemen y el partido “patriota” en la década anterior. Pero más importante aun fue el cambio de actitud del senado en lo referente a la política griega. A partir de ese momento apoyaría de forma activa a aquellos políticos griegos que siguieran las indicaciones romanas, y aceptaran las decisiones del senado. Los griegos tendrían desde entonces que contar con las maniobras de los embajadores romanos en sus procedimientos políticos. Polibio marca este momento como el principio de la decadencia de la Liga, el instante en el que Roma empezó a actuar como poder imperial consciente en Grecia, comparándola con la edad de oro que, para él, representaba el periodo en el que la defensa de la independencia nacional por parte de Filopemen dominaba la política aquea. Y responsabilizó de ello a Calícrates.
 ...distó tanto [Calícrates] de seguir debidamente sus instrucciones e informar, que ya de buenas a primeras no sólo atacó audazmente a sus adversarios políticos, sino que incluso se permitió reprochar al senado. Polibio, 24. 8
 No cabe duda de que a Polibio, como hijo de Licortas y miembro él mismo del partido “patriota”, le ciega la pasión política. Debemos considerar que eran los pro romanos los que controlaban las instituciones en ese momento, por lo que el mensaje que el embajador presentó ante el senado estaba en sintonía con lo que el gobierno federal defendía. Para Calícrates, por el contrario, su embajada representó un gran triunfo político. A su regreso, a principios de 181, sembró el temor en la federación anunciando con tintes sombríos la decisión del senado de imponer sus órdenes en Grecia si fuera necesario. Mediante amenazas redujo al silencio a sus rivales políticos y logró vencer en la elección de estratego de esa primavera. Calícrates fue así el primer político aqueo que, de forma consciente y directa, utilizó la autoridad y el poder de Roma -obviamente con la aquiescencia romana- para sus propios objetivos políticos personales. Una vez en el poder decretó, sin oposición reseñable, el regreso de los exiliados a Esparta y Mesenia, tal y como el senado había exigido, y la Liga Aquea entró en un periodo de penumbra mal conocido. Pero su éxito no fue, ni mucho menos definitivo. Sólo unos años después, en 173, el siguiente estratego conocido, Jenarco, era miembro del partido “patriota”. El recuerdo de Filopemen y de su ardiente defensa de la independencia aquea frente a Roma seguía vivo.
   

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 19. LOS TRABAJOS DE LA DIPLOMACIA


 19.
 LOS TRABAJOS DE LA DIPLOMACIA
  
  
 En la primavera de 187 Filopemen y el partido “nacional” habían perdido el poder, mas los hechos parecían demostrar que el miedo a las represalias romanas, quizás la causa fundamental de la victoria de Aristeno y los pro romanos, resultó prematuro. En Roma la lucha política interna absorbía todo el interés, ante todo el juicio político a los hermanos Escipión, Publio y Lucio, en el senado, acusados ambos de retener parte los botines de la guerra siria contra Antioco y de aceptar sus sobornos. Además, la atención diplomática se centraba en Filipo de Macedonia. Su reino, tras la humillación de los etolios, parecía estar en camino de recuperar su tradicional condición de gran potencia, tras recobrar Magnesia, con la plaza de Demetrias, Atintania y parte de Tesalia. A principios del verano regresó el embajador aqueo Nicodemo de Elea de su misión en Roma, con la noticia de que el senado apenas prestaba interés a los problemas peloponesios.
 ...leyó las respuestas romanas, de las que se podía extraer una conclusión: a los romanos les desagradaba la destrucción de las murallas y el fin de los ejecutados en Compasio. Sin embargo, no iban a revocar nada. Polibio, 22. 7
 Al tiempo, en la misma asamblea que recibió las explicaciones de Nicodemo, los aqueos pudieron darse cuenta del inusitado interés que su Liga despertaba entre las distintas monarquías helenísticas. Filipo de Macedonia no tenía relaciones diplomáticas con la federación, totalmente prohibidas por ley desde 198, pero los demás reyes trataban de cortejar a la Liga, buscando su apoyo. Éumenes de Pérgamo ofreció ciento veinte talentos de plata para, con sus intereses, sufragar los gastos y dietas de las asambleas aqueas. Seleuco IV Filópator, hijo de Antioco III, y que a la muerte de éste había accedido al trono de Siria, ofrecía a su vez diez naves de guerra. Por su parte Ptolomeo V Epífanes había solicitado, ya el año anterior, renovar la alianza tradicional entre aqueos y Egipto, a lo que Filopemen dio su acuerdo, enviando embajadores a Alejandría, dirigidos por Licortas, cada vez más claramente su mano derecha.
 La razón de este interés era el surgimiento de la Liga como principal potencia griega, después de la anexión de la Élide, Mesenia y Esparta, y de la derrota de Etolia ante los romanos. Con sus estrechas relaciones con Roma, la Liga aparecía a los ojos de los reyes helenísticos como un objetivo diplomático de primer orden. Pero esas relaciones tenían un trasfondo político en clave interna aquea. Éumenes de Pérgamo, el mejor aliado griego de Roma, representaba para el partido “nacional” un ejemplo de colaboración incondicional con los romanos y, por tanto, su alianza era rechazada. En cambio Egipto, el tradicional aliado de las democracias griegas enfrentadas a las tiranías pro macedonias, era visto con buenos ojos. Aunque desde el punto de vista romano las diferencias entre Pérgamo y Egipto eran, en la práctica, inapreciables, la alianza con uno u otro reino tenía un componente político muy importante en la Liga. Cuando se presentó la solicitud de alianza de Éumenes, se levantó a hablar Apolónidas de Sición, uno de los miembros más importantes del partido “nacional”, que habló en contra de aceptar los ofrecimientos del rey de Pérgamo.
 ...el hecho de que la asamblea sea alimentada por Éumenes cada año y que delibere acerca de los problemas comunes tras haber mordido un cebo, comporta necesariamente vergüenza y perjuicios... Las situaciones presentan aspectos encontrados si se las miran desde el punto de vista del rey o desde el de las democracias. Los debates más largos y principales se producen acerca de las diferencias que tenemos con los reyes, de modo que una de dos: o el interés del rey prevalecerá por encima del nuestro, o si la cosa no es así, al obrar contra los que nos pagan nos mostraremos públicamente como unos desagradecidos. Polibio, 22. 8
 Después habló Casandro de Egina, que recordó cómo su ciudad, tomada por los romanos en 210, estaba desde entonces bajo el dominio de los reyes de Pérgamo, y cómo sus ciudadanos, exiliados, solicitaban desde entonces su restitución. Si Éumenes quería la alianza aquea, que en vez del dinero entregara Egina a sus ciudadanos. Ante estas intervenciones nadie se prestó a hablar a favor del rey, y sus ofertas, así como las de Seleuco de Siria, fueron rechazadas.
 En cuanto a la alianza de Egipto, se presentó Licortas, líder “nacional”, y jefe de la embajada enviada el año anterior, que había regresado de Alejandría. Explicó cómo había obtenido seis mil escudos de infantería y doscientos talentos en monedas de bronce, y cómo la alianza se había renovado según los términos de la alianza anterior de acuerdo a las instrucciones de Filopemen. Entonces respondió el estratego Aristeno, que dinamitó el tratado pidiendo explicaciones sobre los pormenores precisos del acuerdo. Esto llevó a la confusión de los líderes del partido “nacional”, que no fueron capaces de expresarlos con exactitud.
 Lo que motivaba aquella situación absurda era lo siguiente: entre el reino de Egipto y los aqueos había numerosas alianzas, que tenían muchas diferencias entre ellas, según la situación de las diversas ocasiones... El estratego [Aristeno] fue reseñando una a una todas las alianzas, y señaló con detalles las diferencias, que eran grandes. Exigía que el pueblo supiera qué alianza se había contraído. Y allí, ni Filopemen logró dar razón, a pesar de que él mismo, en calidad de estratego, había repuesto la coalición, ni Licortas, que había acudido como embajador a Alejandría. Polibio, 22. 9
 El partido pro romano y su líder consiguieron así que la asamblea se negara a ratificar una alianza cuyos términos pudieron ser presentados como confusos. Aristeno logró de esa forma una reputación de político experimentado y conocedor de los mecanismos institucionales de la federación, mientras Filopemen y su partido aparecían como dirigentes populistas. Pero esto cambió dramáticamente en verano, durante la celebración de los juegos atléticos Nemeos.
 En el transcurso de las competiciones apareció en Argos Quinto Cecilio Metelo, que había sido enviado por el senado para refrenar a Filipo de Macedonia y, como misión secundaria, informarse sobre los problemas del Peloponeso, esencialmente de la cuestión espartana. Convocado un consejo restringido de la Liga, criticó con acritud los actos de la federación respecto a Esparta, y exigió una rectificación. El partido pro romano se justificó, por boca de Diófanes de Megalópolis, acusando a Filopemen y al partido “nacional” de ser los responsables de los excesos del año anterior, y de no tener en cuenta las disposiciones de Tito Quincio Flaminio sobre la autonomía de Mesenia. Metelo pudo creer entonces que podría manejar la Liga a su antojo con el apoyo del grupo liderado por Aristeno y pidió la derogación de los decretos sobre Esparta, pero los dirigentes del partido “nacional” se defendieron con vigor. Filopemen, Licortas y Arcón defendieron con vehemencia sus decisiones, argumentando que habían sido ratificadas por una asamblea, y que su legalidad y legitimidad no podía ser cuestionada. pero más importante fue el impacto de esa defensa en la opinión pública aquea.
 Sometidas a votación en el consejo, las peticiones de Metelo fueron rechazadas. El partido “nacional” demostró así que era todavía capaz de movilizar los deseos de independencia frente a Roma de la mayoría de la federación. Metelo pidió entonces que fuera convocada la asamblea popular aquea, en la creencia de que podría apelar al temor del pueblo ante la confrontación con un embajador romano, pero los magistrados le exigieron que exhibiera la orden senatorial para hacerlo, puesto que sólo el senado o un magistrado con imperium tenía derecho a convocar una asamblea. Metelo, que no tenía esa orden senatorial, se retiró indignado, negándose a recibir la respuesta oficial.
 El principal resultado de la disputa con el enviado romano fue el desprestigio del partido pro romano, y sobre todo de Aristeno y Diófanes, sus líderes, que fueron acusados de traicionar los intereses de la Liga para su propio provecho político, al ponerse de acuerdo con Metelo para atacar la política de Filopemen y sus partidarios y restringir la autonomía diplomática de la Liga. De nuevo tenemos aquí un paralelo con nuestra época.
 La Liga Aquea, como Europa en nuestros días, se convenció rápidamente de la justicia y la necesidad de sus principios y políticas, y al enfrentarlos con los principios romanos, –los estadounidenses en nuestros días–, terminó por desarrollar una política de resistencia ante las decisiones senatoriales, que en ocasiones llegó a crear tensiones, como hemos visto en el caso de la asamblea de Argos de 187. Pero más grave sería la canalización de esa frustración aquea por la política romana en un espíritu popular anti romano, que sin ser una expresión política abierta, iba poniendo los cimientos de un ambiente nacionalista y demagógico en el que líderes políticos más agresivos podrían apoyarse para llegar al poder.
 En cualquier caso, hacia finales de 187 el partido “nacional”, hábilmente dirigido por Filopemen, que todavía mantenía una postura moderada en su idea central de defensa de la autonomía griega frente a Roma, había recuperado el favor popular. Era previsible que en la siguiente elección de estratego recuperara el poder. Pero antes era necesario volver a enviar una embajada a Roma, para intentar justificar ante el senado el tratamiento dispensado a su representante, Cecilio Metelo, en la asamblea de Argos. Para dirigirla fue elegido un seguidor de Filopemen, Apolónides de Sición, el mismo que se había opuesto a la alianza con Pérgamo.
 Al llegar a Roma a principios de 186 Apolónides se encontró con una desagradable sorpresa: los espartanos habían enviado su propia embajada. Eso demostraba que el grupo dominante en la ciudad en ese momento, los antiguos propietarios, restituidos a la ciudad por Filopemen tras la matanza de Compasio el año anterior, mantenían la postura tradicional espartana de mantenerse independientes del resto del Peloponeso. Los embajadores espartanos acusaron a los aqueos de mantener un dominio tiránico sobre Esparta, imponiendo un gobernador militar y un estado de excepción. Ante esto Apolónides defendió la política de la Liga como la única posible teniendo en cuenta la situación a la que había llegado Esparta, inmersa en una guerra civil que la llevaba a su destrucción. Sólo incluyéndola en la federación tendría Esparta posibilidades de sobrevivir. Era una forma de justificar la absorción forzosa de la ciudad dentro de la Liga. El senado, fiel a su política de aumentar su influencia en Grecia, terminó ordenando el envío de una nueva comisión senatorial, dirigida por Apio Claudio Pulcher.
 Pero el asunto más grave y urgente para Roma era el del tratamiento infligido a Metelo, el anterior legado romano, en Argos. Apolónides recalcó el hecho de que las leyes aqueas eran claras al respecto. Un funcionario o diplomático romano, si no tenía una orden escrita del senado, no podía ordenar la convocatoria de una asamblea aquea. El legado había pedido a los magistrados aqueos que incumplieran sus propias leyes. Metelo, presente en la discusión, se levantó para acusar violentamente a Filopemen y al partido “nacional” de ingratitud, al negarse a seguir las recomendaciones del senado que él había transmitido. Pero el senado no apoyó este alegato, ya que no veía la necesidad de alimentar un conflicto diplomático con la Liga. La comisión enviada a Grecia estudiaría los problemas, y se contentó con amonestar a las autoridades aqueas. Es claro que Roma tenía el objetivo de mantener a todo trance unas buenas relaciones con los aqueos, y estaba buscando una solución de compromiso.
 ...recomendó a los aqueos que, a los legados romanos que les fueran sucesivamente enviados, los atendieran y les prestaran los honores debidos, tal y como hacen los romanos con los emisarios que llegan a ellos. Polibio, 32. 12
 Al regreso Apolónidas pudo informar de que el senado continuaba manteniendo buenas relaciones con los embajadores aqueos, y la alianza con Roma continuaba sólidamente afianzada, siendo respetada por las autoridades romanas la autonomía institucional de los aqueos. El temor a los romanos, que había dominado la política interna del año anterior, se aflojó, y el partido “nacional”, recuperado el apoyo popular, al no temerse que su política de mantener la independencia frente a las decisiones romanas provocara una ruptura con Roma, se impuso. En las elecciones para estratego de 186 fue presentado Licortas, el candidato derrotado el año anterior, en las que obtuvo la victoria sin dificultad.
 Una de las primeras decisiones del nuevo estratego fue la de enfrentarse al desafío espartano de haber enviado una embajada independiente a Roma. Los dos embajadores, Areo y Alcibíades, fueron juzgados por traición ante la asamblea aquea, y fueron ambos condenados a muerte in absentia. No debe extrañarnos el rigor de la sentencia. El problema espartano, como hemos visto varias veces, levantaba pasiones muy fuertes, y el hecho de que los exiliados, que habían sido reintegrados por los aqueos a su ciudad, arriesgándose éstos a enfrentarse a los romanos, se presentaran ahora como acusadores ante Roma, tuvo que causar una fuerte indignación. Para los aqueos la adhesión de Esparta a la Liga no tenía vuelta atrás.
 A mediados del verano de ese año el legado romano, Pulcher, anunció su llegada al Peloponeso. Fue convocada inmediatamente una asamblea en Clitor, en la Arcadia, para reunirse con la comisión romana. Desde el primer momento la reunión fue tensa, puesto que Pulcher llegó acompañado por los embajadores espartanos, los mismos que habían sido condenados a muerte en la asamblea anterior. Su presencia como parte del séquito del embajador hizo cundir el desánimo, por cuanto parecía que venía predispuesto contra los aqueos. Las palabras del enviado romano confirmaron la impresión.
 ...puso de manifiesto que el senado estaba profundamente contrariado por las quejas que habían presentado ante él los lacedemonios. En primer lugar la matanza llevada a cabo en Compasio... y en segundo lugar, tras ensañarse con las personas de aquella manera, el no haber puesto límites a la crueldad en ningún terreno, demoliendo las murallas de una ciudad nobilísima, aboliendo unas leyes antiquísimas y suprimiendo la constitución de Licurgo, famosa en el mundo entero. Tito Livio, 39. 36
 Los aqueos veían desalentados que transcurridos dos años, y a pesar de todos sus esfuerzos, los romanos no cejaban en su crítica de las decisiones del partido “nacional” sobre Esparta. Roma no estaba dispuesta a dar por buena una política que se basaba en mantener la autonomía e independencia de la Liga respecto a Roma. De hecho toda la cuestión se basaba en un malentendido sobre lo que cada parte entendía por alianza. Para Filopemen y la mayoría de los aqueos el acuerdo era entre dos iguales, de distinto poder pero a la misma altura. Roma debía respetar lo decidido por los aqueos dentro de su área de influencia, el Peloponeso. Eso podía ser cierto en épocas anteriores, pero no en ese momento. El senado romano, tras la derrota de Antioco de Siria, había interiorizado la idea de la superioridad de Roma sobre el resto del mundo, y de la legitimidad de su intervención en los asuntos de cualquier otro estado. Desde ese punto de vista, y dando por válida la buena fe de la alianza con la Liga, los romanos no podían entender la tenacidad, que para ellos tenía que verse como tozudez, de los aqueos partidarios de Filopemen en negarse a cumplir al pie de la letra sus indicaciones, como, por otra parte, sí estaba dispuesto a hacer el partido pro romano.
 Licortas, como estratego de la Liga, trató de justificar de nuevo los decretos aqueos sobre Esparta, rebatiendo una por una todas las acusaciones de acuerdo al programa ya desplegado por embajadores anteriores en Roma: los aqueos eran los garantes del orden en la zona, los espartanos obligaron a la intervención por su continua discordia, la Liga actuaba de buena fe, tratando de reducir las consecuencias del desorden en el que había caído Esparta, la matanza de Compasio fue el resultado de los odios internos de la ciudad, pero sobre todo, la Liga había acogido a Esparta como un igual.
 ...yo pienso que fueron los tiranos los que les quitaron a los lacedemonios su antigua legislación, que nosotros les dimos nuestras leyes y no les quitamos las suyas, que no tenían, y que no prestamos un mal servicio a la ciudad al integrarla en nuestra Liga y unirla con nosotros para que en todo el Peloponeso hubiera un único organismo y una única Liga. Tito Livio, 39. 37
 Porque ese era el punto central, básico. Los aqueos no podían abandonar su idea de unificar todo el Peloponeso, el gran objetivo histórico de la federación. Cualquier cesión en ese aspecto significaba, ni más ni menos, aceptar la posibilidad futura de que la Liga se disolviera, tal y como estuvo a punto de hacerlo en las grandes crisis federales del siglo III antes de Cristo. Pero Pulcher no podía entender eso, centrado como estaba en la idea de asegurar a todo trance la estabilidad de Grecia. Su decisión final resultó, para los usos diplomáticos griegos, brutal.
 Entonces Apio dijo que aconsejaba encarecidamente a los aqueos que se mostraran indulgentes mientras podían hacerlo por convencimiento propio, para no tener que hacerlo muy pronto a la fuerza y en contra de su voluntad. Tito Livio, 39. 37
 Esas palabras causaron lamentos y rumores en la asamblea, puesto que podía parecer que el senado amenazaba con usar la fuerza, pero debemos entenderlo, y así debieron entenderlo los dirigentes aqueos, como expresión de impaciencia ante la firmeza aquea. Licortas, por tanto, respondió con cierta aspereza que los aqueos no podían vencer los escrúpulos de actuar contra sus propias leyes y juramentos. Que fueran los romanos los que decidieran lo que había que hacer. Pulcher anuló entonces la sentencia que condenaba a muerte a Areo y Alcibíades, los embajadores rebeldes. Lo demás sería decidido más adelante por el senado. Mientras tanto, Esparta quedaría en una situación de semi-independencia protegida por Roma.
 Durante todo el año 185, bajo generalato de Filopemen, la situación permaneció en suspenso. Esparta, formalmente autónoma, se fue dividiendo irremediablemente en dos grandes bandos, el pro aqueo, interesado en mantener el estado anterior, con la ciudad federada a la Liga, y el de los exiliados, los antiguos propietarios, preocupados esencialmente en la cuestión de la devolución de las propiedades, problema especialmente complejo tras varias redistribuciones de tierra en los cincuenta años anteriores. De hecho ese asunto amenazaba, ante los complacidos ojos de los aqueos, con convertirse en el detonante de una nueva guerra civil, lo que obligaría a una nueva intervención.
 Pero un nuevo problema se presentaba para la Liga Aquea. El autonomismo espartano amenazaba con extenderse a otro territorio recientemente adherido a la federación, Mesenia. Su líder, Dinócrates, mantenía la pretensión de separarla de la Liga, siguiendo el ejemplo espartano, con apoyo romano sobre todo con el de Quincio Flaminio, con el que tenía una relación de amistad. Recordemos que en 191 Mesenia se había entregado en deditio a Flaminio, y que éste la había agregado a los aqueos, aunque quizás manteniendo un status especial como región protegida por Roma. Todos esperaban ansiosamente el momento de presentarse ante el senado que, cada vez con más nitidez, se convertía en el tribunal de todos los conflictos entre los estados griegos.
 Ese momento llegó a principios de 184, cuando el senado convocó embajadas de aquellos estados griegos que tuviesen algún problema diplomático. El resultado fue previsible.
 ...se congregó en Roma un número tal de legados procedentes de Grecia, como quizás no se había visto nunca hasta entonces... Polibio, 23. 1
 Aunque la mayor parte de las embajadas se debían a problemas con Macedonia, con un Filipo cada vez más agresivo, la llegada de los embajadores espartanos desbordó la capacidad de comprensión y decisión del senado. La embajada oficial estaba dividida en dos facciones enfrentadas, la de los pro aqueos, dirigida por Seripo, y la de los exiliados regresados en 188, que a su vez estaban divididos en dos grupos: los partidarios de la devolución íntegra de las propiedades de los exiliados, encabezados por Lisis, y los partidarios de un acuerdo económico entre antiguos y nuevos propietarios que redujera las tensiones, quizás la facción más “oficial”, dirigida, de nuevo, por Areo y Alcibíades. Independientemente apareció una cuarta embajada, la de los exiliados en 188, dirigida por Querón, que pedía la vuelta de los deportados por Filopemen a la ciudad y la reinstauración de las leyes tradicionales espartanas, muy posiblemente una vuelta a la tradición revolucionaria de Cleómenes y Nabis. Ante este caos el senado se declaró incapaz de alcanzar un acuerdo aceptable para todos, y encargó a tres de sus “especialistas” en el Peloponeso, Flaminio, Metelo y Pulcher, a los que ya hemos visto anteriormente, que formaran una comisión que se encargara del problema espartano. Tras un largo y complicado proceso de negociación se llegó a una solución de compromiso.
 En ese acuerdo se trató de contentar a todas las partes. Todos los exiliados regresarían a la ciudad, en una especie de reconciliación nacional. La ciudad seguiría incluida en la Liga Aquea, aunque quizás conservando algunas leyes propias. Sobre el problema de las propiedades las partes se comprometían a buscar una solución actuando de buena fe bajo la garantía romana. Una vez conseguido el acuerdo, Flaminio intentó ampliarlo a los aqueos, por lo que el texto fue presentado a su embajador, Jenarco. Para los aqueos el mantenimiento de Esparta en la Liga era un triunfo relativo, pero no podían aceptar ni el regreso de los exiliados de 188, que habían vetado varias veces con decretos de la asamblea, ni la realidad de que fuera una decisión romana la que organizara sus asuntos internos. El embajador aqueo trató de presentar algunas reservas, pero Flaminio le presionó para que lo rubricara como solución de compromiso establecida por el senado. Jenarco terminó firmando, y el senador Quinto Marcio recibió el encargo de aplicarlo en el Peloponeso.
 Sin embargo, al regresar Jenarco al Peloponeso, donde había sido elegido nuevamente como estratego Licortas, tanto éste como Filopemen, el estratego saliente, se negaron en redondo a reconocer el pacto alcanzado entre Flaminio y los espartanos. El partido “nacional” no podía, en ningún caso, aceptar la vuelta de los exiliados, ni limitar la soberanía de la Liga sobre las ciudades que formaban parte de ella. La situación en Mesenia, cada vez más tensa, explica esa postura. Dinócrates, el dirigente mesenio que exigía la segregación, se había presentado en Roma como embajador rebelde de su territorio para lograr el apoyo romano en el proceso de separación de la Liga. A su vuelta fue acompañado por Flaminio, relacionado con él por lazos de amistad. Éste, que no tenía ningún mandato específico del senado sobre el asunto de Mesenia, trató de mediar con los aqueos, solicitando la convocatoria de una asamblea federal en la que explicar los acuerdos a los que se habían llegado respecto al problema espartano, y tratar de defender los intereses de los mesenios. Los dirigentes aqueos pidieron fríamente que les indicara los motivos por escrito y mostrara las credenciales oficiales del senado. Flaminio, que no tenía ese mandato, no insistió, y abandonó su intento.
 Pero después llegó Quinto Marcio, el enviado oficial del senado, tras pasar por Macedonia. Reunido con las autoridades aqueas, éstas se mostraron muy poco receptivas a las sugerencias del senado y, por supuesto, no dieron por válido el acuerdo sobre Esparta. El legado terminó por retirarse sin lograr ningún avance, furioso por lo que entendía como falta de colaboración aquea en la resolución del conflicto. Pero los aqueos se estaban viendo muy presionados por la creciente tensión con los mesenios, que estaban actuando ya de forma autónoma a finales de 184. Cualquier concesión a Esparta sería entendida como una muestra de debilidad, por lo que se mostraron dispuestos a luchar hasta el final.
 A principios de 183 el senado recibió el informe de Quinto Marcio y convocó las embajadas de los estados griegos. Escuchó a los embajadores, pero al final se centró en las indicaciones e impresiones del legado. Éste, al referirse a los aqueos, se mostró muy descontento con la postura de la Liga, y partidario de abandonarlos a su suerte.
 Los aqueos no sólo se niegan a traspasar cualquier asunto al senado romano, sino que, muy pagados de sí mismos, se proponen resolverlo todo por sí. Con sólo que el senado les prestara alguna atención y se les diera una leve muestra de conformidad, Lacedemonia se reconciliaría al punto con Mesenia. Y acontecido esto, los aqueos acudirían muy pronto a refugiarse junto a los romanos. Polibio 33. 9
 Y aunque las posibilidades de una alianza entre mesenios y espartanos, enemigos históricos, eran muy remotas, el senado siguió esas indicaciones, y se negaron a responder en ningún sentido a las peticiones de los embajadores aqueos y de Séripo, el dirigente espartano pro aqueo. Es incluso probable que animaran en secreto a mesenios y espartanos a que se sublevaran contra la Liga. Cuando los aqueos pidieron que se prohibiera prestar asistencia desde Italia a los rebeldes mesenios, la respuesta del senado fue extremadamente fría, casi hostil.
 ...ni aun en el caso de que lacedemonios, corintios o argivos se salieran de la Liga aquea, los aqueos deberían admirarse de que el senado romano considerara que ello no iba con él... parecía una proclama dirigida a los que, pensando precisamente en los romanos, proyectaban abandonar la Liga. Polibio, 23. 9
 Roma, de esta manera, desafiaba a los aqueos a enfrentarse por sí solos a la crisis que estaba a punto de estallar en el Peloponeso. La Liga Aquea volvía a encontrarse en una encrucijada.

 

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 18. VIEJAS CUENTAS

18.
 VIEJAS CUENTAS
  
 El proceso de negociaciones entre Antioco y los romanos fue muy rápido. Antioco, sin ejército ni recursos, estaba dispuesto a aceptar cualquier exigencia para salvar, al menos, los territorios orientales de su monarquía. Roma, por su parte, no tenía el menor interés en la región, fuera de ponerla en manos de aliados fieles. Mayor dificultad presentaron, por tanto, los socios principales de los romanos, Éumenes II de Pérgamo y Rodas. El senado trató de hacer un reparto que conformara a los dos.
 ...a este lado de las montañas del Tauro, lo que había estado incluido en las fronteras del reino de Antioco sería asignado a Éumenes, salvo Licia y Caria hasta el río Meandro, que pertenecería a la república de los rodios. Las otras ciudades de Asia que habían sido tributarias de Atalo seguirán pagando tributo a su hijo Éumenes. Las que habían sido tributarias de Antioco quedarán libres y exentas de cargas. Tito Livio, 37. 55
 A principios de 189 la cuestión de Antioco estaba definitivamente cerrada. Pero la guerra con los etolios continuaba. A finales de 190, antes de que se confirmara la victoria sobre Antioco, una embajada etolia se presentó ante el senado, pero su gestión fue un completo fracaso.
 Introducidos en el senado los embajadores etolios, a pesar de que su propia causa y su situación aconsejaban reconocer la falta o el error, comenzaron a hablar de los servicios prestados al pueblo romano, y a recordar, casi como un reproche, su valor en la guerra contra Filipo, molestando a los oyentes con el tono casi insolente de su lenguaje. Tito Livio, 37. 49


 La Paz de Apamea. 188
 El senado rechazó, por tanto, la embajada etolia, y se preparó para una guerra de aniquilación. Uno de los cónsules de 189, Marco Fulvio Nobílior, recibió la orden de trasladarse a Grecia y tomar el mando de la campaña. Los fútiles intentos etolios por detener a los romanos fracasaron, lo que les decidió a enviar al general romano, a la desesperada, nuevos embajadores, con el objetivo de conseguir la paz a cualquier precio. La rendición forzó el sometimiento de la Liga Etolia a la autoridad de Roma, en condiciones equivalentes a las de una deditio.
 El pueblo de los etolios reconocerá lealmente la soberanía y la majestad del pueblo romano. No dejará que pase por su territorio ningún ejército que marche contra sus aliados y amigos, ni les prestará ninguna clase de ayuda. Tendrá los mismos enemigos que el pueblo romano, tomará las armas contra ellos y les hará la guerra junto con él. Tito Livio, 38. 11
 Los etolios se convertían así en vasallos de Roma, como pueblo derrotado, despojados de política exterior. Al empezar el verano de 189, por tanto, Grecia estaba, de nuevo, en paz. De cara al exterior, la Liga Aquea había llegado a ser el estado griego más sólido, cohesionado y poderoso. Pero en su política interior, ese verano marcó el inicio de nuevos problemas y conflictos. El primero fue de naturaleza, digamos, constitucional. Desde los orígenes de la federación la costumbre había hecho de Egio, en la costa del golfo de Corinto, una capital federal de facto, donde siempre se celebraba las principales asambleas federales. Pero ese año el estratego Filopemen decidió convocar la asamblea en Argos, que volvía así a la primera línea política tras el fiasco de la 2ª Guerra Macedónica, anunciando la presentación de una ley por la que a partir de entonces serían convocadas en distintas ciudades por rotación. Buscaba de esta forma extender la idea federal a toda la Liga, poniendo en pie de igualdad las distintas ciudades, así como arrebatar a los grupos más conservadores la ventaja de celebrar esas asambleas en una región donde el apoyo popular a sus posturas era significativo. Los damiurgos, por su parte, hicieron una convocatoria paralela en Egio. Los egienses, poco dispuestos a perder su privilegio, que sin duda iba unido a beneficios económicos y comerciales, pidieron al cónsul Nobílior que acudiera y reconviniera a Filopemen, pero el estratego no desistió de su propósito, y la asamblea de Argos reunió a la gran mayoría de las ciudades federadas.
 El éxito de Filopemen sería un equivalente del éxito de los líderes europeos, que a través de los distintos tratados de finales del siglo XX transformaron el Mercado Común Europeo en la actual Unión Europea. La Liga Aquea, como Europa en nuestros días, se presentaba ante el mundo griego como un ejemplo de cooperación interna, siempre bajo la sutil tutela romana. Nobílior, que se había presentado en Egio, encontrándose con una escasa asistencia, sancionó la reforma de Filopemen acudiendo después a Argos, donde pidió la movilización de una compañía de tropas auxiliares aqueas, los honderos acayos, para que participaran en una campaña menor, el asedio de Same, en Cefalenia.
 Estos, de Egio, Patras y Dime, según una costumbre de su pueblo, practican desde niños lanzando con la honda a mar abierto cantos rodados de los que suelen estar sembradas las playas, mezclados con la arena. Por eso manejan esta arma lanzando más lejos y con un tiro más preciso y más fuerte que el hondero balear... Habituados a atravesar a gran distancia anillos de pequeño diámetro hieren al enemigo no ya en la cabeza, sino en el punto del rostro al que apuntan. Tito Livio, 38. 29
 Los auxiliares fueron cedidos, y con ellos Nobílior pudo someter a los cefalenios. Pero otro problema más importante centró la atención de todos. Los espartanos se mostraban cada vez más inquietos desde que fueron incluidos a la fuerza en la Liga en 192, tras la muerte de Nabis. Las relaciones con el resto de la federación se iban complicando, puesto que no estaban dispuestos a ser absorbidos sin más, y defendían con tesón sus propias costumbres y su tradición de independencia, algo que los aqueos veían como un acto de hostilidad. El problema se agravaba por la presencia de los exiliados, los antiguos propietarios espartanos, establecidos en las costas de Lacedemonia desde las revoluciones sucesivas de Cleómenes, Licurgo, Macánidas y Nabis. La rivalidad entre los dos grupos de espartanos –exiliados y residentes– era feroz, con continuos choques entre ellos. En medio de ese conflicto, a finales del verano de 189, los espartanos de la ciudad atacaron por sorpresa la ciudad costera de Las. Sus habitantes, junto a los exiliados espartanos que vivían allí, pudieron rehacerse y rechazar el ataque, pero toda la población del litoral laconio, y sobre todo los exiliados, empezaron a temer por su futuro, y enviaron urgentemente mensajeros con peticiones de auxilio a las autoridades de la Liga.
 Las noticias indignaron a la opinión pública aquea, y Filopemen tuvo que enfrentarse al problema, que se arrastraba desde 192. Recordemos que ese año Filopemen había pactado con los espartanos partidarios de las reformas sociales y los repartos de propiedades su permanencia en el poder, dejando fuera a los exiliados. Para la Liga Aquea eso era ir contra sus propias ideas, puesto que los exiliados eran los antiguos propietarios, despojados de sus propiedades por las sucesivas reformas y revoluciones de los tiranos espartanos desde Cleómenes, mientras que los que mantenían el poder en la ciudad eran los defensores de las reformas revolucionarias, muchos de ellos antiguos esclavos, mercenarios y ciudadanos pobres. Filopemen vio que era el momento, al no haber grandes fuerzas romanas en Grecia, de restablecer el orden en Esparta de forma favorable a los aqueos, y consolidar la integración espartana en la Liga. Acusó a los espartanos de romper el acuerdo con Flaminio de 195, al atacar los poblados de la costa, y les exigió la entrega de los responsables del ataque.
 En Esparta el ultimátum fue recibido con temor, y abrió un violento debate sobre el camino a seguir. Parece que un importante grupo planteó la necesidad de aceptar los requerimientos aqueos, pero no conocemos demasiado sobre la lucha política en el interior de la ciudad. Estalló una revuelta, que costó la vida a treinta de los principales dirigentes espartanos, y se formó un nuevo gobierno, que se negó en redondo a cumplir las órdenes de Filopemen, declaró la retirada de Esparta de la Liga Aquea y envió embajadores al cónsul Nobílior, que aun estaba en Cefalenia, pidiéndole que se trasladara a Esparta y aceptara la entrega sin condiciones de la ciudad a los romanos, la deditio, a cambio de la protección del Senado. Cuando los aqueos recibieron la noticia se declaró la guerra a Esparta y Filopemen recibió el encargo de movilizar el ejército. El año estaba ya muy avanzado, y la guerra se limitó a correrías de saqueo en los territorios cercanos a Esparta, pero todos sabían que en la primavera Filopemen conduciría un ejército contra Esparta. En medio de esa tensión creciente intervino de nuevo el cónsul Nobílior, que convocó a todas las partes a una reunión en Elis. El cónsul, que quería mantener las buenas relaciones con la Liga Aquea, esperaba poder imponer una solución equilibrada, pero desde el inicio las conversaciones degeneraron en una riña general. Desbordado por el encono entre las dos facciones espartanas, la de los antiguos propietarios, que exigían la vuelta a la ciudad y la devolución de sus propiedades, y la de los seguidores de las ideas revolucionarias de Cleómenes y Nabis, que controlaban poder y bienes en la ciudad, el cónsul sólo acertó a pedir que la guerra cesara y se enviaran embajadores al senado en Roma.
 La embajada aquea fue dirigida por Diófanes y Licortas, lo que indica la existencia de tensiones internas. Diófanes había roto definitivamente con Filopemen, su antiguo protector, y se había acercado al partido pro romano de Aristeno. Esa facción, favorable a la vuelta de los exiliados a Esparta, propugnaba que se remitiera al senado la decisión definitiva. Su opinión no se basaba sólo en el sometimiento a la autoridad romana que defendían como partido, sino también en que esperaban que el arbitraje fuera favorable a la vuelta de los deportados, tal y como había intentado Flaminio en 192 contra la opinión de Filopemen. Licortas, por el contrario, defendía la tesis de Filopemen y del partido “nacional” de que se reconociera a la Liga la capacidad de solucionar la crisis de forma autónoma.
 Licortas, siguiendo instrucciones de Filopemen, pedía que se permitiera a los aqueos poner en práctica lo que habían decidido, que estaba de acuerdo con el tratado y con sus propias leyes, y que Roma les dejara, sin restricciones, la libertad que ella misma les había garantizado. Tito Livio, 38. 32
 El senado, sin embargo, no mostró demasiado interés en el problema. La política romana estaba, en esa época, muy agitada, con grandes personajes políticos enfrentados entre sí para que se les reconocieran sus respectivos méritos y adquirir una posición de privilegio en las instituciones romanas (era la época del juicio políico contra Cneo Cornelio Escipión el Africano, acusado de malversar la multa impuesta a Antioco de Siria). Una pelea casi comarcal en el Peloponeso no era algo demasiado importante cuando se estaba decidiendo sobre la situación en Asia Menor o el equilibrio de poder en todo el mundo griego. Aunque los espartanos consiguieron cierta simpatía en Roma, los aqueos eran universalmente respetados como los principales aliados de Roma en Grecia, y por la consideración que despertaba la tradición cultural de sus ciudades. La decisión del Senado, por tanto, fue ambigua y trató de contentar a todas las partes, sin entrar a fondo en la cuestión. Se confirmó la autonomía e independencia de los aqueos en sus asuntos internos, y se pidió a los espartanos que trataran de llegar a un acuerdo dialogado con los exiliados.
 Interpretando la respuesta del senado como una ratificación de sus planes, Filopemen movilizó en la primavera de 188 el ejército y avanzó hacia Esparta, con la opinión pública aquea agitada por las pasiones anti espartanas, sobre todo en Megalópolis y Argos. Fueron enviados embajadores a Lacedemonia para renovar las exigencias del año anterior.
 ...los embajadores reclamaron la entrega de los responsables de la defección de Esparta, y prometieron que si lo hacían la ciudad tendría paz, y los entregados no serían condenados sin un juicio previo. La mayoría de los ciudadanos, por miedo, guardó silencio. Los que habían sido reclamados por su nombre declararon espontáneamente que estaban dispuestos a ir, después de haber recibido de los embajadores garantías de que no se recurriría a la violencia antes de que pudieran hablar en su defensa. Salieron también otros ciudadanos eminentes, como defensores a título particular, y porque, por otra parte, consideraban que las causas afectaban a los intereses de la ciudad. Tito Livio, 38. 33
 Los espartanos reclamados marcharon entonces con los embajadores hacia el campamento aqueo, situado en la aldea de Compasio, en las cercanías de Esparta, pero al llegar se encontraron con una multitud furiosa, sobre todo exiliados espartanos, que se habían unido al ejército de Filopemen con la esperanza de recuperar su ciudad, apoyados por los aqueos más exaltados. Tras los insultos comenzó una pelea multitudinaria, que terminó trágicamente.
 ...la masa, enardecida... comenzó a lanzar piedras cuando uno gritó: “¡Machaquémoslos!”. Y de esta forma fueron muertos diecisiete... Al día siguiente fueron prendidos otros sesenta y tres que el estratego [Filopemen] había librado de la violencia, no porque quisiera salvarlos sino porque no quería que murieran sin haberse defendido. Entregados a las iras de la masa, después de pronunciar unas pocas palabras ante un auditorio hostil, fueron condenados todos y conducidos al suplicio. Tito Livio, 38. 33
 Los espartanos quedaron sumidos en el terror y la confusión, no sólo por la muerte de sus conciudadanos, sino, sobre todo, porque se trataba, en su mayor parte, del grupo dirigente de la ciudad. Filopemen presentó entonces nuevas exigencias: las murallas de la ciudad serían demolidas, los mercenarios de origen extranjero serían expulsados de la ciudad, los antiguos esclavos liberados por Nabis, algunos de ellos libres desde hacía ya quince años o más, debían salir del Peloponeso Por último, las leyes tradicionales espartanas, atribuidas a Licurgo, un legislador legendario, serían abolidas y los espartanos aplicarían las mismas leyes ciudadanas y educativas que el resto de la Liga Aquea. Sin capacidad de reacción, los espartanos admitieron todos los requerimientos. Todo rastro de la independencia o particularidad tradicional espartana quedaría borrado.
 Esas condiciones fueron incluso agravadas por una asamblea aquea en Tegea, donde salió a la luz todo el rencor y animosidad acumulados en algunas ciudades de la federación, sobre todo Megalópolis y Argos, a lo largo de décadas, incluso siglos de rivalidad. Esparta había sido completamente derrotada, y parecía que se intentaba añadir escarnio a la infamia. La asamblea aprobó ordenar a los espartanos que reintegraran a los exiliados en la ciudad. Se aprobó también mantener parte del ejército movilizado para apresar a los mercenarios y los antiguos esclavos expulsados de Esparta, que se estaban dispersando por el Peloponeso, con el fin de venderlos como botín. Con una parte del dinero recaudado se levantaría, en Megalópolis, un gran pórtico en recuerdo de la victoria. Por otro lado, la ciudad de Belemina y su territorio, hasta entonces espartano, fue atribuida a los megapolitanos.
 Para Filopemen la sumisión de Esparta fue un gran éxito, sobre todo dentro de su ciudad natal, Megalópolis. Recordemos que había iniciado su carrera política cuando, con su ciudad ocupada por Cleómenes III, se negó en redondo aceptar cualquier acuerdo con los espartanos. Su poder político e influencia sobre los megapolitanos se fortaleció de forma decisiva, como demuestra la opinión de Polibio, que en esos momentos era un prometedor joven megapolitano de veinte años, que como hijo de Licortas estaba destinado a altos cargos dentro de su ciudad y de la federación.
 Fue en efecto una empresa honesta restituir a la patria a los exiliados espartanos, fue conveniente humillar a la ciudad de los lacedemonios, desterrando a los que habían servido a la dinastía de los tiranos. Polibio, 21. 32
 Pero otros aqueos, sobre todo los rivales de Filopemen, partidarios de la colaboración con Roma, veían las cosas de forma distinta. Los espartanos, superados los primeros momentos de desorientación, enviaron embajadores a Roma para protestar por el trato recibido de los aqueos. Contaban no sólo con conseguir compasión ante la desgracia, sino también cierta simpatía entre algunos romanos, que miraban con recelo la expansión aquea. A principios de 187 el nuevo cónsul, Marco Emilio Lépido, remitió una carta a la Liga. En ella anunciaba que, en su opinión, la cuestión espartana no había sido solucionada teniendo en cuenta las decisiones del senado. La carta no era totalmente institucional, puesto que Lépido no había recibido mando alguno sobre Grecia, por lo que no tenía jurisdicción sobre la Liga, pero su recepción causó un claro temor. Filopemen se apresuró entonces a enviar su propia embajada, encabezada por Nicodemo de Elea, con el objetivo prioritario de impedir que el senado tomara alguna decisión sin escuchar las disculpas y justificaciones de los aqueos.
 Mientras, en el interior de la federación, el ambiente se iba enrareciendo. La política agresiva de Filopemen hizo temer a muchos que los romanos, cuando tuvieran noticia directa de lo ocurrido en Compasio el año anterior, reaccionarían de forma violenta. Después de todo, Filopemen claramente había sobrepasado lo prescrito por el Senado en la resolución del conflicto. Además, la excitación del año anterior se estaba enfriando, y muchos, sobre todo en las ciudades más alejadas de Esparta, debieron pensar que el tratamiento aplicado a los problemas espartanos era excesivo. Filopemen y el partido “nacional” perdieron apoyos importantes, lo que hizo que en las elecciones de estratego de la primavera el vencedor fuera Aristeno, el líder del partido pro romano, derrotando a Licortas, el delfín de Filopemen. Es probable que la mayoría de las ciudades aqueas se plantearan que, frente a las posibles represalias romanas, poner a la cabeza de la Liga a un dirigente claramente alineado con las políticas de Roma sería la manera de reducirlas o esquivarlas. Filopemen, que había dominado el poder en la Liga, directa o indirectamente, desde 193, se veía ahora reducido a la oposición.