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sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición 10. EL FINAL DE ARATO

 10.
 EL FINAL DE ARATO
  
 En el verano de 214 Filipo se lanzó a un nuevo intento de ocupación de las ciudades aliadas de Roma en la costa iliria. Con los romanos centrados en la guerra en Italia, tuvo éxito al principio y pudo conquistar Orico e iniciar el asedio de Apolonia. Pero cuando esperaba que esta última se rindiera, llegó la armada de Marco Valerio Levino, el pretor romano encargado de la vigilancia del Adriático. Nuevamente los macedonios fueron víctimas del pánico, a pesar de que las fuerzas romanas eran inferiores. Levino recuperó Orico mientras Filipo asediaba Apolonia, para a continuación, atacando por sorpresa, destruir la flota macedonia y obligar al rey a replegarse hacia el interior. Levino se mostró muy hábil usando la única ventaja romana en ese momento, el control del mar, que hacía imposible a Filipo desarrollar operaciones militares importantes en la costa, que podían ser obstaculizadas y sorprendidas por la movilidad de la flota romana. Frustrado, Filipo se retiró a Macedonia a fines del verano.
 A principios de 213 volvió a aparecer en el Peloponeso, sin duda para intentar conseguir el apoyo de sus aliados para una nueva campaña, pero ahora era mirado con desconfianza tras los acontecimientos de Mesenia dos años antes. Trató de entrar allí pero los mesenios, posiblemente puestos en alerta por Arato, le negaron el paso. Demetrio de Faros se ofreció a intentar un golpe de mano para conquistar la capital, Messene, pero fracasó y murió en el intento. Filipo, furioso, comenzó a saquear la región, pero no pudo ocupar ninguna ciudad. Sin lograr ninguno de sus objetivos, y muy posiblemente desorientado tras la pérdida de Demetrio de Faros, su principal consejero, terminó por retirarse y volver a Macedonia.
 En esa época, Arato, ya definitivamente apartado de la corte macedonia, enfermó de gravedad. En tiempos de Polibio todo el mundo pensaba en el veneno, aunque no es seguro que se creyera lo mismo en aquel momento. La enfermedad fue lenta, y quizás duró varios meses. Con cincuenta y ocho años de edad, es difícil precisar la causa, aunque podría tratarse de una enfermedad natural, quizás tuberculosis:
 ...lo ocultó a todos los servidores, pero a uno, Cefalón, que él apreciaba mucho, se lo dijo, sin poder contenerse. En una ocasión en que, durante su enfermedad, el criado en cuestión le servía solícitamente, él le mostró unos esputos sanguinolentos que estaban en la pared y le comentó: «Cefalón, esto es el premio de la amistad que recibo de Filipo.» Polibio, 8.12.
 Taurion ... le dio un veneno, no pronto y violento, sino de aquellos que causan al principio en el cuerpo un calor lento y una tosecilla sorda, y de este modo llevan poco a poco a la consunción... Arato... apuró hasta el fin su mal en silencio y tranquilamente, como si fuera una de esas enfermedades comunes y frecuentes... Plutarco, Arato
 No es fácil ver la razón por la que Filipo, el acusado de envenenar a Arato, obtendría ventajas con su muerte. Aunque sus relaciones se habían enfriado, Filipo no parecía tener un sustituto claro en la dirección de la Liga. Muy significativamente, tras la muerte de Arato el rey no cambió su política respecto a la federación aquea, a la que siguió considerando como una aliada. No intervino, que nosotros sepamos, en su política interna, y aunque es verdad que se desatendió en cierta medida de ella, también lo es que, como veremos, le surgieron nuevas preocupaciones en el norte de Grecia, en áreas más cercanas a Macedonia, que centraron su interés.
 En cualquier caso, Arato murió en Egio siendo estratego de la Liga, y allí fue enterrado. Más adelante, y tras un oráculo en Delfos, se le dieron honores divinos como héroe, y fue trasladado en procesión solemne hasta Sición, su ciudad natal. En tiempos de Plutarco, en el siglo II después de Cristo, todavía se le ofrecían sacrificios en dos fechas del año: el día de su nacimiento y aquél en el que llegó al poder en Sición. Pero no hay mejor epitafio que el que le dedicó Polibio:
 Muchas veces había sido general en jefe de los aqueos y había hecho grandes beneficios a su linaje; por eso, con motivo de su muerte, se le rindió el homenaje debido, tanto en la patria como en la comunidad aquea. Se le decretaron los sacrificios y los honores correspondientes a un héroe y, en resumen, todo lo que contribuye a inmortalizar la memoria de un hombre, de manera que si los muertos, en alguna forma, son todavía capaces de percepción, sería natural que a él le placiera el agradecimiento de los aqueos y que no le causaran pesar los riesgos y penalidades que soportó durante su vida. Polibio, 8.12.
 La muerte de Arato pudo ser, para los ciudadanos de la Liga Aquea, lo que parecía el final de un periodo de luchas y guerras. El Peloponeso permanecía en paz desde 217, y la guerra de Filipo con los romanos tenía que verse como muy lejana. Arato sería, quizás, como Wiston Churchill en la mente de los ingleses de la segunda mitad del siglo XX, un símbolo del pasado, de una época de conflictos y peligros, inherentes a la formación de la federación, combatida por enemigos externos e internos. Pero en ese momento, y con la excepción de Corinto, en manos macedonias, la expansión de la Liga, territorial y demográfica, había alcanzado un máximo. Los aqueos se veían a sí mismos como un estado próspero y estable, que disfrutaba de la protección benévola de un monarca poderoso. Si hubo enfrentamientos entre Arato y Filipo, si hubo conflictos en Mesenia o Esparta, esos eran asuntos de la alta política, que no hacían prever una guerra inminente.

 En 212 Filipo, inasequible al desaliento, volvió a dirigirse hacia Iliria. En esta ocasión le sonrió la suerte. Roma se encontraba en ese momento al límite de su capacidad, centrada en los múltiples escenarios de la guerra con los cartagineses, en España, Siracusa, Capua, Tarento y otros lugares. La flota de Marco Valerio Levino fue retirada para emplearla en el bloqueo de Siracusa, por lo que Filipo no fue obstaculizado en su expedición. Tomó Lisso, en la costa adriática, conquista que le permitió asegurar el control de toda la Iliria, restringiendo la actividad romana a las plazas fuertes de la costa, Epidamno, Apolonia y Orico. En 211 no parece que saliera en campaña, lo que podría indicar que había cumplido su objetivo fundamental, reducir la influencia romana a las ciudades aliadas de la costa, lo que, en cierta manera, era volver al estado anterior al inicio de la guerra en 216. Es posible que pensara en buscar entonces un acuerdo de paz, pero los acontecimientos le enfrentaron a la cruda realidad.

 La Primera Guerra Macedónica, 216-212
 Ese mismo año Roma consiguió, en un supremo esfuerzo, recuperar la iniciativa en la guerra con Aníbal. La toma de Capua restringió la actividad del general cartaginés al extremo sur de Italia, y la conquista de Siracusa lo aisló de sus bases en África. Roma disponía otra vez de cierta libertad de movimientos. En el otoño la flota de Levino reapareció en las costas etolias, y él mismo se presentó ante la asamblea federal etolia, en Naupacto.
 Allí, Marco Levino, tras haber enaltecido, como garantía de los éxitos logrados en Italia y Sicilia, las conquistas de Capua y Siracusa, añadió que los romanos mantenían la costumbre, ya transmitida de sus antepasados, de beneficiar a sus aliados, entre los cuales, a unos los habían acogido en la ciudadanía y en igualdad de derechos con ellos, y a otros los tenían en situación tan favorable que preferían ser aliados a conciudadanos. Los etolios –siguió diciendo– habrían de estar en mayor honor por cuanto serían los primeros de las naciones allende el mar en haber conseguido un tratado de amistad con los romanos; Tito Livio, 26. 24.
 Los etolios, cuya hostilidad hacia Macedonia era manifiesta, y que esperaban la posibilidad de resarcirse de su derrota en la Guerra de los Aliados, diez años antes, aceptaron inmediatamente el ofrecimiento, y firmaron con Roma un tratado de alianza. La iniciativa de Levino, que actuaba como comandante militar independiente en el frente de batalla adriático, y probablemente sin intervención oficial directa del Senado romano, tendría unas consecuencias históricas trascendentales, semejantes a las decisiones de Roosevelt en 1940 de apoyar desde la neutralidad el esfuerzo bélico británico, o en 1942 de centrar la capacidad militar estadounidense en el Atlántico y no en el Pacífico. Iniciaba un camino que conducía, irremediablemente, al choque con Macedonia, y que empujaría a Roma a intervenir, progresivamente con más energía, en la política griega. Ya antes, en 219, Roma había actuado en la costa iliria para fortalecer su área de influencia y seguridad adriática, pero ahora, en medio de los combates más duros de la Segunda Guerra Púnica, se estaba preparando la futura entrada de Roma en los conflictos helenos.
 La irrupción de Roma en los asuntos griegos, como aliada de los etolios, causó una importante controversia en toda Grecia, que Polibio nos transmite con dos discursos, los de Cleneas de Etolia y de Licisco de Acarnania ante la asamblea espartana, que fijaron las distintas posiciones de los griegos ante la nueva guerra. Para los etolios y sus aliados se trataba, esencialmente, de restablecer el equilibrio anterior a la Guerra de los Aliados de 220-217, de luchar contra la hegemonía que Filipo V de Macedonia imponía sobre Grecia. En palabras de Cleneas,
 ¡Espartanos! Estoy convencido de que nadie se atrevería a negar que el imperio macedonio ha sido para todos los griegos el inicio de la esclavitud Polibio, 9. 28.
 Los acarnanios, por el contrario, y en este discurso Polibio refleja la posición de la Liga Aquea en ese momento, centraban la crisis en el peligro que se presentaba para toda Grecia,
 Antes disputabais la hegemonía y el prestigio a aqueos y a macedonios, que son linaje vuestro, concretamente a su caudillo, Filipo, pero en la guerra de ahora unos hombres bárbaros, extranjeros, pretenden esclavizar a Grecia entera... Polibio, 9. 37.
 Pero los enemigos de Filipo de Macedonia y la Liga Aquea no estaban dispuestos a dejar pasar la oportunidad de contar con el apoyo de la gran potencia romana para enfrentarse a sus rivales en Grecia. En el tratado entre Etolia y Roma fueron incluidos los eleos y espartanos, aliados de la Liga Etolia, algunos reyezuelos de Iliria y Tracia, siempre sometidos a gran presión por parte de los macedonios, y el reino de Pérgamo. Este reino había surgido a principios del siglo III antes de Cristo en condiciones parecidas a las que dieron lugar al desarrollo de la Liga Aquea. A la muerte del rey Lisímaco, Eumenes, el comandante de su guarnición en Pérgamo, ciudad del oeste de Asia menor, se declaró independiente en 263. Su sucesor, Atalo I, tras luchar con éxito contra las tribus celtas, los gálatas, que se habían instalado en la región, amplió su base territorial y pudo proclamarse rey en 240, creando un pequeño estado con salida hacia la costa norte del Egeo. Presionado por Macedonia, Bitinia y los seleúcidas, buscó la colaboración con Egipto y Rodas, a través de las cuales entabló contactos diplomáticos y comerciales con Roma, favorecidos tanto por el mito de que Roma tenía su origen en la huída de Eneas de Troya, situada en territorio de Pérgamo, como por el interés romano por el culto de Cibeles, la diosa madre, cuyo santuario estaba también en territorio de Pérgamo. El tratado de 211 le permitió convertir esos contactos en una alianza, objetivo largamente perseguido, que más adelante convertirían a Pérgamo en el punto de apoyo más importante de la política romana en el mundo griego.

 Los aliados griegos de Roma en 212
 En ese momento, para Roma la alianza con Pérgamo significaba no sólo el apoyo diplomático de un importante estado, sino sobre todo la asistencia de una gran flota en el Egeo. A principios de 210 Levino, nombrado cónsul en Roma –resultado evidente del reconocimiento senatorial a su acción diplomática en Grecia–, y satisfecho con las nuevas alianzas, cuyas fuerzas consideraba suficientes para mantener a raya a Filipo y hacerle olvidar cualquier hipotético plan de invasión de Italia, retiró de Grecia su legión, dejando sólo la flota al mando del pretor Publio Sulpicio Galba.
 Por el contrario, en la Liga Aquea, el tratado firmado entre etolios y romanos y la generalización de la guerra a todo el mundo griego representaba la vuelta a los conflictos de diez años antes. Volvía a verse enfrentada, como aliada de Macedonia, a eleos, espartanos y etolios, con el agravante de que ahora la intervención romana aseguraba a sus enemigos el dominio del mar, y mantendría ocupada a Macedonia lejos del Peloponeso. Los aqueos afrontaban de nuevo, poco después de la desaparición de su líder político más carismático, un destino incierto.

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición 9. NUBARRONES DE OCCIDENTE

 9.
 NUBARRONES DE OCCIDENTE
  
 La recuperación de la Liga Aquea en 217 fue posible gracias a la campaña de Filipo en la Grecia central, que retuvo a la mayor parte de las fuerzas etolias en el norte. A mediados de ese verano los etolios volvieron a pedir la paz a través de Rodas y Quíos, a las que se unieron otros estados neutrales como Bizancio y Egipto. Filipo se mostró vagamente interesado, pero continuó las operaciones, preparando el traslado de sus fuerzas al Peloponeso para consolidar su predominio allí. Precisamente cuando se encontraba en Argos, presenciando los juegos atléticos Nemeos a la espera de la llegada del grueso de sus tropas, le llegó la sorprendente noticia de que el cartaginés Aníbal había derrotado hasta la aniquilación a un ejército romano en Trasimeno, en Etruria. Esto abría nuevas posibilidades, que inmediatamente consultó con su nuevo consejero, Demetrio de Faros.
 Demetrio fue un personaje singular. Condottiero griego, había conseguido cierta influencia al servicio del reino ilirio del Adriático hasta su derrota ante Roma en 229. Se puso entonces al servicio de los romanos, y poco después, desde su pequeño reino en Faros, se dedicó a la piratería en las costas del Adriático. Llegó a alcanzar la posición de regente del reino de Iliria, al casarse con la madre del heredero al trono, todavía menor de edad. Pronto estableció estrechas relaciones con la corte macedonia y participó, a la cabeza de un contingente ilirio, en la batalla de Selasia, en 222, a las órdenes de Antígono Dosón. En 219 fue desalojado de su reino de Faros por los romanos, cansados de sus actos de piratería y preocupados por la situación en el Adriático ante la inminencia de la guerra con Aníbal. Tras un año como jefe pirata en el Egeo, perseguido por los rodios, se puso al servicio de Filipo de Macedonia y rápidamente se convirtió en su consejero, deslumbrado el rey ante la figura del experimentado aventurero, que había recorrido todas las costas griegas desde al Adriático al Egeo. Demetrio excitó hábilmente la ambición del rey, y lo instó a aprovechar la derrota romana ante Aníbal. Con Roma debilitada, Filipo tenía a su alcance toda la costa adriática, tan bien conocida por Demetrio, que le serviría como trampolín hacia la rica región griega del sur de Italia. Se trataba de repetir la ambición de Pirro sesenta años después.
 ...creía [Demetrio] que lo debido en aquellas circunstancias era terminar, lo más pronto posible, la guerra contra los etolios e dedicarse a los problemas de la Iliria y a una subsiguiente expedición a Italia. Le aseguró que ya ahora toda Grecia estaba bajo su imperio y que seguiría estándolo: los aqueos lo harían espontáneamente, por la adhesión que sentían hacia él; y los etolios, constreñidos por el terror que les habían causado los hechos de la guerra presente. Una invasión de Italia, afirmó, era el principio del dominio universal, cosa que le correspondía a él más que a cualquier otro. Y éste era el momento, después de la derrota romana. Polibio, 5. 101.

 Por supuesto, no podemos estar seguros de que Polibio no esté cargando las tintas sobre los objetivos de Filipo, exagerándolos para justificar la posterior intervención romana en Grecia, pero la actuación del rey macedonio en los años siguientes nos hace pensar que en algún momento los tomó en serio. En todo caso, llevó a Macedonia a tomar partido en el gran conflicto mediterráneo que estaba a punto de estallar.

 Roma y Macedonia al inicio de la Segunda Guerra Púnica.
 Filipo decidió perseguir las quimeras de un imperio en Italia y se avino a parlamentar con los etolios. Reunido con los aqueos, éstos aceptaron iniciar las negociaciones. Los etolios, debilitados por las derrotas del año anterior, y presionados por la presencia de un ejército macedonio frente a sus costas, amenazando con una nueva invasión, recibieron aliviados los ofrecimientos de Filipo. Tras varias rondas de conversaciones el acuerdo final en Naupacto, en el otoño de 217, fue sorprendentemente fácil y benigno para ambas partes, que pudieron conservar las conquistas que mantenían en ese momento. La causa de esa rapidez la tenemos en el discurso de Agelao, el nuevo estratego etolio:
 ...en esta guerra da lo mismo que los romanos venzan a los cartagineses o que éstos triunfen de los romanos, ya que, mírese como se mire, lo lógico es que los vencedores no se den por satisfechos con la posesión de Italia y de Sicilia: acudirán aquí y ampliarán sus operaciones y desplegarán sus fuerzas más allá de lo que es justo. Todos debemos estar alerta, pero principalmente Filipo... si aguarda a que los nubarrones que ahora se levantan por occidente se cernieran sobre parajes griegos, mucho me temo que estas treguas y estas guerras, en una palabra, estos juegos con los que ahora nos entretenemos mutuamente se nos trunquen a todos... Polibio, 5. 104.
 Ante los riesgos del futuro, Grecia se echaba en los brazos de Macedonia, único poder capaz de enfrentarse a las potencias occidentales. Pero no debemos engañarnos. No cabe duda de que, para muchos griegos, agitar ante Filipo el trapo de la conquista de Italia era una forma elegante de alejarlo de sus sueños de hegemonía en Grecia. La consecuencia más importante fue que la diplomacia griega empezó a mirar hacia occidente. Filipo y sus aliados se fueron acercando a Aníbal, pero los estados que desconfiaban de los macedonios empezaron a pensar en Roma como posible contrapeso a su hegemonía. Mientras tanto, los aqueos pudieron creer que iniciaban un periodo de paz, protegidos por su estrecha alianza con los macedonios y la relación personal entre su líder, Arato, y el rey Filipo. Dos veces se habían visto en grave peligro, acosados por espartanos y etolios, y en ambas ocasiones la intervención macedonia, primero de Antígono Dosón, luego del propio Filipo, había resuelto las dificultades. En mayo de 216 fue elegido estratego uno de los más fieles seguidores de Arato, Timoxeno, mientras las ciudades se disponían a recuperar la normalidad, con la esperanza de que comenzaba un periodo de paz y prosperidad bajo una benévola hegemonía macedonia:
 Los aqueos, tan pronto se deshicieron de la guerra, eligieron por general a Timoxeno y se reintegraron a sus costumbres y modo de vida. Igualmente las restantes ciudades peloponesias recuperaron sus bienes, cultivaron las tierras, renovaron las asambleas y los sacrificios patrios y los demás ritos, tradicionales en cada lugar, en honor de los dioses. Las poblaciones casi habían olvidado todo eso debido a las guerras continuas precedentes. Polibio, 5, 106.
 En ese momento Filipo se preparaba para sus nuevos planes respecto a Roma. A finales de 217 condujo expediciones contra tribus tracias e ilirias de la frontera norte, para asegurarse una retaguardia tranquila, a la vez que incrementaba la experiencia de sus tropas. Durante el invierno organizó su expedición a Italia, y al iniciarse el verano de 216 concentró su ejército y una armada, y avanzó por mar hacia la costa adriática. Sin embargo, el rumor falso de que una flota romana había zarpado de Sicilia hizo que cundiera el pánico y Filipo se retiró de forma apresurada. Un paralelo antiguo con los ejemplos de la Armada de 1588, Napoleón en 1805 o Hitler en 1940. La gran superioridad naval romana impedía, excepto en caso de un acontecimiento extraordinario, que pudiera repetirse una gran invasión de Italia como la de Pirro medio siglo antes.
 Pero ese acontecimiento extraordinario pareció haber ocurrido justo en ese momento, semanas después de la huida de los macedonios. Las noticias, a mediados de agosto, de la enorme victoria cartaginesa en Cannas, con la destrucción simultánea de los dos ejércitos consulares romanos, devolvieron los ánimos a Filipo, y mandó embajadores a Italia con el objetivo de llegar a un acuerdo con Aníbal para el traslado del ejército macedonio a Italia. Tras varias vicisitudes los embajadores se reunieron con el general cartaginés, firmaron un pacto de alianza y llegaron al acuerdo de que los cartagineses obligarían a los romanos, una vez vencidos, a abandonar sus conquistas en la costa oriental del Adriático, que serían entregadas a Macedonia. Pero ese acuerdo no llegó a tiempo a oídos de Filipo. En el camino de regreso a Macedonia, los embajadores fueron retenidos por los romanos, que descubrieron así la alianza entre Aníbal y Filipo y, sobrecogidos todavía por la derrota en Cannas, se vieron enfrentados a una nueva amenaza desde oriente. Al contrario que muchos historiadores modernos, los romanos sí se tomaron en serio la posibilidad de un desembarco macedonio en Italia. El recuerdo de Pirro del Epiro, que había llegado a Italia y combatido a Roma sólo algo más de medio siglo antes, seguía vivo. E medio de una situación crítica, por la falta de hombres y de recursos para enfrentarse a Aníbal, cuando Roma estaba alistando esclavos para cubrir los huecos en sus filas, el senado ordenó apostar una flota de veinticinco quinquerremes en Brindisi al mando del pretor Marco Valerio Levino, para enfrentarse a la amenaza real de una acción macedonia a través del Adriático. No debemos nunca olvidar ese miedo, que Roma nunca olvidó, a una invasión macedónica, cuando nos refiramos a la política romana hacia Grecia en las décadas siguientes.
 Mientras tanto Filipo, ignorante del acuerdo establecido entre sus embajadores y Aníbal, y de la captura de aquellos, envió otra embajada, con lo que las noticias del asentimiento parcial de Aníbal a la alianza no le llegaron hasta el final del verano, cuando la temporada de navegación ya estaba terminando. Sin duda tuvo que sentirse decepcionado. Sus fantasías de dominio universal se veían reducidas a la promesa de Aníbal de apoyarle en la lucha por el control de la costa iliria. Sus energías tendrían que ser dirigidas hacia otro lado. Este malentendido entre Aníbal y Filipo fue, quizás, decisivo. Si Filipo hubiera tenido el apoyo de Aníbal para cruzar a Italia, es poco probable que Roma hubiera podido impedir su derrota, pero Italia era demasiado pequeña para las ambiciones de los dos caudillos. Aníbal, al reservarse para sí el control del sur de Italia, había sellado su destino, aunque todavía no lo sabía. A partir de 216 Filipo se olvidó de sus ilusiones imperiales y centró sus esfuerzos en Grecia, con lo que no volvería a presentarse otra posibilidad de llegar a una colaboración efectiva con Aníbal. Eso permitió a Roma recuperarse.
 A finales de año Filipo regresó al Peloponeso, donde se le presentó una nueva oportunidad de ampliar su hegemonía. Mesenia, en el extremo sudoccidental del Peloponeso, había tenido una historia dramática, semejante en cierta medida a la de la Polonia contemporánea. Perdió su independencia frente a Esparta durante el siglo VII antes de Cristo, derrota trágica tras la cual su rey Aristodemo se suicidó sobre la tumba de su hija, sacrificada por él para propiciarse la victoria. Los mesenios se convirtieron desde entonces en siervos de los espartanos, y durante siglos su territorio y su trabajo permitieron sostener a Esparta como gran potencia griega, a pesar de varias rebeliones fracasadas. Su liberación no llegó hasta mediados del siglo IV antes de Cristo, cuando Epaminondas de Tebas derrotó a Esparta y la obligó a abandonar Mesenia, que se organizó como una confederación de ciudades independientes. Los mesenios trataron desde entonces de permanecer al margen de los conflictos de la época, y aunque se vieron enfrentados de forma alternativa con espartanos, aqueos y etolios, consiguieron mantener su autonomía. Pero sus éxitos frente a los enemigos exteriores no fueron suficientes para enfrentarse a la crisis interna.
 Como ya vimos en la Esparta de Cleómenes, las desigualdades sociales llevaron a la formación de un movimiento de reforma, favorable a la redistribución de las tierras entre los ciudadanos y la abolición de las deudas, que se enfrentó, inevitablemente, con la oposición de los aristócratas propietarios. El conflicto estalló violentamente a finales de 215 y pronto degeneró en guerra civil. Filipo, aliado de los mesenios, se presentó en Messene, la capital, como mediador. Como en Esparta unos años antes, el rey macedonio se puso de parte del movimiento de reforma social, inspirando una violenta revolución que causó la muerte de unos doscientos propietarios, y el subsiguiente reparto de sus tierras entre los ciudadanos pobres. Filipo se manifestaba así, ahora abiertamente, como defensor de los desheredados, en un momento en que las ideas revolucionarias estaban ganando partidarios por toda Grecia. Muchos filósofos estoicos, como Cleantes de Asso, Blosio de Cumas o Esfero, estaban propagando una ideología de revolución social basada en los principios de igualdad de todos los individuos. Los monarcas griegos -ya vimos a Agis y Cleómenes de Esparta y a Antígono Gonatas de Macedonia- se apoyaron en esas ideas y en las demandas de reformas revolucionarias para presentarse como sostenedores de un nuevo modelo de sociedad, basado en una monarquía totalitaria que impusiera un orden igualitario, de una forma paralela a como surgieron los estados totalitarios del siglo XX a partir de los principios filosóficos de muchos pensadores del siglo XIX. Filipo V seguía aquí una tradición preexistente en su dinastía y viva en las teorías político-sociales de su tiempo, y que se mantendrían hasta la definitiva conquista romana, como veremos más adelante.
 Debemos tener en cuenta que las ciudades griegas estaban bajo el control, en casi todos los lados, de las oligarquías latifundistas, que seguían una política de independencia y resistencia frente a las intervenciones de los reinos helenísticos, tanto en Grecia como en Asia Menor. Apoyando los movimientos de reforma social, Filipo podía contar con una poderosa palanca en los asuntos internos de las ciudades. De nuevo el paralelo moderno con la política soviética, a lo largo de la mayor parte del siglo XX, de apoyar y sostener cualquier movimiento de reforma social o económica anti-liberal, anti-colonial o populista, tuviera o no bases ideológicas marxistas, como forma de ganar influencia internacional y capacidad de intervención en diferentes regiones del mundo. Arato de Sición llegó a Messene poco después de la revolución, sin ocultar su desagrado por lo ocurrido, que parecía seguir el modelo de la Esparta de Licurgo y amenazaba con extenderse a la propia Liga. Su hijo, Arato el joven, llegó a enfrentarse personalmente a Filipo, aunque la disputa no tuvo consecuencias inmediatas.
 El Peloponeso en 215
 La desconfianza aumentó pronto. En aquellos días Filipo, acompañado por su comitiva, subió a la cima del monte Itome, centro sagrado de Mesenia, a celebrar un sacrificio. Lo que ocurrió allí nos es descrito por Polibio, aunque no podamos estar totalmente seguros de la completa historicidad de la narración. Admirado de la fortaleza del recinto, Filipo preguntó a sus consejeros sobre la posibilidad de establecer en ella una guarnición. Demetrio de Faros le animó a hacerlo, ya que junto con el Acrocorinto y Orcómeno, Itome le permitiría controlar todo el Peloponeso. A continuación Arato fue invitado a expresar su opinión, y contestó con una amenaza apenas velada.
 Arato callaba, pero el rey le rogó que expusiera su opinión. Entonces, puesto en un aprieto, Arato contestó: Si te es posible ocupar este lugar sin romper tu trato con los mesenios, te aconsejo que lo tomes, pero si tomarlo ahora con tu comitiva te representa perder las demás acrópolis y la guardia que has recibido de Antígono para vigilar a los aliados, mira no te valga más ahora retirar a tus hombres de aquí, pero dejar intacta tu palabra: conservarás a los mesenios y también a los otros aliados. Polibio, 7. 11
 Aparentemente Filipo no se molestó, y abandonó Mesenia sin más intervenciones, pero su relación con Arato se enfrió desde entonces. El aqueo descubría definitivamente en ese momento el objetivo central de la monarquía macedonia de imponer un dominio soberano sobre Grecia, mientras que Filipo empezaba a tantear los límites a partir de los cuales su estrategia tendría que enfrentarse a la oposición de la Liga Aquea. Más adelante el rey invitó a Arato a acompañarle en su campaña iliria de 214, pero el aqueo trató de convencerle, infructuosamente, de que firmara la paz con Roma y abandonara sus proyectos de expansión en el Adriático. Las noticias procedentes de Italia mostraban que los romanos, lejos de desanimarse ante las derrotas del año anterior, estaban plantando cara ante Aníbal y preparándose para una guerra larga y, aunque la mayoría de los griegos seguía contando con la victoria de los cartagineses, la experiencia política de Arato, su contacto con los asuntos romanos y, muy posiblemente, su simpatía por Roma, le indicaban que el resultado final del conflicto no era tan claro y podría tardar todavía bastante tiempo. Pero Filipo, cansado de sus reprensiones, pensando que sus asuntos en el Peloponeso se habían estabilizado definitivamente, y con la mente fija en el objetivo de controlar la costa adriática, terminó por desplazarlo de su corte, molesto ante un consejero que le contradecía constantemente.

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición

 7.
 LA RESISTENCIA A MACEDONIA

 En 222 Arato, a pesar de las críticas por su alianza con Macedonia, tenía razones para ver su actuación como una gran victoria, al recuperar la cohesión y estabilidad de la Liga Aquea tras las violentas tensiones políticas y sociales de la guerra con Cleómenes. La evolución interna de la federación parecía demostrar los beneficios de la sumisión a los reyes macedonios. Tanto Antígono Dosón como su sucesor, Filipo, mostraron una especial deferencia con la Liga Aquea, respetando sus instituciones y su libertad interna. Para los aqueos, sobre todo tras las experiencias con Cleómenes de Esparta, disponer de la ayuda del principal poder militar de Grecia les tuvo que hacer sentir una sensación de seguridad muy reconfortante. Sin embargo, al mismo tiempo estaban germinando las semillas de nuevas crisis. Para el resto de Grecia -espartanos, eleos, etolios, mesenios, atenienses...- la sumisión a un renovado imperio macedonio renacido no ere, en modo alguno, una opción de futuro. Para esos estados, la propaganda de los macedonios como protectores de la libertad de Grecia no era más que una retórica vacía, y no estaban dispuestos a aceptar que esa libertad pasara por el sometimiento a un poder que consideraban extranjero.
 Los etolios en particular, los grandes rivales de Macedonia en la Grecia central, se mostraron especialmente alarmados por el engrandecimiento del poder macedonio. Habían permanecido neutrales durante toda la Guerra de Cleómenes, a la expectativa de los acontecimientos y dispuestos a pactar con el vencedor. Ya vimos cómo habían intentado, sin éxito, mantener a los macedonios fuera de Grecia. La victoria de Antígono Dosón tuvo que preocuparlos en extremo. Como consecuencia, la Liga Etolia comenzó a mostrarse activa desde 221. Polibio, que siempre muestra en su obra una hostilidad tenaz a los etolios, culpa de esas acciones a su gusto por la piratería y el bandidaje.
 Hacía ya tiempo que los etolios soportaban con disgusto la paz y el subsistir con sus propios recursos, acostumbrados como estaban a vivir a costa de los vecinos, y además necesitaban de muchas provisiones, debido a su fanfarronería innata. Esta les ha esclavizado, y llevan una vida avara y brutal, sin respetar la propiedad privada. Todo lo consideran botín de guerra. Polibio, 4. 3

 Hay que observar, sin embargo, que los etolios también pensaban, desde un punto de vista nacional, que la hegemonía de Macedonia, su enemigo tradicional, amenazaba no sólo a su confederación sino también a la independencia de Grecia. Su política de neutralidad, por tanto, se transformó en otra más agresiva, e intentaron romper la red de alianzas creada por Antígono Dosón, en la suposición de que a la muerte de éste, su sucesor, Filipo, un joven de 17 años, sería incapaz de mantener unidos los intereses, a veces contrapuestos, de sus aliados.
 La guerra aqueo-etolia.222
 Las hostilidades se iniciaron en 221 en territorio de Mesenia, hostigada por bandas etolias con base en algunas pequeñas ciudades peloponesias. La Liga Aquea, poco dispuesta a permitir la intervención etolia en el Peloponeso, y envalentonada tras su victoria sobre Esparta y su nueva alianza con Macedonia, dio a Arato el encargo de impedir los ataques. Se demostró otra vez, en ese momento, la debilidad militar de Arato y de los aqueos, que fueron derrotados sin dificultad por los etolios en la batalla de Cafias. Inmediatamente sus extendieron sus operaciones de saqueo, atravesando el Peloponeso y retirándose a finales del verano por el istmo de Corintio.
 Esa derrota debilitó sustancialmente el liderazgo de Arato dentro de la Liga. Apareció entonces un difuso movimiento de oposición interna a su dominio político, que es difícil de contextualizar, pero que muy bien pudo tener su base en las ciudades del norte, las fundadoras de la Liga, cansadas de los conflictos a las que se veían arrastradas tanto por la política internacional de Arato como por los intereses de ciudades como Argos o Megalópolis, recientemente incorporadas a la federación. Sin embargo, la asamblea federal demostró que las pequeñas ciudades del norte estaban ahora en minoría dentro de la confederación, y por mayoría sostuvo a Arato en el poder, eligiéndole estratego en la primavera de 220. Los aqueos aprobaron movilizar un ejército para intervenir en apoyo de Mesenia, y buscaron colaboración mediante una alianza con Mesenia y Lacedemonia, que tras la derrota de Cleómenes eran nominalmente aliadas de la Liga Aquea. Además solicitaron la intervención de sus aliados macedonios contra los etolios.
 Pero los movimientos diplomáticos con los que Arato esperaba consolidar su predominio en el Peloponeso fracasaron. Por un lado, los etolios protestaron alegando que ellos no habían iniciado guerra alguna y que los problemas de Mesenia no tenían relación con la Liga Aquea. Si los aqueos se enfrentaban a los etolios, serían acusados de agresores por la opinión pública griega, como intrigantes para conseguir el dominio del Peloponeso. Por otro lado, tanto Mesenia como Esparta se mostraron remisas, buscando sus propias ventajas ante la guerra que se avecinaba y desconfiadas ante la cada vez más clara política expansiva de los aqueos, que recuperaban sus sueños de unificación de Grecia, ahora bajo la protección de Macedonia. Pero el mayor revés fue la tibia respuesta de la propia corte de Macedonia. Filipo convocó a sus aliados y, aunque aceptó la entrada de Mesenia en la alianza y le ofreció una difusa solidaridad ante los asaltos sufridos, rehusó intervenir directamente contra los etolios.
 Para los aqueos fue un gran golpe, por cuanto demostraba que su alianza con los macedonios los situaba en una posición subordinada, incapaces por su debilidad militar de seguir una política independiente y sometidos en realidad a la potencia macedonia, verdadero poder hegemónico en Grecia. De nuevo el paralelo con la situación de debilidad de los estados europeos tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el Reino Unido, Francia o los Países Bajos se mostraron incapaces de defender no sólo sus intereses coloniales en Asia u Oriente Medio por sí mismos, sino siquiera de asegurar su propia soberanía frente a la presumible amenaza soviética sin el sostén del poder militar americano en los años 40 y 50 del siglo XX.
 Como demostración de la debilidad aquea, grupos etolios, apoyados por piratas ilirios, desembarcaron en el Peloponeso y saquearon la ciudad arcadia de Cineta, miembro de la Liga, sumida en un enfrentamiento interno de base social y económica. Posteriormente esas bandas se retiraron a Etolia, sin que Arato y los aqueos fueran capaces de intervenir. En esta situación Arato envió de nuevo desesperados mensajes en busca de ayuda. Mesenia y Lacedemonia, nominalmente aliadas, volvieron a negarse a intervenir, aplazando el envío de tropas y nada dispuestas a favorecer el estallido de un conflicto que fortificara la posición de la Liga y de sus protectores macedonios. Filipo de Macedonia, por el contrario, decidió por fin actuar, quizás sopesando la posibilidad de que la Liga terminara sucumbiendo a las presiones de sus vecinos. Dio órdenes a su general Taurión, al frente de las fuerzas macedonias en el Peloponeso, con base en Orcómeno, de intervenir en apoyo de los aqueos contra posteriores acciones etolias, y mientras inició la movilización de un ejército en Macedonia. Había decidido consolidar su poder en Grecia estrechando el control sobre sus aliados en el Peloponeso.
 Filipo llegó a Corinto demasiado tarde para intervenir en la lucha, pues los etolios se habían retirado ya a su territorio, pero utilizó su ejército para asegurar su dominio en la región. Los espartanos volvían a renovar su crisis interna. La facción favorable a la reforma social había aprovechado la situación de debilidad de los aqueos para derrocar de nuevo a los oligarcas apoyados por la Liga y recuperar el poder. Filipo se presentó entonces en Esparta y exigió explicaciones a los nuevos dirigentes. Sin embargo no intervino en la situación interna de la ciudad, y reconoció a los nuevos líderes a cambio de la promesa de permanecer dentro de la alianza macedonia. Era la primera manifestación de su simpatía por los movimientos populares contrarios al control económico y social de las aristocracias. Los reyes macedonios siempre habían mostrado su apoyo a los movimientos populares contrarios a las aristocracias oligárquicas locales, y a los demagogos que dominaban algunas ciudades con el apoyo del pueblo, y quizás Filipo pensara en ampliar su control sobre Grecia creando gobiernos “populares” de la misma forma que la Unión Soviética dominó Europa oriental apoyando gobiernos filo-comunistas a finales de los años cuarenta del siglo XX. Pero en 220 su principal preocupación era someter a la Liga Etolia, el tradicional enemigo de Macedonia en Grecia central. Con ese objetivo convocó una conferencia diplomática en Corinto, a la que asistieron todos sus aliados.
 La reunión se celebró en septiembre de 220 y rápidamente se convirtió en un coro de quejas contra los etolios. Beocios, focenses, acarnianos, epirotas y aqueos acusaron a la Liga Etolia de agresión en sus fronteras, recordando viejos pleitos y conflictos. No costó mucho que los delegados, Macedonia y sus aliados, votaran por unanimidad la guerra contra los etolios, justificándola en la agresividad de la Liga Etolia y en la necesidad de restaurar la independencia y libertad de las ciudades en disputa, que los etolios consideraban propias.
 Acordaron que los aliados se prestarían ayuda mutua en el caso de retención, por parte de los etolios, del territorio o de la ciudad de algunos de ellos contando a partir de la muerte de Demetrio, el padre natural de Filipo. Decretaron igualmente que restablecerían en todas partes las constituciones patrias en las ciudades que contra su voluntad se habían visto forzadas a ingresar en la Confederación etolia: los ciudadanos poseerían sus ciudades y territorios sin guarniciones, sin pagar tributos, como hombres libres, y vivirían según las leyes e instituciones ancestrales. Y restablecer sus leyes y el dominio de su templo [de Delfos], del que los etolios les habían privado con la intención de disponer por sí mismos de los asuntos de este santuario. Polibio, 4. 25
 
  Guerra de los Aliados 220-217.
 Tras el acuerdo Filipo se trasladó a Egio, donde ante la asamblea de la Liga Aquea renovó solemnemente el tratado de alianza. Este gesto, muy bien acogido por los aqueos, que dieron al rey todo tipo de honores y privilegios, mostraba el papel central que el rey reservaba a la Liga en su sistema de alianzas. Sin duda Arato creyó entender que Filipo le entregaba la dirección de los asuntos del Peloponeso bajo la benévola tutela del poder macedonio. Filipo regresó después a su reino, a preparar la campaña de la primavera siguiente contra Etolia. Los aqueos tenían ahora motivos para esperar que el año 219 fuera el de su triunfo definitivo. Sin embargo, desde muy pronto sus expectativas se convirtieron en desengaños primero, y en temores después.
 Primero Mesenia, que había sido aceptada como aliada en la asamblea de Corinto, se negó en redondo a enviar tropas o apoyar diplomáticamente a la Liga si no era conquistada previamente la ciudad etolia de Figalea, situada en su frontera y que reclamaban como propia. Polibio en su obra se queja amargamente de esta respuesta, que además partió del grupo supuestamente más próximo a las ideas de la Liga Aquea dentro de la política mesenia.
 Impusieron esta respuesta, contra el parecer del pueblo, los éforos en funciones, Enis y Nicipo y algunos otros del grupo oligárquico, unos ignorantes, al menos en mi opinión, que se apartaron grandemente de una decisión correcta. Yo afirmo que la guerra es algo terrible, pero no tanto, en modo alguno, que debamos soportarlo todo antes de entrar en un conflicto bélico. Polibio 4. 31
 Esto tuvo que ser completamente inesperado para los aqueos, que contaban con el apoyo de Mesenia, sobre todo si pensamos que las hostilidades se habían iniciado, precisamente, cuando la Liga Aquea intervino para protegerla de los etolios. Más grave era la situación en Esparta. Tras la visita de Filipo y su aceptación de un gobierno anti-oligárquico, que sin duda había reanimado a los grupos populares más favorables a la política de reformas sociales, los conflictos internos se reactivaron, y dieron lugar a un golpe de estado, –en el que fueron asesinados todos los magistrados–, que permitió la vuelta al poder de los partidarios más radicales del antiguo rey Cleómenes. Casi al mismo tiempo llegó la noticia de su muerte en el exilio egipcio, por lo que fue elevado al trono Licurgo, un plebeyo que pronto se convirtió en el primer tirano de Esparta. De forma inmediata los espartanos establecieron una alianza con Etolia contra la Liga Aquea.
 Por si faltara poco, los embajadores etolios enviados a Esparta consiguieron también el apoyo de los eleos. El bloque griego antimacedonio empezaba a tomar forma de alianza efectiva. Los aqueos, que esperaban que la intervención de Filipo de Macedonia les diera una posición de predominio en la región, se encontraron en la primavera acosados en el sur por Esparta, en el oeste por los eleos con apoyo etolio, y en la costa norte por incursiones por mar de los mismos etolios, mientras que Filipo permanecía en Macedonia, centrado en sus propias fronteras. Era tiempo de elecciones, y Arato, que era el estratego saliente y que por lo tanto no podía ser reelegido, presentó como candidato a su propio hijo, Arato el Joven, con la intención de mantener el control efectivo de la situación política. Sin embargo, la incapacidad militar de Arato volvió a ponerse de manifiesto. Preocupado por la amenaza espartana sobre Megalópolis, concentró en el sur las fuerzas aqueas, lo que permitió a los etolios saquear Egira, en la costa norte, y a los eleos, reforzados con un contingente etolio, penetrar en el corazón de Liga, y amenazar Dime, Tritea y Feras, tras vencer a sus milicias locales apresuradamente organizadas.
 Estas derrotas causaron una conmoción en la solidaridad de la federación. Las ciudades amenazadas, Dime, Tritea, Patrás, Feras, Egira, no sólo eran las ciudades fundadoras de la Liga. Desde hacía décadas no habían afrontado ningún peligro importante como el que enfrentaban ahora. Además ya habían mostrado anteriormente su descontento ante la progresiva inclinación del centro de poder de la confederación hacia las grandes ciudades peloponesias como Sición, Argos o Megalópolis. Con el grueso de las tropas defendiendo Megalópolis, las ciudades del norte solicitaron a Arato el Joven el envío urgente de tropas. Polibio arguye que el inexperto estratego fue incapaz de reunir los refuerzos pedidos, pero debemos suponer que en la estrategia de Arato el Viejo, el auténtico líder de la confederación, proteger Megalópolis del expansionismo espartano era mucho más importante que impedir la acción de bandas de saqueadores en la zona norte. Como consecuencia, las ciudades septentrionales recibieron buenas palabras pero ningún auxilio. Eso llevó a una crisis institucional grave.
 Los dimeos, los fareos y los triteos tomaron el acuerdo conjunto de negar a los aqueos el aporte de las contribuciones comunes. Reclutaron privadamente mercenarios, trescientos hombres de a pie y cincuenta de caballería, con los cuales aseguraron el país. Con esta conducta dieron la impresión de haber tomado unas decisiones excelentes en cuanto a sus problemas particulares, pero todo lo contrario en cuanto a la problemática general. En efecto: parecieron ser los iniciadores y cabecillas de una agresión perversa, y ofrecieron un pretexto a los que querían disolver la Liga aquea. Polibio, 4. 60.
 La crisis no pasó a mayores, y se volvió más adelante a la normalidad, pero demostró la debilidad esencial de la Liga: la aparición de intereses encontrados dentro de la confederación. En cualquier caso, la crisis no resolvió la delicada posición militar de los aqueos. Su principal apoyo, Filipo V de Macedonia, se encontraba en ese momento luchando con éxito en Acarnania contra los etolios, pero a fines del verano tuvo que regresar a su reino sin poder prestar ayuda a los desalentados aqueos. A principios del año 218 la Liga Etolia parecía en condiciones de ganar el control del Peloponeso la primavera siguiente, cuando repentinamente se mostró el genio militar del rey Filipo V, que entonces tenía unos veinte años. En mitad del invierno, cuando las operaciones militares estaban paralizadas, se presentó con seis mil soldados escogidos en Corinto, sin que nadie lo esperara. No podía aceptar perder la sólida base en Grecia que representaba su alianza con la Liga Aquea. Inmediatamente tomó el mando de las operaciones en el Peloponeso y, despreciando las dificultades del invierno, nieve incluida, atacó. La acometida cogió a eleos y etolios totalmente por sorpresa, desbaratando el grueso de su ejército. Pudo ocupar rápidamente varias ciudades, que entregó a los aqueos, y penetrar, sin oposición digna de mención, en el corazón del territorio eleo, que devastó a placer. Después se dirigió a Trifilia, comarca del sur de la Élide, que sometió rápidamente a pesar de los refuerzos enviados desde Etolia.
El Peloponeso, 219-218
 Mientras tanto, en Esparta la inestabilidad interna continuaba, y estalló una nueva revuelta contra Licurgo, con el apoyo activo de la Liga Aquea, seguramente el origen de la conspiración. La insurrección fue muy probablemente promovida por Arato, para devolver al poder a la oligarquía lacedemonia y para lograr cierta influencia en Esparta antes de que Filipo la conquistara, lo que parecía inevitable. Los aqueos empezaban a ver con temor a Filipo, tan reclamado el año anterior. Una cosa era que se obtuvieran refuerzos macedonios en la lucha contra espartanos, etolios y eleos, y otra muy distinta que el propio rey tomara el control de las contiendas del Peloponeso. Ya habían estallado conflictos entre oficiales aqueos y macedonios, y dentro de la corte macedonia se estaba formando un partido imperialista, favorable a la absorción de los pequeños estados aliados, dirigido por Apeles, canciller de Filipo.
 En cualquier caso la revuelta en Esparta fracasó, y Licurgo continuó en el poder. Para Arato el mayor peligro era ahora que Apeles llevara a la práctica sus planes, reducir a la Liga al papel de estado vasallo y mediatizar la soberanía de la federación, como ya había ocurrido con los tesalios, los beocios o los eubeos, que eran por entonces simples apéndices del reino de Macedonia. Al llegar la primavera de 218 Filipo se retiró a Argos para reorganizarse y planear los siguientes movimientos. El centro de interés pasó ahora a las elecciones aqueas, que debían celebrarse en mayo. Arato, previendo fuertes resistencias a su propio liderazgo, presentó como candidato a Timoxeno, un antiguo aliado, pero se encontró con la fuerte oposición de las ciudades del norte, sin duda resentidas todavía por la crisis del verano anterior.
 Además, Apeles el canciller macedonio, con la aquiescencia del rey, se dedicó a intrigar contra Arato, al que veía como un político demasiado activo, interesado en mantener a la Liga como un estado independiente de Macedonia. Como resultado de esas maniobras, –apoyadas tanto en el poderío macedonio como en las antiguas fidelidades que ciudades como Argos o Megalopolis mantenían hacia la monarquía macedonia– salió elegido estratego Epérato de Farea, un hombre del núcleo septentrional de la Liga, y Arato se vio apartado del poder. Muy significativamente, al llegar el verano Filipo se trasladó con su ejército al territorio de Dime y Farea, con la intención de entrar en la Élide desde el norte. Intentaba acercarse así a los intereses de las ciudades de la costa septentrional, las vencedoras en la asamblea anterior, para aumentar su influencia sobre el conjunto de la Liga aquea. Tras derrotar militarmente a los eleos intentó negociar con ellos la paz, pero inesperadamente sus proposiciones fueron rechazadas. Desde la sombra, Arato tenía todavía muchos resortes que manejar.
 

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición

6.
 EL RETORNO DEL REY.
  
 Arato de Sición, el líder natural de los grupos aristocráticos peloponesios, aun permaneciendo desplazado del gobierno federal aqueo, no podía de forma alguna consentir que Cleómenes de Esparta, con sus ideas revolucionarias de reforma social, obtuviera la supremacía en el Peloponeso. Su experiencia política le hizo entender desde muy pronto, -quizás desde los primeros momentos de la guerra-, que el rey espartano representaba una energía popular que, si se desbordaba, se llevaría por delante todos los pilares en los que descansaba la estructura política y social que él mismo, desde hacía décadas, defendía. Es muy posible que al resistirse, en 228 y 227, a las ansias de Aristómaco de Argos y Lidíades de Megalópolis de enfrentarse en campo abierto con los espartanos, presintiese el desastre que podía producirse en el enfrentamiento entre el mediocre ejército aqueo y el ejército popular espartano, una auténtica nación en armas que los griegos, acostumbrados al empleo de mercenarios, no conocían desde hacía tiempo. La solución a la crisis debía encontrarse fuera de la Liga Aquea. De hecho, tanto Polibio como Plutarco trasmiten la idea de que Arato, a la búsqueda de salidas de la crisis provocada por las victorias del rey espartano, entabló conversaciones con el rey de Macedonia desde el mismo 227, seguramente tras la tumultuosa asamblea federal de Egio que le había desautorizado como estratego. Sólo Macedonia podía desplegar la fuerza necesaria para detener a Cleómenes, respaldado a su vez con el apoyo diplomático del reino de Egipto.
 La catástrofe de 225 empujó a Arato hacia la solución más drástica. Las conversaciones con el enemigo tradicional, Macedonia, debían convertirse en una colaboración efectiva a cualquier precio. Tras la muerte de Demetrio II en 229, justo antes del inicio de la guerra, había ocupado el trono Antígono Dosón. Durante los primeros años el nuevo rey macedonio mostró ante la guerra en el Peloponeso una actitud de cautela, esperando las oportunidades que aparecieran, la misma estrategia de prudencia que aplicaron los etolios. Arato, por su parte, fue abriendo con él vías de comunicación reservadas desde su retiro político. Pensaba, sin duda, en los peligros que para su propio grupo social representaba la revolución que Cleómenes había iniciado en Esparta. Pero también, y quizás sobre todo, en su propia posición de líder político en desgracia, necesitado de un golpe de efecto para volver al primer plano. Las aristocracias de todo el Peloponeso no podían menos que sentir temor ante Cleómenes, ni Arato aceptar que su propia posición como líder político del Peloponeso, su imagen como renovador de la unidad griega, fuera “usurpada” por alguien a quien consideraba un joven advenedizo.
 Los primeros pasos los había dado ya en 226, a través de Megalópolis, todavía bajo el impacto de la desaparición de Lidíades, que se veía dramáticamente enfrentada a la posibilidad real de ser ocupada y absorbida por su tradicional rival, Esparta. Una petición de ayuda de los megapolitanos a Antígono Dosón parecía razonable, por la larga tradición de colaboración de la ciudad con Macedonia, y una embajada de Megalópolis fue consentida por la asamblea aquea. Pero Arato trasmitió a los embajadores, encabezados por Cércidas, sus propias indicaciones reservadas. El secreto era vital, puesto que los macedonios eran rechazados en toda Grecia. De hecho, Arato continuó presentándose hasta el final como rival de Macedonia. Pero como Wiston Churchill diría ante el Parlamento británico en el verano de 1941, ...si Hitler invadiera el Infierno, tendría al menos una buena palabra para el Diablo. Bajo cuerda, Arato mostró a Antígono Dosón los peligros de una victoria de Cleómenes, que le permitiría controlar todo el Peloponeso y, aliado con los etolios, disputar a Macedonia la hegemonía en toda Grecia. Podemos tomar a Polibio, que sin duda usó la autobiografía, hoy perdida, de Arato, como voz de sus opiniones:
 Era evidente para todos que los aqueos no podrían sostener una guerra en dos frentes, pero era más evidente aún, para un buen observador [aquí sin duda Polibio se refiere a las opiniones de Arato], que “Cleómenes y los etolios, una vez vencidos los aqueos, no quedarían satisfechos ni iban a permanecer así como así: la avaricia de los etolios no se contentaría con alcanzar los límites del Peloponeso, ni tan siquiera los de Grecia, y el celo de Cleómenes, por su parte, su intención, de momento sólo era alcanzar el dominio del Peloponeso, pero una vez logrado pretendería la hegemonía de toda Grecia. Ahora bien: no le era posible alcanzarla si antes no destruía el imperio macedonio”. De modo que los embajadores solicitaban de Antígono Dosón una previsión de futuro, y que examinara sus propios intereses. Polibio, 2. 49
 La situación hizo crisis en la primavera de 224. Ante la defección de Corinto, y con el resto del territorio federal amenazado por el ejército espartano, una debilitada asamblea aquea pidió a Arato que volviera al poder. Para entonces sus conversaciones con Antígono Dosón eran ya públicamente conocidas. Al mismo tiempo Arato, que se encontraba en Sición, asediado por el ejército espartano, recibió la propuesta de Cleómenes de colaborar entre sí para mantener a los macedonios fuera del Peloponeso, la misma propuesta que Hitler presentó a un debilitado Churchill en junio-julio de 1940 contra la URSS. Cleómenes le ofrecía salvaguardar la Liga Aquea, reforzada por Esparta, y asegurar su propio porvenir con una importante oferta económica, a cambio de aceptar al rey espartano como estratego y líder de la federación. El origen de la oferta estaba en Egipto, que siempre había apoyado a Arato y a la Liga, pero que no podía permitir que Macedonia recuperara la hegemonía sobre el Peloponeso. Arato, como Churchill, no lo dudó. No toleraría que la Liga Aquea, su Liga, su obra de décadas, le fuera arrebatada. Autores griegos posteriores, como Plutarco, se dolieron de esa decisión.
 Perjudicó mucho este accidente a los negocios de Grecia, que hubiera podido reponerse de los males presentes y librarse de los insultos y codicia de los macedonios; pero Arato, o por desconfianza y temor de Cleómenes, o quizá por envidia a su no esperada prosperidad, dándose a entender que habiendo él hombreado por treinta y tres años sería cosa terrible que se apareciese de pronto un joven a arrebatarle su gloria y su poder, y a ponerse al frente de unos negocios que por él habían recibido aumento y que él había mantenido a la misma altura por tan largo tiempo. Plutarco, Arato
 Rápidamente Arato burló el bloqueo espartano y se presentó ante la asamblea federal aquea en Egio, con la propuesta de ofrecer a Macedonia la fortaleza de Acrocorinto a cambio de la alianza contra Cleómenes. Antígono Dosón, para el que la posesión del Acrocorinto significaba recuperar una posición de hegemonía en Grecia, se apresuró a confirmar el acuerdo. En el verano, tras burlar el bloqueo etolio de las Termópilas, que intentaba cerrarle el paso hacia Grecia, cruzando la isla de Eubea, un gran ejército macedonio, encabezado por el rey apareció frente a Corinto. Cleómenes se atrincheró allí, dispuesto a impedirle el acceso al Peloponeso, lo que consiguió durante algún tiempo, pero al poco estalló una rebelión en Argos, sin duda animada por los contactos e influencias que Arato conservaba en la ciudad. Las tropas aqueas, al mando del estratego Timoxeno, tomaron la ciudad e hicieron prisionero a Aristómaco, que fue ejecutado poco después entre torturas.
 La pérdida de Argos dejó a Cleómenes aislado de sus bases en Lacedemonia, y aunque se esforzó por recuperar la ciudad, al final tuvo que desistir y retirarse a Esparta. Todas las conquistas de los años 227-225 se perdieron inmediatamente. Corinto volvió a entrar en la Liga Aquea, y Antígono Dosón ocupó el Acrocorinto, conforme al acuerdo establecido con Arato. A partir de ese momento el ejército macedonio y los aqueos fueron recuperando las posiciones perdidas y bloqueando a Cleómenes en Esparta. En 223, tras ser nombrado el rey Antígono estratego de la Liga aquea, los aliados ocuparon Tegea y Orcómeno. Mantinea, acusada de traición, fue arrasada y sus habitantes vendidos como esclavos.
 Parece también que no pudo ser cosa griega lo que los aqueos ejecutaron con Mantinea, porque apoderándose de ella con las fuerzas de Antígono, a los más distinguidos y principales ciudadanos les quitaron la vida; de los demás, a unos los vendieron, y a otros los enviaron aprisionados con grillos a Macedonia, y a los niños y mujeres los esclavizaron. Del dinero que se recogió le dieron la tercera parte, y las dos restantes las distribuyeron entre los soldados macedonios... Plutarco, Arato

 Los aqueos levantaron cerca de las ruinas de Mantinea otra ciudad poblada por colonos a la que llamaron Antigonea, en honor de Antígono Dosón. En lo que quedó de campaña fueron conquistadas las ciudades arcadias de Herea y Telfusa.

 Las campañas de Antioco Dosón, 224-222
 Cleómenes, al no encontrar suficiente ayuda en Egipto, recurrió a medidas desesperadas, movilizando a los hilotas, los siervos espartanos, y atacó con violencia Megalópolis en el otoño, entregándola al saqueo de sus tropas después al no ser capaz de llegar a un armisticio con los megapolitanos, atrincherados con sus familias en las cercanías. Décadas de rivalidad y enfrentamiento no pudieron ser borrados. En 222 tuvo lugar el combate decisivo. Antígono avanzó hacia Esparta y Cleómenes le salió al encuentro en Selasia, cerca de la ciudad. El inevitable enfrentamiento, donde descolló un joven megapolitano llamado Filopemen, terminó con la completa victoria de la falange macedonia. Cleómenes huyó a Egipto, y Antigono Dosón entró en Esparta sin más resistencia. Fue restaurado el orden anterior, se llamó a los antiguos propietarios exiliados, y las reformas de Cleómenes fueron revocadas.
 El final de la guerra significó, fundamentalmente, la recuperación de la hegemonía de Macedonia sobre el Peloponeso, de una forma semejante a la que la Unión Soviética dominó gran parte de Europa Oriental tras la Segunda Guerra Mundial. Con el recobrado control de la fortaleza de Acrocorinto, y la obtención de Orcómeno como plaza fuerte en el interior de la región, los macedonios tenían abierto el paso hacia cualquier punto de la península. Corinto quedó también bajo la influencia macedonia, y fue separada de la Liga, lo mismo que Megara, aislada ahora del resto de la federación, que pasó a integrarse en la confederación beocia, bajo la protección de Macedonia.
 
 La Liga aquea en 222
 El rey macedonio se convirtió en protector de la Liga Aquea, que le dio todo tipo de honores y derechos, entre ellos el de poder convocar a la asamblea federal. La Liga, dejando a un lado la tradicional política de resistencia a la hegemonía macedonia, pasó a ser aliada de Antigono Dosón, apoyo que éste consolidó repartiendo grandes cantidades de dinero entre ciudades y líderes políticos. Décadas más tarde la liberalidad del rey era todavía recordada. Macedonia se aseguró también una amplia coalición de aliados por toda Grecia, en una reedición de lo que había sido la liga de Corinto en tiempos de su abuelo Demetrio Poliercetes. Egipto, cada vez más decadente, y gravemente amenazado por el reino seleúcida de Siria, no tenía ya capacidad de luchar por el control de Grecia.
 En 222 Arato podía pensar que había conseguido una gran victoria, al mantener la Liga Aquea indemne después de graves peligros. Sin embargo, en la tradición historiográfica griega posterior se oyen voces con una visión negativa de su actuación durante la década anterior:
 ...reprenden en Arato que, viendo a la república agitada con tan grande fluctuación y tormenta, se condujese como piloto que se amilana y abandona el timón, cuando hubiera sido justo que aun contra su voluntad permaneciera al frente de los aqueos y salvara la patria común, o si ya daba por perdidos los negocios y el poder de los aqueos, que cediera a Cleómenes, y no volver a condenar a la barbarie el Peloponeso con las guarniciones de los macedonios, no llenar el Acrocorinto de armas ilíricas y galas, ni hacer árbitros de las ciudades, bajo el blando nombre de aliados, a aquellos mismos [los macedonios] a quienes siempre había vencido como general y como hombre de estado, y de quienes habla con continuo desdén y vilipendio en sus memorias. Plutarco, Arato
 Estas ideas se generalizaron pronto en todo el mundo griego, y el prestigio de Arato se vio muy comprometido desde entonces, acusado de traicionar la causa de la libertad para sostener su propio poder con el apoyo de los enemigos tradicionales de Grecia, los macedonios. A pesar de todo, la actuación de Arato difícilmente podría haber sido otra. Después de 222 escribió unas memorias, en las que intentó justificar su actuación en la guerra. Aunque esa obra se ha perdido, podemos intentar reconstruir su contenido básico a través de los textos de Polibio y Plutarco. Arato desarrolló en su libro, fundamentalmente, toda su trayectoria como líder de la Liga Aquea.
 Arato, después que incorporó su persona y su ciudad en la Liga de los aqueos, se hizo apreciar de los magistrados, militando en la caballería, por su subordinación y obediencia; pues con haber puesto en la sociedad partes tan principales como su propia gloria y la fuerza de su patria, se prestó siempre a servir como cualquiera ciudadano particular bajo las órdenes del que ejercía la autoridad entre los aqueos, ora fuese de Dime, ora de Tritea, o de otra ciudad más pequeña... ninguna otra cosa anteponía al aumento y prosperidad de la Liga de los aqueos, porque creía que, siendo débiles las ciudades cada una de por sí, se salvaban unas con otras enlazadas con el vínculo de la utilidad común... Plutarco, Arato
 En sus memorias, además, presentó a los reyes macedonios, siempre dispuestos a extender su hegemonía, como los grandes rivales contra los que debía defenderse el proceso de unión de Grecia. Polibio, que también sigue las memorias de Arato, incide en la misma idea, permitiéndonos ver cuál fue su justificación para explicar la alianza anti natural con los macedonios de 224. Para ello, utilizó las acciones de la Liga Etolia como excusa para explicar su acercamiento a Macedonia. Aprovechó para ello el estado de guerra que existiría entre aqueos y etolios a partir de 221, nada más acabar la guerra con los espartanos. Presentó en sus memorias su política ante los etolios como guiada por la buena fe, explicando su alianza con ellos en 230 como un intento de formar un frente común griego frente a la amenazante expansión macedonia. Pero a continuación los presenta como traidores, que tramaban con los reyes macedonios y Cleómenes la destrucción de la Liga.
 Los etolios se llenaron de envidia: su injusticia y su avaricia eran congénitas. Abrigaron la esperanza de desunir las ciudades, tal como tiempo atrás habían desunido las de Acarnania en favor de Alejandro y habían intentado hacerlo con las aqueas en favor de Antígono Gonatas. Entonces les exaltaron esperanzas semejantes y tuvieron la osadía de aliarse con Antígono, a la sazón jefe de los macedonios y tutor de Filipo, todavía niño. Se aliaron también con Cleómenes, rey de Esparta: a ambos les dieron las manos. Polibio 2.45
 No podemos saber si este de punto de vista era real o no. No olvidemos que los etolios no intervinieron directamente, en ningún momento, en la guerra en el Peloponeso, fuera de las habituales expediciones de depredación que todos los griegos conocían desde hacía décadas. Pero Arato no escribía ya para los contemporáneos de la Guerra de Cleómenes, sino para los aqueos que se enfrentaban, desde 220, en una lucha sin cuartel a los etolios, y que podían aceptar sin reparos cualquier nota de infamia para sus enemigos.
 Suponían [los etolios] que si infundían a los lacedemonios odio contra el pueblo aqueo y lograban así hacerles colaboradores de sus planes atacando a los aqueos en el momento justo, ellos, los etolios, levantarían guerra contra los aqueos desde todas partes y les vencerían fácilmente. Y lo hubieran logrado con una rapidez lógica si en su planteamiento no se les hubiera pasado lo más importante: no atinaron que, en sus intentos, iban a tener a Arato por antagonista, hombre capaz de salirse de cualquier dificultad. Los etolios se lanzaron a intrigas y a manejos injustos, pero no sólo no lograron nada de lo que se habían propuesto, sino que, al contrario, consolidaron el mando de Arato y fortalecieron a la nación aquea. Arato, en efecto, mediante una hábil operación de distracción, les echó abajo todos los planes. Polibio, 2. 45
 Con lo cual Arato completa su argumentación: eran los traidores etolios los enemigos reales, y la alianza con Macedonia no podía entenderse como el reconocimiento de la hegemonía de los reyes macedonios, sino como una hábil maniobra para frustrar los planes etolios de destruir la Liga aquea y, por extensión, a la Grecia "civilizada". Estas ideas fueron aceptadas sin crítica por Polibio, aqueo él mismo, pero en el resto de Grecia la opinión fue distinta. Esta impresión se nos ha trasmitido en la obra de Plutarco. Para él, los actos de Arato no se guiaron por el interés de Grecia, por la defensa de su libertad, sino por su propia ambición de gloria y prestigio individual, negándose a aceptar la idea de que otro líder político, ahora Cleómenes de Esparta o antes Lidíades de Megalópolis o Aristómaco de Argos. Un expediente de veinte años como líder de los aqueos y más de treinta como político, hacen altamente improbable que hubiera pensado siquiera en ceder su posición a nadie, y menos que nadie a Cleómenes. De hecho, su retirada política en 226 fue coyuntural, y sus tratos con Antígono demuestran que estaba planeando su regreso. En segundo lugar, Arato era un representante de la aristocracia, y Cleómenes encarnaba una revolución social que los aristócratas de las ciudades aqueas no estaban dispuestos, de ninguna manera, a asumir. Enfrentados al dilema, entre preservar la autonomía de los griegos y defender su posición económica y social, no tuvieron ninguna duda, y su entusiasmo ante la llegada de los macedonios lo demuestra.
 Por último, para Arato la alianza con Macedonia no representaba nada nuevo. Su ciudad, Sición, mantuvo estrechas relaciones con Macedonia desde el siglo IV antes de Cristo. Él mismo, cuando siendo un joven de apenas veinte años urdía el regreso a su patria, buscó en la corte macedonia los apoyos necesarios. A pesar de décadas de guerra, los reyes macedonios, como los de Egipto, eran, para Arato y otros muchos aristócratas del Peloponeso, una clara opción cuando se hizo necesario un apoyo económico o militar con el que apuntalar el control político y social sobre sus ciudades. Quizás Arato, que ya desde 228 tenía un contacto diplomático directo con la República Romana, pudo llegar a pensar en atraerla a la política griega como contrapeso de Macedonia, de la misma forma que la intervención de Estados Unidos en 1943-1947 impidió la expansión del dominio soviético en Europa central y occidental, pero en 224 el aislacionismo romano respecto a los asuntos griegos era todavía total, y enfrentado al peligro inmediato representado por Cleómenes, Arato, como hubiera hecho Churchill con la Unión Soviética en su época de no haber podido contar con la alianza estadounidense, se vio obligado a ponerse en manos del viejo rival macedonio. La hegemonía macedonia sobre Grecia parecía así en aquel momento sólidamente afirmada, casi al mismo nivel que la que habían conseguido los reyes del siglo IV a. de C., cuando inesperadamente, en 221, durante una campaña punitiva contra unas tribus ilirias, murió Antígono Dosón. Le sucedió en el trono su hijo adoptivo Filipo V, hijo de Demetrio II, que tenía sólo 17 años de edad. Macedonia parecía condenada a un nuevo periodo de inestabilidad.