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sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Prego de Lis GRECIA FRENTE A ROMA HISTORIA DE LA LIGA AQUEA  LIBRO I ARATO DE SICIÓN 4. SEÑALES DE OCCIDENTE

 4.
 SEÑALES DE OCCIDENTE
 El momento del triunfo político de Arato coincidió con los primeros contactos serios de la Grecia continental con Roma. El principal estado italiano no era, obviamente, desconocido entre los griegos. De hecho, existía en Grecia la conciencia colectiva de que Roma había sido, en origen, una colonia griega, “barbarizada” por sus contactos con la población indígena latina y etrusca, de la misma forma de que en la Europa de finales del siglo XIX los Estados Unidos eran vistos como una sociedad europea transformada al ser trasplantada a otro continente. La derrota de Pirro ante los romanos en 275, con el subsiguiente dominio romano sobre las ciudades griegas del sur de la península itálica, fue la primera noticia fehaciente de que un gran poder bárbaro estaba formándose en el lejano occidente.
 El paralelo moderno habría que establecerlo con el desarrollo de los EEUU desde finales del siglo XVIII, la constitución de una República poderosa y expansiva, que era vista desde Europa como una sociedad extraña, primitiva y moderna, rural e industrial a la vez. Poco sabemos sobre la visión griega de Roma en ese momento. No parece, sin embargo, que la guerra Pírrica avivara un especial interés entre los griegos, si pensamos en que Grecia estaba, en ese momento, envuelta en graves conflictos, derivados de las fases finales de la guerra de los Diácodos y de la llegada de hordas celtas a la Grecia central. Sólo algunos estados griegos, como Egipto o Rodas, siempre interesados en el comercio, y que ya conocían a los activos mercaderes itálicos, enviaron embajadas para tomar contacto con la nueva potencia.
 La primera Guerra Púnica, entre 264 y 241, la época en la que Arato iniciaba su carrera política, –que podemos poner en paralelo con la expansión estadounidense hacia el Oeste a costa de México y las tribus indias, y sobre todo con la Guerra de Secesión–, sí pudo despertar más interés. La victoria sobre Cartago dio a Roma el dominio de un territorio griego tan importante como Sicilia, donde sólo la ciudad de Siracusa mantuvo la independencia. Por otro lado, el volumen de los recursos militares empleados por romanos y cartagineses tuvo que asombrar en Grecia.
 En esta guerra los romanos perdieron unas setecientas quinquerremes... y los cartagineses unas quinientas, de manera que los admiradores de las flotas y las batalles navales de Antígono, Ptolomeo y Demetrio, cuando conozcan esos números, es natural que se pasmen ante la magnitud de esos hechos. Polibio, 1. 63
 A pesar de ello, siguió sin notarse una especial ansiedad. Igual que en la Europa de finales del siglo XIX, que tendió a ver en EEUU poco más que un país de agricultores, mineros y aventureros industriales, pocas personas prestaron algo más que curiosidad ante los acontecimientos de occidente, a pesar de batallas como Gettysburg, que rivalizaron en volumen y recursos con las napoleónicas. Roma, como EEUU en el XIX, llamaba la atención por su poderío, por su riqueza y desmesura, pero era vista desde Grecia como una potencia de segundo rango, sin un auténtico protagonismo en la gran diplomacia griega del siglo III antes de Cristo. El caso de España, con su opinión pública convencida casi hasta el final de la guerra de 1898 de la inferioridad de los EEUU como potencia advenediza, es ilustrativo de ese estado de cosas en gran parte de Europa. Un siglo después de la Primera Guerra Púnica, cuando ya Roma ha alcanzado el predominio en Grecia, Polibio parece sorprenderse de que nadie en Grecia prestara atención la debida atención a la Primera Guerra Púnica:
 Si estos estados [Roma y Cartago] que se disputaron la soberanía mundial nos fueran familiares y conocidos, no sería necesario, naturalmente, que nosotros escribiéramos los sucesos anteriores, y que describiéramos el propósito o el poder con el que se lanzaron y emprendieron acciones tan grandes e importantes. Pero como la mayoría de los griegos desconoce el poder que antaño tuvieron romanos y cartagineses, e ignoran sus hazañas, hemos creído indispensable redactar este libro... Polibio 1. 2
 No tenemos ninguna noticia de que los griegos sintieran una especial curiosidad respecto a Roma, aunque los comerciantes italianos tenían cada vez más contactos con Egipto y el Egeo, y poco a poco se iban haciendo habituales en los puertos orientales, (como por otra parte lo habían sido siempre los griegos del Sur de Italia, bajo protectorado romano desde mediados del siglo III antes de Cristo). Tampoco los romanos exhibieron demasiado interés por el mundo griego, aunque guardaron cierto respeto ante un foco cultural tan importante, algo que se manifiesta, por ejemplo, en las embajadas enviadas por los romanos a los principales santuarios griegos desde el siglo IV antes de Cristo. El contacto directo entre griegos continentales y romanos fue, por tanto, y hasta cierto punto, casual.

 En 230, en el curso de la guerra entre Demetrio II de Macedonia y la Liga Etolia, aliada de la federación aquea como vimos en el capítulo anterior, el rey macedonio persuadió al rey de Iliria, Escerdiledas, de que atacara a los etolios. Los ilirios, agresivos piratas, saquearon la costa del Epiro y asaltaron varias ciudades con suerte dispar. Esas acciones provocaron las protestas en Roma de los comerciantes italianos que navegaban por allí hacia Oriente. El senado romano envió inmediatamente embajadores ante la reina Teuta –su marido Escerdiledas había muerto durante las fiestas de celebración de las victorias–, pero tras exigir el final de las incursiones de las flotas ilíricas fueron rechazados, y quizás posteriormente asesinados, en circunstancias oscuras.

 La 1ª Guerra Iliria. 230-228
 En la primavera siguiente, en 229, los ilirios reanudaron sus expediciones, sitiando Epidamno, Apolonia y Corcira. Los corcirenses pidieron ayuda a etolios y aqueos, que fletaron una pequeña armada, diez naves aqueas y siete etolias, al mando de Margos de Carinea, quizás el hijo de aquel Margos que fue protagonista en las luchas en las que se había formado la Liga Aquea cincuenta años antes. Enfrentada la escuadra aliada a los ilirios junto a Corcira fue derrotada, con la pérdida de cinco naves y la muerte de Margos. Corcira se rindió inmediatamente después, aceptando una guarnición al mando de Demetrio de Faros, un aventurero griego al servicio de la reina Teuta.
 Pero la lucha no terminó aquí. Retirada la flota iliria hacia sus bases al norte, apareció inesperadamente frente a Corcira una enorme flota romana de doscientas quinquerremes, al mando del cónsul Fulvio, con la orden expresa del senado de vengar la afrenta inferida a los embajadores el año anterior. La intervención romana y el volumen de las fuerzas empleadas tuvo que sorprender y asombrar en Grecia, poco habituada a las guerras por cuestiones de honor nacional, como era el caso de la injuria inferida por la reina iliria a los legados romanos. Por otro lado, el problema de los comerciantes itálicos y sus choques con los piratas tampoco eran entendidos en el mundo griego como un casus belli, más centrados como estaban en las luchas por el poder y el territorio.
 Ante tal exhibición de poder la guarnición iliria de Corcira se rindió inmediatamente, y Demetrio de Faros se puso al servicio de los romanos. La flota navegó entonces a Apolonia y después a Epidamno, donde encontraron apostada la flota iliria, que huyó apresuradamente hacia el norte. En ese momento llegó el otro cónsul, Postumio, con dos legiones completas. Armada y ejército avanzaron hacia el interior, provocando la total desbandada del enemigo. Al año siguiente Teuta pidió la paz. Aceptó retirarse al interior de Iliria y renunciar a incursiones futuras por mar al sur del puerto de Lisso. Tanto Epidamno como Apolonia y Corcira pidieron ser aceptadas la bajo la protección de Roma como ciudades aliadas. El mismo año 228 el cónsul Postumio retiró las tropas, y mandó embajadores a etolios y aqueos para dar explicaciones. Las conversaciones fueron corteses y los griegos, demasiado preocupados por sus propias disputas internas, como veremos más adelante, aceptaron sin muchas reticencias lo establecido por Roma en la región, que para ellos era un lejano rincón en el que no tenían un interés especial. Por el lado romano parecía existir un cierto cuidado por no realizar nada que pudiera aparecer como provocador a ojos de los griegos, sin duda porque tenían la firme intención de no atravesar el Adriático y no enredarse en los conflictos griegos. De hecho, todas las tropas fueron retiradas, aunque Epidamno, Corcira y Apolonia fueron aceptadas como aliadas, y se convirtieron, por tanto, en posibles cabezas de puente para una hipotética intervención futura a ese lado del Adriático.
 Por parte de etolios y aqueos se exteriorizó el alivio por la derrota y neutralización de los ilirios, que los libraba de un enemigo muy peligroso, pero no parece que expresaran ningún tipo de ansiedad o temor especial por la acción romana. Si alguien podía sentirse preocupado sería Macedonia, el tradicional enemigo de los griegos, que era la potencia que había empujado a los ilirios en sus correrías, y no podía dejar de ver a Roma como un futuro rival por la hegemonía en los Balcanes. La retirada romana tras la intervención indica, por el contrario, que no existía un móvil imperialista directo en su acción. Se trataría, más bien, de mandar un mensaje al mundo griego, y sobre todo a Macedonia, el principal estado de la Grecia continental y el único capaz de convertirse en rival, sobre que Roma no permitiría ninguna aventura en Italia como la de Pirro cincuenta años antes, y asegurarse un hinterland que impidiera cualquier veleidad en ese sentido. Las intervenciones de Estados Unidos -unidas a la expansión de la Armada estadounidense en esos años- en Cuba, Panamá, México o Marruecos a finales del siglo XIX y principios del XX serían buenos paralelos de esa política. Eso explicaría el volumen de las fuerzas movilizadas, desproporcionado respecto a la capacidad de resistencia de los ilirios.
 En cualquier caso, Roma fue invitada a participar en los juegos atléticos Ístmicos, en Corinto, uno de los centros de la Liga Aquea, un honor reservado hasta entonces sólo a los griegos. Arato, siempre atento a cualquier posibilidad, pudo haber establecido contactos más o menos regulares con Roma, apoyándose en la tradicional amistad romana con Egipto, formalmente aliada de la federación de los aqueos. No cabe duda de que la Liga debía estar interesada en mantener la amistad del poder que estaba creciendo en occidente. Pero otros asuntos más cercanos estaban centrando las preocupaciones y la atención de los griegos.

Augusto Prego de Lis GRECIA FRENTE A ROMA HISTORIA DE LA LIGA AQUEA  LIBRO I ARATO DE SICIÓN 3. LA EXPANSIÓN DE LA LIGA

3. LA EXPANSIÓN DE LA LIGA  
 En 245, con 26 años, Arato accedió al cargo de estratego de la Liga Aquea. Bajo su dirección, ésta se embarcó pronto en una política de expansión territorial que la enfrentó, primero a los macedonios y, más tarde, a la rivalidad de otros estados griegos. Eso no fue más que la consecuencia lógica de aplicar las ideas estratégicas y políticas de una gran ciudad como Sición, cuyos intereses y objetivos alcanzaban mucho más allá del restringido horizonte comarcal de las pequeñas ciudades que componían la federación a mediados del siglo III antes de Cristo. Hasta su generalato, a decir de Plutarco, Arato se mantuvo fiel a la política de neutralidad de la Liga original, pero ahora, una vez alcanzada la máxima magistratura, su ambición de poder y sus ansias de triunfo político empujaron a la confederación a participar en los grandes conflictos internacionales de la época.

 El primer mando de Arato fue mediocre. Durante ese año se estableció una alianza con los beocios, amenazados por la Liga Etolia. Beocia había intentado crear su propia liga desde el siglo IV antes de Cristo, pero sufrió amargamente su expuesta posición geográfica, que la ponía al alcance de las represalias macedonias. Tebas, su capital, fue ocupada por Filipo II primero, destruida por Alejandro Magno después y sometida finalmente por Antípatro a finales del siglo IV antes de Cristo. Cuando Antigono Gonatas perdió Corinto, en 253, los beocios tuvieron la opción de recuperarse, y trataron de reconstruir su confederación. Al aliarse con los aqueos contaban con ser capaces de consolidar su independencia y frenar la expansión de los etolios, que desde su victoria sobre los celtas en 279 se estaban convirtiendo en el poder predominante en la Grecia central.
 La Liga Aquea en 245
 Sin embargo, en el momento clave, cuando los etolios atacaron el territorio beocio, las fuerzas aqueas transportadas a través del golfo de Corinto llegaron tarde, entretenidas en el saqueo de la costa etolia. De esa forma no pudieron evitar la completa derrota de los beocios en Queronea. Más grave aun fue la reconquista de Corinto por parte de Antígono Gonatas ese mismo año. Parecía abierto el camino a la intervención macedonia en el Peloponeso.
 El peligro se conjuró casi por casualidad, al obtener Arato, elegido de nuevo estratego en 243, un espectacular éxito. Unos mercenarios sirios de la guarnición macedonia de Acrocorinto, la inexpugnable fortaleza que dominaba Corinto y permitía controlar el Istmo, entablaron contactos con él, con la petición de una recompensa a cambio de información sobre las defensas de la plaza. Inmediatamente organizó un espectacular golpe de mano. Con un puñado de tropas escogidas entró subrepticiamente de noche en el alcázar, saltando por un punto poco vigilado de la muralla por lo abrupto del terreno. La ocupación de la fortaleza, tomada totalmente por sorpresa, permitió, al llegar la mañana, una fácil conquista de la ciudad de Corinto, situada a los pies. Con Corinto sólidamente en manos aqueas, no sólo los macedonios vieron nuevamente cerrado el camino del Peloponeso, sino que, además, la Liga Aquea obtuvo una posición dominante en toda la región, ventaja no menor que la de poder sumar a la federación una de las más importantes ciudades griegas.
 Porque el Istmo, que forma una barrera entre los dos mares, junta y enlaza en aquel lugar este nuestro continente; pero el Acrocorinto, monte elevado que se levanta del medio de Grecia, cuando admite guarnición se interpone y corta todo el país dentro del Istmo al trato, al comercio, a las expediciones y a toda negociación por tierra y por mar, haciendo dueño único de todo esto al que allí manda y con su guarnición ocupa la plaza. Así parece que no por juego, sino con mucha verdad, llamó Filipo el Joven a la ciudad de Corinto «grillos de Grecia». Plutarco, Arato 16
 De repente, sin que nadie lo hubiera previsto, la Liga se convirtió en la potencia preponderante en el Peloponeso. Pasó a controlar los dos puertos corintios, y se hizo con una importante flota macedonia de veinticinco naves. Todo ello le dio a Arato el impulso que necesitaba para iniciar una política de franca expansión de la Liga Aquea. Como patriota griego siempre tuvo presente el objetivo de expulsar a los macedonios de Grecia y, como otros muchos helenos de la época, comprendió que eso sólo sería posible si las ciudades griegas dejaban atrás sus diferencias y se reunían en una confederación. De ahí la importancia de su propia adhesión a la Liga Aquea. Arato veía en ella el núcleo a partir del cual el resto de las ciudades helenas podían ir, poco a poco, aglutinándose, y sumar fuerzas que les permitieran enfrentarse a los grandes reinos macedonios. Arato pensó, tras la conquista de Corinto, que había llegado ese momento y que, sobre todo, él mismo podría ser el dirigente de esa nueva federación griega.
 Inmediatamente se puso manos a la obra. En ese mismo año consiguió la entrada en la confederación de Megara, hasta entonces aliada de Macedonia. Luego lo hicieron Trecén y Epidauro. Antígono de Macedonia, considerándose traicionado por Arato, recabó el apoyo de la Liga Etolia para recuperar lo perdido, pero Arato fue apoyado a su vez por Esparta y Ptolomeo III de Egipto. En 242 una invasión etolia que atravesó el Istmo y penetró en el Peloponeso, fue derrotada junto a Palene por una coalición de aqueos y espartanos. En 241 Antígono reconoció su fracaso y firmó la paz con la Liga. Tras sus éxitos, Arato fue reconocido definitivamente como líder indiscutido de la Liga Aquea.
 Era tan grande su poder entre los aqueos, que ya que no fuese permitido ser general todos los años, lo elegían un año sin otro, y en la realidad y en la opinión siempre tenía el mando, por ver que ni riqueza, ni gloria, ni la amistad con los reyes, ni el bien particular de su patria, y, en fin, que ninguna otra cosa anteponía al aumento y prosperidad de la Liga de los aqueos... Plutarco, Arato 24
 La muerte de Antígono Gonatas de Macedonia en 239 dio motivo a una nueva inversión de las alianzas. El nuevo rey, Demetrio II, reinició la guerra con los aqueos. Arato reaccionó con el acercamiento a los etolios, sus antiguos enemigos, que temían a su vez que Macedonia recuperara, con su nuevo soberano, una posición de hegemonía en la Grecia central. Gracias a la firmeza de los etolios los macedonios fueron mantenidos fuera del Peloponeso, y Arato pudo proseguir su política de expansión, centrada en tres grandes ciudades: Atenas, Argos y Megalópolis.
 Los intentos de Arato sobre Atenas comenzaron inmediatamente después de la muerte de Antígono Gonatas. Los aqueos realizaron diversas incursiones en el Ática, pero se encontraron con la resistencia de la guarnición macedonia del Pireo y con el manifiesto desdén de la propia ciudadanía ateniense. Tras su derrota ante Filipo II en 338, Atenas languidecía entre la presión de los distintos reyes macedonios y los recuerdos de su glorioso pasado. Respetada por su importancia cultural, desde el punto de vista político se convirtió en un objetivo de la ambición de todos los poderes de la época. Arato no fue una excepción. Hasta 234 realizó varios intentos de expulsar la guarnición macedonia establecida en el Pireo, pero no lo consiguió. En ocasiones estuvo a las puertas de Atenas, pero los propios atenienses, que lo consideraban un simple aventurero, indigno del pasado de la ciudad más célebre de Grecia, se negaron a abrirle las puertas o apoyarle contra los macedonios. Para Arato la ciudad era, sin duda, un símbolo. Buscaba la unión de las ciudades griegas, y el control de la más prestigiosa le daría, a él y a la Liga Aquea, una reputación formidable. Pero al final tuvo que abandonar sus esperanzas tras ser derrotado por los macedonios en 234, y resignarse, a su pesar, a aceptar la negativa de los atenienses a ser integrados en la federación.
 Argos presentaba un problema distinto. Tras ser el principal centro político del Peloponeso en la época arcaica entró, después de sus derrotas frente a Esparta en siglo VI antes de Cristo y el error de elegir el bando persa durante las guerras médicas del siglo V antes de Cristo, en un largo periodo de aislamiento, tenazmente encerrada en sí misma. Desde fines del siglo IV antes de Cristo la ciudad fue dominada por una sucesión de tiranos, apoyados y sostenidos desde Macedonia, cuyos reyes se consideraban oriundos de la ciudad y siempre dieron a su alianza una gran importancia. Terminó por convertirse, tras la caída de Corinto en 243, en el principal bastión macedonio en el Peloponeso.
 Arato, que recordaba bien su época de exiliado en Argos y cuya propia ciudad, Sición, era fronteriza con territorio argivo, tenía un interés casi personal en agregarla a la Liga Aquea. Alentó desde que llegó al poder en la federación una fuerte presión sobre los tiranos argivos, bien atacando la ciudad, bien sosteniendo conjuraciones y asechanzas contra ellos. Hacia 243, coincidiendo con la toma del Acrocorinto, organizó un golpe de estado contra el tirano de Argos, Aristómaco, que fracasó por enfrentamientos internos entre los conjurados. Aristómaco fue asesinado un poco más adelante por sus propios esclavos, quizás en 242 ó 241, lo que movió a Arato a organizar una rápida operación para tomar la ciudad, sólo para encontrarse con que el poder había sido ocupado por otro tirano, Aristipo, y que los ciudadanos de Argos no mostraron ningún interés en rebelarse, como él esperaba gracias a sus contactos en el interior de la ciudad. Aristipo creó un régimen autoritario, apoyado por Macedonia y por una guarnición mercenaria pagada con el dinero de Antígono Gonatas primero y de Demetrio II después, lo que impidió cualquier extensión de la federación aquea en la región.
 Arato intentó por todos los medios derrocar a Aristipo e incorporar su ciudad a la Liga, atacando su territorio en varias ocasiones. En cierto momento llegó incluso a liderar personalmente un asalto a la ciudad, y permaneció un día entero luchando sobre las murallas de Argos, hasta que, herido, tuvo que desistir del intento ante la falta de apoyo entre los ciudadanos argivos. Más adelante consiguió conquistar la ciudad de Cleonas, en territorio argivo, lo que le permitió dar un golpe propagandístico, al organizar los prestigiosos juegos atléticos Nemeos, –en los que participó en su juventud– en la conquistada Cleonas, contraponiéndolos a los celebrados por Aristipo en Nemea, una forma de reclamar el dominio aqueo sobre Argos, al ser esas competiciones deportivas, conocidas por todos los griegos, el principal acontecimiento de la ciudad.
 Hacia 336 Arato pudo por fin eliminar a Aristipo. Lo engañó al fingir una expedición hacia más allá del Istmo de Corinto, y cuando el tirano de Argos movilizó sus fuerzas para recuperar Cleonas, Arato trasladó de vuelta sus tropas durante la noche al interior de sus murallas, y sorprendió el campamento argivo con un ataque al amanecer. Aristipo murió en la retirada y sus fuerzas fueron dispersadas. Pero cuando Arato avanzó hacia Argos, confiado en tomar por fin el control de su gobierno, se encontró con que el poder en la ciudad había sido asumido por Aristómaco el Joven, hijo del tirano derrocado por Aristipo. Decepcionado, Arato cejó entonces en sus propósitos y pasó a centrar sus ambiciones en Megalópolis.
 Megalópolis era una ciudad moderna para los cánones griegos. Fue fundada en 370 por Epaminondas de Tebas, con la intención de crear una rival de Esparta en Arcadia. Esta comarca se había mantenido hasta entonces como una zona rural, dominada por los espartanos. Al crear un gran centro urbano y unificar a su población, Epaminondas levantó una amenaza permanente sobre los lacedemonios. Durante las décadas siguientes la nueva ciudad se encontró en dificultades, debido a la continua rivalidad con Esparta. De hecho el enfrentamiento terminó por convertirse en la gran rivalidad peloponesia, acentuada tras la segregación de una parte de la Arcadia, encabezada por Mantinea, que se separó de la confederación arcadia con el apoyo espartano. Eso hizo que Megalópolis buscara ayuda exterior, encontrándolo en Macedonia, cuyos soberanos se convirtieron pronto en protectores de la ciudad, como forma de frenar cualquier posible expansión espartana. Esta rivalidad, que se mantendría durante siglos, recuerda poderosamente la rivalidad establecida entre Francia y Alemania tras la unificación alemana de 1870 y la Guerra Franco-Prusiana, con Esparta con el papel de Alemania y Mantinea representando la posición de Alsacia-Lorena. Pronto una obsesionada Megalópolis, como Francia tras 1871, se sentiría en la necesidad de buscar nuevos apoyos.
 En 235 la ciudad estaba bajo el control del tirano Lidíades, apoyado por la corte macedonia. Tras la toma de Corinto por los aqueos había quedado muy expuesto, al no poder contar con la asistencia militar de los macedonios. Arato resolvió entonces tratar de incorporar la ciudad a la Liga Aquea, pero escarmentado con sus fracasos en Argos prefirió iniciar negociaciones directas con el tirano megapolitano, con la oferta de compartir la dirección política de la Liga Aquea a cambio de la entrada de la ciudad en la federación. Lidíades, acuciado por la amenaza espartana, y empujado por la activa diplomacia de Egipto, siempre interesada en debilitar la posición de Macedonia, accedió al trato en 234, e inmediatamente fue elegido estratego federal de la Liga Aquea, alternándose con Arato a partir de ese momento en el mando. Fue sin duda el mayor triunfo político de Arato de Sición. Un equivalente moderno sería la Entente franco-británica, que desde principios del siglo XX ha tratado de frenar la expansión alemana en Europa.
 La entrada de Megalópolis en la Liga Aquea arrastró a una gran parte de la Arcadia, y permitió extender la federación desde sus núcleos originales en la costa del golfo de Corinto hacia el Peloponeso central, además de unir toda la fuerza demográfica y militar de una gran ciudad. Por otro lado, la decisión de Lidíades señaló un camino muy atractivo para otros tiranos peloponesios. De hecho fue muy oportuna. A principios de 229 murió repentinamente el rey Demetrio II de Macedonia, dejando como heredero a su hijo Filipo, con sólo 7 años de edad. La regencia fue asumida por Antígono Dosón, un primo de Demetrio, pero toda Grecia presumió, acertadamente, un periodo de debilidad macedonia, centrada en los problemas de la sucesión. Los tiranos que sobrevivían en el Peloponeso dejaron de contar, definitivamente, con la asistencia macedonia, y vieron en el ejemplo de Lidíades de Megalópolis una forma airosa de enfrentarse a sus previsibles dificultades. Una activa diplomacia aquea, dirigida por Arato y apoyada por Egipto, hizo el resto.
 Los tiranos, pues, cedieron, se dejaron convencer de dejar sus tiranías, de liberar a sus patrias y de coaligarlas a la Confederación Aquea. Aún en vida de Demetrio, Lidíades de Megalópolis, previendo el futuro, dejó, de manera prudente y realista, la tiranía por su propia iniciativa y se adhirió a la Confederación. Aristómaco, tirano de Argos, Jenón de Hermíone y Cleónimo de Fliasio depusieron entonces también sus tiranías y se agregaron a la democracia aquea. Plutarco, Arato
 En el caso de Argos se suscitaron serios conflictos entre Lidíades de Megalópolis, que era el estratego federal a principios de ese año, y Arato sobre quién se iba a apuntar el triunfo de dirigir la entrada en la Liga de una ciudad tan importante, lo que iba a provocar sin duda importantes cambios en el equilibrio político de la federación. Arato, poco dispuesto a que el mérito de un plan en el que había trabajado desde hacía más de una década se le escapara de las manos, se presentó ante la asamblea federal en Egio con la exigencia de que se votara en contra de la incorporación de Argos, lo que le valió las duras críticas del despechado Lidíades, que había llevado las negociaciones con Aristómaco. Arato respondió presentando su propia candidatura para el puesto de estratego en la primavera de 229, elección que ganó sin dificultad. Inmediatamente llamó a Aristómaco, y tras entregarle cincuenta talentos, presentó ante la asamblea una moción para aceptar a Argos en la federación, al mismo tiempo que apoyó con todo su prestigio la candidatura de Aristómaco de Argos al cargo de estratego de 228, elección en la que el argivo obtuvo una gran mayoría, desplazando a Lidíades.
 Arato continuaba siendo, pese a la entrada de nuevas ciudades en la federación, el líder de referencia de la Liga, al tiempo que conseguía un cierto ascendiente sobre la población argiva, algo especialmente importante si pensamos en los cambios que en el equilibrio electoral, hasta entonces firmemente dominado por Arato y su partido, provocaban la entrada en la Liga Aquea de ciudades y territorios tan importantes demográficamente. Por añadidura Atenas, ante la oportunidad planteada por la muerte de Demetrio, solicitó la ayuda de Arato para expulsar la guarnición macedonia del Pireo, lo que le permitió añadir a la Liga la isla de Egina, así como establecer relaciones amistosas con los atenienses. Arato, tras más de 20 años de lucha, y con 43 de edad, veía cumplida su ambición personal y se había puesto al nivel de los grandes políticos griegos de la época clásica.
 

Augusto Prego de Lis GRECIA FRENTE A ROMA HISTORIA DE LA LIGA AQUEA  LIBRO I ARATO DE SICIÓN 2. LA CONFEDERACIÓN DE LOS AQUEOS

 2.
 LA CONFEDERACIÓN DE LOS AQUEOS

 La liga o confederación de ciudades, la sympoliteia, era una institución política muy antigua en el mundo helénico. Para los griegos cada ciudad, la polis, era totalmente independiente y soberana. Pero también existían lazos culturales, religiosos o étnicos que las hermanaban entre sí. Eso dio lugar al establecimiento de instituciones comunes, aunque se aceptaba de forma universal la plena soberanía de las ciudades, que establecían entre sí relaciones diplomáticas y alianzas a la manera de los estados modernos.
 Esta situación cambió radicalmente con la irrupción de los macedonios. Desde 338, tras la batalla de Queronea, Filipo II de Macedonia dominó toda Grecia, aplastó la independencia política de las ciudades y forzó la creación de una confederación panhelénica, la Liga de Corinto, bajo dominio macedonio. Después de la muerte de su hijo Alejandro Magno en 323 y la subsiguiente desintegración del imperio macedonio en reinos rivales, Grecia se convirtió en el campo de batalla de la lucha entre las distintas cortes macedonias, que compitieron muy intensamente por el control de las principales metrópolis, jugando con sus rivalidades tradicionales. Para la mayor parte de las ciudades fue imposible desafiar con éxito esas amenazas, por la insuficiencia de los recursos locales para oponerse a los grandes ejércitos de los reinos macedonios y a sus masivos sobornos. En la mayor parte de los casos se vieron obligados a aceptar la subordinación política al reino que predominara en cada momento.
 Es en este escenario en el que aparecen las primeras ligas helenísticas. Éstas tenían una esencia distinta a las alianzas que hasta entonces habían conocido los griegos. Al contrario que confederaciones anteriores de las épocas arcaica y clásica, las ligas helenísticas se basaban en la cesión de parcelas de soberanía por parte de las ciudades a nuevas instituciones comunes: una asamblea federal -con poderes legislativos y judiciales-, un ejército conjunto y un cuerpo de magistrados con poderes ejecutivos. Las ciudades perdieron así parte de su tradicional independencia, aunque no su individualidad. Este movimiento de federación, que surgió de forma espontánea, posibilitó la puesta en común de recursos económicos y militares, lo que dio a las nuevas ligas cierta capacidad de resistir las ambiciones de los grandes reinos macedonios.
 Los paralelos con la Europa del siglo XX, esencialmente tras los desastres de las dos Guerras Mundiales, son claros. Igual que en Grecia, los padres de la unificación europea respondían con sus llamamientos a la constatación de una posición de debilidad frente a los grandes colosos estadounidense y ruso, y la cruel realidad de que la fragmentación política de Europa condenaba, a las hasta entonces pujantes naciones europeas, a un papel subordinado. Igual que en Grecia, existía la idea, cada vez más acuciante, de que las rivalidades nacionales, las guerras en las que las naciones-estado europeas se enzarzaban desde los inicios de la Edad Moderna, no hacían más que acelerar el proceso de dependencia política, militar y económica. E igual que en Grecia, la unidad supranacional fue vista como única salida.
 La primera gran confederación griega helenística fue la Liga Etolia. Los etolios eran un pueblo situado al norte del golfo de Corinto, considerado por los demás helenos como semibárbaro. Amenazados directamente por el pujante poder macedonio, estaban ya organizados como confederación desde mediados del siglo IV antes de Cristo. Ésta se basaba en un ejército común, reunido como asamblea dos veces al año, con un general único y un consejo permanente que actuaba como gobierno conjunto. A partir de entonces se convirtieron en un rival a tener en cuenta por el reino de Macedonia y en una amenaza para el resto de los estados griegos. Los etolios, temidos como peligrosos piratas, penetraron hasta Grecia central, dominaron Delfos –el gran santuario panhelénico– y su influencia llegó a alcanzar el Peloponeso.
 La Liga Aquea apareció en un contexto distinto. La Acaya es la comarca situada en el norte del Peloponeso, en la costa meridional del golfo de Corinto. La tradición, recogida por Polibio y Pausanías, convierte a los aqueos en los restos del pueblo micénico, empujado por los dorios hacia esa región en la época heroica. Según la leyenda habrían mantenido una monarquía encarnada por los herederos de Agamenón, descendientes de un tal Tisamenes, hijo legendario de Orestes. Esto es especialmente significativo, pues parece indicar que los aqueos se consideraron a sí mismos como los herederos del mundo micénico, y se sentían con derecho a reclamar el dominio de todo el Peloponeso en nombre de Agamenón, que fue, de acuerdo con los mitos, el gran soberano de toda la península. Bajo el reinado del último rey, Ogigo, de fecha incierta, quizás a mediados del siglo VII antes de Cristo, el reino fue atacado por los espartanos, que eliminaron la monarquía y establecieron gobiernos locales dominados por las aristocracias propietarias. Estas ciudades independizadas conservaron su relación entre sí, y constituyeron una confederación sobre bases étnicas y religiosas.
 Esta federación se mantuvo relativamente aparte de los grandes acontecimientos políticos de las épocas arcaica y clásica, y guardó una neutralidad estricta apoyada en su posición excéntrica respecto a los grandes centros de poder, incluso cuando los persas amenazaron Grecia a principios del siglo V antes de Cristo. Conservaron -quizás sólo algunas de las ciudades-, una cierta simpatía por Esparta, pero cuando en 433, en los inicios de la Guerra del Peloponeso, una flota ateniense atacó el golfo de Corinto, los aqueos firmaron un acuerdo con Atenas contra Corinto y Esparta. Esa alianza fue, obviamente, muy breve. A mediados del siglo IV antes de Cristo, en los conflictos entre Esparta y Tebas, los aqueos apoyaron sucesivamente a Esparta y, cuando Epaminondas invadió el Peloponeso y derrotó a los espartanos, a Tebas. Está claro que la capacidad de resistencia de Acaya era muy limitada y, aunque se mantuvo neutral en las confrontaciones entre las principales polis griegas, se vio obligada a doblegarse ante la fuerza cuando fue amenazada directamente su área geográfica. Nunca fue tenida en cuenta por las potencias en lucha, excepto como auxiliares o como campo marginal de operaciones.
 La invasión macedonia en el siglo IV antes de Cristo cambió la situación. La monarquía macedonia, como poder imperial, exigió un control total del territorio y la sumisión de los distintos estados. Las ciudades aqueas, como el resto de las ciudades griegas, tuvieron por tanto que aceptar guarniciones militares de los sucesivos reyes macedonios. Algunas de ellas sufrieron incluso la aparición de tiranos, aristócratas ambiciosos que buscaban el apoyo de los reyes macedonios para hacerse con un poder personal en su ciudad. A principios del siglo III antes de Cristo la situación en la zona tendió a hacerse inestable, conforme los enfrentamientos entre los reinos se generalizaron, y las ciudades se convirtieron en presas que cambiaban de mano de acuerdo a los cambios de fortuna de los monarcas macedonios.
 Pero a partir de 285 el escenario se transformó de nuevo de forma bastante brusca. Las muertes sucesivas de Casandro, Lisímaco y Pirro, y la derrota de Demetrio Poliorcetes ante Seleuco de Siria, dejaron al reino de Macedonia sin monarca, sumergido en una guerra civil, y permitieron a Grecia liberarse de la presión militar. En 273 Antigono Gonatas, hijo de Demetrio, recuperó el control definitivo del reino, pero para entonces había aparecido ya el germen de la moderna Liga Aquea. En 280 cuatro ciudades, Patrás, Dime, Tritea y Feras, situadas en el extremo noroeste del Peloponeso, se habían federado en un estado unificado. Bajo la advocación común del templo de Zeus Hamario, en el monte Panaqueo, la federación se basaba en una ciudadanía común, la igualdad de derechos entre las ciudades, el rechazo a los tiranos y a los macedonios, y el mantenimiento de regímenes que respetaran las libertades básicas. Elegían por riguroso turno dos generales y un secretario, que dirigían un ejército y una hacienda común junto a un consejo de diez miembros, los damiurgos -designados por rotación entre las distintas ciudades-, con funciones de gobierno en los asuntos federales. Una asamblea general, la boule, abierta a todos los propietarios de más de treinta años, era la depositaria de la soberanía de la federación, pero sólo era reunida dos veces al año, en primavera y en otoño, y estaba mediatizada en su acción legislativa por los magistrados, que eran los únicos que podían presentar mociones a votación. Existía otra asamblea, synodos, compuesta por delegados enviados por cada ciudad para tratar los asuntos cotidianos de gobierno, que se reunía varias veces al año. Era una auténtica asamblea representativa. Para temas específicos o urgentes las ciudades podían enviar a sus propios dirigentes a otro tipo de asamblea, la synkletos, pero esta sólo tenía capacidad para decidir sobre el asunto para el que era convocada, y estaba supeditada a la corroboración de la asamblea general. Se trataba, por tanto, una administración democrática, pero con un estrecho control por parte de la aristocracia de las distintas ciudades, de acuerdo con el principio de soberanía mixta defendido por Aristóteles.
 En su origen la Liga Aquea no pasó de ser una pequeña mancomunidad comarcal, –que recuerda la formación del Benelux en 1943-1944, la unión de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo en medio de las tempestades de la Segunda Guerra Mundial,– pero su constitución tuvo la suficiente flexibilidad para hacerse atractiva a las pequeñas ciudades de los alrededores, por su respeto a las leyes locales, la igualdad estricta entre sus miembros y el mantenimiento de los regímenes oligárquicos, música para los oídos de las aristocracias de las ciudades peloponesias, diezmadas por décadas de enfrentamientos internos y guerras. La Liga representaba la posibilidad de adoptar una estructura institucional regular, que les permitiera romper el círculo vicioso de tiranías y revoluciones y sus previsibles secuelas en forma de enfrentamientos internos y exilios masivos. Muy pronto las ciudades circundantes se fueron uniendo a la pequeña federación.

 En 275 Egio expulsó a su guarnición macedonia y solicitó su adhesión, tomando rápidamente el papel de capital de la federación. Poco después fue Bura, cuyo tirano fue depuesto y asesinado por Margos de Carinea, un exiliado, la que entró en la unión. Margos fue el primer líder conocido de la Liga Aquea, aunque no conocemos prácticamente nada sobre su actuación política, fuera de su lucha contra los regímenes tiránicos y los macedonios. El tirano de la propia Carinea, Iseas, sometido a fuerte presión por la Liga, abdicó en ese momento y unió su ciudad a la federación. Por la misma época entraron otras ciudades, como Leontio, Pelene y Egia, todas de la zona norte del Peloponeso.

 La Liga Aquea 280-253
 La expansión de la Liga estaba inmersa en el conflicto que, por el control de Grecia, enfrentaba a Egipto y Macedonia. Ptolomeo II de Egipto sostuvo activamente, sobre todo con grandes cantidades de dinero, a los partidos “demócratas” frente a los tiranos sostenidos por Macedonia. La Liga Aquea fue, en último término, un triunfo de Egipto, que conseguía así un poderoso punto de apoyo en la Grecia occidental. En 268 Ptolomeo II respaldó la formación de una gran alianza de las ciudades griegas contra Macedonia, dirigida por Cremónides de Atenas, en la que participó la Liga. La guerra de Cremónides se inició en 266. La gran ventaja de Antígono Gonatas, el rey macedonio, fue el control de Corinto, en concreto de su acrópolis, el Acrocorinto, lo que le permitía mantener separada a Atenas de sus aliados peloponesios. En 265 derrotó a los espartanos frente a Corinto, con lo que la coalición peloponesia, de la que formaba parte la Liga Aquea, se disolvió. A partir de entonces inició el bloqueo de Atenas, que tuvo que rendirse en 262. La posición macedonia en Grecia se había fortalecido. En 255 Ptolomeo reconocía en un tratado el predominio de Macedonia en Grecia.
 Precisamente en ese momento, en 256, los aqueos reformaron su constitución, nombrando un general único, el strategos, en vez de dos, como habían hecho hasta entonces. Ese estratego era ahora elegido por la asamblea general que se celebraba todos los años en primavera. Su mandato duraba un año, y no podía ser renovado al año siguiente, aunque sí de forma alterna. El primer elegido fue Margos de Carinea. No hay duda alguna de que la derrota de Egipto causó un gran temor. Había sido hasta ese momento, con su apoyo económico y diplomático, un sostén fundamental para la causa de las ciudades griegas. Su retirada puso a la Liga en estado de emergencia, lo que explica la creación de un mando personal en la figura de su líder más carismático. A partir de entonces la figura del general en jefe se mantuvo hasta los últimos tiempos de la federación, lo que parece indicar el éxito en la resolución de la crisis.
 Un acontecimiento inesperado alivió el apuro del Peloponeso, y por tanto de la Liga Aquea. En 253 el gobernador macedonio de la fortaleza del Acrocorinto se rebeló contra Antígono de Macedonia por sugestión de Ptolomeo II, nada dispuesto a rendirse definitivamente. El paso de Macedonia hacia el Peloponeso quedó de nuevo bloqueado. La Liga había sobrevivido a una grave crisis, y los tiranos de las ciudades de la zona, hasta entonces sostenidos por Macedonia, quedaron así nuevamente abandonados a su suerte. Fue justo en esos tiempos cuando Arato de Sición, aupado al poder en 251, como ya vimos en el capítulo anterior, solicitó el ingreso en la Liga Aquea.
 La Liga era por entonces una débil federación de pequeñas ciudades, sin un gran papel en la política de la época, y creada sobre unas bases étnicas y políticas a las que Sición, de origen dórico, era ajena. Quizás el único paralelo contemporáneo que podamos rastrear de la incorporación de Sición a la Liga es el de la estrambótica unión franco-británica que, en mayo de 1940, planteó Wiston Churchill. Como entonces, una amenaza exterior que parecía irresistible, la supremacía macedonia en el siglo III antes de Cristo o la amenaza de la Alemania de Hitler en el siglo XX, impulsó a un líder político a aplicar soluciones desesperadas. La diferencia es que en 1940 la negativa francesa condenó el intento del premier británico a no ser más que un lejano antecedente del ingreso del Reino Unido en el Mercado Común Europeo. En 251 antes de Cristo la entrada de Sición en la Liga Aquea marcaría la historia del Peloponeso, y quizás de Grecia, en los siguientes cien años.
 Plutarco no nos da en su biografía de Arato ninguna indicación o pista sobre las causas de su decisión. Polibio, más cercano a los acontecimientos, puntualiza que Arato “... desde el principio se había convertido en partidario apasionado de las instituciones de la Liga Aquea.
 Estas se basaban, según el mismo Polibio, en la lucha contra la tiranía:
 La política de los aqueos fue siempre la misma: conservar entre ellos la igualdad de derechos y la libertad de expresión, luchar y pugnar sin descanso contra los que, por ellos mismos o mediante tiranos, querían esclavizar sus ciudades... la libertad y la armonía entre los griegos eran la única recompensa que pedían por su esfuerzo, que siempre ponían a la disposición de sus amigos. Polibio. 2.42
 Dejando a un lado el entusiasmo de Polibio, que recordemos fue magistrado de la Liga Aquea en su época, podría parecer que la decisión de Arato se debió más a razones ideológicas y de filosofía política que a la oportunidad política. El pensamiento de constituir un gran marco político nacional para las polis griegas, capaz de asegurar el orden interior y permitirles resistir las presiones de las grandes monarquías helenísticas, se desarrollaba desde el siglo IV antes de Cristo. Sin duda la idea de un movimiento de integración de las ciudades griegas estaba en el ambiente. Grandes personajes, sobre todo atenienses, habían defendido el establecimiento de una gran unión panhelénica bajo dirección de Atenas durante el siglo IV antes de Cristo. Arato creció en ese ambiente cosmopolita, en contacto con exiliados de todo el Peloponeso, por lo que es muy creíble que ya desde su juventud la idea de colaborar en la creación de una federación de ciudades griegas formara parte de sus fantasías políticas.
 Pero los aspectos ideológicos no pueden ocultar el marco estratégico-político inmediato. Un personaje clave en la decisión de Arato fue Ptolomeo II de Egipto, que mantuvo siempre el interés en oponerse a la expansión del reino de Macedonia. Plutarco nos informa de que Arato recibió de él veinticinco talentos tras la entrada de Sición en la Liga en 251. Poco después realizó un accidentado viaje a Egipto, donde obtuvo los recursos económicos necesarios para mitigar los conflictos internos de la ciudad. Los caudales obtenidos, ciento cincuenta talentos, fueron distribuidos entre los ciudadanos perjudicados económicamente por la vuelta de los exiliados y la devolución de sus antiguas propiedades. Arato se aseguró así una posición dominante dentro de su ciudad, y pasó a ser, por su prestigio social y económico, por su éxito al desactivar la crisis interna y por sus apoyos en el exterior, el líder indiscutido de Sición.
 La conexión diplomática era evidente. Hacia 246 se nombró a Ptolomeo III Evergetes, el nuevo rey de Egipto, estratego de la Liga Aquea, nombramiento honorífico sin valor real pero muy significativo de la alianza entre los aqueos y la corte egipcia, a la que ya nos referimos anteriormente. Arato lograba así un importante sostén exterior frente a la presumible reacción macedonia, a la vez que eliminaba posibles disidencias internas que sirvieran de apoyo o excusa para una intervención macedonia en Sición. Ante esto Antígono Gonatas trató de abrir vías de acercamiento a Arato, ya que Sición había sido, hasta entonces, un bastión de la influencia macedonia en la zona. Es posible que el contacto tuviera algún fruto, puesto que Plutarco pone en labios de Antígono un encendido elogio de Arato:
 ... antes me miraba con indiferencia, y poniendo lejos sus esperanzas buscaba la riqueza egipcia. Pero ahora, tras ver con sus propios ojos Egipto, se ha pasado a nuestro bando incondicionalmente. Lo tomo por tanto bajo mi protección, con la idea de servirme de él para todo, y deseo que lo tratéis como un amigo. Plutarco, Arato 15
 Es obvio que Arato, enfrentado a la agitada diplomacia de la época, jugaba a varias barajas, aproximándose a Macedonia sin perder de vista la colaboración con Egipto. Arato esperaba su oportunidad, y con la adhesión de su ciudad a la Liga Aquea contaba con conseguir recursos para actuar de forma independiente. El poder económico y demográfico de Sición, y su prestigio como gran centro urbano regional, le dio rápidamente una posición predominante entre las pequeñas y provincianas ciudades que hasta entonces integraban la federación. Pronto llegaría la ocasión de usar en su propio beneficio esa fuerza renovada.

Augusto Prego de Lis GRECIA FRENTE A ROMA HISTORIA DE LA LIGA AQUEA  LIBRO I ARATO DE SICIÓN 1. REYES Y TIRANOS

1.
 REYES Y TIRANOS
 Una noche del verano de 264 antes de Cristo un niño de siete años corría despavorido por las calles de la ciudad griega de Sición. En el transcurso de un golpe de estado su casa había sido asaltada y su padre, Clinias, el principal magistrado de la ciudad, asesinado. El pequeño, llamado Arato, había conseguido huir, y en su aturdimiento sólo acertó a dirigirse a otra casa que conocía bien, la de su tía Soso, hermana del dirigente de la revuelta, Abántidas. La mujer se compadeció de su sobrino y decidió, anteponiendo los lazos familiares a los políticos, ponerlo a salvo. Esa misma noche, y amparada en su relación con el nuevo tirano, sustrajo a Arato de las violencias de los nuevos dirigentes y lo sacó subrepticiamente de la ciudad, para enviarlo a la cercana Argos.
 Sición era por entonces un núcleo urbano de primer orden, importante desde época arcaica, reconocido por ser en el periodo clásico un foco cultural y artístico de gran renombre, del que salieron talentos como Polícleto, Lisipo y Apeles. En la época que tratamos estaba considerada como el principal centro pictórico de Grecia. Con la disolución del imperio de Alejandro Magno, tras su muerte en 323, Sición sufrió las conmociones de las guerras que entablaron sus sucesores, los Diácodos. Fue saqueada y destruida por Demetrio Poliorcetes en 303. La ciudad fue reconstruida a poca distancia, pero las luchas internas se agravaron desde entonces, y las principales familias comenzaron a competir violentamente por el acceso al poder. Tras la muerte hacia 270 del tirano Cleón, fueron nombrados magistrados supremos Timóclides y Clinias, el padre de Arato. Muerto Timóclides, Clinias quedó como magistrado principal, quizás tirano él mismo, con el apoyo del rey de Egipto Ptolomeo II Filadelfo, enfrentado a los reyes de Macedonia por la hegemonía en Grecia. Fue en ese marco de luchas en el que Abántidas dio su golpe de estado en 264, probablemente con el apoyo activo del rey Antígono Gonatas desde Macedonia.
 En Argos Arato fue puesto bajo la tutela de unos amigos de su padre. Se educó en un círculo aristocrático de exiliados de distintas procedencias, ocupados en rocambolescas conspiraciones para lograr el retorno a sus ciudades. Heredero de una de las principales familias de Sición pasó a ser, apenas un adolescente, el líder de la oposición a la tiranía, el jefe de una facción, en un mundo donde el linaje familiar era el elemento esencial del destino de un hombre. Plutarco en su biografía lo caracteriza como demasiado interesado en los ejercicios atléticos.
 Recibió en Argos de los huéspedes y amigos de su padre una educación liberal, y viendo él mismo que su cuerpo adquiría altura y fuerza, se dedicó al deporte, y así, compitiendo en el pentatlón, alcanzó las cinco coronas. Se le ve en sus retratos un aire atlético, y lo perspicaz y majestuoso de su semblante no oculta cierta tosquedad y corpulencia. Quizás por eso dedicó al estudio de la elocuencia menos de lo que convenía a un hombre de estado. Plutarco, Arato 3
 Hay que decir, contradiciendo la opinión de Plutarco, –en cuyo mundo, tres siglos posterior, la guerra no era ya una actividad cotidiana–, que eran precisamente el coraje y la presencia física las cualidades necesarias para un exiliado, líder de un partido dispuesto a recuperar por la fuerza el poder en su ciudad. Además el deporte había alcanzado en el mundo griego un papel primordial. El antiguo espíritu de sacrificio por la patria, la polis, había sido sustituido por la búsqueda del éxito individual, en el campo político, intelectual o económico. Y el deporte fue uno de esos campos. Atrajo a las multitudes a los estadios, hacia un espectáculo cada vez más profesionalizado, y daba a los individuos una forma de alcanzar el reconocimiento público, el éxito. Los grandes juegos atléticos, como los Olímpicos, los Nemeos, los Píticos o los Ístmicos, a los que luego se sumaron otros fundados por los monarcas helenísticos, adquirieron una enorme relevancia pública que sobrepasó sus valores competitivos o religiosos, como en nuestros días las grandes competiciones deportivas televisadas a todo el mundo. Cuando Arato se dedicó al deporte, por tanto, no hacía más que seguir la tendencia de su época.
 Pronto se fue aglutinando a su alrededor un grupo variopinto de personajes –exiliados, aventureros o mercenarios– dispuestos a colaborar con él. Conocemos a Aristómaco y Xenocles, sicionios exiliados como él, a Ecdelo, un megapolitano dedicado a la filosofía que volveremos a encontrar, a Eufranor, un artesano, a Xenófilo, el jefe de una cuadrilla de bandoleros. Se formó así una partida, reducida y heterogénea pero fiel, dispuesta a actuar para devolver a Arato su posición en Sición.

 Antes de iniciar su aventura, Arato trató de buscar apoyos allí donde otros pretendientes lo habían hecho antes. Sabemos que intentó contactar con Antígono Gonatas, el rey de Macedonia, y con Ptolomeo II Filadelfo, el rey macedonio de Egipto. En ninguna de las dos cortes encontró algo más que una amable simpatía. Podía despertar compasión o curiosidad, como joven jefe de una familia en desgracia, pero los reyes tenían sus propios peones en la partida política griega. Antígono quizás le dio esperanzas, pero luego, en buenas relaciones con Abántidas, el tirano que había ocupado el poder en Sición, le fue dando largas. Arato decidió entonces actuar por su cuenta, fiado de su ardor y confianza juvenil.

 El Peloponeso
 La oportunidad se le presentó en 251. Abántidas, tras 13 años de dominio en Sición, se confió en su poder, y mientras asistía a unas clases de filosofía fue víctima de una conspiración urdida por sus propios maestros, contrarios a la tiranía. Paseas, el padre de Abántidas, se hizo cargo del poder, pero fue a su vez asesinado al poco tiempo por Niocles, que impuso una violenta dictadura durante cuatro meses. Sición se encontró inmersa en una guerra civil, que a punto estuvo de costarle ser ocupada por los etolios. Arato, con apenas veinte años de edad, vio la posibilidad de actuar. Informado por un huido de la existencia de un tramo de muralla accesible desde el exterior armó su partida, preparó unas escalas, y sin mucho más preparativo se encaminó hacia su ciudad natal tras burlar a los espías de Niocles.
 La aventura estuvo a punto de fracasar antes de ser iniciada. Llegados a las murallas de la ciudad en medio de la noche, los perros de un campesino, que vivía en el punto escogido para saltar el muro, comenzaron a ladrar estrepitosamente. Tras unos instantes de angustia la guardia de la muralla pasó de largo, e ignorando los ladridos los conjurados comenzaron a subir. La operación fue lenta y Arato, impaciente ante la cercanía del alba, decidió subir y, acompañado de unos pocos, dirigirse directamente al palacio de Niocles. Tomada la guardia de éste por sorpresa se extendió el rumor por la ciudad, y muy pronto empezaron a llegar ciudadanos dispuestos a derrocar al tirano. Al fin, cuando tomó cuerpo la noticia de que Arato, el hijo de Clínias, estaba en Sición, una muchedumbre se encaminó a la casa de Niocles y le prendió fuego. Éste pudo huir a duras penas por unas galerías ocultas.
 Dueño ahora del poder, Arato convocó a la patria a los desterrados, dispersos por toda Grecia. Algunos de ellos habían sufrido casi cincuenta años de exilio, desde la reconstrucción de la ciudad en el año 300. Arato creyó que podía con su gesto dejar atrás varias décadas de luchas internas, pero su impulsividad juvenil le traicionó. No sólo los enfrentamientos personales entre las diferentes facciones eran muy exaltados. Los desterrados, al llegar, exigieron la restitución de sus propiedades, algo que los poseedores no estaban en absoluto dispuestos a aceptar. Había conseguido vengar a su padre y recuperar el poder para su familia, pero se encontró enfrentado, con una absoluta inexperiencia política, al incontrolable recrudecimiento de los conflictos por el poder dentro de su ciudad.
 Arato necesitaba, urgentemente, un apoyo exterior que le diera más firmeza a su frágil autoridad en Sición. Además, debía enfrentarse a la amenaza de Antígono Gonatas, el rey macedonio, nada dispuesto a perder influencia sobre una ciudad importante. El joven Arato, impetuoso y poco experimentado, no parecía ser un líder capaz de afrontar las violentas pasiones desatadas por el retorno de los exiliados. En ese entorno tan delicado tomó entonces una resolución que en ese momento debió parecer extravagante: solicitar el ingreso de Sición en la Liga Aquea, una pequeña federación de ciudades que estaba creciendo en el norte del Peloponeso. Esto nos obliga a remontarnos hacia atrás en el tiempo para referirnos a sus orígenes y desarrollo.