a. Orestes fue criado por sus cariñosos abuelos Tindáreo y Leda y,
de niño, acompañó a Clitemestra e Ifigenia a Aulide[1].
Pero algunos dicen que Clitemestra lo envió a Fócide poco antes del regreso de
Agamenón; y otros que en la víspera del asesinato, Orestes, que entonces tenía
diez años de edad, fue salvado por su abnegada nodriza Arsínoe, o Laodamia, o
Geilisa, quien envió a su propio hijo a que se acostara en el aposento de los
niños de la familia real y dejó que Egisto lo matara en lugar de Orestes[2].
Otros aún dicen que su hermana Electra, ayudada por el anciano preceptor de su
padre, lo envolvió en un vestido que tenía bordados animales salvajes, que ella
misma había tejido, y lo sacó a escondidas de la ciudad[3].
b. Después de mantenerlo oculto durante un tiempo entre los
pastores del río Tano, que separa a Argólida de Laconia, el preceptor fue con
Orestes a la corte de Estrofio, firme aliado de la Casa de Atreo, quien
gobernaba en Crisa, al pie del monte Parnaso[4].
Este Estrofio se había casado con la hermana de Agamenón llamada Astíoque, o
Anaxibia, o Cindrágora. En Crisa Orestes tuvo por compañero de juegos a un
muchacho aventurero, a saber, el hijo de Estrofio llamado Pílades, que era algo
más joven que él, y su amistad estaba destinada a hacerse proverbial[5].
Por el anciano preceptor se enteró con pesar de que el cadáver de Agamenón
había sido sacado de la casa y enterrado apresuradamente por Clitemestra, sin
las libaciones ni las ramas de mirto, y que a los habitantes de Micenas se les
había prohibido asistir al funeral[6].
c. Egisto reinó en Micenas durante siete años; viajaba en el carro
de Agamenón, se sentaba en su trono, empuñaba su cetro, llevaba sus túnicas,
dormía en su lecho y dilapidaba sus riquezas. Pero a pesar de todos esos
aderezos regios era poco más que un esclavo de Clitemestra, la verdadera
gobernante de Micenas[7].
Cuando se embriagaba solía saltar sobre la tumba de Agamenón y apedrear la
lápida mientras gritaba: «¡Ven Orestes, ven a defender lo tuyo!» La verdad era,
no obstante, que vivía con un abyecto temor a la venganza, incluso cuando lo
rodeaba una guardia extranjera de confianza; no pasaba una sola noche en sueño
profundo y había ofrecido una gran recompensa en oro por el asesinato de
Orestes8[8].
d. Electra se había comprometido en casamiento con su primo Castor
de Esparta antes de la muerte y semideificación de éste. Aunque los principales
príncipes de Grecia aspiraban a su mano, Egisto temía que pudiera dar a luz un
hijo que vengara a Agamenón y en consecuencia anunció que no sería aceptado
pretendiente alguno. De buena gana habría dado muerte a Electra, que le mostraba
un odio implacable, para que no se acostara en secreto con algunos de los
funcionarios del palacio y le diera un bastardo, pero Clitemestra, quien no
sentía remordimientos de conciencia por su participación en el asesinato de
Agamenón, y temía incurrir en el desagrado de los dioses, le prohibió que lo
hiciera. Le permitió, sin embargo, que casara a Electra con un campesino de
Micenas, quien, por temor a Orestes y porque era naturalmente casto, jamás
llegó a consumar esa unión desigual[9].
e. Así, desatendida por Clitemestra, quien había dado a Egisto
tres hijos llamados Erígona, Aletes y la segunda Helena, Electra vivía en una
pobreza deshonrosa y sometida a una estrecha y constante vigilancia. Al final
se decidió que, a menos que aceptase su destino, como había hecho su hermana
Crisótemis, y se abstuviera de llamar públicamente a Egisto y Clitemestra
«adúlteros asesinos», sería desterrada a alguna ciudad lejana y encerrada allí
en un calabozo en el que nunca penetrara la luz del sol. Pero Electra despreciaba
a Crisótemis por su subordinación y su deslealtad a su padre difunto, y en
secreto enviaba frecuentes recordatorios a Orestes de la venganza a la que
estaba obligado[10].
f. Orestes, quien había llegado a la edad viril, hizo una visita
al Oráculo de Delfos para preguntar si debía o no destruir a los asesinos de su
padre. La respuesta de Apolo, autorizada por Zeus, fue que si no vengaba a
Agamenón se convertiría en un paria de la sociedad, se le prohibiría la entrada
en todo altar o templo y enfermaría de una lepra que devora la carne y hace que
brote en ella un moho blanco[11].
Se le recomendó que hiciera libaciones junto a la tumba de Agamenón, que dejara
un rizo de su cabello sobre ella y, sin ayuda de compañía alguna de lanceros,
impusiera astutamente el
castigo debido a los asesinos. Al mismo tiempo la Pitonisa observó
que las Erinias no perdonarían fácilmente un matricidio y, en consecuencia, en
nombre de Apolo, dio a Orestes un arco de asta con el que podría rechazar sus
ataques si se hacían insoportables. Después de cumplir sus órdenes, Orestes
debía volver a Delfos, donde Apolo le protegería[12].
g. En el octavo año —o, según algunos, al cabo de veinte años—
Orestes volvió en secreto a Micenas, pasando por Atenas, decidido a matar a
Egisto y a su madre[13].
Una mañana, acompañado por Pílades, fue a visitar la tumba de Agamenón y allí
se cortó un mechón del cabello mientras invocaba a Hermes Infernal, patrono de
la paternidad. Al ver que se acercaba un grupo de esclavas, sucias y
desgreñadas, para actuar como plañideras, se refugió en un matorral cercano
para observarlas. La noche anterior Clitemestra había soñado que daba a luz una
serpiente, a la que envolvía en pañales y amamantaba. De pronto gritó en su
sueño y alarmó a todo el palacio declarando que la serpiente le había sacado
del pecho sangre además de leche. La opinión de los adivinos con los que
consultó fue que había incurrido en la ira de los muertos; y en consecuencia
las esclavas plañideras iban en su nombre a hacer libaciones en la tumba de Agamenón,
con la esperanza de aplacar a su ánima. Electra, que formaba parte del grupo
hizo las libaciones en su propio nombre, no en el de su madre, ofreció a
Agamenón plegarias en favor de la venganza y no del perdón, y rogó a Hermes que
invocase a la Madre Tierra y los dioses del Infierno para que escucharan su
súplica. Al ver el mechón de cabellos colocado sobre la tumba, dedujo que sólo
podía pertenecer a Orestes, porque se parecía mucho al suyo en el color y la
contextura y porque ninguna otra persona se habría atrevido a hacer semejante
ofrenda[14].
h. Luchando entre la duda y la esperanza, estaba Electra
comparando sus pies con la huellas que había dejado Orestes en la arcilla junto
a la tumba y descubriendo en ellas un parecido familiar, cuando él salió de su
escondite, hizo ver a su hermana que el mechón era suyo y le mostró la túnica
con la que había huido de Micenas. Electra lo acogió con gran alegría, y juntos
invocaron a su antepasado el Padre Zeus, a quien recordaron que Agamenón le
había tributado siempre grandes honores y que si se extinguiera la Casa de
Atreo no quedaría en Micenas nadie que le ofreciera las hecatombes
acostumbradas, pues Egisto adoraba a otros dioses[15].
i. Cuando las esclavas refirieron a Orestes el sueño de
Clitemestra, se reconoció a sí mismo en la serpiente y declaró que, en efecto,
él desempeñaría el papel de la astuta serpiente y extraería sangre del cuerpo
pérfido de su madre. Luego ordenó a Electra que entrara en el palacio y no le
dijera a Clitemestra nada de su encuentro; él y Pílades la seguirían poco
tiempo después y pedirían hospitalidad en la puerta como extranjeros y
suplicantes, simulando que eran focenses y hablando el dialecto parnasiano. Si
el portero se negaba a admitirlos, la inhospitalidad de Egisto escandalizaría a
la ciudad; si les admitía, no dejarían de vengarse. Poco después Orestes llamó
a la puerta del palacio y preguntó por el dueño o la dueña de la casa. Salió
Clitemestra en persona, pero no reconoció a Orestes. Él fingió que era un eolio
de Dáulide que le llevaba malas noticias de un tal Estrofio al que había
encontrado por casualidad en el camino de Argos; tenía que comunicarle que su
hijo Orestes había muerto y que sus cenizas estaban guardadas en una urna de
bronce. Estrofio deseaba saber si debía enviarlas a Micenas o enterrarlas en
Crisa[16].
j. Clitemestra hizo entrar inmediatamente a Orestes y ocultando su
alegría a los sirvientes, envió a su anciana nodriza, Geilisa, en busca de
Egisto, que se hallaba en un templo cercano. Pero Geilisa reconoció a Orestes a
pesar del disfraz y, alterando el mensaje, le dijo a Egisto que se regocijase
porque ahora podía acudir solo y sin armas a saludar a los portadores de la
buena noticia: su enemigo había muerto[17].
Sin sospechar nada, Egisto entró en el palacio donde, para crear una nueva
distracción, acababa de llegar Pílades con una urna de bronce. Le dijo a
Clitemestra que esa urna contenía las cenizas de Orestes, que Estrofio había
decidido enviar a Micenas. Esta aparente confirmación del primer mensaje hizo que
Egisto confiara por completo, por lo que Orestes no tuvo dificultad para
desenvainar su espada y darle muerte. Clitemestra reconoció entonces a su hijo
y trató de aplacarlo descubriéndose el pecho y apelando a su deber filial, pero
Orestes la decapitó de un solo golpe con la misma espada y su madre cayó junto
al cuerpo de su amante. Erguido sobre los cadáveres, Orestes habló a los
sirvientes del palacio, sosteniendo en alto la red todavía manchada con sangre
en la que Agamenón había muerto y disculpándose elocuentemente por el asesinato
de Clitemestra, recordándoles su traición y agregando que Egisto había sufrido
la sentencia prescrita por la ley para los adúlteros
k. No satisfecho con matar a Egisto y Clitemestra, Orestes acabó
con la segunda Helena, hija de ambos, y Pílades rechazó a los hijos de Nauplio,
que habían venido a socorrer a Egisto[18].
l. Algunos dicen, no obstante, que estos acontecimientos tuvieron
lugar en Argos, en el tercer día del Festival de Hera, cuando iba a comenzar la
procesión de las vírgenes. Egisto había preparado un banquete para las ninfas
cerca de las praderas de los caballos, antes de sacrificar un toro a Hera, y
reunía ramas de mirto para coronarse la cabeza. Se añade que Electra, al
encontrar a Orestes junto a la tumba de Agamenón, no creyó al principio que era
su hermano perdido hacía tanto tiempo, a pesar de la semejanza de su cabello y
de la túnica que le mostró. Por fin, una cicatriz que tenía en la frente le
convenció, porque en otro tiempo, cuando eran niños, habían cazado juntos un
ciervo y él se había resbalado y caído, haciéndose un corte en la cabeza con
una piedra afilada.
m. Obedeciendo las instrucciones que ella le dio en voz baja,
Orestes fue inmediatamente al altar donde sacrificaban al toro, y cuando Egisto
se inclinaba para examinar las entrañas, le cortó la cabeza con el hacha de los
sacrificios. Entretanto Electra, a quien presentó la cabeza, hizo salir a
Clitemestra del palacio, alegando engañosamente que diez días antes había dado
un hijo a su marido campesino, y cuando Clitemestra, ansiosa por ver a su
primer nieto, fue a la choza, Orestes, que la esperaba detrás de la puerta, la
mató sin misericordia[19].
n. Otros, aunque convienen en que el asesinato tuvo lugar en
Argos, dicen que Clitemestra envió a Crisótemis a la tumba de Agamenón con las
libaciones, pues había soñado que Agamenón, resucitado, arrancaba el centro de
las manos de Egisto y lo plantaba en tierra tan firmemente que florecía y
echaba ramas que arrojaban sombra en todo el territorio de Micenas. Según este
relato, la noticia que engañó a Egisto y Clitemestra fue que Orestes había
muerto accidentalmente cuando competía en una carrera de carros en los Juegos
Píticos, y Orestes no mostró a Electra un mechón, ni una túnica bordada, ni una
cicatriz, como prueba de su identidad, sino el sello de Agamenón, tallado con
un pedazo del hombro de marfil de Pélope[20].
o. Otros niegan que Orestes matara a Clitemestra con sus propias
manos y dicen que la sometió a la decisión de los jueces, quienes la condenaron
a muerte, y que su única culpa, si se le puede llamar culpa, fue no haber
intercedido en su favor[21].
1.
Este
es un mito decisivo con numerosas variantes. El olimpianismo se había formado
como una religión de transacción entre el principio matriarcal pre-helénico y
el principio patriarcal helénico; la familia divina se componía al comienzo de
seis dioses y seis diosas. Un equilibrio de poder inquieto se mantuvo hasta que
Atenea volvió a nacer de la cabeza de Zeus, y Dioniso, renacido de su muslo,
ocupó el asiento de Hestia en el Consejo divino (véase 27.k); en adelante la
preponderancia masculina en todos los debates divinos estaba asegurada
—situación que se reflejaba en la Tierra— y se podía desafiar con buen éxito
las antiguas prerrogativas de las diosas.
2.
La herencia matrilineal era uno de los axiomas
tomados de la religión pre-helena. Puesto que todos los reyes tenían que ser
necesariamente extranjeros que gobernaban en virtud de su casamiento con una
heredera al trono, los príncipes reales aprendieron a considerar a su madre
como el principal soporte del reino y al matricidio como un crimen
inimaginable. Se les criaba de acuerdo con los ritos de la religión anterior,
según la cual el rey sagrado había sido engañado siempre por su esposa diosa,
muerto por su heredero y vengado por su hijo; sabían que el hijo nunca
castigaba a su madre adúltera, quien había actuado con toda la autoridad de la
diosa a la que servía.
3.
La antigüedad del mito de Orestes es evidente
por su amistad con Pílades, con quien se halla en exactamente la misma relación
que Teseo con Pirítoo. En la versión arcaica era sin duda un príncipe fócense
quien mató ritualmente a Egisto al término de los ocho años de su reinado y se
convirtió en el nuevo rey casándose con Crisótemis, la hija de Clitemestra.
4.
Otros
rastros denunciadores de la versión arcaica subsisten en Esquilo, Sófocles y
Eurípides. Egisto es muerto durante el festival de la diosa de la Muerte, Hera,
mientras corta ramas de mirto, y lo ultiman como al toro Minos, con un hacha de
los sacrificios. La salvación de Orestes («montañés») por Geilisa en una túnica
«bordada con fieras», y la estada del preceptor entre los pastores de Taños,
recuerdan juntos la conocida fábula del príncipe real envuelto en una túnica y
abandonado en una montaña a merced de las fieras y cuidado por pastores, con la
túnica reconocida finalmente, como en el mito de Hipótoo (véase 49.a). La
sustitución por Geilisa de la víctima regia con su propio hijo se refiere,
quizás, a una etapa de la historia religiosa en que el niño que sustituía
anualmente al rey no era ya miembro del clan real.
5.
¿Hasta
qué punto pueden ser aceptadas, por tanto, las características principales le
la fábula tal como las dan los dramaturgos áticos? Aunque es improbable que las
Erinias hayan sido introducidas injustificadamente en el mito —que, como el de
Alcmeón y Erifila (véase 107.d) parece haber sido una advertencia moral contra
la menor desobediencia, perjuicio o insulto que un hijo podía hacer a su madre—
es igualmente improbable que Orestes matara a Clitemestra. Si lo hubiera hecho,
Homero sin duda lo habría mencionado y no le habría llamado «semejante a los
dioses»; pero solamente escribe que Orestes mató a Egisto, cuyo banquete
fúnebre celebró conjuntamente con el de su odiada madre (Odisea iii.306 y ss.).
La Crónica paria tampoco menciona el matricidio en la acusación contra Orestes.
Es probable, por tanto, que Servio haya conservado el verdadero relato: que
Orestes, después de matar a Egisto, se limitó a entregar a Clitemestra a la justicia
popular, cosa que recomienda significativamente Tindáreo en el Orestes de
Eurípides (496 y ss.). Sin embargo, ofender a una madre negándose a defender su
causa, por malvadamente que hubiera obrado, bastaba bajo la antigua ley divina
para hacer que le persiguieran las Erinias.
6.
Parece,
en consecuencia, que este mito, que circulaba ampliamente, había colocado a la
madre de una familia en una posición tan fuerte cuando surgía alguna disputa
familiar, que el sacerdocio de Apolo y de Atenea nacida de Zeus (traidora a la
vieja religión) decidió suprimirlo. Lo consiguieron haciendo que Orestes no se
limitase a someter a juicio a Clitemestra, sino que la matase y luego
consiguiese la absolución en el tribunal más venerable de Grecia: con el apoyo
de Zeus y la intervención personal de Apolo, quien también había incitado a
Alcmeón a asesinar a su traidora madre, Erifila. La intención de los sacerdotes
era invalidar, de una vez por todas, el axioma religioso de que la maternidad
es más divina que la paternidad.
7.
En
la revisión el casamiento patrilocal y la descendencia patrílineal se dan por
supuestas, y se desafía con buen éxito a las Erinias. Electra, cuyo nombre,
«ámbar», indica el culto paternal de Apolo Hiperbóreo, contrasta favorablemente
con Crisótemis, cuyo nombre recuerda que el antiguo concepto del derecho
matriarcal seguía prevaleciendo en la mayor parte de Grecia, y cuya
«subordinación» a su madre había sido considerada hasta entonces piadosa y
noble. Electra está «por completo en favor del padre», como la Atenea nacida de
Zeus. Además, las Erinias habían intervenido siempre en favor de la madre
únicamente; y Esquilo fuerza el lenguaje cuando habla de las Erinias cargadas
con la vengadora sangre paterna (Las suplicantes 283-4). La amenaza de Apolo de
que Orestes enfermaría de lepra si no mataba a su madre era sumamente atrevida;
infligir o curar la lepra había sido desde hacía mucho tiempo prerrogativa
únicamente de la Diosa Blanca Leprea, o Alfito (Diosa Blanca, capítulo 24). En
la continuación no todas las Erinias aceptan el fallo deifico de Apolo, y
Eurípides apacigua a sus espectadoras permitiendo que los Dioscuros sugieran
que los mandatos de Apolo habían sido muy imprudentes (Electra 1246).
8.
Las
grandes variaciones en la escena del reconocimiento y en la trama mediante la
cual Orestes se da maña para matar a Egisto y Clitemestra tienen interés
solamente como prueba de que los dramaturgos clásicos no estaban atados por la
tradición. La suya era una nueva versión de un mito antiguo, y tanto Sófocles como
Eurípides trataron de mejorar a Esquilo, el primero que lo formuló, haciendo la
acción más verosímil.
[1] Eurípides: Orestes 462 e Ifigenia en Aulide 622
[2] Esquilo: Agamenón 877 y ss. y Las suplicantes 732; Eurípides:
Electra 14 y ss.; Píndaro: Odas píticas xi.17, con escoliasta
[3] Apolodoro: Epítome vi.24; Eurípides: loc. cit. y 542 y ss.;
Esquilo: Las suplicantes 232
[4] Eurípides: Electra 409-12; Sófocles: Electro 11 y ss.; Píndaro:
Odas píticas xi.34-6
[5] Higinio: Fábula 117; Escoliasta sobre Orestes de Eurípides 33, 764
y 1235: Eurípides: Ifigenia en Táuride 921; Apolodoro: Epítome vi.24; Ovidio:
Epístolas pónticas iii.2.95-8
[6] Eurípides: Electra 289 y 323-5; Esquilo: Las suplicantes 431
[7] Homero: Odisea iii.305; Eurípides: Electra 320 y ss. y 931 y ss;
Sófocles: Electra 267 y ss. y 651
[8] Eurípides: Electra 33, 320 y ss. y
617 y ss.; Higinio: fábula 119
[9] Eurípides: Electra 19 y ss.; 253 y
ss. y 312 y ss
[10] Higinio: Fábula 122; Tolomeo
Hefestionos: iv., citado por Focio p.479; Eurípides: Electra 60-4; Esquilo: Las
suplicantes 130 y ss.; Sófocles: Electra 341 y ss., 379 y ss. y 516 y ss
[11] Apolodoro: Epítome vi.24; Esquilo:
Euménides 622 y Las suplicantes 269 y ss
[12] Sófocles: Electra 36-7
y 51-2; Eurípides: Orestes 268-70; Esquilo: Las suplicantes 1038
[13] Homero: Odisea iii.306 y ss.; Hipótesis de la Electra de Sófocles;
Apolodoro: Epítome vi.25
[14] Esquilo: Las suplicantes
[15] Esquilo: ibid
[16] Esquilo: ibid
[17] Higinio: Fábula 119; Esquilo: Euménides 592 y Las suplicantes 973
y ss
[18] Tolomeo Hefestionos: iv., citado por Focio p.479; Pausanias: i.22.6
[19] Eurípides: Electra
[20] Sófocles: Electra 326 y 417
y ss.; 47-50 y 1223, con escoliasta
[21] Servio sobre la Eneida de Virgilio xi.268
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